Banquetes y cacería de yacarés: el imponente hotel construido en el 1900 para hospedar al jet set que terminó de la peor manera
Durante la inauguración de la Ciudad de Invierno en Corrientes, en 1913, hubo un festejo que contó con personalidades destacadas; sin embargo, lo que era un sueño terminó en abandonado en tan solo una temporada
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A orillas del Paraná, en la ciudad correntina de Empedrado, hace más de 100 años se inauguró uno de los hoteles más imponentes de América Latina. Conocido popularmente como Mansión de Invierno, el hotel Continental estaba destinado a ser un éxito: tenía cuatro pisos, medía 12.000 metros cuadrados, equipamiento con muebles de Europa, la decoración era un lujo y llegó a hospedar a las familias más acomodadas de la época. Pero el sueño duró sólo unos meses. La construcción fue dinamitada, y en la actualidad solo quedan ruinas cubiertas por la vegetación.
“Apostaron y perdieron”, sintetiza, a LA NACION, Jorge Deniri, presidente de la Junta de Historia de la Provincia de Corrientes y director del Archivo General de la Provincia de Corrientes, respecto de la iniciativa y añade que el proyecto “duró poco más de una temporada y quedó como una cosa muerta”.
Todo comenzó como un ambicioso plan. El objetivo era crear una ciudad de veraneo desde cero para la época de invierno, que estuviera equipada con todo lo necesario para entretener a los turistas. Al ambicioso emprendimiento se lo decidió llamar Ciudad de Invierno, y una parte clave del desarrollo inmobiliario era la edificación de un casino. Las expectativas eran transformar esos terrenos, que estaban a 60 kilómetros de la capital de la provincia, en la “Montecarlo de América Latina”.
La quita de impuestos a la iniciativa
Para que el emprendimiento fuera atractivo a los inversores, la administración de Corrientes decidió otorgar la eximición de impuestos durante 35 años al emprendimiento. El 7 de agosto de 1909, la Legislatura de la provincia autorizó a Andrés Demarchi, el ideólogo de la iniciativa, a “construir sobre la costa del río Paraná, en el territorio de la provincia, en terreno propio, una mansión de invierno”.
Con el objetivo de imitar los lujosos establecimientos de Europa, la provincia incitaba a construir un hotel con capacidad para 150 personas, que tuviera un salón de lectura, otro de conferencia y una sala de bailes. Además, la ciudad debía tener un muelle sobre el río con instalaciones para baños, un casino, un campo para juegos atléticos y de carreras, un teatro para obras y espectáculos y un edificio para escuela con capacidad para 100 alumnos. Asimismo, la ley establecía que en la Ciudad de Invierno debía instalarse servicio de luz eléctrica.
El Estado correntino estaba expectante ante el proyecto y detalló cómo se debía organizar la incipiente ciudad, cuánto mediría cada lote, de cuántos metros serían la calles y la cantidad de espacios públicos, como plazas, debería tener y el porcentaje que se entregaría a las arcas públicas por las utilidades producidas por el casino. En ese afán, el Gobierno exoneraba “de todo impuesto fiscal o municipal, creado o a crearse, por el término de la concesión”, que era de 35 años.
Adelantándose a lo que podía suceder y, como si fuera un mal presagio, la Legislatura provincial declaraba que en caso de un incumplimiento —o en caso de terminada la concesión—, los terrenos pasarían a ser parte del Estado, exceptuando el teatro, el casino y el hotel. A su vez, otorgaba a Demarchi el poder de transferir la concesión, con autorización del poder ejecutivo.
El entusiasmo de la sociedad ante el plan era latente. “El proyecto tiene las magnitudes de una villa aristocrática, que tendrá la virtud de las colonias prósperas, de atraer la población, con la diferencia de que no estará ella destinada al trabajo productor sino al descanso y al recreo de los hombres de negocio, que buscan el reposo en las estaciones invernales, al abrigo de los climas que como el nuestro es una primavera deliciosa, huyendo de las crudezas del clima del sur”, describió Benjamín Serrano en 1910.
Empedrado: la ciudad ideal
Ya estaba todo listo para iniciar el proyecto, solo restaba conseguir empresarios que se involucraran, y las condiciones eran seductoras. Entonces, Demarchi decide transferir los derechos a un grupo de inversores de la capital del país. El sueño de una ciudad de invierno estaba cada vez más cerca.
En 1911 el Gobierno Nacional aprobó a través del Boletín Oficial la creación de la sociedad anónima Ciudad de Invierno, que cuenta con 65 accionistas. La sociedad estaba integrada por Pedro Luro, María Unzué de Alvear, la familia Pereyra Iraola y los Blaquier, entre otras acaudaladas familias de la época.
Finalmente, eligieron el lugar donde emplazarían semejante proyecto y la sociedad compró 158 manzanas de un terreno que pertenecían a Bartolomé Lottero, en la ciudad de Empedrado. Además, se decidió hacer un módulo de venta para conseguir nuevos inversores. Según explica Jorge Deniri, 110 personas decidieron comprar lotes y chacras para acompañar el emprendimiento.
Empedrado tenía la geografía y el clima perfecto: la vegetación era selvática, estaba a la ribera del río y en invierno la temperatura era óptima, 16°. Esos puntos eran explotados por la sociedad, que colocaba publicidad de la Ciudad de Invierno en la revista Caras y Caretas y la describía de esta forma: “Clima ideal, temperatura suave y sin variantes bruscas ni de día ni de noche”. Incluso, comparaba la temperatura de Empedrado con las ciudades más lujosas del mundo como Venecia, San Remo, Cannes y Niza.
La Mansión de Invierno
El hotel constituía, sin lugar a dudas, el corazón del emprendimiento y fue edificado con todos los lujos. Había sido construido en la parte más alta del río Paraná y medía 12.000 metros cuadrados, según informa la publicidad de Caras y Caretas. Tenía cuatro pisos y dos subsuelos. Además, la capacidad para albergar a 150 personas y contaba con una sala de lectura y otra de conferencias. En la sala principal se destacaba una cúpula de bronce decorada con una araña de 312 luces. Para los materiales de la construcción, la decoración, los muebles y las porcelanas, los inversores eligieron artículos de París, Italia, Inglaterra, Francia y Bélgica.
Para entretener a los huéspedes había espacios de recreación, como un campo de golf y canchas de tenis, y la administración de la hostería organizaba excursiones de caza y pesca y paseos en botes y lanchas a nafta.
El hotel estaba conectado al casino, que contaba con 12 mesas de ruleta, mediante una especie de jardín de invierno que estaba rodeado de vitrales que iban del suelo al techo.
Según recuerdan vecinos de la zona en el documental Mansión de invierno se busca, no solo el hotel era fastuoso, sino que también lo era el parque, que tenía 20 hectáreas y estaba repleto de estatuas de mármol de Carrara. Incluso, los jardines del hotel habían sido diseñado por Carlos Thays.
Una temporada exitosa
A los edificios del hotel y el casino se sumaron un muelle con instalaciones balnearias, un salón de fiestas, una confitería, una escuela y dos edificios para seguridad policial y Prefectura. El proyecto tenía todo lo necesario para estrenarse y su inauguración fue un éxito contundente.
El 29 de junio de 1913, la Ciudad de Invierno abrió sus puertas en lo que supo ser un evento opulento y mencionado en los diarios de la época. La noticia fue cubierta por el diario LA NACION y la revista Caras y Caretas, con lujo de detalles.
A las 12 del mediodía, ante la mirada del gobernador de Corrientes, Juan Ramón Vidal, el ministro de Gobierno Evaristo Pérez Virasoro, otros ministros de la Provincia y personalidades destacadas de la época, se colocó la piedra fundamental de la Ciudad. Aunque era pleno invierno, la temperatura se sentía como primaveral y el aire del ambiente era de fiesta.
El discurso inaugural lo brindó Pedro Luro, quien resaltó “la necesidad de crear una ciudad de esta naturaleza por reclamarlo así el progreso general del país”. Una de las razones esgrimidas por Luro era la de “acabar con el tributo pagado al extranjero”, es decir que las familias no vacacionaran en el exterior, sino en el suelo nacional. En el alegato, Luro también describió las ventajas de alejarse de los centros urbanos durante los meses más fríos del año.
El discurso del emprendedor fue “calurosamente aplaudido”. Todo indicaba que el triunfo del proyecto era claro.
La fiesta de inauguración continuó con un paseo en lancha por el Paraná, donde los excursionistas pudieron apreciar el caudal del río y la flora local. Luego, hubo carrera de caballos y festejos populares. También se organizó una excursión para cazar yacarés, aunque ese día “los cazadores regresaron muy entrada la noche sin haber logrado cobrar una sola pieza”, según describe la crónica de LA NACION de 1913.
La jornada se completó con un banquete para 200 personas en honor al Gobernador.
Todo era tan perfecto, que el Gobernador decidió aplazar la vuelta a sus labores y, en vez de retirarse de la Ciudad de Invierno a la mañana siguiente, se quedó un día más.
El Hotel Continental se colmó de pasajeros que desde sus terrazas contemplaban el río Paraná. Para la atención de los huéspedes, la administración del hotel no había escatimado y había conseguido a los mejores empleados, que contaban con experiencia en hoteles internacionales. Los huéspedes eran atendidos por un hombre que había dirigido durante varios años en el Regina Hotel, de París y había sido chef durante 14 años del Garitón Hotel, de Londres. Por su parte, el maitre del hotel había trabajado en el Majestic Hotel, de París.
Ese año, la sociedad anónima La Ciudad de Invierno invirtió en publicidad en varios números de Caras y Caretas. Para hacer atractiva su visita, definía al hotel como “la residencia invernal más bella y agradable de Sudamérica”. A su vez, describía la geografía de la Ciudad: “El Paraná ofrece allí un espectáculo sin rival. Catorce islas de distintas dimensiones, cubiertas de bosques naturales, forman un archipiélago que se extiende desde el límite sur de los terrenos de la sociedad hasta el extremo norte del pintoresco pueblo de Empedrado. Contemplado desde la terraza del hotel, el paisaje queda grabado para siempre en la retina. Entre una isla y otra, el magnífico río describe curvas inmensas, formando brazos tan importantes que podría dar fama, cualquiera de ellos, a los más grandes ríos de Europa”.
En 1913, la aristocracia porteña decidió pasar el invierno en Corrientes y esa temporada, la Ciudad de Invierno se vio repleta de hombres, mujeres y niños que disfrutaban de sus instalaciones. Pero el sueño de una Ciudad de Invierno que trascendiera duró poco más de una temporada, y rápidamente la iniciativa cayó en desgracia.
Un hotel dinamitado
El fastuoso emprendimiento solo funcionó tres meses. Si bien muchos consideran que el fracaso de la Ciudad de Invierno se debe al advenimiento de la Primera Guerra Mundial, en 1914, Jorge Deniri explica a LA NACION que el fin del proyecto se debe a un tema impositivo, relacionado a la exoneración de impuestos de la que gozaban mediante la ley. “La Iglesia se metió, les cocinó el tema del juego y, al no tener la posibilidad de las apuestas, la empresa colapsó”, asegura y añade que la iniciativa se traslada a Mar del Plata donde sí tuvo un éxito duradero.
Ya sin las ventajas de la quita de impuestos en 1915, a través de un decreto presidencial, se deroga la autorización de funcionamiento de la Sociedad Anónima Ciudad de Invierno. Entre los motivos se enumera que la misma “se encuentra en la imposibilidad de cumplir los objetos para que fue creada”. Incluso, ese mismo años el Estado se encargó de seguir una causa para que la Sociedad anónima saldara su deuda con el fisco.
La Ciudad de Invierno fracasa rotundamente, y en 1917 336 hectáreas del emprendimiento son donadas al Gobierno correntino.
Cinco años más tarde comienza a rematarse el hotel, su cristalería, adornos y muebles, y el terreno fue comprado por el médico Ercilio Rodríguez.
En el remate se subastan mayólicas, puertas, tejas, azulejos, picaportes, mosaicos y vitrales. Muchos de ellos son comprados por los vecinos de Empedrado, por lo que hasta el día de hoy algunas casas de la zona ostentan las piezas del Hotel Continental.
A la situación se le sumaron los saqueos, que generan un estado de abandono aún mayor en el que supo ser el más imponente hotel de Sudamérica. “No quedó nada de eso. Las localidades cercanas están llenas de cosas que se dejaron ahí”; asegura Deniri, quien agrega que muchos habitantes de la zona hicieron canicas con los mármoles que revestían el hotel.
“Lo que pudieron llevarse, porque estaba construida con buenos materiales, se lo llevaron, pero el resto quedó ahí”, indica Deniri, quien cuenta que en 1924 se intentó realizar una Granja Experimental en ese terreno, pero que el proyecto también fracasó.
Incluso, aprovechando la construcción, en 1932 comienza a haber intenciones de constituir un leprosario en la mansión, pero por presión de los vecinos de la zona, no se lleva a cabo.
La mansión pasa de dueño a dueño, pero nadie logra hacerla funcionar. La decadencia se hace evidente cuando en 1943, como parte de una ejecución hipotecaria, se decidió dinamitar la edificación.
Los cuatro pisos y dos subsuelos fueron completamente devastados y del hotel solo quedaron ruinas.
En la actualidad, el terreno pertenece a un propietario privado y no se puede acceder. Sin embargo, algunas personas ingresaron de forma clandestina y fotografiaron lo que queda del ambicioso proyecto.
En las imágenes se pueden ver algunos vestigios de lo que fue la escalinata del hotel. Hay escombros, algunas paredes levantadas, arcadas y muros cubiertos completamente por la vegetación. “Lo invadió la jungla de nuevo”, completa Deniri.
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