Atleta “Toro Poderoso”
La historia del maratonista que corría descalzo y que le demostró al mundo que el racismo no tenía sentido.
Abebe Bikila no solo fue el primer hombre africano que ganó una medalla de oro en una Olimpíada sino que además lo hizo corriendo descalzo y en un país que había invadido su tierra natal cuando él era solo un niño. Pese a competir en un entorno hostil que lo trataba con recelo por su color de piel y su nacionalidad etíope, Bikila demostró estar más allá de las dificultades y pudo resolverlo todo, por eso es un hombre “Toro Poderoso” de acuerdo con los
valores de la nueva Fiat Toro 2020.
La historia cuenta que, si bien Bikila acostumbraba correr descalzo en su Etiopía natal, no era su intención hacerlo en la Olimpíadas. Sucedió que la forma de sus pies no se adaptaban a las hormas de las zapatillas deportivas que se fabricaban en el momento.
Tenía en la planta de sus pies un callo muy grueso y su empeine era demasiado ancho para el diseño del calzado occidental. Bikila intentó calzarse todas las marcas disponibles en aquel entonces: Puma, Adidas, Tiger, Nike... pero ninguna le quedaba cómoda para correr los 42 kilómetros.
Optó por correr descalzo, ya que ninguna norma de la competencia se lo impedía, y ganó la carrera. Su nombre tapizó las primeras planas de todos los diarios del mundo y al llegar a su país fue condecorado por el mismísimo emperador
Haile Selassie.
Bikila se convirtió en un héroe nacional
Por haber sido el primer africano en ganar un oro en una olimpíada y por haberlo hecho descalzo, pero sobre todo por demostrarle a los espectadores italianos que los etíopes no eran inferiores y que el racismo no tenía que ver con apariencias, aptitudes o habilidades sino con ideologías obsoletas que describían mejor
a los discriminadores que a los discriminados.
Salvando las distancias en tiempo y espacio, la victoria de Bikila tuvo para el pueblo etíope un gusto similar al que saborearon los argentinos con el gol de Diego Maradona a los ingleses en la Copa del Mundo de México 1986.
La Italia de Benito Mussolini había invadido a sangre y fuego a Etiopía, con el apoyo de los nazis alemanes, en 1935, cuando Bikila solo tenía 5 años. El joven atleta se crió entre relatos de matanzas, persecuciones y bombardeos a la sociedad civil, incluso empleando gases venenosos, en violación a las normas internacionales de la guerra vigentes en aquella época.
En ese entonces, la ideología de las potencias nazi-fascistas del eje Alemania-Italia-Japón no consideraba a la población negra africana como del género humano sino que la reducían a una
condición animal.
En ese sentido, y aún cuando en 1960 habían pasado largos años de la colonización africana por parte de Europa y del fin de la segunda Guerra Mundial, el oro de Bikila en Roma no solo fue considerado como una victoria personal sino que fue abrazo como la reivindicación mundial del pueblo etíope y de su emperador, Haile Selassie, una de las principales influencias de la filosofía rastafari.
Su estado físico algo debilitado y su poco entrenamiento no le impidieron marcar un nuevo récord de 2 horas y 12 minutos. Eso sí, a pesar de todas las dificultades que se le habían presentado en los meses previos a la competencia, había algo que tenía preparado. Bikila había encontrado unas zapatillas perfectamente cómodas y ya no volvería a
correr descalzo nunca más.