Astor Piazzolla, música viva
Este miércoles se cumplen nueve años de la muerte del gran músico y sus herederos, finalmente, unieron sus fuerzas en una fundación para divulgar su arte y estilo
Laura Escalada de Piazzolla, viuda de Astor; Diana y Daniel Piazzolla, hijos de su primer matrimonio con Dedé Wolff, están sentados cordialmente en el living de la casa de Daniel. Una postal imposible diez años atrás. Pero el tiempo lame heridas y desenmascara verdades y mentiras. Los tres adjudican a terceros las broncas que los separaron en los últimos años de vida de Piazzolla y en los siguientes. Gente que iba y venía con chismes que ellos creían, intereses que definen como "divide y reinarás". Hoy las cosas están más claras: no son familia, pero tienen en común a una de las personas más importantes, sino fundamental, en la vida de cada uno. Y desde la conciencia de que lo que dejó Astor no fue sólo una música exquisita, sino también una obra vastísima, cedida sin ton ni son a sellos de todo el mundo, los herederos unieron fuerzas. Desde hace cuatro meses, Diana y Daniel Piazzolla son los vicepresidentes de la Fundación Astor Piazzolla, fundada y presidida por Laura Escalada desde 1996.
El objetivo de la fundación es divulgar la música de Piazzolla y formar a los jóvenes en un estilo que no se aprende sólo en las partituras, hay que conocer el lunfardo piazzolliano -palabras como lija, lima, chicharra, que él usaba para definir sonidos que inventaba- y saber de los fraseos, las acentuaciones. Acaban de ser elegidos por concurso dos quintetos de músicos jóvenes que tocarán la música ciudadana, el tango piazzolliano, o la denominación que cada uno elija para ese estilo único y, como dicen los presentes, "cerrado: él abrió el círculo, le puso llave y se fue, no hay nadie que pueda volver a hacer lo mismo. A Piazzolla se lo puede copiar, pero no repetir".
Daniel también es músico. Hasta 1996 componía y tocaba, y desde entonces se dedica a poner orden en el legado musical de su padre y a pescar tiburones, una pasión que hace comercio cada fin de semana en Mar del Plata llevando gente hasta alta mar. Es un poco menor que Diana, pero el que quedó más pegado al apellido, a la imponencia de un padre eclipsante.
-La chicharra se toca sull ponticcello, en la parte de atrás del puente, donde ningún violinista toca. Se tocan varias cuerdas al mismo tiempo y hace un chi, chi, chi. Es un efecto percusivo. Cuando papá compuso Sinfonía de Buenos Aires, que estrenó en 1953 y ganó el premio Fabián Zevitzky y la beca para estudiar con Nadia Boulanger, inventó un instrumento que le hizo hacer a don Domingo, el carpintero...
-¡Sí, se lo pidieron a mamá el otro día, pero mamá no lo tiene! -interrumpe Diana.
-No, no sé dónde estará. Ese instrumento se lo llevó papá y lo debe haber tirado en algún lado porque...
-¿Cómo es? Porque yo no lo ví -quiere saber Laurita ("siempre voy a ser Laurita para todos"), Un aire infantil en sus peinados, en su forma de dialogar, evocan el diminutivo.
-Es como si fuera un violín, pero muy rústico, muy tosco, muy feo, pero qué pasa: papá inventó ese instrumento para hacer percusión y después se dio cuenta de que el sonido de la lija lo podía reemplazar tocando la parte del puente para atrás. Y el invento había sido inútil. Los grandes violinistas que vinieron a verlo, como Salvatore Accardo, cuando lo veían a Agri tocar esa parte de atrás se volvían locos, no lo podían entender.
Daniel se acuerda en qué año Astor tocó en cada lugar, las formaciones de los músicos, las anécdotas. Diana, en parte por su exilio político en México, por no haber estado tan marcada por el estigma del padre genial y porque no es música, sino escritora, se mantiene en un rol secundario. La verborragia de Laura y Daniel tampoco le dejan mucho espacio.
-O los golpes al costado del fuelle -agrega Laura.
-El decía que era porque se enojaba con el bandoneón, que era como pegarle al televisor para que funcione.
-¡Pero él un día decía una cosa y otro día otra! -ríe Diana. Una risa relajada, frecuente, divertida. -Es cierto que a veces, cuando se enojaba en medio de un ensayo, para parar el ensayo le pegaba fuerte al costado del bandoneón, pero después descubrió que con esto también hacía percusión -recuerda Daniel.
Y Laura, piazzolliana eterna, estrena una definición como para tensar los nervios de cualquier musicólogo: "Se puede decir que está el clásico, el moderno, el posmoderno, el avant-garde y el piazzolla. Así se describiría la música." Amén.
Los países donde más se escucha a Piazzola son, en este orden: Italia, Alemania y Holanda. En Italia lo veneran, al punto que en la ciudad donde nació su padre, Trani, nombraron a una calle Astor Piazzolla, y Laura viaja continuamente a arreglar conciertos, a que la mimen como en ningún otro lado. Y los japoneses ocupan los cuatro primeros puestos en la compra de sus CD.
-Ocurre que papá tocaba en festivales de jazz, de música clásica, en teatros que no eran donde se toca y se baila tradicionalmente el tango. Papá tocaba en salas de concierto, o sea que el público que tiene Astor Piazzolla en el mundo es el de música clásica y el de jazz, donde no le discuten si lo que tocaba era tango o no.
En 1997, Laura, Daniel y Diana formaron la Piazzolla Music SARL junto al francés Emmanuel Chamboredon, porque Astor había firmado contratos por todo el mundo, y muchas de esas obras no eran reeditadas, o sólo parcialmente. La familia quería recuperar ese material y darle la difusión que correspondía.
-Lo que están haciendo las grabadoras en este momento son refritos -sigue Daniel-: sacan dos temas de acá, dos de allá, y los juntan con otros, y si vos te ponés a ver son temas que tenés en otros discos. ¿Por qué? Porque Piazzolla murió, y como no tienen la posibilidad de sacar temas nuevos, agarran uno y otro y eligen obviamente los más famosos.
-¿Hay obra inédita?
Daniel es cauto con la respuesta.
-Hay algunas cosas que algún día se conocerán, pero no una cantidad enorme. Nosotros las tenemos. Y si no las hemos editado es porque no se dio el momento. Como todavía estamos tratando de manejar lo que está ya circulando, después éstas les serán dadas a algunos músicos.
-Estamos tratando de poner orden -agrega Laura- y esto es muy difícil porque Astor, como todo gran creador, no pensaba en lo que iba a suceder después. El escribía una obra y lo que quería era escucharla, grabarla, lo antes posible, y después ya había pasado, era otra cosa. Excepto Adiós Nonino, que él la llevó siempre en su corazón, todas las demás nacían y así como lo hacían estaban esperando que naciera otra al día siguiente. Entonces, lamentablemente, como no se ocupaba comercialmente de su obra porque jamás le interesó el dinero, se aprovecharon mucho de él -Papá firmaba contratos en blanco. Cuando tenés un editor, vas a Sadaic con él y declarás la obra, 75% para vos y 25% para él; en el caso de Europa es 50% y 50%. ¿Sabés lo que hacía papá? Dejaba boletines en blanco y los editores ponían el porcentaje que querían, en este caso 75% para el editor y 25% para el músico.
Y Laura recuerda un hecho que el tiempo transformó en anécdota, pero que se intuye conflictivo: "Hacía cosas muy graves. Una vez en Suiza estaba grabando un programa de televisión y viene un señor con un montón de papeles en blanco para que firmara, y en el momento en que iba a firmar, no miraba nada, yo le quito la mano y le digo: Démelo a mí. Estaba cediendo todos los derechos de televisión, todo, todo lo que se te pueda ocurrir. Eso se lo hicieron en muchísimas ocasiones". Piazzolla tampoco vivió en la indigencia, sobre todo en sus últimos años. Pero los tres afirman que ser herederos no les da por el momento rédito económico, que los derechos de autor alcanzan para sostener la estructura que se montó para recuperar la obra. "Hay un caos generalizado en todo el mundo, más que nada porque papá era un tipo de muy buena fe que lo único que quería era tocar su obra, porque sabía que tocando era la única manera de que en el futuro se lo siguiera escuchando", agrega Daniel.Y entre los tres delinean a un hombre bohemio, generoso e inconsciente. "Yo te voy a explicar -toma la palabra la mujer que compartió lecho y pan con Astor desde 1976 hasta su muerte-. Los primeros años que estuve a su lado, y que Daniel estuvo tocando con su padre, las giras se hacían en un Citroën que era del productor. Astor era un hombre que repartía el dinero entre su quinteto, algo que nadie dice nunca. El no fue de decir: Yo soy la estrella y gano todo y después les doy un puchito."
Vivir con Piazzolla, trabajar con Piazzolla, dormir con Piazzolla, ser esposa de Piazzolla, ser hijo de Piazzolla. Se podrían usar más verbos y casi todos abrevarían en el mismo adjetivo: difícil.
-Yo nunca voy a dejar de ser Laurita Escalada. Yo soy cantante de ópera y cuando trabajaba gané mucho dinero, tengo la satisfacción de haber hecho lo que se me dio la gana. Y cuando conocí a Astor sí... yo dejé todo porque sabía que estaba al lado de una persona que necesitaba que lo cuidaran. Necesitaba alguien permanente a su lado. Una vez, en 1980 y tanto, me ofrecieron hacer un protagónico en teatro y Astor estaba trabajando también en Buenos Aires, y yo acepté. Fue todo fantástico hasta que Astor dejó de trabajar y tenía que venir a buscarme al teatro, ahí ya no le gustó, porque él se quedaba un pedacito de la noche sin mujer. Y dejé, pero no con tristeza. Porque desde el principio supe que él necesitaba al lado a alguien de bajo perfil, la estrella era él y los demás teníamos que ser satélites.
Para Daniel, la conjugación de verbos fue más difícil. En 1996 abandonó la música "porque el sólo hecho de tocar con una formación similar a la de mi papá, interpretando temas de él y con arreglos de él, además de mis temas, fue tanta la presión de la gente con el famoso: Eh, falta Astor, Eh, falta el fuelle. Tanto me pudrieron, más la actitud de los músicos de mi grupo, que largué todo. Ahora estoy totalmente tranquilo, no volví a tocar. No sé qué me pasó, se me borró todo de la cabeza y agradezco que me haya pasado".
Apenas una vez se animó a mostrarle una partitura a Astor, y repite un par de veces una frase triste, aunque el tono sea como de así es la vida: "Si naciera de nuevo pediría que mi viejo fuera carpintero, panadero, cualquier cosa, pero no Astor Piazzolla".
Para Diana parece que fue más fácil. Se fascinó con su padre, le tuvo miedo a su crítica feroz, pero pudo armar un camino propio, que se consolidó con la publicación de la novela Astor, en 1987. Esas diecisiete horas de grabación en México que él le concedió después de años de pedirle que quería escribir su vida fueron las que le dieron el convencimiento definitivo de que lo suyo era la escritura. La palabra final para Laura, artífice de que los tres estén reunidos hoy. "Astor a mí me enseñó cosas muy bellas, como la perseverancia y el coraje. Entonces yo quiero devolverle todo lo que recibí de él, por eso creé la fundación, que tiene que ser para sus herederos, sus hijos y sus nietos. Hay muchos que se creen dueños de Piazzolla y no entienden que Piazzolla brilla con luz propia, no es de nadie."
"Lo que yo hacia era tango"
"Bajé del barco con una carga de dinamita en cada mano, por decirlo así. Había tenido mucho tiempo para pensar y juntar bronca. El Octeto Buenos Aires, tal como yo lo había armado en mi cabeza, iba a provocar un escándalo nacional. Eso quería yo: romper con todos los esquemas musicales que regían en la Argentina. En 1946 lo había hecho, pero con timidez. Existía en mis arreglos un pulso jazzístico especial, proveniente del jazz cool y del progresivo. Eran complejos, diferentes. No olvidemos que en esa época yo ya escuchaba a Stan Kenton y a Bill Evans.
"Pero, a pesar de que esos cambios eran leves comparados con los que vendrían después, Troilo no los soportaba. Estos firuletes no van, Gato. La gente quiere bailar. El tango es para bailar, me decía y tachaba, borraba todo lo que yo metía. Por supuesto, fui juntando bronca. Además, tenía a todos en mi contra, salvo dos o tres que me seguían. (...) "Había muchos que no lo soportaban. Una noche, la orquesta tocó una introducción de violonchelo que yo había compuesto para el tango Copas, amigas y besos. Era larguísima y complicada. Tan extraña era, que las coperas del cabaret se pusieron a bailar en puntas de pie, como si se tratara de El lago de los cisnes. No puedo negar que me enfureció esa actitud...
"Lo único que yo quería era experimentar, incorporar todo lo que Ginastera me iba enseñando: contrapunto, acentuaciones rítmicas diferentes, pizzicato de los violines. Claro, en parte lo entiendo: yo era el loco Piazzolla. Por eso, cuando volví de París, después de un tiempo de no frecuentar el ambiente, periodistas y tangueros se preguntaban: ¿Qué nueva locura inventará ahora? ¿Qué se traerá entre manos? "Yo era un misterio. Y el Octeto mató. Eramos ocho con el diablo adentro del cuerpo, como dijo un comentarista. Ocho tipos vestidos de negro que sonríen cuando tocan, hablan entre ellos, de repente gritan algo y hasta por las miradas parece que estuvieran en otro mundo. Piazzolla ha llegado para esterilizar el tango, que es lo más sagrado que tenemos los porteños, decía una revista de esos años.
Y sí, yo había llegado dispuesto a romper con todo. Y aunque les pesara en ese momento, lo que yo hacía era tango."