La mañana del miércoles 30 de enero de 1889 -el mismo año en que se inauguró la Torre Eiffel, nació Adolf Hitler y se inventaba en Nápoles la pizza Margherita- Europa se levantó sin saber que ese día cambiaría el curso de la historia.
La nieve cubría las afueras de Viena desde muy temprano, mientras en la capital de los Habsburgo el emperador Francisco José revisaba los asuntos de Estado y su esposa, la excéntrica emperatriz Sissi, tomaba una clase de griego.
La presencia en Viena de la errante Sissi podría haber sido la única nota excepcional del día. Pero era en Mayerling -el pabellón de caza favorito del archiduque Rodolfo, único hijo varón y heredero del trono de Francisco José- donde se desarrollaba un drama que sacudiría hasta lo más hondo las raíces del imperio. Mayerling, a 40 kilómetros de Viena, cuyo nombre evocaría desde entonces el sello inexorable de la tragedia.
El archiduque
A los 30 años Rodolfo de Habsburgo, tercer hijo de los emperadores y único varón, ya había perdido sus rasgos juveniles. Criado bajo las órdenes de su temible abuela paterna, la emperatriz Sofía, desde los seis años había sido sometido a una educación militar y abusiva a manos del general Gondrecourt, que solía despertarlo con disparos en medio de la noche y un día lo encerró en una jaula del zoológico de Viena haciéndole creer que un jabalí salvaje iría a matarlo.
Todas las expectativas del imperio estaban puestas en ese niño de carácter inestable y frágil, que en su adolescencia fue instruido por decenas de profesores en historia europea, gramática, aritmética, literatura, derecho, estrategia militar, idiomas y muchas otras asignaturas que debían convertirlo en el perfecto delfín.
El resultado fue otro: oficialmente completada su educación, Rodolfo se había convertido en un joven contradictorio, defensor de las ideas liberales que su padre rechazaba con firmeza; un aristócrata admirador de la Revolución Francesa pero al mismo profundamente convencido del origen divino de sus privilegios; un anticlerical en el corazón de la muy católica corte austríaca.
Francisco José lo mantenía estrictamente alejado de los asuntos de gobierno: carente de auténticas responsabilidades, su hijo y heredero se dedicó a cultivar con intensidad el lado mujeriego de su personalidady -como cuenta el experto en dinastías reinantes europeas Jean des Cars en su obra sobre Mayerling- a conspirar políticamente contra su padre.
Casado por obligación con una princesa belga, la corte vienesa ya había perdido la cuenta de las numerosas amantes de Rodolfo y jamás imaginó que, después de proponerle en vano un pacto suicida a una de ellas, la actriz Mitzi Caspar, terminaría involucrado junto con otra en el mayor escándalo de su tiempo.
La baronesa
Mary Vetsera tenía solo 17 años cuando protagonizó junto con Rodolfo el drama de Mayerling: el 30 de enero de 1889, la adolescente y el hijo de Sissi fueron hallados muertos sobre la cama, bañados en sangre, por un horrorizado conde Hoyos, amigo personal del archiduque que lo había acompañado en su salida de caza.
El cine se encargó de replicar los hechos desde distintas ópticas a lo largo de todo el siglo XX: entre otros, en 1936 Danielle Darrieux y Charles Boyer encarnaron a Mary y Rodolfo en un film de Anatole Litvak; en 1968 serían Catherine Deneuve y Omar Sharif, dirigidos por Terence Young.
La tragedia, sin precedentes, hizo añicos el futuro del Imperio Austro-Húngaro y se convirtió en el primer eslabón en una cadena de ocultamientos, secretos, mentiras y distorsiones extendida hasta el fatídico asesinato de Sarajevo, en el umbral de la Primera Guerra Mundial: allí cayó en un atentado el archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, que se había convertido en inesperado heredero precisamente por la dramática salida de escena de su primo Rodolfo.
Habían pasado 25 años desde entonces. Francisco José seguía reinando; Sissi ya había muerto en otro atentado, en Ginebra. Pero nadie osaba todavía investigar la verdad o mencionar en los círculos de la corte el nombre de Mary Vetsera: un manto de oscuridad se cernía sobre la otrora despreocupada adolescente que había brillado en los bailes de Viena y captado la atención de Rodolfo entre una y otra de sus interminables andanzas amorosas.
"Extraordinariamente hermosa" para algunos, aunque "no una belleza clásica" para otros; "baja y bastante regordeta" según una aristócrata austríaca, pero "dueña de un magnífico par de ojos tan oscuros como su cabello" según otra cortesana, Mary Vetsera se había obsesionado con Rodolfo y aspiraba a una relación romántica y duradera que absolutamente todos en Viena -excepto tal vez ella misma- sabían que era imposible.
Por varios motivos: no solo era impensable un divorcio del archiduque por razones dinásticas y religiosas, sino que además Mary estaba lejísimos de su rango, un escollo insalvable en aquellos tiempos y en ese imperio. Era hija del aristócrata griego Albin von Vetsera, administrador de los bienes del sultán de Constantinopla, y de Hélène Baltazzi, descendiente de una muy acaudalada familia de banqueros. Pero no había fortuna ni fascinación oriental que hicieran olvidar su carencia de linaje para entrar en los círculos más selectos de la nobleza austríaca.
¿Cómo fue posible entonces la conexión entre Mary y Rodolfo? La celestina fue Marie Larisch, sobrina y dama de compañía de Sissi. Hija ilegítima de un hermano de Sissi, la emperatriz se apiadó de su destino de ostracismo y la mantuvo a su lado en Viena; la joven le respondió poniendo los ojos nada menos que sobre Rodolfo. Por las dudas, la casaron rápidamente: pero desde entonces, Marie se dedicó a chantajear al heredero y a arreglarle citas amorosas con las numerosas mujeres deseosas de satisfacerlo sin plantear preguntas incómodas.
Mary Vetsera fue una de ellas. Y lo fue con la complacencia de su madre, Hélène Baltazzi, que según firmes rumores también había caído en brazos de Rodolfo al menos una década antes: y ahora estaba dispuesta a favorecer la relación entre su hija y el heredero del trono, un secreto a voces que no conseguían acallar en los elegantes salones ni siquiera los rítmicos compases de los valses de Strauss.
¿Asesinato o suicidio?
Ciento treinta años después, lo que ocurrió exactamente en el pabellón de caza de Mayerling en las postrimerías de enero de 1889 permanece en un cono de sombras.
Rodolfo y Mary habían llegado juntos la noche del 28 de enero: ella, sin embargo, fue llevada por una puerta de servicio hasta los aposentos privados del archiduque. Solo Johann Loschek, el valet de Rodolfo, sabía de su presencia en el lugar.
Mientras tanto en Viena ocurría un drama paralelo: según el relato de Marie Larisch, citado por los investigadores Greg King y Penny Wilson, la madre de Mary Vetsera había descubierto su ausencia y hallado una carta donde la joven afirmaba que "no podía seguir seguir viviendo". La propia Larisch empezó a alarmarse e intentar borrar su oscuro papel en la historia: ¿acaso había oído algo sobre un pacto suicida? ¿O solo trataba de salvar los restos de su reputación? Incluso se intentó advertir sobre la desaparición de la pareja al primer ministro Taaffe, que desdeñó los temores y ordenó no hacer nada.
En Mayerling, Rodolfo pasó de caza la jornada del 29 de enero; su joven amante seguía oculta en sus aposentos. Por la noche, cuando se retiraron a dormir, Mary sacó de su bolsillo un pequeño reloj de oro con diamantes y se lo dio al valet Loschek como "recuerdo de esta última vez". A ella nunca más se la vería con vida.
Rodolfo, en cambio, salió de su habitación a las seis de la mañana del día siguiente y le pidió a Loschek que le preparara un carruaje y lo despertara de nuevo dos horas más tarde. Silbando suavemente, entró otra vez en el dormitorio. Lo que siguió fue, según una primera versión, el estallido de dos disparos: y aunque el valet intentó abrir la puerta y la encontró cerrada por dentro, terminó por desistir y siguió con sus obligaciones. Solo más tarde, al intentar en vano despertar al archiduque, entró en pánico y llamó al conde Hoyos: entre los dos forzaron la puerta y encontraron el macabro espectáculo de la pareja muerta y bañada en sangre.
"A primera vista era claro -recordaría Loschek- que Rodolfo le había disparado a Mary Vestsera y luego se había suicidado. Solo había dos disparos que habían dado en el blanco".
Hoyos fue el encargado de viajar rápidamente a Viena para informar a los emperadores. Sin embargo, y aunque nunca quiso admitirlo, para convencer al jefe de la estación de que detuviera el expreso de Trieste -el medio más rápido de llegar a la capital- y lo dejara subir, tuvo que romper el secreto y explicarle que "el príncipe heredero se había suicidado". El jefe de estación lo dejó abordar el tren, pero telegrafió de inmediato a los Rothschild, propietarios de esa compañía ferroviaria, quienes a su vez informaron a las embajadas alemana y británica: muchos supieron así lo ocurrido antes que Sissi y Francisco José.
Lo que siguió fue un mar de conjeturas e intentos de encubrimiento. Hoyos relató el trágico cuadro primero a Sissi; a continuación ella se lo diría al emperador, destrozando definitivamente el firme camino trazado por Francisco José para el futuro del imperio. A Estefanía, la esposa de Rodolfo, le dijeron que el archiduque había muerto de un ataque cardíaco; también corrieron versiones de un envenenamiento con estricnina. La madre de Mary Vetsera, que esperaba una audiencia con Sissi mientras aún buscaba a su hija, supo con horror lo sucedido y se derrumbó al suelo, agarrada entre sollozos de la falda de la emperatriz.
Desde entonces, las versiones no dejarían de cambiar. La prensa se hizo eco de toda clase de rumores: se habló de heridas imposibles, de cartas ocultas, de conjuras secretas. Se dijo que hubo un solo disparo, que hubo varios o incluso ninguno. Pero la inocultable realidad era que Rodolfo había asesinado a su amante, había permanecido al menos seis horas despierto junto al cuerpo desnudo de Mary, y finalmente -acorralado y sin salida- se había suicidado.
Francisco José tuvo que admitirlo en su comunicado al papa León XIII, donde se hacía mención a un momento de "confusión mental" que habría llevado a Rodolfo al suicidio: la mención no era inocente, sino que buscaba la autorización pontificia para un funeral bajo el rito católico. Del asesinato de Mary Vetsera no se decía nada: la adolescente fue enterrada en secreto y a toda prisa, y su nombre no volvió a publicarse en la prensa austríaca hasta el fin del imperio de los Habsburgo, en 1918, junto con el fin de la Primera Guerra Mundial.
Y aunque con el tiempo aparecieron cartas, diarios y entrevistas, aunque se multiplicaron las investigaciones, los libros y los documentales, nunca se supo qué ocurrió realmente. Ni siquiera las sucesivas exhumaciones del cuerpo de Mary Vetsera, muy deteriorado por las malas condiciones de su apresurado entierro, pudieron dar pistas definitivas: solo en 2015 se publicaron sus últimas cartas, halladas en una caja fuerte, que parecen confirmar el pacto suicida.
Zita, la última emperatriz Habsburgo, dijo sin embargo poco antes de morir que había sido un asesinato político. Muchos historiadores aseguran, cartas en mano, que Rodolfo conspiraba contra su padre del lado de los rebeldes húngaros, y su fracaso lo llevó al suicidio. O bien que fue eliminado por los propios servicios secretos del emperador para evitar la rebelión del heredero. Otros creen que Francisco José le reveló a su hijo, en su acalorado último encuentro poco antes de la noche de Mayerling, que años atrás había tenido una relación con la madre de Mary Vetsera y que la joven podría ser en realidad su hermanastra…
La respuesta está encerrada para siempre en la cripta de los Habsburgo, donde Rodolfo yace junto a la familia imperial en el corazón de Viena, y en la mucho más discreta tumba de Mary, que finalmente halló descanso en el cementerio de la abadía de Heiligenkreuz, cerca de Mayerling.
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