Después de 27 años al frente de un negocio de artículos de librería y fotocopias decidió cambiar de vida; en el horizonte no solo aguardaba España, sino una sorpresa inesperada
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Alejandro Chumiento llevaba una vida semi adormecida cuando perdió a su padre y la muerte lo miró a los ojos. “No tenés tiempo infinito”, sentía que le murmuraba cada noche, mientras intentaba apartarla de sus pensamientos. Pero la muerte había arremetido con tal fuerza, que no tuvo más remedio que considerar su llamado.
Corría el 2017 y, hasta entonces, no llevaba necesariamente una mala vida. Hacía 27 años atendía su negocio en Rosario, tenía dos hijos crecidos y un pasar tranquilo. “Tenía una rutina a la que uno se aferra y teme cambiar”, reflexiona hoy el hombre de 52 años. “La muerte de mi papá significó un quiebre”.
Inesperadamente, pensamientos enterrados surgieron sin permiso. Alejandro comenzó a replantearse qué había hecho de su vida y cómo quería vivirla en adelante. Y fue allí, entre reflexiones existenciales, que la idea de emigrar a Mallorca, donde vivían dos primos, se instaló en su mente: “Me costaba decidirme porque hay algo que frena toda renovación en la vida, que es el miedo. Miedo a fracasar, miedo a no encontrar trabajo a mi edad”.
Las dudas, siempre persistentes, no le dieron tregua hasta cierto día de enero de 2019, cuando un amigo de toda la vida, que vivía en Córdoba, le anunció que se iba a trabajar una temporada a Mallorca, justo el lugar con el que fantaseaba.
Esta vez la señal había llegado clara: era tiempo de dejar morir su universo conocido para renacer en una nueva vida. Era tiempo de volar.
Dejar atrás un negocio de 27 años y una vida armada en Argentina
Alejandro creyó que llegar a Mallorca no sería tarea sencilla. Puso a la venta su negocio de artículos de librería y fotocopias, y se dispuso a armarse de paciencia hasta hallar a un comprador. “Bueno, viajaré el año que viene”, pensó, sin imaginar que en menos de un mes aparecería una pareja dispuesta a adueñarse de aquel local donde había pasado gran parte de su vida. Fue allí que llegó el clic definitivo.
Ordenó sus cosas y sacó pasaje para febrero de 2019. Ya no había vuelta atrás. El día de la partida lo sorprendió envuelto en una adrenalina arrolladora. Y, mientras el avión sobrevolaba el Atlántico, el rosarino sintió un vértigo creciente, junto a un sentimiento de incredulidad ante los acontecimientos: con casi 50 años había dejado una vida armada para irse a otra tierra, en donde todo era incertidumbre.
Llegó a Palma de Mallorca de noche, un primo lo esperaba en el aeropuerto. Perdido en tiempo y espacio, subió al auto y se dejó asaltar por la idea de que lo que había hecho era una locura: “Me agarró un pequeño ataque de pánico”.
Volver a empezar en España: de la casa propia a compartir una habitación y tener un lugar como residente
Alejandro comenzó por lo básico, encontrar un lugar donde vivir. De un día para el otro, pasó de habitar en su casa propia, con tres dormitorios y una gran terraza, a hacerlo en un cuarto compartido con desconocidos.
“Por suerte caí en un buen lugar. Manolo, el dueño, era un valenciano muy amable y simpático”, rememora. “Unos días después llegaron dos chicas argentinas y la convivencia fue de primera”.
Las comodidades no eran las acostumbradas y, aun así, Alejandro percibía por primera vez un bienestar diferente, asociado al simple hecho de haber vencido sus miedos en pos de animarse a la aventura. Por fortuna, contaba con pasaporte italiano, aunque pronto descubrió que obtener los papeles correspondientes para la residencia constituía un reto más tedioso que vender su negocio en Rosario.
“Primero te registran la llegada en el ayuntamiento. Al tener pasaporte, tuve que pedir cita en extranjería para que me den el NIE, que es el número de identificación de extranjero. Los trámites no son rápidos y requieren de un mes como mínimo”, explica.
Cuando todo estuvo resuelto llegó el turno de pensar en el trabajo. Para ello, Alejandro se reunió con su amigo cordobés, que le sugirió mudarse junto a él y a otros dos argentinos a un pueblo llamado Ca´n Picafort. No lo dudó, un 13 de abril llegó a su nuevo departamento, un precioso espacio ubicado sobre el mar.
“Cuando entramos la primera vez no podíamos creerlo. La vista era paradisíaca. ¡Qué felicidad!”, se emociona al recordarlo. “Pero ahí supe que era tiempo de atender lo bravo: encontrar trabajo urgente”.
Ganarse la vida en Mallorca: “Y yo que tenía miedo de no encontrar trabajo”
“Para encontrar trabajo necesito movilidad”, pensó Alejandro quien, a los pocos días de su llegada a Ca´n Picafort, decidió comprarse una moto. Con ella recorrió bares y restaurantes, repartió su currículum y, en el camino, se familiarizó con los paisajes de su nuevo hogar, un lugar rodeado de parajes naturales como la Albufera, la playa de Muro o Cabo Formentor.
Su idea era trabajar en la cocina o de camarero y, para su alegría, una oferta no tardó en llegar: “Empecé en el local de una chica argentina, como ayudante de cocina. ¡Aprendí un montón!”.
Allí estuvo un mes, hasta que lo trasladaron a una discoteca ubicada en la peatonal. Para Alejandro, el cambio trajo consigo un sabor amargo: “Ahí viví un poco de antipatía por ser extranjero. La encargada no era muy amable y decidí irme”.
De inmediato, el rosarino consiguió un empleo en una parrilla argentina situada en una comunidad cercana, Pueblo de Muro. En su encargado, Javier, se reencontró con la calidez que añoraba. Otro mes transcurrió en aquel empleo, hasta que halló una oferta más cercana a su domicilio.
“Un chiringuito de playa donde éramos diez cocineros. Hacían las mejores paellas valencianas. Ahí conocí a Jorge, un juninense con el que entablamos una gran amistad”, rememora. “Es increíble como estando lejos empezás a conocer tanta gente con la cual formas vínculos de amistad fuerte. Jorge me recomendó en un hotel de alemanes, que necesitaban ayudantes de cocina. Me entrevistaron y al otro día empecé a trabajar. Y yo que tenía miedo de no encontrar trabajo, ya había pasado por tres lugares antes de llegar al hotel”.
Fue allí donde, finalmente, Alejandro se sintió cómodo y decidió permanecer hasta el final de la temporada.
Una visita a la Argentina y un suceso inesperado: “¡Yo!, el que decía que nunca más me iba a casar”
Alejandro sacó pasaje para el 1ro de noviembre con destino a la Argentina; el regreso a España lo tenía pautado para el 16 de marzo. Su plan era quedarse durante el verano y volver a esas playas que tanto le habían dado. Aún no lo sabía, pero mucho más que el COVID lo aguardaba en el horizonte.
Todo comenzó apenas unos días después de su llegada, con un mensaje a través de Facebook que lo sorprendió de sobremanera. Se trataba de Karina, una mujer que había conocido hacía diecisiete años: “Empezamos a hablar acerca de cómo nos había ido en todo este tiempo y le conté que estaba de visita, que mi plan era volver a España. Por aquel motivo, no quise llevar nuestro vínculo a más que un mero contacto a través de la red social”.
16 de marzo, la fecha de partida, arribó más rápido de lo esperado, mientras las noticias del COVID llegaban extrañas, pero firmes a los oídos de Alejandro. Jamás olvidará aquel día, en casa de su hermana en Ingeniero Maschwitz. Estaba a punto de salir a Ezeiza, cuando algo en su interior le dijo que debía abstenerse de viajar. De pronto, las noticias que resonaban hacía días, terminaron por convencerlo de que el coronavirus estaba a punto de paralizar al mundo.
“No voy”, anunció horas antes de abordar el vuelo. “No tiene sentido, si lo más probable es que no pueda hacer temporada de verano”.
Apenas unos días después de tomar aquella decisión se encontró cara a cara por primera vez con Karina, sin imaginar lo que acontecería al verla: nunca se volvieron a separar. Al poco tiempo, ella se fue a vivir con Alejando a Rosario y el 22 de octubre se casaron.
“¡Yo!, el que decía que nunca más se iba a casar”, dice entre risas. “Estamos haciendo los papeles para ella, porque vamos a seguir nuestra vida en España, donde ahora también está mi hija. Mi hijo tiene pensado irse cuando termine su carrera de física”.
“La vida es una caja de bombones...”
Cinco años atrás una muerte dolorosa llamó a la puerta de Alejandro para advertirle que era tiempo de salir de su adormecimiento y abrazar la vida con otra intensidad. Con medio siglo vivido y una cantidad incierta de años por vivir, el hombre miró a sus miedos a los ojos y los atravesó hasta superarlos. Nuevas perspectivas se abrieron ante él, y, en ese acto, dejó ingresar incluso los eventos más inesperados, como la llegada de su gran amor.
¿Qué hubiera sido de él si no se animaba a dejar sus décadas de rutina? ¿Y qué hubiera pasado si la pandemia no llegaba para azotar al mundo y frenar su partida?
“Quizás, si no fuera por el COVID, con Kari no estaríamos juntos”, reflexiona. “El universo hace estas cosas, te abre los caminos cuando te quitás los miedos. Y en ese acto, te conduce por lugares que jamás imaginaste. Solo es cuestión de dejarse llevar. Como diría Forrest Gump, la vida es una caja de bombones, nunca sabés lo que te va a tocar”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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