Bailando por el sueño que nunca llega
A los 19, Serguéi Polunin llegó a ser la estrella del Royal Ballet de Londres. Pero, poco después, su carrera se desmoronó entre excesos y el desapego por la disciplina. Un documental de la BBC retrata la increíble vida de un prodigio librado a su suerte
Corre el año 2012. Las luces del estudio de televisión iluminan un pesado telón de terciopelo que se abre para darle paso a Serguéi Polunin. El ucraniano de 22 años, que con sólo 19 logró ser el bailarín principal más joven en la historia del Royal Ballet de Londres, ahora está dando saltos y piruetas frente al jurado de la versión rusa de Bailando por un sueño. Cuando termina su número acepta los aplausos y espera el veredicto enfundado en una peculiar malla a rombos, con el pelo engominado de purpurina azul. Las sonrisas de los cinco jueces –Pachanos y Alfanos con rasgos eslavos– apenas se mueven para anunciar un unánime 10. El nombre de Polunin no le resulta familiar al público del estudio, que suelta una pequeña ovación cuando la conductora del reality revela que “Serguéi es famoso en Europa”. Su fama en el Viejo Continente es absolutamente cierta, pero es también un animal de dos cabezas. La primera cobró forma tras su llegada a Londres y fue reflejada en titulares como El niño maravilla del ballet, El rompecorazones, El nuevo Baryshnikov… La otra, mucho menos agradable, fue construida desde las incendiarias páginas de los tabloides británicos: El chico malo que toma cocaína para bailar, El adicto a los tatutajes, El genio depresivo y otros bombazos por el estilo.
¿Qué pasó entre unos titulares y otros? ¿Qué provocó que uno de los mayores talentos que la danza ha dado en décadas decidiera arruinar voluntariamente su destino de gloria? ¿Qué lo hizo saltar del Olimpo del Royal Ballet al infierno de los realities rusos? Las respuestas están en Dancer, un documental sobre la vida de Polunin estrenado hace un par de semanas, que el director y productor estadounidense Steven Cantor, atraído por la apasionante vida del bailarín, comenzó a planear hace cinco años. “Empezamos muy despacio –cuenta Cantor a La Nación revista–. Tenía que ganarme su confianza porque él había tenido una experiencia muy mala con la prensa. A veces charlábamos, a veces filmábamos y en otras ocasiones nos íbamos simplemente a comer una hamburguesa juntos sin una cámara presente. Al tiempo la confianza apareció.”
Serguéi Polunin nació en Kherson, Ucrania, el 20 de noviembre de 1989. “Recuerdo que después del parto la enfermera vino a chequear sus articulaciones. Y cuando le abrió sus piernas, ellas se seguían abriendo y abriendo. La enfermera se asustó, no se esperaba eso. Era flexible desde nacimiento”, recuerda su madre, Galina Polunina, en el documental.
La vida en Kherson era de una gran austeridad y pobreza, por lo cual Galina siempre tuvo en mente un plan mayor para su hijo. Como era tradición en esta ciudad, que conserva intactos sus aires soviéticos, a la edad de los tres años lo inscribió en gimnasia artística. Una vez allí, los profesores evaluaban cuáles eran las condiciones de cada niño en particular y les indicaban los pasos a seguir. Pero sin esperar la opinión de nadie, Galina tuvo un presentimiento: la vida de Serguéi debía ser la danza clásica. El pequeño comenzó a estudiar ballet en la escuela de Kherson, donde rápidamente se destacó por su flexibilidad, su gracia y su fuerza. Pronto la escuela le quedó chica y ya no hubo nada más que hacer en aquella ciudad fría y gris.
La única alternativa era llevarlo a la Escuela Coreográfica de Kiev, la más renombrada del país. Sin embargo, los estudios ahí eran costosos y la familia de Serguéi no podía pagarlos. “Para poder mandarlo a Kiev, con su abuela nos sorteamos a ver quién iría a qué país a trabajar”, cuenta Vladimir Polunin, padre de Serguéi en Dancer. “Yo fui a Portugal a ser jardinero, y la abuela de Serguéi fue a Grecia a cuidar de una anciana”.
Todo el dinero que juntaban era enviado a Galina, la madre de Serguéi, quien se había instalado con el niño en Kiev para que cumpliera con sus estudios.
En el documental, Serguéi evoca esa época como el fin de su infancia: “Yo tenía 9 años cuando me fui a Kiev. Mi mamá vino conmigo, mi papá se fue a trabajar a Portugal y mi abuela a Grecia. Fue ahí cuando supe que la diversión se había acabado. Mi vida en Kiev era ballet por la mañana, clases académicas por la tarde y ballet a la noche. Cuando llegaba a casa mi mamá me hacía estirar por horas frente al televisor. Trataba de dar lo mejor, porque sabía que mi familia estaba separada por mí”.
A los 12 años, Polunin ya era por lejos el mejor bailarín de su clase y su madre no tardó en tener el segundo presentimiento de su vida: quería que llegara a la cima y se dio cuenta de que lo mejor, para eso, era que estudiara afuera. Así que hizo unos videos, unas fotos y mandó su ficha de inscripción para que lo aceptaran en la escuela del Royal Ballet de Londres.
El 3 de enero de 2003 llegó una carta desde Inglaterra. La escuela aceptaba que Serguéi Polunin se presentara a una audición en el Royal Ballet.
Nace una estrella
Ese mismo año, Galina y Serguéi tomaron un vuelo a Londres para llegar a la audición. A las pocas semanas, los notificaron de que el niño había sido aceptado para formarse en la prestigiosa escuela de la capital inglesa. “Cuando nos enteramos de que lo habían aceptado yo estaba muy feliz”, recuerda Galina. “Pero pronto comenzaron las complicaciones con mi visa. Me podría haber quedado ilegalmente, pero eso podía comprometer la legalidad de los documentos de Serguéi. Él no sabía una palabra de inglés. Fue muy difícil dejarlo e irme. Ese fue mi último sacrificio.”
Una vez ahí, solo, sin conocimiento del idioma y con 13 años Serguéi Polunin dio lo mejor de sí. Tomaba el doble de clases que el resto de sus compañeros y –al ver sus increíbles condiciones– la escuela lo adelantó tres años en sus estudios. “Me esforcé como nunca porque sabía que esa era mi oportunidad para volver a unir a mi familia. Y sabía que si lo hacía mal me devolverían a casa”, confiesa Serguéi.
El esfuerzo dio sus frutos, y en junio de 2010 (a sus 19) se convirtió en el bailarín principal más joven en la historia del Royal Ballet. Los medios lo amaban e idolatraban, los amantes del ballet compraban tickets con dos años de anticipación para verlo bailar. Cada vez que se subía al escenario las miradas no podían despegarse de él: sus saltos altísimos, casi acrobáticos, cada músculo de su cuerpo perfectamente formado y unos ojos azules enormes, magnéticos. Lo apodaron el chico maravilla, lo llamaron el nuevo Baryshnikov, el rompecorazones, el James Dean de la danza.
Por fuera todo era perfecto, color de rosas. Pero por dentro, el niño que Serguéi había sido se caía a pedazos. Un año después de su llegada a Londres, su madre lo llamó para anunciarle que se estaba divorciando de su padre. Ese momento fue un antes y un después en la vida del joven bailarín. “Mi mamá me llamó por teléfono y me dijo que se estaban divorciando. Yo estaba muy enojado con ella. Para mí una de las cosas más importantes es la familia, y bailando yo creía que los iba a unir. Pero no lo logré, no logré que las cosas estuvieran bien. Y me enojé mucho. Entonces me dije a mí mismo que nunca más iba a sufrir, que no iba a extrañar a nadie y que no quería recuerdos de nada. Y esa fue la última vez que lloré en años”, revela en el documental.
Una vez rota su familia, Serguéi comenzó a perder el eje: ¿cuál era el sentido de todo eso? ¿Cuál era el fin de tanto sacrificio? Hacía años que no veía a su padre, y ahora no quería que su madre fuera a verlo porque estaba enojado con ella. La rutina se le volvió tediosa y los medios no tardaron en desplegar sus artilugios carroñeros. Los grandes titulares hacían foco en la desidia del bailarín, en sus polémicos tuits donde anunciaba que se iba de fiesta y que no dormía, en el uso de drogas como la cocaína, en la depresión, en la adicción a los tatuajes que día a día iban cubriendo su escultural cuerpo, en las heridas que se infligía a sí mismo para apagar el dolor.
Un día fue al ensayo, como todos los días, pero no salió bien. Se sentó y tomó la decisión.
El 24 de enero de 2012, Serguéi Polunin renunció oficialmente al Royal Ballet de Londres con efecto inmediato. ¿Qué fue lo que lo hartó del ballet? Según Cantor: “Creo que repetir los mismos papeles una y otra vez a lo largo de los años. Él creía que ser el principal del Royal Ballet era llegar al éxito. Y luego se dio cuenta de que no estaba en la televisión ni en las películas, y que no tenía fama por fuera del mundo del ballet. Todo lo que hacía era ensayar, tomar clases, actuar. Creo que se cansó de eso, y tenía sólo 22 años”.
SOY LO QUE SOY
Una vez fuera del Royal Ballet, Serguéi debía decidir qué rumbo tomar. Tenía 22 años y era un eximio bailarín, pero luego del escándalo armado por los medios ya ninguna compañía en toda Europa ni Estados Unidos lo quería dentro de su cuerpo de baile.
Contra su voluntad, Serguéi decidió volver a Rusia donde rápidamente se dio cuenta de que las diferencias entre el mundo occidental y oriental no eran simples habladurías. Aquel niño prodigio y estrella mimada de Europa ahora tenía que volver a hacer su nombre de cero. Fue así que terminó participando en el reality show de talentos Big Ballet, del cual salió ganador ese mismo año.
En el verano de 2012, fue invitado a Rusia por el famoso bailarín y director artístico de dos teatros rusos Igor Zelensky, y se convirtió en bailarín principal en el Teatro Musical Académico de Stanislavski y Nemirovich-Danchenko de Moscú y el Teatro de Ópera y Ballet de Novosibirsk. Igor se transformó en guía espiritual y figura paterna, y le dio consejos sobre sus pasos a seguir y su futuro.
Durante un tiempo pudo disfrutar la novedad: una ciudad nueva, un ballet distinto, coreografías desconocidas. Pero pronto las sensaciones de ahogo regresaron: “Después de un tiempo volvió a sentirse todo como en Londres, muy repetitivo –se confiesa en Dancer–. Me molestaba tener que bailar por bailar. Tener que hacer algo sólo porque uno es bueno en eso. Después de las funciones, cuando me dolía todo el cuerpo me preguntaba: ¿por qué hago esto? Muchas veces querés saltearte un día, pero no podés porque quedás más duro y contracturado. Te sentís un prisionero de tu cuerpo, de tu impulso por bailar”.
Ese mismo año conoció a Steven Cantor, que le propuso filmar un documental sobre su vida. Fue así que en 2012 comenzó el proyecto de Dancer, el film recientemente estrenado en todo el Reino Unido. “Es lo opuesto a lo que esperás –describe el realizador a La Nación revista. Y creo que eso lo hace muy interesante. Muchos lo comparan con James Dean. Cuando hacíamos la película empezamos a ver a otros bailarines como para tener una idea más clara del ballet, de qué es bailar bien y qué no. Y luego de ver todo eso te das cuenta de lo único que es Serguéi. Sus saltos, su carisma, su presencia en el escenario...”
En medio de las filmaciones y de sus presentaciones en Rusia, Polunin tomó quizás una de las decisiones más importantes de su vida: dejaría el ballet para siempre. No quiso hacerlo sin antes despedirse de una manera digna y tuvo la idea de hacer un video de su último baile. Para eso recurrió a su amigo coreógrafo Jade Hale-Christofi y al reconocido fotógrafo David LaChapelle. El resultado fue un magnífico video de cuatro minutos al son del tema Take me to church de Hozier, en el que Serguéi baila dentro de una iglesia abandonada en la isla de Maui, en Hawai. La exquisita coreografía se convierte en un poema donde Polunin expresa desde lo más profundo de su cuerpo su sentimiento de desarraigo, pasión y despedida.
El video fue subido a YouTube en febrero de 2015 y, una vez más, los acontecimientos torcieron el destino del bailarín: tuvo más de 18 millones de reproducciones, los medios publicaron decenas de notas hablando maravillas del baile del ucraniano, mujeres, adultos y niños de todo el mundo comenzaron a subir sus propios videos caseros bailando, demostrando cómo esa danza tan espectacular y sentida los había empujado a perseguir su pasión por el ballet.
Gracias al éxito del video, Serguéi aceptó una invitación del prestigioso coreógrafo Jerome Robbins para bailar en Moscú y fue en esa función cuando sus padres fueron a verlo bailar por primera vez.
Hoy Polunin volvió a apasionarse por la danza, pero con una mirada mucho más amplia. “Lo que liberó mi mente fue entender que lo que yo quiero es ser un artista. Como artista, uno tiene libertad para no encasillarse en una sola cosa. Un día puedo bailar, otro día puedo filmar una película, o hacer una producción de fotos. Estás en un nivel diferente, absorbés todo a tu alrededor. Me siento como un niño de nuevo”, dijo hace unos meses al sitio Interview Magazine.
Entre sus numerosos proyectos, sigue bailando como invitado en diferentes ballets del mundo, comenzó a actuar en películas (ya participó en pequeños papeles en los films Red Sparrow, junto a Jennifer Lawrence, y Murder on the Orient Express, con Johnny Depp, dos películas que se estrenarán este año) y fundó su compañía personal llamada Proyecto Polunin, que tiene como finalidad incentivar el desarrollo de nuevos bailarines de manera independiente.
Aunque Serguéi es huidizo en dar respuestas determinantes o absolutas, sus ojos aún no se liberan de la magia de su primera gran pasión. “Cuando saltás y tu cuerpo está en el aire, hay unos segundos en los cuales bailar vale la pena. Eso es lo que soy.”