Frente al Mar Cantábrico, la tierra de las colinas verdes, la sidra y la fabada, donde abundan las historias de emigración y se otorga el Premio Príncipe de Asturias, el galardón más importante de España
¿Quieres un culín? El camarero hace la pregunta mirando a los ojos. Ante la falta de respuesta inmediata insiste: ¿Te pongo un culete?
Al ver la cara de asombro opta por la acción. Toma una botella de sidra con una mano y un vaso ancho con la otra. La distancia entre las dos manos es la máxima que puede haber, como si mostrara cuánto es un metro de arriba hacia abajo. Después escancia la sidra que explota en el vaso y el líquido, entra y se chorrea en el piso. Siempre se cae y está bien que así sea. La sidra debe romper en el lateral para oxigenarse. Se sirve un cuarto de vaso, un culete o culín, que se toma de un trago y en el momento. Más tarde el mismo camarero me retará, cuando pase y vea queda sidra en el vaso.
–No puede esperar, si la dejas ahí se muere.
En las comidas con sidra, el camarero tiene una presencia estelar: pasa cada cinco o diez minutos para volver a servir un culín. Es una bebida de baja graduación alcohólica, eso me dicen al comentar que en la mayoría de las mesas de cuatro o cinco personas, hay cuatro o cinco botellas vacías.
En Asturias, la sidra es parte de la cultura, por eso los culetes y culines salen a mediodía y a la noche. Hay Denominación de Origen Sidra de Asturias, que se hace sólo con manzanas de la región: el manzano de la sidra. En los alrededores de Oviedo, se ven las pumaradas, como les llaman a los huertos cultivados de manzanas. Es una bebida antigua, ya se la nombra en documentos del siglo VIII. Cada año, en Guijón, se celebra la Fiesta de la Sidra Natural, con hacen campeonatos de escanciado en simultáneo y se elige la sidra del año. Aquí uno no se va de copas, se va de sidras. Y si es marzo o abril, seguro se come unos oricios (erizos).
Mientras recorro el Hotel de la Reconquista, donde se celebra el cóctel previo a la entrega del Premio Princesa de Asturias (galardón más importante de España que incluye ocho categorías, de la ciencia a las humanidades) , me imagino que eso harán los invitados en algún momento: irse de sidras por las calles del casco antiguo de Oviedo, con construcciones medievales de piedra toba –clara, volcánica, porosa– y más de cien estatuas que remiten en general a la cultura asturiana, salvo la del culo que no tiene nada de culín. Grande y del estilo de los de Botero, es obra del escultor Eduardo Úrculo. Por el título nobiliario de princesa instaurado en el siglo XII, Asturias es un principado.
En la entrada del hotel suenan dos gaitas con notas lejanas, que acercan otras épocas a esta tarde nublada. Por ejemplo, la época de Alfonso III, que gobernó el reino en el siglo IX, Alfonso El Magno, un rey fuerte que luchó contra los musulmanes. O la de Alfonso II. Durante su reinado se creyó descubierta la tumba del apóstol Santiago y comenzaron tiempos de peregrinajes. Los chicos soplan las gaitas y no cuesta nada imaginarse épocas antiguas, de raíz celta y bosques de carbayones, como les dicen a los robles centenarios.
El Hotel de la Reconquista se construyó en el siglo XVIII como hospital y hospicio. Después de una gran remodelación, se inauguró como hotel en 1973. Hoy es un Meliá cinco estrellas. Alfombras persas, tapices belgas, un patio con soportales y una capilla. Queda en la zona noble de Oviedo, la capital asturiana y la ciudad más limpia del país. Desde temprano hay hombres que lavan las calles con gruesas mangueras a presión. ¿Papeles en el piso? No se ven. En Oviedo viven poco más de doscientas mil personas, y muchos estudiantes porque la ciudad tiene una universidad pública prestigiosa, especialmente la facultad de medicina. Los oftalmólogos de Asturias son muy reconocidos. El más famoso, Fernández Vega, hasta tiene un "punto de información" en el aeropuerto.
Las gaitas suenan también en los bares y en la calle. Una mañana caminando por el centro escucho un tramo de la canción popular que se convirtió en el himno del principado: Asturias, patria querida, Asturias de mis amores ¡quién estuviera en Asturias en todas las ocasiones!
Los ovetenses son fanáticos de su tierra y del Real Oviedo, del cual media ciudad es accionista. Resulta que en 2012 el club estuvo a punto de desaparecer por una crisis muy fuerte y hubo una movida en las redes sociales –Déjate el alma– y todos aportaron dinero y compraron acciones (había desde diez euros) para salvarlo. Ese mismo año, lo compró el magnate mexicano Carlos Slim, hasta hoy el principal accionista. El Real Oviedo se disputa con el Real Sporting de Guijón, la ciudad más poblada del Principado, que se pronuncia Jijón. Hablando de cuestiones idiomáticas, los asturianos usan diminutivos y aumentativos inventados. Si necesitan tiempo, piden un minutín, si el mandil es grande es un mandilón, pueden tomar un culín de sidrín y querer comer una cosina. Al Real Oviedo le dicen: el Oviedín y el estadio del Sporting de Guijón es el Molinón. Y al final se dicen hasta lueguín.
Guijón tiene una peatonal animada cerca del puerto deportivo, la plaza mayor tan señorial y una playa que se llama San Lorenzo y está en pleno centro. Es un lugar de llambiones –golosos– que llegó a tener ochenta y cinco confiterías, y donde el nombre nombre Pelayo se ve acá y allá. Don Pelayo fue el que comenzó la Reconquista del territorio asturiano en manos de los árabes y, luego, el primer monarca del reino de Asturias.
Corazón de carbón
Además de manzanas y plantaciones de naranjas amargas, que se exportan a Inglaterra para la clásica mermelada inglesa, en el campo se ven vacas lecheras. Los tambos asturianos tienen la fama de producir la mejor leche de España. Y los quesos, como el Casín del Viejo Mundo, el más antiguo del principado, con leche de vaca y amasado a mano. Entre esos valles fértiles, están los cerros y después el Mar Cantábrico.
Hace unos doscientos años comenzó la explotación de carbón en Asturias, que estuvo ligada a la armada, para fundir piezas de artillería. Nació en la comarca de Avilés, donde antes de 1900 hubo cuencas mineras y galerías submarinas. El carbón asturiano fue durante cien años, una de las principales fuentes de energía de España. Se construyeron siderurgias y llegó el ferrocarril, que atravesaba los valles cargado de mineral.
Las condiciones de trabajo eran pésimas y murieron muchos hombres en la extracción de carbón. Mientras era cronista del diario El Mundo, en 1935, Roberto Arlt viajó por Asturias y entró a una mina, a doscientos cincuenta metros bajo tierra, en un panorama de tinieblas y olor a gas, para dar cuenta de ese trabajo tremendo en su libro "Aguafuertes gallegas y asturianas". Hace unos treinta años se cerraron los principales pozos y España sigue la política antiminera de Europa.
No solo carbón hay en las profundidades de esta tierra. Donde el mar se encuentra con los cerros, cerca de Ribadesella, en la Cueva de Tito Bustillo se encontraron pinturas rupestres que tienen entre diez y treinta mil años de antigüedad. La cueva está oscura y es necesario pisar bien para no tropezarse. La humedad moja las paredes y puede haber tramos de barro. El guía ilumina el camino que en otros tiempos seguían los chamanes y artistas que pintaban la cueva. Ahora posa su linterna sobre la pared amarillenta y no se ve nada hasta que se ve: un caballo espectacular, gordo y violeta, logrado con óxido de hierro y manganeso.
En 1968, un grupo de jóvenes aficionados a la espeleología entró a la cueva por una chimenea natural de más de cien metros y descubrió estos dibujos. Mientras caminamos se escucha el rumor del río San Miguel y apenas el guía se adelanta, el espacio se llena de oscuridad y silencio. El caballo se ve perfecto: cuello, crin, patas, cola. Más allá, una tropilla y un reno. Se usaban tinturas naturales, el negro del carbón, el óxido de hierro para el rojo. Alguien pregunta en la noche de la cueva cómo veían para pintar, y el guía responde que hacían una lámpara con el tuétano de los huesos, y una mecha de pelos y fibras vegetales. Así, ellos no se ahogaban y las paredes no se oscurecían.
Los indianos, exitosos y presumidos
Aunque muchos hubieran querido quedarse para siempre en la Asturias de sus amores, como dice el himno, en los años difíciles de la Primera Guerra Mundial y después de la Guerra Civil, tuvieron que emigrar. Tanto en Galicia como en Asturias era una solución relativamente a mano porque tienen costa y estaban cerca de los grandes puertos. Emigraban a Argentina, Uruguay, Venezuela, Cuba, México.
Si les iba bien y hacían fortuna en América, lo que más querían era volver para contarlo y sobre todo, para mostrarlo. A los que regresaban con las arcas llenas se los llama indianos. De vuelta en sus pueblos, los nuevos ricos asturianos restauraban antiguos palacios o se mandaban a hacer casas enormes y pretenciosas, con muchas habitaciones, un jardín de hortensias, y, si venían del trópico, por lo menos una palmera. Suelen ser casonas de principios de los años veinte, afrancesadas y kistch.
Con la casa hecha, se vestían con traje de domingo para pasear por Luarca y Llanes. Algunos también mandaban a hacer iglesias y escuelas y hasta compraban títulos de nobleza y se convertían en marqueses y condes. A los indianos también los llamaban los haigas, porque cuando compraban algo le decían al tendero: "deme lo más grande que haiga".
También estaban los que volvían de América sin un duro y con nostalgia, ésos eran los "americanos del pote", la otra cara del fenómeno.
Esta noche, en Ribadesella, me quedo en Villa Rosario, una casa de indianos reformada como hotel. En el tercer piso y con vista a otra casa de indianos y al mar, que con la lluvia de esta tarde se ve gris. En Asturias llueve mucho, por eso es tan verde. El campo es fértil, se ven hórreos para acopiar los cereales, robles, encinas y pueblos que miran al mar. De esos pueblos chicos en la ladera de los cerros, lugares donde una tragedia es para todos y una alegría también. Hay muchos en Asturias. Pueblos de pescadores que nunca aprendieron a nadar, con capilla para Santa Bárbara, la patrona de las tormentas, y donde se atiende al dicho popular: Mar clara, montaña oscura, mañana tiempo seguro. Pueblos donde siempre hay alguien que mira detrás de una ventana.
Lastres es así. Está enganchado del cerro al oeste de Oviedo. Lo veo de lejos y me pregunto cómo hace esa gente para no tener vértigo. Es un pueblo escalera, sube y baja desde lo alto al mar. En una curva está el astillero de Luis Montoto, un galpón desordenado, lleno de barcos de madera. Barcos pequeños, como de juguete pero no. Montoto nació en el 39, finales de la Guerra Civil, y no había juguetes, entonces con sus amigos se fabricaban barquitos de madera. Ahora tiene setenta y hace más o menos lo mismo.
Hace poco una argentina, nieta de asturianos, le trajo una foto del barco de su abuelo para que hiciera una réplica pequeña. Montoto buscó los docuementos de ese barco, trabajó más o menos un mes en el modelo, lo entregó y cobró trescientos euros. Cada año, construye un barco para el pescador más viejo de Lastres (el de este año tiene noventa).
Luarca tamibén es así. Más cerca de la frontera con Galicia, es otro pueblo de pescadores, blanco y con faro. En la lonja de pescado –el mercado– lo cruzo a Ramón Crespo, pescador, lobo de mar, cejas anchas, la piel curtida.
–Si naces aquí haces dos cosas: aprendes a nadar y te subes a un barco. Yo estuve toda mi vida arriba de un barco.
En algún momento se bajó y conoció a Olguita, una argentina de Rosario –"vivía en Urquiza 4610"– que estaba de paseo con sus padres. Se enamoró, se enamoraron, pero después ella se volvió y él la recuerda siempre.
Los últimos herreros
Cerca de Luarca está Navia, donde se concentra la mayor producción de fabas de Asturias. Fabas –fabes en bable, la lengua asturiana–, los porotos de la fabada, ese cocido mayor que lleva chorizo, morcilla, panceta, cerdo y azafrán.
Onofre Alonso, el chofer de este viaje, cuenta sobre la parcela de fabas que tienen sus padres en Vegadeo, por este mismo camino. Es un trabajo delicado, dice. Las siembran junto con el maíz que se le da a los animales, la faba se enrosca ahí. Después de cosecharlas hay que separar la vaina del capullo (esbillado), y escoger las mejores para el mercado (el kilo cuesta doce euros). Su madre tal vez no, pero su abuela seguro que usó madreños (zuecos) para el trabajo en el huerto.
La frontera con Galicia está cerca, pero todavía queda una parada en El Mazo de Mazonovo. Mientras recorro este caserío y especialmente cuando veo el trabajo de los herreros –ferreiros– me froto los ojos. Todo lo que veo –incluida la gente– es tan primitivo que no me lo creo. El rostro hombre que tengo enfrente, muy blanco, de ojos celestes y nariz afilada, me hace pensar en un hombre de Flandes, un hombre de un cuadro de Rembrandt. Tiene ropa oscura y un delantal largo y sucio. Se llama Friedich Bramsteidl, Fritz, y es austríaco.
Mazo viene de maza, la herramienta de construcción, y también se le llama mazo a una herrería. El Mazo de Mazonovo es una herrería donde se fabrican rejas artesnales y monedas antiguas. Para cuchillos y navajas, Taramundi, acá nomás.
El Mazonovo funciona con un molino hidráulico, de madera de roble, igual que hace varios siglos. Trabajan tres hombres jóvenes, los últimos herreros de Europa que usan técnicas ancestrales. Están en una casa de piedra oscura por el hollín. Debe tener trescientos años, piso de tierra y penumbra. La rodea un bosquecito de robles también viejos. En el interior hay herramientas con las que bastaría un golpe para matar a alguien. En un cuarto, César Romero, suelda una pieza y vuelan las chispas sobre sus antiparras. En la sala principal está Fritz, que salió de un cuadro de Rembrandt. Toma una maza para golpear un hierro al rojo vivo hasta darle la forma de hoja. La fragua de la esquina es más alta que el hombre más alto del mundo. Muestran, explican, pero cada uno está en su mundo, que no parece este, claro que no, no puede ser. Eso pienso durante la visita a Mazonovo. Pero a la tarde los encuentro en el bar, usan jeans, toman café y whatsappean en el pueblo más cercano, que –créase o no– se llama Los Oscos.
Me voy de Asturias como si cerrara un libro de cuentos medievales.
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DÓNDE DORMIR
NH Principado. San Francisco 6, Oviedo. Frente a la universidad de Oviedo y a pasos del Teatro Campoamor.
Quinta Duro. Camino de las Quintas 384. Muy buen lugar a tres kilómetros de Guijón, atendido por su dueño. Es una increíble casona de campo de 1795, rodeada de jardines y plantas ornamentales. Pertenece a la Red de Casonas Asturianas del Principado.
Hotel Casa Pedro. Santa Eulalia de Oscos.Un hotel rural en un pueblito de quinientos habitantes. Atendido por el dueño, que prepara riquísimas comidas caseras (las porciones son para compartir).
DÓNDE COMER
Taberna del Arco. Plaza América 6, Oviedo. Frente a la Plaza de América, un muy buen lugar para probar especialidades asturianas y comida de mar. Chipirones con cebolla caramelizada, croquetines de bechamel, bocaditos de morcilla con manzana, dan ganas de probar toda la carta.
Peñalba. Milicias Nacionales 4, Oviedo. Desde 1930, la bombonería de Oviedo por excelencia. En bable –la lengua asturiana– se le llama llambión al goloso y debe haber muchos llambiones, porque las propuestas son infalibles. Masitas recomendadas: princesitas y moscovitas.
Otras confiterías para agendar: Rialto, para tomar café, y Camilo de Blas, para probar los carbayones, masitas con yema, azúcar, almendras y base hojaldrada.
Restaurante La Tortuga. Calle San Miguel 5, Tazones. Pescados y mariscos del Cantábrico.
Taberna Quince Nudos. Avelina Cerra, 6, Ribadesella. Asturias. Deliciosa cocina de productos autóctonos. Especial para pedir la tabla de quesos asturianos, que incluuye los clásicos: afoga el pitu (con pimentón) ycasín del Viejo Mundo.
Sidrería Tierra Astur Ponient e. Mariano Pola 10, frente a la Playa Poniente. Posiblemente el mejor lugar para probar platos asturianos. Está en la costanera, en una linda zona para pasear al atardecer.
El Barrigón de Bertín. Calle San José, Lastres. Resturante premiado con nuevas versiones de platos tradicionales. Para el tapeo: navajas a la plancha con refritín de ajo, anchoas ahumadas con vinagreta de calabacín y manzana. Bonifacio Amago 13, Tapia de Casariego.
Restaurante Palermo. Es un restaurante de este pueblito medio perdido de Asturias. Es una experiencia de lujo comer ahí. La fabada, completamente desgrasada, es exquisita.
PASEOS Y EXCURSIONES
Monte Naranco. La mejor vista de Oviedo y un buen paseo. Se distingue la cúpula de La Uña de Calatrava, un centro de convenciones proyectado por el reconocido arquitecto. Para visitar, dos iglesias prerrománicos: Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. El lugar está a cuatro kilómetros de Oviedo se puede llegar en ómnibus y taxi.
Museo Arqueológico de Asturias. San Vicente, 3-5, Oviedo. Los tiempos prehistóricos, los castros, la Asturias medieval, cómo fue la ocupación humana en este territorio a través de utensilios, armas, adornos, un museo para pasar un buen rato, en un antiguo solar con claustro.
Tazones. A 50 kilómetros de Oviedo, fue un puerto ballenero hasta el siglo XVI y en algún momento hubo cuatro fábricas de pescado. Hoy vive de la pesca de bajura (rodaballos, salmonetes, sardinas) y de los turistas, los fines de semana se llena de turistas porque tiene catorce restaurantes. Buen lugar para almorzar al sol, pasear por la costa y comprar algún souvenir marino en las tienditas.
Santuario de Covadonga. A 10 km de Cangas de Onís. El tradicional sitio de peregrinaje dentro del Parque Nacional Los Picos de Europa, rodeado de un paisaje rocoso en el medio del bosque. Se puede visitar la Santa Cueva, donde está enterrado Don Pelayo, y la Basílica de Santa María la Real de Covagonga.
Puente de Cangas de Onís. A orillas del río Sella y a 70 kilómetros de Oviedo, este puente romano es un símbolo de Asturias. Del arco cuelga una reproducción de la Cruz de la Victoria. Cerca del puente, el Café Español es un bar de los setenta, imperdible para una parada.
Casa Natal del marqués de Sargadelos. Ferreirela de Baxo. Santalla de Oscos. Muy cerca de la herrería de Mazonovo está el Casa Natal del marqués de Sargadelos, fundador de la fábrica de la bellísima cerámica gallega azul y blanca.
Museo Jurásico de Asturias (MUJA). Carretera entre Colunga y Lastres. Desde los dinosaurios hasta la llegada del hombre, el museo se ocupa de la evolución, con énfasis en el Mesozoico, la Era de los Dinosaurios.
Museo de la Minería (MUMI). San Vicente · El Entrego (cerca de Langreo). Se conocen las antiguas técnicas y materiales usados en la extracción del carbón.
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