Asia y sus miradas
Tomar fotografías, ir al mercado, caminar por una vereda: un modo distinto de acceder a Oriente a partir de estas acciones organizadas en un abecé nada convencional
Hay palabras que cambian de significado según el contexto en que se las utiliza. No es lo mismo, por ejemplo, hablar de arroz en la Argentina que hablar de arroz en China: en las antípodas, la relación de las personas con ese alimento es completamente distinta a la nuestra. Lo mismo ocurre con otras palabras, que en Oriente adquieren un significado más amplio, o incluso distinto, al que le damos en Occidente.
En Asia de la A a la Z ( http://viajandoporahi.com/category/a-z ), un abecedario que creé tras 16 meses de viaje, intenté definir y comprender al continente desde la óptica asiática. Aquí, una recreación de la mirada desarrollada en este particular diccionario, a partir de tres de sus entradas: fotografía, mercados, veredas.
F de FotografIa
La primera vez que aterricé en Indonesia supe que había llegado a un país extremadamente fotogénico. Lo que jamás imaginé era que la fotografiada iba a ser yo. Mientras caminaba por Yakarta, hipnotizada por los colores, por la ropa, por las comidas y por la gente, una chica musulmana se me acercó y me preguntó con timidez si podía sacarse una foto conmigo; apenas accedí aparecieron quince más, todas vestidas de blanco. Se acomodaron alrededor mío con risas y emoción y posaron para una foto grupal. Tras el ritual me dieron la mano, una por una, y repitieron Thank you, Miss a coro. Pocos minutos después, estaban haciendo lo mismo con otro extranjero que caminaba por ahí. Con el tiempo me di cuenta de que en Indonesia los occidentales son considerados cuasi estrellas de Hollywood y no hay nada más deseado que sacarse una foto con un bule (extranjero).
Antes de viajar a Asia no sabía cuál sería la relación de la gente con la imagen. ¿Estarían dispuestos a ser fotografiados por una extraña? ¿O se negarían creyendo que les estaba por robar una parte del alma? Tras varios meses de travesía descubrí que, para los asiáticos, las fotos forman parte intrínseca de la vida cotidiana. Todos aquellos que pueden tienen una cámara: desde la más básica en el celular hasta equipos de última generación. Pero lo que más me llamó la atención es que incluso quienes no tienen acceso a una cámara, aman posar. Me pasó en ciudades, en aldeas, en templos: caminando me crucé con nenes tan chiquitos que apenas sabían hablar pero que, cuando vieron mi cámara, se pusieron los dos dedos al lado de un ojo, haciendo la V invertida a 45 grados (el clásico gestito asiático ligado a sacarse una foto). En medio de plantaciones de arroz y pueblitos perdidos, me crucé con mujeres con sus vestimentas típicas, señalé mi cámara y, con un gesto, les pregunté si podía fotografiarlas. Ellas no sólo aceptaron, sino que posaron haciéndose las naturales y me pidieron que les mostrara la pantalla para ver cómo habían salido.
En Asia, la fotografía es un arte de ida y vuelta entre el fotógrafo y el fotografiado. Nosotros, los occidentales, les sacamos fotos a los asiáticos porque nos resultan fotogénicos y exóticos, y ellos nos sacan fotos a nosotros por las mismas razones. Y gracias a la fotografía ambos podemos quedarnos con un recuerdo del momento efímero que compartimos con el otro. Muchísimas veces, mientras caminaba por algún pueblo o ciudad, hubo personas que me rogaron que les sacara una foto y la mostrara en mi país. Así, como varios me dijeron, una parte de ellos podía viajar conmigo.
M de Mercados
La M es una letra muy presente en Asia. Está en las motos que pueblan las calles de Vietnam, en las mezquitas imponentes de Malasia, en la música de los templos de Bali, en el mahjong que se juega en las veredas en China. Pero uno de los lugares que más representan a este continente son sus mercados. Y si bien la denominación es genérica, no existen dos que sean iguales: los hay al aire libre, en carpas, sobre alfombras, en las veredas, en el baúl de un auto, en los parques, en medio de la ciudad; matutinos, diurnos, nocturnos, flotantes, turísticos, locales, de animales, de flores, de verduras, de frutas, de ropa, de electrónica, de suvenires.
Los más limpios y ordenados son los mercados turísticos, aquellos donde se venden cuadernos de papel reciclado con dibujos pintados a mano, telas típicas, Budas de todos los tamaños, lámparas con motivos chinos, cuadros y postales con paisajes. Pero mis preferidos son los mercados locales, los que no están pensados para el turista, sino que forman parte de la vida diaria de los asiáticos. Son reconocibles por el ruido y movimiento que generan a su alrededor, por la gente que va y viene cargando bolsas, por el aroma a comida recién hecha, por el color intenso de las frutas y verduras frescas. En esos mercados hay mujeres que descaman pescados, chicas que cocinan sopa de noodles para todos, señoras que eligen los tomates más rojos para el almuerzo, gallinas que revolean las alas e intentan escapar de su destino.
En la palabra mercado, además, caben tantos significados como países, ya que en cada lugar adquieren personalidad propia. Cuando fui a un mercado local en Xi Jiang, un pueblo de China, nadie me prestó demasiada atención: estaban concentrados buscando los mejores precios y las ofertas del día. El mercado local en Hoi An (Vietnam) me pareció aceleradísimo: los hombres hacían zigzag entre los puestos con sus motos cargadas de baguettes, las mujeres se gritaban de una punta a la otra, todos intentaban refugiarse de la lluvia bajo techos improvisados con plásticos. Los mercados de Laos, en cambio, eran tranquilos y silenciosos: los vendedores descansaban en hamacas paraguayas o, incluso, dejaban el puesto vacío durante horas, y respondían a los pedidos con sonrisas y serenidad. En Penang, una isla que es famosa por ser el paraíso gastronómico de Malasia, todos los mercados vendían una sola cosa: comida. Y en Indonesia los vendedores se dedicaban a saludar a los extranjeros y a posar para las fotos. En el abecedario asiático, mercado es sinónimo de micromundo. Basta caminar una mañana por alguno para ver, oler, escuchar y saborear la cultura del lugar.
V de Veredas
Siempre creí que las veredas eran espacios diseñados exclusivamente para que los peatones pudieran circular, pero en Asia me di cuenta de que lo que es considerado normal de un lado del mundo puede ser completamente opuesto en el otro. En muchas ciudades de Indonesia, por ejemplo, las veredas casi no existen: las casas tienen salida a la calle y ni siquiera hay un desnivel que las separe del tráfico. Y las pocas veredas que hay no se usan para caminar, se usan para comer. El espacio supuestamente peatonal lo ocupan los warung, esas carpas con mesas de plástico y una cocina en el interior donde los indonesios se reúnen a desayunar, almorzar y cenar; en medio de las carpas se estacionan los carritos que venden jugos de fruta o nasi goreng (arroz frito, el plato nacional), se ubican las mesas y sillas portátiles que corresponden a cada puesto, y se estiran alfombras para que quienes lo deseen puedan comer sentados.
En Vietnam, en cambio, me encontré con algunas de las veredas más amplias y multifuncionales del sudeste asiático. Allá se usan para cocinar, lavar los platos y la ropa, desayunar-almorzar-cenar, vender productos, estacionar y lavar las motos, ubicar los carritos de comida, cortar el pelo, arreglar zapatos, dejar el calzado afuera de las casas y los negocios, reunirse con amigos y sentarse en reposeras a mirar el tráfico pasar. Los motociclistas —que en Vietnam son mayoría— las usan, además, para acortar camino cuando el tráfico se atasca; para el peatón, por ende, a veces es más seguro caminar por el medio de la calle que ir por la vereda esquivando mesas, motos y personas. En Camboya se utilizan como área de descanso, en China y Singapur son las sedes principales de los partidos abiertos de ajedrez, cartas y mahjong, y en Laos pasan a ser territorio de la imaginación. En ese país, las veredas se convierten en canchas de fútbol, en pistas de bicicleta, en supermercados, en oficinas, en el sitio ideal desde donde remontar un barrilete.
En el abecedario asiático, la V de veredas debería ir junto con la C de cultura callejera. Lo que en otras partes del mundo se considera privado —comer, cocinar, lavar, descansar, dormir, jugar, reunirse— en aquel continente es indiscutiblemente público. Y las veredas son el escenario y la prueba de que en Asia la vida transcurre al aire libre, sin pudor, frente a la mirada de los demás.
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