Ahí donde la avenida Corrientes está por cruzarse con Callao, a mano derecha, un piano vertical sube desde la vereda hasta el cielo. El mural de 31 metros se llama #64tonosdebuenosaires y es un teclado minimalista, que en su espectro multicolor encierra una canción que oímos todo el tiempo, pero que es difícil de escuchar.
Ese paisaje que evoca "lo tradicionalmente porteño" –las disquerías, los teatros, las pizzerías– es el marco ideal para esta pintura de Jorge Pomar, un joven artista plástico que trabaja y pinta en Buenos Aires, y ha recorrido el mundo dejando sus murales.
En algún momento, Pomar se hizo una pregunta: "¿Cuál es la canción que mejor representa a Buenos Aires?". Se lo preguntó a sí mismo, y empezó a preguntarles a todas las personas que pudo, durante tres meses. Así, fue armando un listado aleatorio con las respuestas: temas de Charly García, Astor Piazzolla, Soda Stereo, Sumo, Alberto Castillo, Riff, Daniel Melero, Hermética, Edmundo Rivero, Nacha Guevara y una pila de tangos. Con esas sugerencias, armó una playlist viva en Spotify.
Mientras la canción total y definitiva seguía sin aparecer, un amigo lo hizo reflexionar: en vez de buscar, escuchar el sonido de las calles. Colectivos y motos, taladros, amortiguadores, escapes, sirenas, frenadas. Puteadas. El rap de una pelea. Aun cuando la ciudad no duerme, pero se aquieta –entre las dos y las tres de la mañana de un día de la semana, claro–, se escucha el dron vibrante de los equipos de aire acondicionado, los neumáticos rodando en el asfalto, algún portazo. Amanece, y el pandemonio.
El espectro de 64 tonos podría bien remitir a un pedazo de cielo, al rojo de la línea B de subtes, al amarillo de un taxi, al gris del asfalto. Estos tonos y muchos más se encuentran en esta esquina.
El resultado de esa experiencia está en el mural, pero también en YouTube, y se llama64 tonos de Buenos Aires: un cortometraje de 11 minutos, realizado por Orco Videos y Juan Zevallos, que como un documental poético capta la esencia de los días en los que fue pintado. Desde el armado del andamio y del diseño, y las conversaciones cotidianas en las jornadas laborales hasta la inauguración, con un grupo de amigos de Pomar tratando de develar un acertijo. En la parte más alta del piano, cerca del azul, en una hendija, guardó un papel en el que escribió algo. Una poética cápsula de tiempo, sobre la que invita a adivinar su contenido. Y a tratar de escuchar.
Antes de sucumbir al bombardeo sonoro, el mural de Jorge Pomar conecta esos colores como un catalizador. "El espectro de 64 tonos podría bien remitir a un pedazo de cielo azul, al rojo de la línea B de subtes, al amarillo de un taxi, al verde de un pañuelo, al blanco del Obelisco, al negro de un pocillo de café, al gris del asfalto, al anaranjado de un transporte escolar, al bordó de un ladrillo, a los colores de un colectivo, a las banderas de una marcha, a los infinitos matices de la arquitectura porteña y, reposando sobre ella, a los reflejos del sol. Estos tonos y muchos más se encuentran en esta esquina. Asimismo, creo que también pueden oírse", reflexiona el artista. Un peatón se frena antes de entrar en un edificio, y queda de cara al piano: y levanta la vista, desde el verde hasta el azul. Pomar concluye: "No encontré la canción de Buenos Aires. Sin embargo, descubrí una ciudad dirigiendo una orquesta".
Actualmente, el muralismo ha ganado peso y dimensión en la agenda cultural de las ciudades. Hay un circuito de festivales y un desfile de artistas plásticos que cubren grandes fachadas o laterales de edificios. Pomar ha dejado sus murales en Brasil, Estados Unidos, Francia, Italia, Polonia, Bosnia-Herzegovina, Ucrania y Rusia. En Buenos Aires, también pintó en la Isla Maciel. Sin embargo, se enorgullece del carácter autogestivo de sus teclas al cielo y se despega del carácter decorativo que puede tener el street art.
Paredes.