Ariel Staltari, coguionista y actor de Un gallo para esculapio
Una adolescencia marcada por el pulso de una batería, por las noches interminables en boliches que tenían como postal los barrios de Ramos Mejía o Haedo y las calles de su Ciudadela natal. Ariel Staltari (43 años), antes de volcarse netamente a la actuación, ayudó a sus padres en una churrería y tocó durante muchos años en una banda de rock, con la que supo grabar un disco y hasta llegó a tocar en el mítico Cemento. Pero la película de su vida dio un punto de giro cuando a los 26 años le diagnosticaron leucemia. El silencio se apoderó de aquel joven conmovido por la música y pasó de amanecer junto a sus amigos, después de una noche de rock, a tener su cuarto en el Hospital Posadas.
Aquellos meses de internación ininterrumpida, una medicación que dejó de hacer el efecto esperado y unos padres que comenzaban a perder las esperanzas fueron la condensación apocalíptica que llevó a la madre del actor a sumirse en un acto de fe con el padre Mario. De un día para el otro, el joven que estaba sufriendo las consecuencias de una enfermedad, condenatoria en la época de los noventa, salió de su estado de internación y pasó a tratamientos ambulatorios.
A partir de ahí, él decidió no postergar más su deseo y empezó a estudiar teatro con Lito Cruz. "Me dieron una lista de profesores y enseguida dije: Lito. Fui a una entrevista con él y a la semana arranqué, en febrero de 2000. Pero la verdad es que no estudié mucho. Habré estado seis meses", cuenta Staltari. Al poco tiempo le tocó audicionar y fue seleccionado para el (luego multipremiado) unitario Okupas. Formó el cuarteto protagónico junto a Rodrigo de la Serna, Diego Alonso y Fernando Tirri, bajo la dirección de Bruno Stagnaro, quien será fundamental en la vida del actor para que su existencia terminara de dar el giro completo.
Staltari, todavía con la enfermedad a cuestas, antes de ir a grabar se iba a hacer quimioterapia y no le comentaba a nadie porque no quería dar lástima y por miedo a que esto pusiera en peligro su trabajo actoral. Su personaje de "Walter", el paseador de perros rolinga, fue mucho más que un empujón anímico. Aquella miniserie de once capítulos que se convirtió en radar de lo que era estar al borde, lo puso al frente de un escenario, junto con todo el equipo, para recibir un Martín Fierro a mejor unitario. Y de transitar el pasillo de un hospital terminó siendo aplaudido por Susana Giménez y toda la plana mayor de la televisión argentina.
En junio último volvió a subirse al escenario de los Martín Fierro para recibir otro premio, esta vez como mejor libretista por ser el coautor de Un gallo para Esculapio, junto con Bruno Stagnaro, la serie que además se quedó con el máximo galardón de la noche. El director de Okupas (y antes, codirector de Pizza, birra, faso) eligió a Staltari para escribir la historia a cuatro manos y encarnar, además, un personaje hecho a su medida: Loquillo, un pirata del asfalto, hijo del capo (Luis Brandoni).
"Bruno es el tipo que me abrió dos puertas impresionantes, o me atrevería a decir tres. Una, en la actuación; otra, en la docencia, y ahora como guionista. Fue el que apostó por primera vez por mí como actor. Me vio, se rió y se dio cuenta de que podía servirle en su historia. Me abrió un camino. Muchos años después, vuelve a proponerme algo, pero como guionista. Otra vez vio algo en mí que yo no estaba viendo y me ubicó en un lugar que muy pocos te ubican. Esta es una industria medio complicada. Hay que tener bastante seguridad para decirle al otro: che, vos escribís conmigo y sos coautor. Pareciera que está en mi vida para marcarme el camino".
En pleno rodaje de la segunda temporada de la serie, que tiene fecha prevista de estreno en octubre, la brújula de su cotidianeidad está determinada por su celular, que es donde borronea la mayoría de las cosas que van a parar al guion. Muchos de esos posibles diálogos o situaciones que va escribiendo se le ocurren en viajes en colectivo o tren. Para la escritura, su búsqueda es sentirse más en un juego. "Un poco empezamos así con Bruno. También me gusta la musicalidad de lo que uno fue atravesando en la vida. La musicalidad de tipos, minas, situaciones puntuales, espacios recorridos o geografías reconocibles. Estoy muy atento a esas cosas y a la hora de escribir afloran. Todo eso termina por darle una atmósfera muy linda a lo que esté escribiendo".
Respecto de su compañero Stagnaro, a quien define como su "gurú", y sobre todo desde el enfoque puesto en esta serie que los encontró yendo a riñas de gallos nocturnas, a investigar sobre piratas del asfalto y tener entrevistas con policías, entiende que haber realizado este trabajo junto al cineasta le permitió ver de otra manera, corriéndose de la vertiginosidad de la vida cotidiana y con el ojo en cosas que, por esa vorágine, muchas veces se pierden de vista. "Él te despierta un sentido que a veces uno tiene adormecido. No se centra en el marginal, toca una historia de márgenes desde una banda que tiene sentimientos, organicidad, corazón. Que son seres humanos. Siempre tratamos de buscarle la vuelta para que se pueda encontrar empatía con un ladrón. No deja de ser alguien de los nuestros. Hay que ver por qué lo hace, qué lo impulsó, qué le hubiese pasado si nacía con otra contención o entorno. Quizá no lo hubiera sido. Y esto lo digo fuera de justificar o de ponerme de un lado o del otro. No me interesa eso".
Con esa atención puesta en no caer en lugares comunes, se pone todo el tiempo a prueba. Se sabe cerca de los límites de quedar varado en la vereda de lo que ya está hecho y desde el lenguaje de sus personajes, se propone saltar su propia muralla. No solo comprender la historia de una banda de ladrones, sino también emprender un debate entre los mismos personajes que conforman esa banda, los cuales muchas veces parecen mostrarse castigados por su capitán, cuando recurren a la utilización de un lenguaje a la ligera. "Lo inteligente de Chelo (Brandoni) es que tiene esa particularidad de estar en contra de los que hablan mal. Bruno, con Okupas, había metido léxico tumbero. En ese momento, era algo que no se hacía. En cambio, con Un gallo... salimos a parar un poco la pelota de eso. Todo el mundo habla así y muchas veces sin saber qué está diciendo. El personaje de Brandoni se mostró especialmente molesto frente a esto, porque es de la vieja guardia. Le jode que los pibes hablen mal o no escuchen tango".
Desde su ojo clínico, el actor se refiere a Loquillo como alguien netamente distinto a aquel Walter. Más allá de que ambos transiten los márgenes, uno robaba bicicletas y el otro termina quitando una vida. "Walter era más inofensivo. No podía matar ni una hormiga. Loquillo coquetea más con la muerte, con lo border. Walter no. Cuando todos estaban robando cosas grosas, ellos iban a robar una bici con Chiqui (personaje de Franco Tirri en Okupas). Eran como niños jugando a la mancha. Walter era el típico bocón de barrio, cancherito del rock. Loquillo tiene una oscuridad diferente. Roba, anda calzado y puede matar".
HACER ESCUELA
La puerta que Staltari describe como docencia es también algo inimaginable en su vida anterior. "Es un trabajo en el que encuentra la posibilidad de potenciar aún más su visión sobre la actuación y su relación con la vida en general. Es mi refugio. Es como una cueva donde me encierro y hago experimentos. Empezamos con tres alumnos y hoy somos 40. Cada tres meses hacemos improvisación en la calle. El otro día nos fuimos a improvisar al tren". A partir de esas clases de teatro que dicta en un centro cultural de Martínez, trata de expandir en sus alumnos vivencias y experiencias, además de la formalidad y los yeites del rubro. Intenta poner el acento en que a los chicos que asisten no les pase lo mismo que a él, cuando estuvo enfrente de Lito Cruz. "Cuando lo conocí, me temblaba la voz. Era una persona con mucha presencia. Al principio me gustaba ponerme así, pero después me dejó de gustar, porque era una persona de carne y hueso como yo. Hoy, que me toca dar clases a mí, trato de que no les pase eso a los pibes. Que no sientan que están delante de una eminencia. Me gusta que me vean más los errores que las virtudes. Es mi manera de construir. Me pongo como parte del engranaje".
Se muestra con aplomo frente al reconocimiento actual y no subestima el esfuerzo que tiene que hacer cada día, más allá de la obtención de un premio como el Martín Fierro de Oro. "No me genera nada, me divierto con todo lo que está pasando. Incluso, agarré el premio y se lo llevé a los alumnos y dijimos un montón de cosas respecto de eso. Di a entender que está el premio, que puede llegar, pero que también es una mentira. No te cambia la vida. En cierto punto, te ayuda en lo laboral, pero no en lo humano. Si no tenés nada y estás vacío, con premio o sin premio vas a ser igual".
Esta segunda temporada tendrá menos capítulos que la primera. Staltari dice que al estar condensada, tendrá más potencia de ebullición. Siempre "dentro de la misma atmósfera del conurbano, tendrá unas locaciones increíbles". Cada capítulo necesita de jornadas intensas, muchas de ellas nocturnas en zonas descampadas. "A veces terminamos haciendo tres escenas en vez de cinco. Se plantea una complejidad bastante importante desde el libro. Es prácticamente cine lo que estamos haciendo, tratando de meterlo en un formato televisivo. Cada capítulo es un telefilm".
El rodaje en Luis Piedrabuena es vertiginoso. Ariel se siente cómodo en distintos territorios y por momentos, de tan suelto, se parece a su personaje. "Tanto para escribir como para cualquier cosa de la vida, hay que hacerlo y ya, sin tanto preámbulo ni prejuicios. Hay mucho mentiroso en la vida tratando de decir qué es verdad y qué es mentira. Uno se tiene que despojar de todo prejuicio y lanzarse a jugar. La vida para mí es eso, un juego en el que a veces perdés y a veces ganás. En definitiva, nada es tan serio ni real. Por eso, ¿qué cosa te puede impedir sentarte frente a un papel y darle forma a una historia? Quizá tengas errores de ortografía o no sepas de estructura, pero si tenés corazón... Eso no te lo da ninguna enseñanza. Es como en la música. Se pueden tocar dos notas y con eso hacer mover a todo el mundo por la magia que se contagia, o se puede ser un músico sesionista que gana guita tocando, pero que no transmite nada. Cuando se da la conjunción de las dos cosas, es espectacular, pero lo primero que hay que hacer es lanzarse. No hay que esperar a ver si tal cosa u otra. Se te pasa la vida así y no hay tiempo".