Queda muy poco de aquel Ricardo Barreda que la emprendió a punta de escopeta marca Víctor Sarrasqueta contra su familia y masacró a balazos a sus hijas, Adriana (24, abogada), Cecilia (26, odontóloga), Gladys McDonald (57), su mujer, y Elena Arreche (86) su suegra, quien por esas cosas que tiene el destino, le había regalado el arcabuz que trajera para él especialmente desde España y con el que su yerno terminó con la vida de todas.
Se acaban de cumplir 27 años del crimen a repetición que horrorizara al país, y el odontólogo es una especie de sombra de lo que fue. A sus 83 años padece deterioro cognitivo, pérdida de memoria, se había caído en numerosas oportunidades en plena calle, y además, lo encontraron varias veces tirado en el piso del hotel España de San Martín donde residía, desnudo, confundido, delirando y en condiciones nauseabundas. La última circunstancia difícil que protagonizó fue en agosto, y casi le costó la vida. Si no fuera porque el encargado de la pensión ubicada en el Boulevard 25 de Mayo del populoso barrio salió en su socorro, y pidió de urgencia una ambulancia que lo llevó al hospital Interzonal General de Agudos Eva Perón de la avenida Ricardo Balbín, podría haber muerto. Allí literalmente le salvaron la vida porque además de padecer una severa neumonía, su estado general era crítico.
Al borde de la muerte
Barreda se salvó de milagro gracias a la pericia del excelente equipo de profesionales que lo recibieron prácticamente en agonía, y que lo siguieron tratando durante varios días en terapia intensiva por la gravedad de su cuadro, hasta que pudo pasar a una habitación con otros pacientes. A partir de su mejoría, los médicos empezaron a tratarlo por otros temas relacionados con su psiquis y la memoria que, si siguen avanzando, podrían determinar un principio de enfermedad de Alzheimer (alteración neurodegenerativa que se manifiesta en trastornos de conducta).
Desde esa fecha hasta hoy el odontólogo vive internado en dicho nosocomio porque se está aguardando que haya una vacante en un geriátrico de PAMI de la provincia de Buenos Aires, ya que en el hotel donde vivía, que sustentaba con el cobro de su jubilación, no desean recibirlo porque en los últimos tiempos lo observaban como ido, no estaba en buenas condiciones, y no quieren que ocurra una desgracia dentro del establecimiento.
Amelia Franchi es la directora del Hospital Eva Perón donde rescataron a Barreda de la muerte. Ella dice que cuenta con un plantel médico, de enfermeros y de personal de todas las áreas de primera línea, y que a todos los enfermos los atienden con la misma dedicación y humanidad, "no importa cómo se llame", asegura. Está en ese puesto desde 2016 y esgrime dos orgullos: ser la primera directora elegida democráticamente por sus propios compañeros (39 por ciento de los votos contra 36 y 25 de sus opositores hombres), ya que antes era un cargo político, y además ser la única dama que ocupó ese distinguido sitio en la historia del nosocomio. Hiperactiva como nadie, cuenta que allí atienden cerca de dos mil pacientes por día, ya que la zona de influencia abarca nada menos que trece municipios, algo así como tres millones y medio de habitantes. Afirma que cuando tiene un respiro se acerca a otra obra concretada durante su mandato: la flamante Unidad Coronaria que se inauguró este año con mucho sacrificio. Además de desempeñarse allí full time, ya que es vecina, Franchi participa en forma solidaria de los modelos llamados Justicia Restaurativa, brindando talleres en las cárceles junto al reconocido abogado Andrés López y un equipo, para lograr la reinserción social de los detenidos cuando logren su libertad.
Es a ella a quién consulto antes de hablar con Barreda. Su respuesta es directa: "Ni de Barreda ni de ningún ingresado al hospital puedo hablar, no corresponde, si te recibe porque te conoce es cosa de él".
Conversando con Barreda
Cuando el dentista recibe a este periodista en la habitación 318 que comparte con dos internados más, aparenta cierta lucidez…
- -Vos ya me viniste a visitar otras veces, sugiere.
- -Sí, cuando lo trasladaron, con una compañera y amiga de San Martín fuimos hasta el hotel donde usted vivía para ver si aparecía su DNI porque lo necesitaban acá en el hospital, le comento.
- -Ahhh, me trajeron porque me descompuse y acá estoy.
- -¿Lo van a trasladar a un geriátrico?
- -No sé, yo estoy bien, extraño un poco el encuentro con los muchachos de Chacarita en el bar donde iba a comer, especialmente a los Mellizos, buenos pibes, si andás por ahí mandales un saludo.
- -¿Sabe que estuvo con riesgo de vida?
- -Eso dicen, ¿qué se yo?
- -¿Se acuerda de su familia, de sus hijas?
- -Me cuesta por lo que pasó. Pero no me preguntes más de eso. Haceme un favor, si pasás por la estación de San Martín, saludá a los Mellizos, linda gente, me gustaría verlos.
Una enfermera ingresa para darle una de las medicaciones porque está bastante constipado. "Ahora prefiero que no, ¿puede ser más tarde cuando me sienta mejor?, consulta "Ricardo", como lo llaman todos desde que llegó al hospital, hace cuatro meses.
15 de noviembre de 1992
Ese día trágico, Ricardo Barreda había amanecido de muy buen humor según cuentan los memoriosos del caso, algo infrecuente en él, pero mientras caminaba por el living de su casa de La Plata se le acercó su hija Cecilia y le dijo al oído: "Parece que Conchita –apodo despectivo con que según él lo llamaban en la intimidad- se levantó temprano y se puso a trabajar". La frase empezó a rebotar en su mente y resultó letal. Se desplazaba a recortar la parra del patio, pero volvió sobre sus pasos y se dirigió a su dormitorio, buscó el rifle, lo cargó y salió presuroso y decidido a todo: apareció su esposa en el camino y le disparó dos veces. Luego continuó con su hija Cecilia y fueron tres tiros más, hasta que llegó su hermana Adriana y recibió dos balazos. La última en ser ejecutada fue su suegra, recién levantada y en camisón.
Dejó todo como estaba y se fue a visitar a sus amantes:primero vio a la vidente Pirucha Guastavino, quien no le prestó atención. Y terminó con Nilda Bono en un "hotel alojamiento", así se los llamaba por entonces a los albergues transitorios. A medianoche regresó a su hogar y llamó a la policía denunciando los crímenes. Pero a las 48 horas se quebró, confesó la autoría, y terminó condenado a reclusión perpetua. En 2008 fue beneficiado con arresto domiciliario por ser mayor de 70 años. En esos tiempos inició una relación amorosa con Berta André –a quien con maldad llamaba "Chochan"-, una maestra de profesión que visitaba a un familiar en prisión, y terminó encariñándose con él y compartiendo su departamento de la calle Vidal en Belgrano, lo que le sirvió al dentista para fijar domicilio, requisito indispensable para obtener su libertad
En el año 2014, el juez Raúl Dalto determinó como de peligro inminente la relación de la pareja, ya que "la señora de Ricardo", como la llamaban en el barrio, empezó a sufrir deterioro mental, falleciendo en 2015, por lo que a su "viudo" le revocaron la detención domiciliaria, y entonces fue a parar a la cárcel de Olmos hasta que a fin de ese año volvió a salir porque los jueces consideraron que su sentencia estaba cumplida. Desde ese entonces Barreda comenzó a deambular por donde pudo, la casa de un amigo en Tigre, un hospital de General Pacheco donde lo querían echar, hasta que se radicó en San Martín, vivía feliz compartiendo mediodías con sus amigos de la barra de "Chaca", hasta que su salud le volvió a jugar una mala pasada, y ahora su futuro más certero parece estar en un hogar de ancianos de PAMI.
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