Ocurrió un caluroso verano en Rosario, había quedado atrapado, en equipo lo rescataron y el devolvió el gesto de una forma impensada.
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Llegaba tarde al bar donde la esperaba su amiga para tomar un café y ponerse al día con las últimas novedades. La pandemia había puesto distancia física a sus habituales encuentros y ansiaban verse. Bajó apurada del colectivo y mientras caminaba con el paso acelerado lo vio acurrucado y en shock por el miedo en el umbral de una casa en la esquina de Rioja y Suipacha, en Rosario, provincia de Santa Fe. Instintivamente se agachó y empezó a acariciarlo, sabía que tenía que ayudarlo porque seguramente algo le había pasado. “¿Qué hacía un gato de las características de Vincent exponiéndose tanto a plena luz del día?”, se preguntó.
A la escena pronto se sumó Rocío, protectora de animales que ese día estaba particularmente frustrada porque no había podido encontrar a la Negra, la perrita de la facultad de bioquímica, para darle su remedio. Al ver que Griselda estaba intentando ayudar al gato en problema hizo lo mismo. Y, entre las dos, trataron de animarlo con un poco de alimento húmedo. También tocaron las puertas y timbres de las casas y departamentos cercanos, pero tristemente nadie había perdido a un gato con esas características. “Éramos muy conscientes de que no podíamos levantarlo o agarrarlo por miedo a su reacción. Estaba tan aterrado y en estrés que podía lastimarse tanto a él como nosotras”, recuerda Griselda.
Mientras pensaban cómo ganarse su confianza, la señora del kiosco de la esquina también se acercó para ayudar y facilitó a las jóvenes mujeres una caja y unas sábanas. Pero cuando estaban tratando de moverlo para poder ponerlo dentro de la caja, pasó lo peor: muy asustado salió corriendo y se dirigió directamente a una caja donde se encontraba un medidor de gas. La situación se había complicado realmente. Ahora no había forma de sacar al animal de ese lugar sin que se lastimara. No quedaba otra opción más que sedarlo.
El tiempo pasaba y más personas se acercaban al lugar
Algunos para curiosear, otros para ayudar. Entre ellos estaban Ornella, otra proteccionista de animales y un taxista que, ante la negativa de los bomberos de acercarse al lugar, los fue a buscar y los llevó en persona. Ornella, por su parte, empezó a llamar a la sección ecológica de la policía comunitaria. Pero ni los bomberos ni la policía contaban con los medios y herramientas para sacar a Vincent de donde se había refugiado: el espacio era muy pequeño y Vincent muy grande. Dependían del veterinario que había prometido prestar ayuda lo antes posible para poder sedar al gato y sacarlo sin complicaciones.
Sin oreja, ni colmillos y lleno de cicatrices
Finalmente, cerca de las cinco de la tarde, el médico, Dr. Valentín Rinaldi, logró sedarlo y con la ayuda del taxista (el mismo que había ido a buscar a los bomberos) lograron sacarlo sano y salvo. “Nos invadió una gran alegría saber que a partir de ese momento se abría un nuevo camino para el gato y que podíamos darle una segunda oportunidad”.
Ya en la veterinaria, se le hicieron análisis y placas para descartar enfermedades y/u órganos dañados. Afortunadamente, en líneas generales, estaba todo bastante bien. El veterinario dedujo que Vincent tendría entre siete y ocho años aproximadamente. También concluyó que había vivido siempre en la calle por el estado en el que estaba: le falta una oreja-de ahí su nombre-, los dos colmillos de abajo, las uñas de los pulgares y tiene infinidad de cicatrices. Concluidos los exámenes de rutina, había llegado el momento de buscar un lugar para que pasara las primeras 48 horas.
Pero ya era tarde, Griselda estaba extenuada por el estrés y la adrenalina del rescate y decidió entonces llevarlo a su casa. Sería solamente por el fin de semana. Era sábado 16 de enero, el reloj ya marcaba las 21 y Griselda dejó a Vincent dentro del canil en el cuarto que usa de escritorio. Quería que estuviera tranquilo para que se recuperara de la mejor manera. Cerró la puerta y se fue con Suri, su perra cachorra, a la cocina. Pero cada tanto se asomaba para ver cómo estaba. “Por suerte pasó bien la noche (primera prueba superada), al otro día le di comida (agua ya tenía) y de a poco empezó a comer”.
Tardó dos días más en salir del canil -y, cuando lo hizo, pudo ser higienizado- comía, tomaba agua y usaba las piedritas. Pero pronto se escondió debajo de una cómoda y no permitía que la joven lo tocara. “Nuestra comunicación en ese entonces consistía en un intercambio de parpadeos. A veces se subía a la ventana, se ponía entre el vidrio y la persiana, y hacía imposible que pudiera alcanzarlo. En el cuarto del escritorio habrá estado dos semanas, cada vez que entraba le hablaba, le cantaba, le decía que si él quería podía quedarse en mi casa, que iba a recibir todo el amor que necesitara, que iba a estar seguro y que nada ni nadie lo iba a lastimar”.
Del escritorio a un nuevo “escondite”
Un día, Griselda decidió dejar la puerta abierta para que el gato se animara, quizás, a salir. Llevó a la perra a la terraza y permanecieron un largo rato allí. El plan resultó. Vincent salió, pero se escondió debajo de la cama y ya no hubo manera de hacerlo salir. Solo lo hacía a la noche cuando apagaba la luz del velador, aprovechaba entonces para comer y usar las piedritas. “Con el tiempo nos fuimos conociendo más y ganando mayor confianza, cada día era un pequeño pasito el que adelantábamos. De a poquito me fue dejando que lo acariciara (se ponía más cerca de los bordes para que pudiera alcanzarlo, obviamente solo cuando él quería). También empezó a hablarme (hacía unos maullidos muy suavecitos cada vez que me escuchaba entrar a mi cuarto. De haber vivido toda la vida con gatos, sé que tienen su tiempo para adaptarse. Evidentemente Vincent había pasado una vida bastante dura; la calle no es un lugar para nadie”.
Era lógico, Vincent necesitaba su tiempo para poder sanar y ella estaba dispuesta a dárselo. Pero la realidad era que Griselda estaba cada vez más preocupada porque ya habían pasado dos meses desde que el gato se había refugiado debajo de la cama y se negaba a salir.
Fue entonces cuando un evento de carácter esotérico le dio un giro a la historia. Griselda fue a una sesión para que le leyeran la borra de café y le dijeron que las energías en su cuarto no eran las mejores. “Seguramente es por el gato que tengo debajo de la cama, hace dos meses que no sale de ahí”, le explicó a la mujer que tenía frente a ella. “En realidad los gatos transmutan las energías. Si no sale es porque está haciendo su trabajo ahí abajo. Te recomiendo que hagas una limpieza”, afirmó la mujer.
“Creer o reventar, el gato finalmente salió”
No tenía nada para perder. Puso manos a la obra y siguió al pie de la letra todas las instrucciones que le habían dado para la limpieza energética. “Creer o reventar: a los dos días el gato salió de debajo de la cama. Debo admitir que fue uno de los momentos más lindos y emotivos que me tocó vivir. Pude dar cuenta una vez más que luego de mucha perseverancia y paciencia se obtienen los frutos más deliciosos. Hoy el señor Vinci es un verdadero dulce de leche, duerme conmigo todas las noches y apoya su patita sobre mi mano”.
Como todo gato se activa de noche, es bastante hablador y con Suri se llevan bastante bien (hay que tener en cuenta que ella es una cachorrita que quiere jugar y él un señor mayor en edad de retiro). Griselda sigue trabajando en la confianza, tienen un largo trecho por recorrer. Sobre la limpieza energética, Griselda supo luego que el cuarto es un lugar simbólico en las viviendas: es el espacio de descanso y uno suele llevar allí toda la carga energética. En esos momentos ella estaba atravesando una situación un tanto complicada en lo personal y luego entendió que su vibración energética no fuera la mejor. Por eso era probable que estuvieran raras las energías.
Mirando a la distancia cree que Vincent apareció para ayudarla a cambiar y a sanar. “Pienso que los dos nos sanamos mutuamente (los dos estábamos con el corazón y el alma herida). Involucrarse vale la pena. Nuestro accionar marca la diferencia entre la empatía y la indiferencia. Porque, ante una realidad en donde se promueve la idea del sálvese quien pueda, estas pequeñas acciones, de gente pequeña en lugares pequeños ayudan a salvar al mundo”.
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