Automomificación: el extraño caso de los monjes que “meditan” aún después de muertos
En algunas culturas, se esperaba la muerte de un individuo para convertirlo en momia; en otras, el proceso se iniciaba mucho antes
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La momificación es un proceso que se ha realizado en los miembros de determinadas comunidades a lo largo de la historia. La idea de preservar el cuerpo tras su inevitable desenlace terrenal estuvo presente en diversas culturas y civilizaciones, como una manera de que la materia trascendiera la muerte.
La lógica en estos casos, con sus diversas formas y procedimientos, era que primero el individuo fallecía y luego se cumplían los ritos funerarios para convertirlo en momia.
Sin embargo, en un tiempo existió en una región de Japón un grupo de monjes budistas que realizó una técnica inversa para transformarse en momias. Es decir, estos religiosos emprendían un proceso riguroso para comenzar a momificarse en vida y luego se sentaban a esperar la muerte, con la que llegaría su momificación definitiva.
Estos religiosos son aún conocidos como las momias de Yamagata, y tuvieron la particular condición de haber iniciado su proceso de momificación cuando todavía estaban vivos.
El objetivo de estos hombres era conseguir, a través de la automomificación, la iluminación suprema, o, en otras palabras, “la budeidad en vida”. Mediante esta práctica, conocida en japonés como sokushinbutsu, alrededor de unos 20 monjes lograron que sus cuerpos permanecieran conservados después de su deceso.
Pero no todos los que iniciaban este camino hacia la automomificación culminaban con éxito el proceso. Es por ello que los que sí lo lograban se convertían, ante los ojos de los demás miembros de la congregación, en seres venerados por su carácter de “budas vivientes”.
El monje que marcó el camino
La momificación en vida fue una técnica practicada especialmente por los monjes budistas de una rama de esta religión llamada shingon, que vivieron durante siglos en templos desperdigados en la región de las tres montañas conocidas en conjunto como Dewa Sanzan, en lo que hoy es la prefectura japonesa de Yamagata.
La creencia shingon del budismo fue fundada por un monje llamado Kukai, conocido tras su muerte como Kobo Daishi, en el siglo VIII de nuestra era. Los monjes de esta vertiente -que tomaba elementos del sintoísmo y el taoísmo- eran conocidos como ascetas de la montaña, o yamabushi, y practicaban técnicas extremas de preparación física y mental.
La intención de estos métodos, que incluían internarse en lo alto de la montaña mucho tiempo, ayunos de 21 días y meditaciones en cuevas profundas o bajo cascadas heladas en pleno invierno, era la de alcanzar la extinción absoluta del deseo y un perfecto despertar, que llegaba a su máximo nivel cuando se alcanzaba el estado de Buda viviente con la automomificación.
Como sucedería más tarde con los más de 100 monjes de esta rama del budismo que intentarían convertirse en momias, Kukai fue enterrado vivo, por su voluntad, en una cueva que sus discípulos sellaron, en algún lugar del monte Koya, en el sur de Japón, en el año 835.
Años más tarde, un grupo de seguidores de este monje regresaron al lugar de su sepultura, y abrieron la cueva para ver el cuerpo de su maestro que, según las creencias budistas, tras su muerte física, había ingresado logrado llegar al “Eterno Samadhi” o estado supremo de iluminación de la conciencia meditativa.
Descubrieron entonces que el pelo de Kukai había continuado creciendo tras su muerte. Afeitaron su cabeza, le cambiaron la vestimenta, sellaron otra vez la cueva y no regresaron más al lugar.
Las enseñanzas de Kukai y su preocupación por preservar el cuerpo tras su muerte mediante prácticas ascéticas extremas fueron replicadas por otros monjes de la misma línea del budismo shingon, especialmente, en la región de las tres montañas de Dewa Sanzan.
Un proceso difícil
El historiador, escritor y especialista en religiones orientales Ken Jeremiah, autor del libro Budas vivientes; la automomificación de los monjes de Yamagata en Japón, relató en su obra cómo era este difícil, exhaustivo y sacrificado proceso para convertirse en momias.
El historiador describe específicamente el caso de un monje que posiblemente se convirtió en el buda viviente más famoso, Daijuki Bosatsu Shinnyokai Shonin, quien comenzó su técnica para alcanzar la iluminación definitiva en 1783.
Antes que nada, hay que decir que el camino hacia la búsqueda de la propia muerte como acceso a la “budeidad” es doloroso y especialmente prolongado. Puede llevar entre 3000 días y diez años.
Durante los primeros 1000 días, el monje se alimentaba exclusivamente semillas y frutas secas. Se abstenía de comer, durante ese tiempo, cereales y granos. Acompañaba esta dieta con grandes períodos de meditación, a la vez que ayudaba a su comunidad a ejecutar tareas pesadas y físicamente extenuantes.
La idea de esta primera etapa era eliminar del organismo los depósitos de grasa y exceso de líquido, que se descomponen muy fácilmente luego de la muerte y permiten la proliferación de bacterias.
Más tarde, en los siguientes mil días, el monje solo comía cortezas y resina de pino, que funcionaba como un conservante natural del organismo. A nivel espiritual, el sufrimiento que producían estas dietas más que estrictas eran un paso necesario para lograr en la mente del religioso la extinción de los deseos y la consecuente iluminación.
Finalmente, en los últimos 1000 días, a la dieta mínima se sumaba la ingestión de una infusión de urushi, preparada con la corteza de ese árbol, que era extremadamente tóxica. Este producto, que se utilizaba también para hacer barniz, se bebía con la intención de provocar vómitos en el monje, con los que creían que se purgaba el cuerpo con la expulsión de fluidos. Además, esta sustancia venenosa también impediría, luego de la muerte, que los gusanos, insectos y otros microorganismos consumieran y pudrieran los tejidos del cadáver.
El entierro en vida y la prueba final
Luego de estos 3000 días de austeridad dietaria casi absoluta y meditación constante, llegaba la parte final del proceso para lograr ser un buda viviente. El monje se disponía a meditar hasta el momento de su muerte. Para ello, se sentaba en posición de loto en el interior de una cueva, que los discípulos sellaban por fuera.
El aspirante a la budeidad tenía consigo una cuerda atada a una pequeña campana, que debía agitar una vez por día para que sus compañeros supieran que aún conservaba la vida. El encierro sumía al monje en la más profunda oscuridad y las paredes tenían apenas un agujero por donde se pasaba una caña de bambú, para que su habitante pudiera respirar.
El día en que la campanita ya no sonaba, marcaba la llegada del fin de la vida terrenal del monje, y su posible acceso a la iluminación suprema. Entonces, se debía quitar la caña de bambú, sellar ese hueco y esperar otros mil días. Luego de ese período, se volvía a abrir la cueva.
Si al correr la tapa del cuarto de piedra el cuerpo del monje estaba intacto, como fue el caso de Daijuki Bosatsu Shinnyokai Shonin, eso significaba que el religioso había alcanzado el sokushinbutsu. Entonces, se lo quitaba de la cueva, se lo ponía en algún lugar visible del templo, y ese monje automomificado se convertía en un objeto de veneración.
Shinnyokai Shonin, que ingresó en la cueva para convertirse en buda viviente a los 96 años, hoy se encuentra en el templo de Dainichibo, en el monte Yuodonosan, en la citada prefectura de Yamagata y, al igual que otros monjes, puede ser visitado por contingentes de turistas, japoneses, y de todas partes del mundo.
Si, en cambio, el monje no había logrado la conservación luego de los 1000 días, con mucho respeto, la cueva -convertida en tumba- se volvía a cerrar. A este religioso que no llegó a ser un buda viviente, se le rendían todos los honores por el sacrificio del intento antes de la despedida final, pero no se lo exponía como entidad de culto.
El último automomificado
El último de los monjes que intentó, con éxito, realizar su automomificación fue un religioso shingon llamado Tetsuryukay. Y lo hizo al límite de la ley. Ocurrió que, en el año 1877, el emperador japonés Meiji Tenno prohibió la práctica del sokushinbutsu en el territorio del país, pero este monje, para esa fecha, ya llevaba años realizando este proceso y no quiso interrumpirlo.
De acuerdo con lo que narra National Geographic, los discípulos de Tetsuryukay sellaron su tumba en 1878. Luego de su muerte, y tras esperar el tiempo pautado para volver a abrir el lugar de su postrero encierro, los monjes descubrieron con gran alborozo que su maestro había alcanzado el sokushinbutsu.
Pero, más allá de la alegría por el logro de la budeidad por parte del religioso, los monjes de la congregación debieron alterar la fecha de su muerte, y establecerla en el año 1862, para evitar problemas legales. De este modo, la momia pudo ser expuesta en el templo Nangakuji, donde se la puede ver hasta el día de hoy.
La ciencia da con las momias de Yamagata
Casi una veintena de monjes que alcanzaron a convertirse en “budas vivientes” se encuentra en los templos desperdigados en la citada región de las tres montañas de Dewa Sanzan, un paraje boscoso que es ideal para los amantes del senderismo y la vida natural.
En general, los religiosos momificados se encuentran en una especie de caja elevada, con su parte delantera de cristal. Ellos están sentados, con una túnica ritual sobre sus cuerpos y en una de sus manos sostienen un rosario budista o japa mala, utilizado para el recitado de mantras.
Si bien los restos momificados de estos religiosos se encuentran en un lugar venerable en los templos de la región de Dewa Sanzán desde hace centenas de años, fue en 1960 cuando la ciencia decidió tomar en cuenta su existencia.
Ese año, un grupo de especialistas de múltiples disciplinas provenientes de varias universidades niponas visitaron cinco templos de la zona, donde se toparon con seis momias. Los científicos se sorprendieron, primero, por el alto grado de conservación de los cuerpos en una región tan húmeda del país.
Más tarde, la sorpresa creció al observar que sus órganos internos estaban perfectamente conservados, y luego, al comprobar que estos habían comenzado a secarse cuando los religiosos momificados todavía estaban vivos.
Según un informe del medio británico BBC, existen en la actualidad en Japón unos 6000 monjes yamabushi, que todavía practican el entrenamiento ascético del budismo shingon para alcanzar la iluminación. Aunque la práctica de automomificación está prohibida, todavía buscan, a través de la meditación profunda en la naturaleza, ingresar en el mundo espiritual que hace necesaria la extinción del “yo mundano”, como lo explica para dicho medio el monje Kazuhiro, entrenador y guía Yamabushi en Dewa Sanzan.
Ya sea como el resultado de un fenómeno espiritual para alcanzar la iluminación suprema o como el final de un proceso suicida de prolongado sufrimiento, lo cierto es que la existencia de las momias de Yamagata fascina por igual a religiosos y científicos. Es que se trata de uno de los únicos casos en la historia de la humanidad en el que la momificación se inicia por voluntad propia y mucho antes de que llegue el momento de la muerte.
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