* Testimonio y fotos de Henry von Wartenberg
"Las fotos no se buscan: van apareciendo. Podés pasarte la vida buscando una foto y no encontrarla. En esas dos semanas en Tierra del Fuego, el día que más caminé, fueron 16 kilómetros. El que menos, cinco kilómetros, pero en medio de una tormenta desesperante. Parecía que el cielo se me iba a caer encima. Uno de los lugareños me dijo que en 10 años no había visto nada igual. La tarde que encontré al padrillo ya había caminado mucho."
"Trabajé durante 12 años en la revista Gente. Debía ser el año 93 o 94. Amira Yoma estaba de moda por sus quilombos con la Justicia y en Gente teníamos que hacer guardia para sacarle una foto. Guardias larguísimas. Un plomo estar parado en una esquina durante horas, días, semanas. La vida se te iba ahí. Esperando que apareciera Amira Yoma, un fulano que se había puesto de novio o una mengana que no sé qué había hecho, los personajes del momento.
Me pasé días y días esperándola. Disfrazado de mendigo, de lo que te puedas imaginar. Y, de repente, Amira aparecía y yo no le podía sacar la foto porque estaba distraído con otra cosa. Con alguien que pasaba o que estaba haciendo algo. Me gusta mucho sacarle fotos a la gente. Me gusta mucho mirar a la gente. Cuando me preguntan de qué trabajo digo: de mirar a la gente. Después aclaro. Porque así solo suena un poco raro."
"Con las fotos que saqué mientras esperaba otra cosa hice una muestra. La llamé La otra gente. Tengo una gran experiencia en ese tipo de fotos. Es el tipo de fotos que me gusta. "¡Uh, mirá eso!" y lo otro se me escapa. Pero la gimnasia de estar atento a las posibilidades, a lo que puede surgir, fue ayudándome a entrenar el ojo. Cuando encontraba algo, lo exprimía un poco".
El caminante
"Dependiendo del terreno y del clima, en Tierra del Fuego caminé unas 10 horas por día. En total, 150 kilómetros en dos semanas. Ese día ya había caminado mucho.
Tenía que ir a buscar a mis amigos Luciano Morandi y Diego Rosón, que se habían quedado empantanados con los cuatriciclos. Luis Andrade, un paisano que tiene estancia en la zona, me dijo de prestarme un caballo. Me dolían mucho las piernas, así que acepté y fuimos. Siempre con la cámara encima.
Estando en Mongolia pensé: qué genial sería caminar por Argentina sin nada que me detenga, que me impida avanzar, campo abierto.
Yo sabía que el lugar estaba lleno de caballos salvajes. Los caballos me encantan para fotografiar. En Francia, jugué al polo dos años. Ahí vi al padrillo, que apareció entre los pastos.
Me preguntarás qué tiene que ver Amira Yoma con el padrillo. Hay cosas que aparentemente están desconectadas hasta que llega uno y las une. Es uno el que hace de nexo. Acá, frente a mí, el padrillo. Los padrillos tienen otro carácter, otras hormonas, otra adrenalina, y yo iba en una yegua. No sé si te dije que estudié veterinaria. Me crié en el campo, en Tandil. Al final no me recibí. Una de las razones fue esa. La fotografía empezó a tener cada vez más fuerza dentro de mí y me dije: "¿Para qué voy a seguir con lo otro?".
A los 5 o 6 años ya jugaba a abrir y cerrar los ojos, pestañear lo más rápido posible y, luego, los dejaba cerrados y trataba de quedarme pensando en alguna de las imágenes que había visto. La volvía a armar. La rehacía. En algún momento pensé que sería interesante poder congelar esa imagen. Por suerte, en esa época ya se habían inventado las cámaras. A los 15 años tuve la primera. A partir de ahí, la fotografía fue un hobby que después se transformó en una manera de vivir".
"El padrillo y yo arriba de la yegua. Me olvidé de mis amigos, de sus cuatriciclos empantanados y de Luis, que siguió solo a caballo.
Debo haber estado una hora. Más allá de estar atento a la oportunidad, cuando sucede, no hay que dejarla pasar. El tiempo pasa a otro plano. Deja de importarte".
En Islandia fue así. Viajé con un amigo chef, gran ciclista. Todos los años se toma tres meses sabáticos y se va a recorrer distintos lugares en bicicleta. Se iba dos meses a recorrer Europa. Me comentó que iba a Islandia. Le dije que me interesaba mucho: desde hacía tiempo lo tenía en mi radar fotográfico. Me dijo: "¡Vamos!". "Vamos", le dije. "Lo único que tenés que tener en cuenta es que yo voy a ir parando para sacar fotos".
"Paremos, pero no tanto". Le respondí que lo negociábamos en el camino. Y fuimos. Si bien traté de parar lo menos posible para no frenar el viaje, hubo un día puntual, que quizá fue demasiado. El único día en que nos peleamos.
Lo vi parar adelante. Se dio vuelta y me gritó: "¡Basta! ¡Paraste 50 veces en un kilómetro!". Estaba sacado. "¿No ves lo que pasa?", le dije. "No, no veo". Me parecía estúpido que no lo viera. La luz. Por estar en el Mar del Norte, las tormentas de Islandia son dramáticas. Las nubes grises gruesas, el sol colándose en rayos oblicuos. El vacío iluminado.
Y eso cambiando todo el tiempo. En 10 kilómetros, cada 100 metros había una foto distinta. Cada vez que miraba, era otra cosa. Una cosa distinta a la anterior, pero igual de sorprendente. Y yo frenaba a hacer una foto nueva. Y él: "¡Acabás de hacer la misma foto!". "¿En serio no te das cuenta?", le decía yo. "¡Es la misma tormenta!", me gritaba él.
No podía creer que no lo viera. No era la misma tormenta. O era la misma tormenta, pero con otra fuerza, otra luz, otra energía. En un momento, le dije que lo acompañaba hasta el pueblo y me volvía. Para alguien que no es fotógrafo es difícil de entender."
"Me quedé ahí,siguiendo al padrillo, dejando que me siguiera. Sacando fotos desde arriba del caballo. Una, dos, tres, cientos de fotos. Dejando que hiciera sus firuletes. Que se paseara. Buscando el ángulo, la luz."
"Por eso decidí que el viaje fuera caminando. Amo las motos. Fui de La Quiaca a Ushuaia, con amigos, en motos clásicas de los años 40 y 50. Viajé en moto de Alaska a Ushuaia. Y, en moto, también hice un viaje por Argentina, Chile y Uruguay siguiendo la ruta de Darwin. Amo las motos, pero las cosas pasan muy rápido. Caminando, se avanza a otro ritmo, lento, pero metido en el paisaje."
Amo las motos, pero las cosas pasan muy rápido. Caminando, se avanza a otro ritmo, lento, pero metido en el paisaje.
"Reconozco un defecto: no me gusta preguntar. Me gusta vivir mi experiencia. Y cada vez que comenté que me iba a Tierra del Fuego, alguien me decía: "Conozco a tal que lo hizo, ¿por qué no lo llamás?". No. Prefiero ir solo. Prefiero no saber nada de antemano. Prefiero revisar mapas, leer guías, pero concentrarme en lo que va a ser mi viaje.
Si hubiera preguntado, me habrían dicho que la vuelta a la península Mitre varios la habían hecho antes, tardando entre un mes y 50 días. Yo pensaba hacerla en dos semanas. Para peor, me agarró la tormenta. Y yo iba pesado. A la carpa, la comida, la ropa, le agregué 10 kilos de equipo fotográfico. Cámaras, dron, baterías, un equipo para cargar la batería del dron, que es de 13 voltios. Mucho peso.
Pensé: salgo de Moat, después del famoso camino "J" sobre el canal Beagle, y termino en el cabo San Pablo, sobre el Atlántico. Pensé: dos semanas son suficientes. Subestimé el terreno. Y la turba, el bosque impenetrable: los acantilados me fueron deteniendo. Al cuarto día supe que no iba a llegar. La aventura se transformó en experiencia. Y, en vez de preocuparme, seguí caminando, sintiendo el viento en la cara. ¿No era eso lo que había venido a buscar?"
A campo abierto
Había decidido que el viaje, la caminata, fuera en Tierra del Fuego, a partir de una carrera que corrí en Mongolia en 2018 para BMW, la GS Trophy.
Duraba 10 días, por equipos (yo iba en el que representaba a la Argentina) y por tiempo, pero en realidad era más importante la habilidad con la moto que la velocidad. El paisaje en Mongolia es abrumador. Los desiertos, las estepas interminables, lo áspero de la taiga. Un tercio de la población es nómade: la gente se mueve de un lugar a otro. Podés comprarte una casa, pero el campo es abierto; no hay alambrados ni nada que te detenga.
Estando allá, pensé: qué genial sería caminar por Argentina sin nada que me detenga, que me impida avanzar, campo abierto.
Me dije: Tierra del Fuego es el lugar. Y empecé a organizar el viaje.
Luego, estando ahí, el fracaso me dio tiempo. Subía un cerro y el viento parecía querer detenerme. Tuve que tirarme al piso para protegerme de las ráfagas. Horas más tarde encontraría un valle de cóndores. ¿Para qué apurarme? Sentado en una piedra, la cámara en la mano, horas y horas mirando el vuelo lejano; majestuoso.
Al descubrirme, curiosos, los cóndores empezaron a volar en círculos cerrados, cada vez más bajos. Siguiendo una recomendación, me tiré al piso, simulé agonía, Esperé. Una muerte inverosímil que creyeron. Se acercaron bastante y ahí pude sacar las mejores fotos. Pero fue duro llegar hasta ese lugar.
Tengo 52 años. Hace 30 años que soy fotógrafo y sé que me quedan menos veranos que cuando arranqué con esto. Mi fotografía está afuera, lejos de un estudio. Pasa mucho por lo físico. Todavía tengo kilómetros por delante. Me entreno. Corro, hago yoga. En promedio, tres veces por semana a la mañana corro entre 8 y 10 kilómetros: tengo circuitos más largos y otros más cortos. No fumo. Como bastante sano, tomo lo normal. No me acuesto borracho a las seis de la mañana. Alterno deportes: a veces nado; otras, juego squash. Pero tengo buena capacidad aeróbica y eso me ayuda a andar en moto, que por otro lado también es un buen deporte. El tipo de viaje que hago, que es muy Enduro, es una actividad importante.
Sé que en algún momento voy a tener que empezar a minimizar esas salidas. Editaré libros, veré qué hacer. Mientras tanto sigo, caminando, arriba de la moto o el caballo, buscando el momento justo, una luz que me conmueva.
* Henry von Wartenberg nació en Mar del Plata en 1967. Mientras estudiaba Veterinaria en Tandil, empezó a ejercitar la fotografía. Antes de terminar la facultad viajó a Europa. Luego de dos años de retratar personajes y lugares, volvió a la Argentina. En 1991, entró en Editorial Atlántida. Durante 10 años trabajó en Gente, Para Ti, El Gráfico y Somos. Fanático de las motos, hizo 25 travesías por 30 países y publica sus libros en una empresa propia: Tripleve Editores.
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