Azul profundo
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. Está bien, Gustavo Adolfo, hay pupilas más o menos azules clavándose por el mundo. Pero ¿se han preguntado alguna vez por qué el color azul es relativamente raro en la naturaleza? Podemos encontrar alguna mariposa, algún pájaro, algunas flores azules…, pero no suelen ser la regla. Y no me vengan con el helado gusto crema del cielo, que es una aberración difícil de justificar.
Los colores se producen de acuerdo con los pigmentos de los organismos. Pero en muchos casos, estos pigmentos tienen que ver con la alimentación: allí están los flamencos, esas tristes aves grises… hasta que comen camarones que les dan el color rosa que buscamos en todo zoológico que se precie.
Aun así, el caso del azul tiende a ser diferente a la simple expresión de un pigmento. Por ejemplo, el color que vemos en las alas de algunas aves se relaciona con la manera en que las plumas dispersan la luz, de manera que se refleje principalmente el azul. Las mariposas azuladas deben su coloración a un proceso llamado interferencia lumínica, causada por las estructuras microscópicas de sus alas (que, de paso, al ser más o menos impermeables, mantienen el color aun bajo la lluvia).
¿Y las flores, favoritas de los poetas y los enamorados? Pues bien: menos del 10 por ciento de las alrededor de 300.000 especies de plantas con flor tienen ese color. Y en muchas ocasiones, el azul profundo que vemos en la florería se debe a un colorante artificial. El asunto es que tampoco hay un pigmento azul en las plantas, sino que aprovechan el rojo de las antocianinas (un pigmento bastante común en la botánica) y lo modifican con alguna reacción química para azularse. Claro que la ingeniería genética promete introducir genes de pigmentos azules en otras plantas para lograr el sueño de la rosa color del cielo.
Aun así, el color azul es algo que nos identifica en el universo: basta recordar el punto azul pálido que emocionaba a Carl Sagan viendo fotografías de la Tierra desde el espacio.
Tan intenso es este color que en el siglo XVIII hasta se ha desarrolló un "cianómetro", un invento del suizo Horace de Saussure para medir la azulidad del cielo (y que, convengamos, se parece bastante a esas tiras con las que evaluamos las pinturas para las paredes de nuestras casas). Se dice que lo usó bastante Alexander von Humboldt, embelesado ante los cielos sudamericanos.
Muchos pensadores le dedicaron largas páginas, empezando por el mismísimo Johann Wolgang von Goethe en su famosa Teoría de los Colores, que buscaba relacionar los tonos con las emociones. Una de sus observaciones es que a lo largo de toda La Ilíada y La Odisea no existe el término azul: el cielo puede ser hierro o bronce, el mar oscuro, borravino, gris, púrpura, pero nunca azul. El término kyanos, que en la actualidad significa azul, es en las epopeyas de Homero un adjetivo que corresponde a oscuro, sombrío. Héctor, el héroe troyano, tenía el pelo kyanos, y no parece sensato interpretar que los héroes troyanos se tiñeran el pelo de azul como algún punk de Londres en los años ochenta. En otras palabras, el azul parece ser un invento bastante moderno. El pintor Kandinsky, por su parte, en De lo espiritual en el arte, afirma que el azul simboliza la profundidad, el cielo o el descanso sobrenatural.
En su bellísimo blog, Maria Popova nos recuerda que el escritor Vladimir Nabokov definía los colores alfabéticamente, y así, para el azul, podía pasar del x del acero al nuboso z o al arándano k. Es que hay azules para todos los gustos, aunque sobre todo nos pone melancólicos: allí están, como buenos ejemplos el Kind of Blue de Miles Davis, o el azulado de Gustavo Cerati. Hagamos, entonces, una poética de los colores, con un altar para el azul que tanto le ha costado a la evolución.
En definitiva, ¿qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú.