Casada con Tomás Godoy Cruz, María de la Luz Sosa Corvalán organizaba fiestas y tertulias. Ni la muerte de su esposo ni el matrimonio de su hija fueron suficientes para detener sus ambiciosos planes.
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Mendoza era el escenario de los preparativos para el cruce de los Andes. El entusiasmo de la tropa se había contagiado entre la población. El fanatismo de Clemente Godoy hacia la causa de la independencia se puso de manifiesto cuando cedió una importante suma de dinero y hasta una de sus propiedades para instalar la fábrica de pólvora del Ejército de los Andes. San Martín incorporó a su hijo Tomás a la exclusiva Logia Lautaro. Con el padrinazgo del Libertador, el joven Godoy Cruz —tenía 25 años— fue el primer elegido como representante de la provincia ante el Congreso de Tucumán. Luego de una estadía de alrededor de nueve meses en la cuna de la Independencia, los diputados continuaron sesionando en Buenos Aires.
Godoy Cruz regresó a Mendoza y gobernó la provincia desde mediados de 1820 hasta comienzos de 1822. Luego se comprometió con María de la Luz Sosa Corvalán, diez años más joven que el novio, de grandes ojos negros y cejas pronunciadas. Luz tuvo figuración durante los preparativos para el cruce de los Andes. La dama mendocina fue amiga de Remedios de Escalada (tenían la misma edad), donó sus joyas al Ejército de los Andes y cosió los uniformes de los soldados. Estuvo presente en el parto de Remedios, cuando nació Merceditas y compartió la mesa del general en la Nochebuena de 1816. Asimismo, fue testigo de la bendición de la bandera de los Andes y acudió, junto con las damas mendocinas, a despedir con vivas al Ejército Libertador.
La muy buena relación de los Sosa y los San Martín no se resquebrajó aun cuando tuvo lugar el escándalo en que un tío de Luz, el sacerdote José Antonio Sosa, se vio involucrado en una causa penal por espionaje a favor de los realistas.
Aquellas agitadas jornadas heroicas aún resonaban en la memoria mendocina el 31 de julio de 1823, fecha en que los novios se casaron. San Martín estuvo presente en la reunión íntima por el matrimonio del hijo ilustre de Mendoza. Tres días después moría tuberculosa en Buenos Aires su mujer, Remedios de Escalada.
Un matrimonio -convenientemente- separado por la cordillera
En algún momento, entre enero y julio de 1824, nació el primogénito Juan Bautista Godoy Cruz. Durante los primeros años, al matrimonio le tocó un escenario bastante complicado por los enfrentamientos civiles que sacudían a las provincias. Y, como si fuera poco, se dieron cuenta de que la relación no era lo que esperaban. Los dos tenían carácter fuerte y chocaban a menudo.
De todas maneras, los tiempos de armonía marital –o de reconciliación– posibilitaron la llegada de los hermanitos de Juan Bautista: Gabriel (1827), y Aurelia (1830). La felicidad en el hogar nunca fue completa. Los chicos tenían su salud deteriorada y claros signos de la tuberculosis o tisis que le había arrancado la vida a Remedios de Escalada.
Godoy Cruz volvió a gobernar la provincia en forma interina en 1830. De repente apareció en escena el caudillo Facundo Quiroga, ocupó Mendoza y en 1831 Tomás debió exiliarse en Chile. Su padre, Clemente, también debía huir, pero los 71 años de edad le jugaron una mala pasada: al intentar montar una mula que lo llevaría, hizo un esfuerzo desmedido y tuvo un paro cardíaco. Murió a un costado de la mula.
Por la repentina desgracia, los cuantiosos bienes del buen patriota pasaron a sus hijos y el encargado de administrarlos debía ser Tomás. Sin embargo, como él se iba a Chile, el manejo quedó en manos de Luz Sosa, quien no acompañó a su marido: se quedó en Mendoza, con sus tres hijos, y muy apegada a su hermana Francisca Sosa. Quiroga ordenó confiscar el patrimonio de Godoy Cruz.
Una cordillera separaba al marido de la mujer. Cada cual hizo su vida durante los trece años que duró el exilio. María de la Luz organizaba fiestas y tertulias a las que acudían, muy a pesar de Tomás, algunos de sus enemigos políticos. La tradición familiar habla de infidelidades mutuas.
Al regresar del exilio, Godoy Cruz introdujo en la provincia los gusanos de seda y dedicó mucho empeño en fomentar su cultivo, mientras ella continuó con las celebraciones. En ese lapso hubo una pésima noticia: Gabriel Godoy Cruz, el segundo de los hijos, murió de tuberculosis en 1848.
Un médico: el primer piquetero de la Argentina y un flechazo inesperado
A varios kilómetros de Mendoza, y de la convivencia con altibajos del matrimonio cuyano, en Buenos Aires, un médico llamado Federico Mayer Posadas (31 años) manifestó su preocupación por las condiciones sanitarias de los hospitales. En 1851 decidió protestar porque el edificio de la Escuela de Medicina no se reparaba, y no tuvo mejor idea que plantarse en medio de la calle para obstruir el tránsito de carretas. Por su atrevimiento, el primer piquetero de la Argentina fue expulsado de Buenos Aires. Optó por viajar a Chile, previa escala en Mendoza. Allí se presentó ante Tomás Godoy Cruz, para quien llevaba una carta de recomendación. Al tomar contacto con el patriota, conoció también a Aurelia Godoy, la hija del prócer. ¡Y que suenen los violines! O, más precisamente, los acordes del piano.
Con la excusa de enseñarle música a Aurelia, Mayer visitaba la casa de los Godoy Cruz en forma regular. Federico ya no parecía tan interesado en continuar su plan de cruzar los Andes. Sin embargo, un obstáculo tan complicado como esa cordillera se interponía entre el médico pianista y la hija del congresal: la suegra no aprobaba el ingreso de Mayer a la familia. Y allí, los Godoy Cruz, marido y mujer, encontraron un nuevo motivo de pleito. Don Tomás impuso su voluntad y los novios se casaron el 6 de diciembre de 1851. Los enfrentados suegros de Mayer actuaron de padrinos.
Pasaron su luna de miel en Chile, pero la tisis continuaba haciendo estragos en la recién casada. De regreso, hubo un nuevo cortocircuito entre el yerno y la suegra. Mayer le había aconsejado a Aurelia que evitara cantar y bailar, actividades en las que sobresalía, porque le había detectado un soplo en el pulmón. Luz Sosa lo increpó con furia y le aclaró que su hija iba a continuar cantando y bailando.
Muerte de Don Tomás: “Tápelo con una manta. No es motivo suficiente para detener el baile”
Un próximo episodio clave en la vida del matrimonio mendocino tuvo lugar en la noche del 15 de mayo de 1852. Luz Sosa brindaba una de sus famosas fiestas, a pesar de que su marido yacía postrado, muy enfermo. En medio del baile, una criada se acercó a la señora y le contó, casi llorando, que don Tomás Godoy Cruz acababa de morir en la cama (que dejó de ser cama para transformarse en lecho). Doña Luz consultó con su hermana Francisca y ambas determinaron que no era motivo suficiente para detener el baile. La matrona le ordenó a la criada que lo tapara con una manta y le prohibió que esparciera la noticia. Esa noche, mientras los criados acudían en secreto al cuarto de Tomás para despedirse, ella continuó con el festejo que había organizado. Recién al día siguiente anunció la muerte de su esposo.
Luego del entierro, la viuda tuvo serios enfrentamientos con sus dos hijos. Juan Bautista acudió a los tribunales para discutir la herencia. El litigio duró muy poco: el hijo del finado Godoy Cruz murió tres meses después que su padre y maldiciendo a su madre. Apenas veinte días habían pasado desde la muerte de su hijo, cuando María Luz Sosa sorprendió a todos al gritarle: “¡Botarate!” a su yerno. Ofendidos, Federico y Aurelia resolvieron mudarse a una quinta en las afueras de la ciudad. Las agresiones igual continuaron y Juan Rosas, un militar casado con Felipa Sosa, hermana de la matrona, detuvo a Mayer, a quien acusó de planear el homicidio de doña Luz.
En cuanto a Aurelia, su madre le reprochaba su casamiento con Mayer y la instaba a separarse. No confesaba lo que estaba ocurriendo: ella sentía una pasión desmedida por su yerno. Por supuesto, la hija no le hizo caso y siguió adelante con su matrimonio hasta las últimas horas del 2 de marzo de 1853.
Un cadáver que perdió los zapatos
Aquella noche, a las 22.30, Aurelia y Federico regresaban luego de una visita social que habían hecho a la familia de Melitón Gómez, a cuatro cuadras de su casa. Él caminaba despacio, un poco agobiado por el intenso calor. Ella estaba nerviosa porque eran calles oscuras. Para tranquilizarla, Mayer le mostró el arma que portaba. Sin embargo, al doblar una esquina, dos hombres en mangas de camisa (esto demostraba que eran de baja condición social) los atropellaron. Federico alcanzó a disparar su arma, pero ellos le perforaron el pecho. Los ladrones huyeron y Aurelia gritaba el nombre de su marido: quería saber si vivía. Él no respondía. Se hallaba de rodillas, intentaba ponerse de pie y no lo conseguía.
Aurelia corrió en busca de ayuda. Cuando regresó con tres hombres, su amado yacía muerto en medio de un inmenso charco de sangre.
La noticia sacudió a la sociedad mendocina. Llevaron el cuerpo a la casa de doña Luz, donde fue velado. Esa tarde el cadáver perdió los zapatos y podía verse a un criado de la casa paseándose feliz, estrenando calzado. En medio del velorio hubo una discusión acerca de dónde lo enterrarían. La suegra no aceptó que lo colocaran en el panteón familiar. Luego de idas y vueltas, se logró que el fraile del cementerio, quien había sido paciente del doctor Mayer, solicitara el cuerpo y le diera sepultura.
“Mandé matar a mi yerno porque lo odiaba”
Respecto de los asesinos, ocurrió algo extraño. En un principio, no se actuó con celeridad para atraparlos. De hecho, la misma noche que mataron al médico se dio aviso a la policía, pero el suboficial que debía acudir a la escena del crimen no lo hizo por falta de un móvil para trasladarse: según explicó después, esa noche no disponía de un caballo. Al día siguiente, cuando varios vecinos mostraron su indignación por el ataque al querido y respetado Mayer, la Policía rastrilló las rutas a la cordillera y encontró a los dos hombres que respondían a la descripción que había dado Aurelia. Se trataba de los hermanos Martiniano y Esteban Sambrano, quienes de inmediato explicaron que los había contratado doña María Luz Sosa. Cercada, la viuda de Godoy Cruz confirmó la confesión sin ninguna vergüenza: “Mandé matar a mi yerno porque lo odiaba”, dijo.
Luz Sosa, quien tenía 55 años, fue detenida. Por su condición privilegiada, la encerraron en un cuarto del Cabildo. Secuestraron el arma homicida. Pertenecía a Aquilino Ramírez, el marido de Francisca Sosa.
La Justicia condenó a muerte a la instigadora y a los ejecutores. Sin embargo, la sentencia fue apelada y los jueces que debían dictaminar debieron ser reemplazados por debido a que tenían amistad con la acusada. Flamantes magistrados puestos a dedo modificaron la pena: mientras que los Sambrano recibieron una condena de diez años de prisión, la autora intelectual del crimen fue multada en dos mil pesos, que debían destinarse a la construcción de la cárcel de Mendoza.
Aurelia se mudó a Buenos Aires, donde murió poco tiempo después, en 1855, vencida por la tuberculosis. Ese año, el historiador Benjamín Vicuña Mackenna le pidió a la viuda de Godoy Cruz papeles del prócer. Ella le respondió que no podía dárselos porque todos los valiosos los había quemado su yerno.
La viuda de Godoy Cruz murió durante el brutal terremoto de 1861 que azotó a la pulcra, cordial y atractiva ciudad. Una viga cayó en su cabeza mientras terminaba los preparativos para la fiesta que esa noche daría en su casa. Cuando retiraron el cuerpo sepultado entre los escombros se descubrió que debajo de su camisa tenía un colgante con una foto. En el pecho de María de la Luz Sosa Corvalán de Godoy Cruz se encontraba el retrato de su yerno —y víctima—, Federico Mayer.
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