Ezequiel Gignone está flaco y barbudo, como Forrest Gump en su momento más extremo. Desde hace dos años, su objetivo es dar la vuelta al mundo. No le está yendo mal: ya superó los nueve mil kilómetros.
Catamarqueño radicado en Ecuador, un día decidió cambiar el rumbo de su vida. Reformó la bici, fabricó alforjas y abandonó el sedentarismo. El 1 de septiembre de 2017 salió de Quito en una casa con ruedas, carpa, luces, dos bolsas de dormir y una cocina móvil. "Hoy decido dejar todo: mi confort, mi negocio, mi trabajo y mis cosas, para emprender un viaje por el mundo y uno hacia mi interior", escribió en su página, Pedaleando por el Mundo. En ese trayecto de dos planos –donde también se adivina una historia que busca dejar atrás– ya atravesó Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina. El plan original era llegar a Brasil. Pero a medida que avanzaba, las respuestas lo sorprendían. El apoyo era total: elogios, pedidos, consultas. Se había convertido en un modelo.
LUGARES lo encuentra en El Sosneado (Mendoza), sobre el kilómetro 3.000 de la RN 40. Quería llegar antes, pero un viento en contra, cruzado y feroz, lo obligó a empujarse a 3 km/h para no caer. Dentro de una canasta especialmente adaptada viaja Mancha, estoico como un centinela: su perro callejero petiso, té con leche y con una mancha rosada en la nariz, que Ezequiel rescató en el centro histórico de Quito. Este mediodía, en un alto de un parador rutero, juega con un salchicha y un ovejero.
Mientras su compañero posa ante las miradas de los turistas, Ezequiel avanza en el relato de su historia, pero no deja afuera su estrategia de supervivencia: la venta de fotos impresas ($100 cada una) y calcomanías (a voluntad) para la alimentación de ambos y los arreglos de la bici. Muestra escenas felices en cordilleras, desiertos, túneles y cañones sudamericanos. "A veces, no como porque no tengo suficiente, o porque estoy «dele, dele, dele»", dice para encender las alarmas de sus seres queridos, aunque enseguida aclara: "Soy de contextura flaca, pero eso no me da ningún impedimento. Los dos estamos bien de salud".
En tramos que llegan a los 80 kilómetros diarios, su cabeza va en otra frecuencia. "El tiempo pasa a segundo plano", plantea. Todo es instante, sin pasado ni futuro. Entonces disfruta. "Viajar solo te vuelve muy seguro. Conocés tus límites, decidís dónde dormir, si seguís o te quedás. Y todos los días te cruzás con alguien. Salvo que quieras perderte, como he hecho varias veces". A medida que pasan los meses, la improvisación parece imponerse sobre el método. "Calculo todo en el momento. No tengo preocupaciones sobre el camino. Ya pasó esa etapa". Suele dejar la ruta para conocer pueblos y comunidades que, como él, están afuera de los mapas oficiales. Dice que siempre lo reciben con los brazos abiertos.
Envuelto en un clima áspero y frío, pero esta vez con viento a favor, Ezequiel intensifica el rumbo sur por la 40, directo hacia Ushuaia. Después de cruzar a Chile, Uruguay y Brasil, buscará hacer dedo en algún puerto para subirse a un velero, con perro y bici. "Siempre estás encontrándote con viajeros del palo", explica. También hay páginas donde los capitanes ofrecen traslados a cambio de trabajo o voluntariado. Una vez que llegue al Viejo Continente, el proyecto de la vuelta al mundo se volverá una realidad tangible. Sin objetivos que lo limiten ni fechas que lo apuren. "Cada acción me llevó a lo que soy, a lo que quiero y a lo que voy a hacer", escribe en su diario. "Por eso digo que no hay principio ni final".