La tela, el hilo de las costuras, el tipo de cuello e incluso los puños. Todos estos detalles son indispensables a la hora de elegir una buena camisa. Pero no podemos olvidarnos de mencionar unos, que por más pequeños que sean, cumplen un rol fundamental: los botones. Eduardo Alonso, con sus 80 años, se considera todo un experto en esta materia. Desde hace más de 60 años que está al frente de su pequeño local "El rey de los botones" (sobre la Avenida Rivadavia al 6283) la botonería que es todo un emblema del barrio de Flores. "El botón es importantísimo. Cuando compro una prenda les presto mucha atención porque determina la calidad. Lo primero que miro de la vestimenta, en lugar del zapato o el pantalón, es el botón", admite entre risas, mientras se coloca sus anteojos para mirar detenidamente el ojal del saco negro de un cliente.
Eduardo lleva el oficio de los botones en la sangre. Su padre Eugenio Alonso llegó a los catorce años a Buenos Aires desde España y comenzó a trabajar en una casa mayorista de mercerías. En aquella época llegaban muchos botones desde Europa y él se encargaba de forrar las cajas y preparar los muestrarios para los clientes. Este mundo con sus diferentes colores y tamaños, le generaban mucha curiosidad y se le ocurrió montar su propia botonería. El nombre fue puesto a la medida: "El rey de los botones". La primera sucursal llegó en el año 1933 y fue en un pequeño local que supo ser un garaje ubicado en la calle Varela y Avenida del Trabajo. Lo que los distinguió desde el primer día fue la variedad de botones totalmente artesanales y tallados a mano.
Por aquel entonces Eduardo tenía tan solo catorce años, la misma edad que su hermano gemelo Horacio, y ambos se criaron en la botonería. Al ser curiosos les encantaba jugar con los distintos materiales de los recortes que sobraban de la producción diaria. Un día se les ocurrió dejar volar su imaginación y comenzar a diseñar los propios. "Agarramos una plancha de poliéster y como no teníamos torno los empezamos a cortar con una sierrita serrucho en forma cuadrada. A los bordes le dábamos forma con una piedra. Luego pulíamos a mano botón por botón y le pegábamos la patita en el medio", recuerda sobre su primer botón cuadrado (de unos 5 centímetros) color verde oscuro, que todavía guarda en una de las miles de cajitas.
Como les quedó muy prolijo lo pusieron a la venta y un confeccionista se llevó tres para a un tapado. A los dos meses ese tapado, con sus distinguidos botones, salió en una revista y varios clientes se acercaron al local en busca de aquel diseño. Casi sin pensarlo los botones de los hermanos gemelos comenzaron a ser muy solicitados. Como no daban abasto con la producción se quedaban todas las noches trabajando en el taller y algunos amigos del barrio los ayudaban con los pedidos. "Vendíamos un montón de botones porque se habían puesto de moda. En aquella época hacíamos entre 300 a 400 por día", admite. Al poco tiempo, lograron expandirse e instalar tres botonerías sobre la avenida Rivadavia. El negocio siempre fue familiar. Muchos clientes aún recuerdan a Matilde, la madre de Eduardo, quien vivió hasta los 95 años y se encargaba de coser los botones en los cartones de los muestrarios.
Los estantes están repletos con cajitas alargadas de cartón llenas de botones de diversos tamaños, colores, formas y materiales. También hay cajones, pequeños y grandes, con variedad para todos los gustos. Eduardo sabe a la perfección donde están ubicados cada uno de ellos y según el pedido elige cuál es el indicado para la prenda. Hay de madera, de metal, de cristal, poliéster, carey, galalita y de nácar. El más extraño es uno de espejo, que al ser muy pesado ya dejó de utilizarse, pero también hay algunos importados de Italia y Alemania de la década del cuarenta que son toda una reliquia. Su mayor tesoro son algunos botones de la primera botonería de su padre. Según cuenta la galalita es uno de los materiales más antiguos de los botones mientras que ahora vienen muchos en poliéster. "Trato de darle el botón adecuado al cliente y si no lo tengo trato de hacerlo. A la gente le encanta que le talle los botones en el momento, los vuelve loco", cuenta mientras trabaja con su más preciada máquina: un torno italiano con más de 70 años. Con una piedra les da forma a mano y luego llega la parte del tallado, que según admite es la que más disfruta. Con una pequeña pinza talla desde el nombre del cliente, flores, pétalos y hasta curvas. También puede transformar un botón de brilloso a uno más opaco. Los que más salen son los clásicos o combinados (por ejemplo, los marrones con beige) para lograrlo le aplica un botón en el centro y luego le realiza el torneado.
"Se me rompieron los botones de este traje con el placard", le cuenta un hombre que acaba de ingresar al local. Eduardo los mira detenidamente, toma una de las cajas, le enseña cada uno de los modelos y con gran destreza elige el tamaño correcto sin dudarlo. A su lado, se encuentra otra clienta con sweater color azul que acaba de terminar de tejerle a su nieto. "Eduardo, ¿cuántos botones me aconseja que le ponga?", dice mientras sostiene orgullosa la prenda. "Creo que con cinco botoncitos va a quedar muy bien", le responde. Para él es fundamental que el cliente le muestre la prenda para poder asesorarlo de la mejor manera. "Siempre elijo el botón como si fuera para mí. Me genera mucha satisfacción cuando vienen y se van conformes con el producto", dice. Hace poco realizó con botones quinientos pares de gemelos alargados para una empresa.
Eduardo atiende de lunes a sábados y como es un apasionado algunos domingos le gusta visitar su taller para despejarse con algún diseño. Él se encarga del tallado y de la atención de cada uno de sus clientes. Lo visitan confeccionistas, modistas y algunos artistas que van en busca de los botones de mayor tamaño para obras de arte. "A veces vienen a comprar porque les gusta el local. La gente se queda sorprendida por la cantidad de botones que hay y entra a sacar fotos", dice orgulloso. También se llevan los botones para artesanías. De hecho, él también los utiliza para crear aros, pulseras y collares que exhibe en la vidriera. Muchos de ellos, con botones dignos de colección.
"A mí todos los botones me encantan, no tengo uno favorito. Son parte de mi vida", concluye quien desde hace años lleva puesta la corona del rey del botón.
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