El cubano Jorge Luis Valdés, responsable durante años del 95% de la cocaína que ingresaba a los Estados Unidos, decidió de un día para el otro cambiar su vida. Se convirtió en bestseller, asesor de la Casa Blanca y co-creó una fundación; “La guerra contra el narcotráfico está perdida”, dice
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Su cuerpo estaba paralizado; su mente, más inquieta que nunca. El joven Jorge Luis Valdés estaba de pie frente a los tres autos más lujosos de la concesionaria de Chevrolet de Miami: un Corvette descapotable rojo, uno amarillo y uno azul. Salvo por los colores, los automóviles eran idénticos. Pero pasaban las horas y él no lograba decidir cuál prefería.
-Me llevo los tres -dijo, finalmente.
Los pagó en efectivo, ese mismo día, y se marchó.
Sin siquiera tener la edad legal para poder comprar alcohol, Valdés ya era un jefe narco. A sus 20 años recién cumplidos, el joven de anteojos y brackets estaba a cargo del 95% de la cocaína que ingresaba a Estados Unidos. No solo llevaba las finanzas, también se ocupaba del pago de sobornos de aquel pequeño grupo que años más tarde el gobierno estadounidense denominaría “el Cartel de Medellín”.
Pero ese fue tan solo el comienzo. Dos años después, con 22, Valdés ya era todo un barón de la droga: movilizaba unos 700 kilos de cocaína por mes, sobornaba a funcionarios de alto rango, incluso presidentes, y ganaba unos 2 millones de dólares al mes. Todo eso sin el más mínimo temor a caer preso. “Aeropuerto al que aterrizábamos, aeropuerto que teníamos comprado. Desde que el avión salía de Colombia hasta que aterrizaba en algún lado, todos los espacios aéreos que cruzaba también los teníamos arreglados”, explica el ex narco a LA NACION .
Su historia como jefe narco, sus vínculos con el poder, sus años en prisión y su proceso de arrepentimiento y conversión al catolicismo se mantuvieron ocultos al mundo hasta 2018, cuando, como una manera de liberarse de ese pasado que lo agobiaba, Valdés publicó el libro autobiográfico Cerebro Narco (Logos), que se convirtió rápidamente en best seller. A partir de entonces, el hoy doctor (Phd) en Biblia y Ética y padre de seis hijos empezó a dar conferencias y a contar su vida. “Quería liberarme de este secreto y poner ese pasado atrás, aunque nunca lográs ponerlo del todo atrás”, cuenta a LA NACION desde Miami, donde vive una vida sencilla, despojado de todos los millones que supo tener.
De niño rico a adolescente pobre
La obsesión que Valdés desarrolló por el dinero solo se entiende cuando se conoce su infancia. Él y sus dos hermanos menores nacieron en Cuba en el seno de una de las familias más acaudaladas de la isla, pero debido a conflictos ideológicos y religiosos con el régimen castrista, sus padres decidieron migrar a los Estados Unidos. Su familia empezó así una nueva vida, completamente distinta. La abundancia a la que estaban acostumbrados fue instantáneamente reemplazada por la carencia absoluta. Jorge Luis, de entonces 10 años, pasó de vivir en una casa amplia y tener una habitación propia a compartir dormitorio con otras nueve personas. Al no saber inglés, su padre, que solía ser un exitoso empresario de La Habana, consiguió trabajo limpiando baños.
El mítico “sueño americano” era más inalcanzable de lo imaginado. José Luis comenzó a trabajar de adolescente para ayudar a mantener el hogar como jardinero y como repartidor de diarios. Al ser el mejor alumno de su clase, también empezó a vender exámenes y trabajos prácticos a sus compañeros. Lo que ganaba se lo entregaba a sus padres, y así la familia logró superar la línea de pobreza.
Valdés se graduó del secundario con el mejor promedio y con un objetivo muy claro: “Tenía todo planeado. Decía: voy a llegar a los 20 años, voy a trabajar dos o tres años, voy a ahorrar dinero para el colegio de leyes -porque en ese tiempo no había préstamos-, me voy a graduar y a los 30 años voy a ser millonario”, cuenta. Sin embargo, la fortuna le llegó mucho antes que a los 30, y no de la manera planeada.
-Eras el mejor alumno, el más aplicado. ¿Cómo pasaste a convertirte en un jefe narco, con tan solo 20 años?
-Es curioso. Yo vivía una vida muy sana. Trabajaba 40 horas a la semana en la Banca Federal americana y por las noches iba a la Universidad de Miami a estudiar. Jamás en la vida había usado drogas y el alcohol que había tomado en toda mi vida no cabía en una copa de café. O sea que lo único que sabía hacer era trabajar y estudiar. Un día, un profesor de la universidad me recomendó para llevar la contabilidad de un pequeño supermercado. Cuando llegué la primera vez, me encontré con una bolsa con 200.000 y pico de dólares. Estamos hablando del año ‘76. Hoy sería un millón y pico de dólares. Y pensé: ‘Es imposible que este negocio genere esta cantidad de dinero’. Un día les pedí explicaciones a los dueños y me dijeron: “Oh, nosotros somos narcotraficantes”.
-En ese momento, ¿dudó en involucrarse?
-En la vida a veces cruzamos líneas, muy finas, y cuando las cruzamos ya es muy difícil volver atrás. Como en esos tiempos no había leyes de lavado de dinero, pues dije: “Que cada uno haga lo que le de la gana. Yo soy contador, y, mientras me paguen para llevar la contabilidad, yo feliz”. Y de pronto me preguntaron si sabía cómo abrir cuentas extranjeras. Yo les dije que sí, porque trabajaba para la Banca Federal. Y así empecé, abriendo cuentas extranjeras en las Islas Caimán y en otros lugares. Y una cosa llevó a otra…Empezaron a pedirme que me hiciera cargo de todas sus operaciones en los Estados Unidos. Yo ni sabía lo que era eso, pero para quitármelos de encima, les dije: “Yo lo hago, pero las ganancias las repartimos en partes iguales”. Estaba seguro que iban a decir: “Está loco el niño este”. Y de pronto me dijeron que sí. En siete meses ya estaba encargado de todas las operaciones de los Estados Unidos. Creamos el imperio de la cocaína más grande. Este fue el grupo del que años después salió el Cartel de Medellín. En ese entonces, nuestro grupo no tenía ni nombre. Era básicamente cuatro empresarios, personas de negocios. Cada uno tenía, a la vez, otros negocios legales, compañías de construcción, aerolíneas. Era muy diferente a lo que se convirtió ese mundo después. Nuestros clientes eran solo de la alta sociedad americana: los ricos, los famosos. Ninguno de nosotros usaba droga. Pablo Escobar ya existía, pero todavía no era quien después iba a ser.
-¿Cómo era su relación con la política?
-Nosotros pagábamos un millón de dolares al mes de sobornos. Bajábamos senadores, poníamos presidentes. No es que íbamos y le decíamos al senador: “Oye, queremos sobornarte”. Pero siempre había un abogado o alguien que lo conocía y nos hacía de intermediario. Y, también, cuando tienes tanto dinero y poder, muchos llegan a ti. Pagamos un millón de dolares en el año ‘78 a la campaña presidencial del costarriqueño Luis Alberto Monge, a través de un íntimo amigo que teníamos, que era muy amigo de él.
Con este sistema y el arreglo de los espacios aéreos y aeropuertos, el grupo narco se creía impune. Pero, según Valdés, Dios tenía otros planes para él. Durante un viaje, en abril de 1979, el Queen Air en el que él viajaba, junto al piloto y al copiloto, se estrelló sobre la selva panameña. Un fallo en el alternador dejó al avión sin corriente eléctrica y los dos motores se apagaron en pleno vuelo. El avión cayó planeando desde unos mil metros de altura.
Valdés nunca perdió la conciencia. Atrapado entre los restos humeantes de la aeronave, el joven de 23 años tenía su prioridad muy clara: salvar la droga. “Saqué la cuenta. La merca se vendería a 4.5 millones de dólares en California. Prefería morir antes que perderla. Lo pensé en serio. Para ese entonces consideraba que mi vida no tenía ningún valor”, revive en su libro.
Pocas horas después del accidente, el único pasajero del vuelo fue interrogado por el Procurador General de la Nación. Pero tampoco entonces tuvo miedo. “Apenas vino, yo le dije: ‘Mira, no perdamos tiempo. Dime cuánto cuesta salir de aquí'. Y me dijo: ‘250 mil dólares’. Entonces yo le di un teléfono y un código y le dije que al otro día tendría el dinero. Y así fue. Entonces, les dije a los otros dos pilotos que no se preocuparan, que ya nos íbamos para la casa en dos días, que simplemente nos iban a llevar a la ciudad de Panamá y nos iban a dar unos golpes para hacer lucir bien la cosa. Pero cuando llegamos a la ciudad, nos encerraron en un salón con sillas contra la pared. Nos sentamos. Y ahí trajeron a un muchachito que habían encontrado con marihuana y lo violaron frente a nosotros. Fue horroroso. Los pilotos se asustaron tanto que no solo confesaron que yo era el narcotraficante más grande de los Estados Unidos, sino, también, que yo acababa de sobornar al Procurador General de la Nación”, recuerda Valdés, por videollamada.
“Decidí alejarme”
Muchos criminales suelen arrepentirse de sus actos, o al menos mostrarse arrepentidos, una vez que se los encierra en una celda. Pero ese no fue el caso de Valdés. La primera vez que salió de la cárcel, luego de cumplir con su condena de cinco años, volvió al narcotráfico
“Mi primera experiencia en la cárcel fue muy divertida. Tenía dinero, era joven, tenía poder. Es más, hasta tenía una mujer, una chica que trabajaba en la prisión. Cuando salí, en el ‘84, volví a la misma vida que antes. Pero me di cuenta de que ese mundo ya había cambiado. Había empezado la violencia, habían aparecido derivados de la cocaína como el crack, que estaba matando personas. Y basado a eso decidí alejarme. Cuando me alejé, me mudé a un rancho muy bonito que tenía. Y si, claro, vivía una vida de lujo”, recuerda Valdés.
Ya no se dedicaba a las drogas, pero aún vivía de los millones que había ganado durante sus años en el negocio. Su capacidad autocrítica era nula, hasta que conoció a Tim Brooks, su profesor de karate. “Él plantó una semilla en mi corazón, me enseñó que había otro mundo. Él era un hombre muy católico y yo era 100% ateo. La manera de él de convertirme fue la manera más efectiva, porque no me decía: ‘acepta a Jesucristo y cambia tu vida’. Sino que me convirtió con su ejemplo, en un proceso de tres años. Yo al principio pensaba que él vivía en un mundo muy pequeño y yo en uno muy grande, con mujeres, lujos, dinero. No podía entender cómo era que él era feliz y yo no”, recuerda.
El ex narco destaca entre sus recuerdos la primera vez que su profesor lo invitó a comer a su casa. “¡Vivía en una casita que era más pequeña que la casa de huéspedes mía! Ese día conocí a su esposa, con la que llevaba veintipico de años casado. Ella tenía 44 años y él me decía lo enamorado que estaba. Yo pensaba que estaba loco, que era imposible. ¿Cómo va a estar enamorado de esta vieja?. Esa era la manera en la que yo veía el mundo en ese momento. Porque ahora sí la veo como una mujer muy bella -se ríe- y gracias a Dios acabo de celebrar mi 25 aniversario”, cuenta.
Nuevamente en prisión: la experiencia que lo cambió todo
Luego de cuatro años en libertad, Valdés volvió a ingresar a la cárcel por otros cinco años más tras resolverse otra causa relacionada a su vida pasada como narcotraficante. Pero esta vez su experiencia fue totalmente diferente. “Entré a la prisión ya sin un centavo, porque le entregué 60 millones de dolares al Gobierno. Fue en esos cinco años que empecé a encontrar significado a mi vida. Yo siempre había estado enfocado en ver lo que el mundo tenía para ofrecerme a mí. Pero, cuando nadie te ofrece nada, cuando ya no eres nadie, entonces te das cuenta que tienes que cambiar el enfoque y pensar cómo puedo hacer yo para ayudar a que otros no cometan los errores que yo cometí.
-¿Por qué fueron tan importantes esos segundos cinco años de prisión?
-Porque vi la oportunidad de estar encerrado como un privilegio. Tenía casa, comida, vestuario y la posibilidad de estudiar. Los presos siempre dicen: ‘Si duermes 12 horas al día, duermes la mitad de tu sentencia’. Y yo pensaba: si duermes 12 horas, ¡pierdes la mitad de tu vida! Decidí que iba a empezar a estudiar porque dije: ‘el día que yo salga de esta prisión, voy a salir siendo una persona diferente a la que entró'. Estudié la Biblia y después una maestría. Mis cuatro hijos me venían a visitar seguido, los traía mi hermano.
Al salir en libertad, en 1995, Valdés gozó, al menos durante algunos años, del anonimato. Logró armar una nueva vida: se mudó a Chicago e hizo un doctorado en Ética y Biblia en la Universidad de Loyola. Luego, cumplió su sueño de ser profesor, como parte del cuerpo docente de la Universidad de Chicago. En esa institución, conoció a Sujey, que en ese entonces era estudiante de Teología, con quien se casó y tuvo dos hijos más. La familia luego se mudó a Georgia para vivir cerca de los otros hijos de Valdés. En su nuevo hogar, Valdés y su esposa fundaron una empresa de limpieza y restauración. Empezaron en el garaje de su casa y, a los 10 años, afirma él, el emprendimiento ya se había convertido en una compañía importante.
-Si vivías en el anonimato y lo disfrutabas, ¿Por qué decidiste escribir el libro?
-Es interesante. La verdad es que yo no quería contar mi historia. No existía Google, por lo tanto, no pensaba que la gente iba a enterarse de quien era o había sido. Simplemente quería ser un ciudadano más. Desafortunadamente, tenía esta ex esposa que cada vez que quería algo me amenazaba: “Si no me das esto, le voy a decir a la Universidad quien eres. Le voy a decir a tus hijos quien eres. Y tanto me amenazaba que un día dije: “Basta: soy yo quien le va a contar al mundo mi historia. Para mí fue liberador contar. Decidí escribir el libro, primero, porque quería liberarme de ese secreto y poner ese pasado atrás, aunque nunca lográs ponerlo del todo atrás. Y segundo, para dejarle saber a mis hijos y al mundo de que todos podemos reinventarnos. Yo estoy muy arrepentido y soy muy consciente de que no hay nada que yo pueda hacer hoy para borrar el mal que hice. Existió, pasó, y ahora lo importante es no vivir en el pasado. No se puede hacer nada para borrar las decisiones del pasado, pero uno siempre tiene la posibilidad de cambiar su vida”.
-Vos decís que la guerra contra el narcotráfico está perdida, ¿por qué?
-Mira, el narcotráfico nunca se va a acabar. La “guerra contra la droga” es la cosa más estúpida del mundo. Hay que tener leyes y hay que impulsar leyes, sí, pero en verdad lo que nosotros llamamos la guerra contra el narcotráfico está perdida. Mientras haya una demanda, mientras haya un consumidor, va a haber un proveedor. Esto siempre fue así. La gente pensaba que cuando Pablo Escobar fuera asesinado se acabaría la droga. Lo mismo con el Chapo en México. Se mata a uno, o lo meten en prisión, y aparece uno peor. La política es corrupta. Nosotros sobornábamos senadores, policías, hasta pagábamos campañas de presidentes. Entonces, Para mí el enfoque y mi asesoría en la Casa Blanca no era en sobre cómo frenar el tráfico de drogas, porque es imposible, sino simplemente orientar a la juventud, ayudarlos a encontrar un camino para que el día que tengan la tentación a la droga, sepan decirle que no. La manera de parar el trafico de drogas es enfocarse en el consumo, en la demanda, no en la oferta.
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