Hace apenas unos meses, trepadas a grúas, bajo los rayos del sol que pegan hasta dejar sin aliento, Florencia Durán (Montevideo, 1986) –cuya firma artística es Fitz– y el Dúo Amazonas –integrado por Lina Castellanos (Bogotá, 1990) y Natalia Andreoli (Buenos Aires, 1992)– terminaban contra reloj hipnóticos murales de unos 20 metros de alto en festivales por el mundo. El vértigo de la pandemia de coronavirus transformó esas fabulosas imágenes en recuerdos lejanos, extraños y, al tiempo, anhelados.
Las reconocidas muralistas pintaban en festivales, y en muros y medianeras de la calle, donde pedían autorización. Nunca lo hicieron en forma clandestina: subidas a grúas, andamios y escaleras, usan pintura en lata, rodillos y pinceles. A diferencia del grafiti (con aerosoles), los murales requieren mucho tiempo: suelen trabajar unas 12 horas diarias bajo condiciones climáticas adversas.
En 2011, Fitz se lanzó a pintar en las calles junto a Camilo Núñez, con quien formó el colectivo Licuado.Ambos viven en Montevideo, desde donde hacen base. Seis meses al año viajan para hacer murales en Alemania, Austria, Portugal, Holanda, España, India, Tailandia, Hong Kong y América Latina.
Subidas a grúas, andamios y escaleras, cada vez son más las artistas que pintan las paredes de todo el mundo, entre el arte, el activismo y la sororidad.
Para Fitz –que trabaja con Licuado y también sola–, pintar murales es mucho "más expresivo y corporal" que pintar un bastidor. "El mural –señala desde su cuarentena no obligatoria en Montevideo– es un formato democrático: queda en la calle, es parte de la arquitectura y del paisaje de la ciudad. Al llevar el arte a la calles, pasa a ser de todo el mundo. Es un aprendizaje constante: hablás con la gente que pasa, te adaptás al lugar, al clima, pensás dónde guardar tus materiales".
El Dúo Amazonas se formó en 2017: las artistas realizaron murales en coautoría en Argentina, España, Serbia, Kosovo y Grecia, entre otros sitios. Ambas se proponen habitar el espacio público y transformarlo desde una postura feminista. En un ejercicio cotidiano de sororidad, no solo trabajan juntas, sino que las protagonistas de sus murales son siempre mujeres.
Tomar las calles
Trabajar y crear en la calle tiene códigos singulares. "Intervenir el espacio público está acompañado de una línea política", dice Castellanos, que cumple la cuarentena en Madrid, donde vive en un contexto crítico por el coronavirus. "Para nosotros, el espacio público es de todos y sabemos que en cualquier momento puede venir otra persona y tapar tu obra. Es válido: es un diálogo entre todos los que quieren pintar en la calle".
Si bien los murales se pintan en un muro tras pedir autorización, no pertenecen a una persona. Además, quienes pasan por la calle pueden ver la obra terminada y el proceso de realización. "Eso nos humaniza como artistas: tenemos dudas, errores", dice Castellanos. Las mujeres que representan Fitz y el Dúo Amazonas escapan a los cánones de belleza socialmente impuestos y a la estética publicitaria dominante. "Nosotras –señala la muralista colombiana– nos cuestionamos qué tipo de mujer vamos a pintar y a qué concepto queremos atarlas. Podemos pelear con los grandes tamaños de la publicidad en el espacio público".
Sin bajar la guardia
El trabajo en la calle puede llegar a ser arduo. Si bien algunos se acercaban para ofrecerles agua o comida mientras pintaban, el Dúo Amazonas cuenta que también soportaba desde comentarios sobre su aspecto físico, preguntas sobre sus estudios y sobre sus honorarios hasta insultos. "Tenemos muchos retos al pintar, ya sea por la parte física (en los andamios, grúas y escaleras por muchas horas) o psicológica", dice Castellanos.
Al ver cómo actúa la gente en la calle con sus colegas hombres, y al conversar con ellos sobre esta cuestión, se dieron cuenta de que la diferencia es abismal. Sus colegas pintan sin inconvenientes, mientras que a ellas, cuenta el Dúo Amazonas, les aconsejan cómo hacer las cosas, qué colores usar, les corrigen las proporciones, les ofrecen ayuda que no necesitan y hasta ponen en cuestión la ausencia de figuras masculinas en las composiciones. "Quienes vienen a decirte cómo deberías hacer las cosas, siempre, sin excepción, son hombres", dice Castellanos para referirse al mansplaining que padecen. El término surgió a partir de una experiencia personal de la escritora norteamericana Rebecca Solnit, que en 2008 escribió un libro titulado Men Explain Things to Me (Los hombres me explican cosas). Aludía al hábito masculino de explicar distintas cosas a las mujeres, con tono paternal, más allá del conocimiento que tengan sobre el tema.
Sus colegas hombres pintan en la calle sin inconvenientes, mientras que a ellas les aconsejan cómo hacer las cosas, qué colores usar y hasta las cuestionan.
En los murales de Fitz, las mujeres tiene un rol clave: "Al ser mujer y venir de una familia matriarcal, siempre pinté mujeres. Desde hace unos años profundicé en el tema del feminismo", dice. Y agrega: "Mucha gente se sorprende al verme sola en la grúa, pero las mujeres también tenemos fuerza. Si bien es un trabajo que se relaciona más con el hombre, hay muchas mujeres artistas de un nivel muy alto que trabajan en las mismas condiciones. Cuando pinto con mi socio, piensan que soy la novia o la asistente: me dan un papel secundario. Me ha pasado de ir a algunos festivales en los que no participan mujeres y te dicen que no hay mujeres muralistas: eso es mentira".
Lina sostiene que ser mujer y muralista implica un acto de lucha, de resistencia. "Se trata de habitar el espacio público para expresar una posición junto con una compañera: eso es un mensaje político". ¿Se podrá volver a pintar en la polis? Fitz está segura: la pandemia pasará. Con o sin barbijo, llegará el momento de volver a las calles.
Una mirada histórica
Aurora Reyes (Chihuahua, 1908) fue la primera muralista mexicana. Poetisa, maestra, pintora y gran amiga de Frida Kahlo, Reyes fue miembro del Partido Comunista Mexicano, y miembro fundador de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) y de la Confederación Nacional Campesina. En 1960, participó con otros intelectuales en la lucha a favor de los prisioneros políticos en México. Realizó siete murales. "Atentado a las maestras rurales" (1936), el primero de su trayectoria, es una composición estremecedora donde retrata a una maestra campesina golpeada de forma salvaje por "los enemigos de la patria".
Los grandes muralistas mexicanos incluían mujeres en sus equipos de trabajo. La artista Rina Lazo (Guatemala, 1923) fue asistente de Diego Rivera en la obra "Sueño de un tarde dominical en la Alameda Central" (1947). Trabajó con él en los murales del Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, entre muchos otros. "Pintora de gran talento, mi amiga dilecta, mi mano derecha como la mejor de mis ayudantes", le escribió Diego Rivera desde México, en 1953.
Mujeres Muralistas, integrado por artistas chicanas, fue un colectivo que pintó murales de gran tamaño en el área de la Bahía de San Francisco, en la década del 70 y que aún hoy no tienen suficiente peso en la historia del arte. "En la historia, hay muy pocas mujeres que hayan figurado en el arte. Lo que ves ante tus ojos es una prueba de que la mujer también puede trabajar en este nivel: podemos armar andamios y escalarlos", señalaron sus integrantes en 1974.
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