Jamás lo imaginaron, pero aquella working holiday visa que habían conseguido para instalarse por unos meses en Nueva Zelanda cuando todavía eran adolescentes, con el tiempo se convertiría en un refugio impensado en tiempos de crisis.
Vecinos de la zona de Castelar, en la zona Oeste de la provincia de Buenos Aires, Florencia (34) y Facundo (38) se conocieron en una discoteca y nació el amor entre ellos. Pronto advirtieron que compartían el mismo deseo: recorrer el mundo y escapar con confianza de la zona de confort. Y así lo hicieron. La aventura era desafiante en todo sentido, especialmente para ella que nunca había pisado suelo extranjero. Pero querían viajar, ver el mundo, hacerse ciudadanos de él. Empezaron con una working holiday visa en el país del kiwi. Y el asunto se complicaba aún más: entre los requisitos de la visa, figuraba demostrar fondos en una cuenta por un equivalente a unos 10.000 dólares neozelandes. "Como buenos argentinos de buscarnos la vida, conseguimos un familiar para que nos prestara la plata y así poder demostrar esos fondos. Teníamos que sacar un extracto para constatar que allí estaban y retirar el dinero en un mismo día, ponerlo en la otra cuenta y devolver el dinero al otro día .. Y así fue", recuerda Florencia.
Por ese entonces los chicos de Castelar eran de los primeros en hacer la experiencia. Trabajaron en diversidad de rubros: lavando platos, como personal de limpieza de habitaciones en hoteles o camareros, vacunando ovejas en una granja o recolectando frutas. "La pasábamos genial. En cuanto juntamos un poco de dinero nos compramos un auto (una baratija del año 81, pero con colchón, cacerolas y hornallita de gas) ¿Qué más podíamos pedir? Y nos recorrimos todo Nueva Zelanda arriba de ese Mazda Capella".
Pero no todo fue color de rosas en esa travesía. Uno de los momentos más difíciles que les tocó atravesar fue cuando Florencia se enfermó. El estrés del viaje, el cambio cultural y de idioma, la despedida de la familia y la adaptación a la nueva vida le pasó factura. Fueron cuatro días con fiebre altísima en los que no pudo salir de la cama. "La realidad es que teníamos dinero para una sola semana y tuvimos que empezar a vivir del free food del hostel: arroz con pimienta y fruta fue lo que comimos esos días. Facu consiguió trabajo en la construcción haciendo piscinas y aprendió sobre la marcha el oficio mientras yo me recuperaba".
España como base
Finalizado ese recorrido y como le habían agarrado el gustito a viajar, se dirigieron hacia el Sudeste Asiático. Pero luego tocaba volver a la Argentina. Y entendieron que, a pesar de amar a sus amigos y familia, ya no pertenecían a su querida patria. La vida que soñaban no estaba en Buenos Aires sino a lo largo y ancho del mundo. Y eligieron Barcelona como la cuidad desde la que se proyectarían hacia el resto del mundo.
"Con nuestra experiencia en el rubro hotelero nos fue fácil encontrar algo que hacer en Barcelona. La realidad es que nos tomaban para trabajos bastante precarios pero esos empleos nos dieron la posibilidad de poder seguir viajando. Por entonces, era el boom de las aerolíneas low cost: había vuelos a 5 euros ida y vuelta a casi toda Europa, no lo podíamos creer. Y aprovechamos la oportunidad. Todavía recordamos el vuelo más barato que conseguimos. Fue un vuelo de 0,01 euros para viajar a Madrid. Fuimos desconfiados al aeropuerto, no podía ser. ¿Cuál era la letra chica? ¡Pues ninguna!".
Entre las opciones low cost que encontraban y la modalidad Couchsurfing, Florencia y Facundo recorrieron casi todas las capitales europeas. "Día off que teníamos, día que agarrabamos un avión a cualquier destino de Europa, hasta a veces por el día mismo, la cuestión era viajar y aprovechar. Trabajábamos duro pero sentíamos que vivíamos de vacaciones".
Pasaron los años y sintieron el deseo de agrandar la familia. Vinieron los niños. Para tranquilidad de la familia (que se había mudado también a Barcelona), por fin iban a detenerse y asentar cabeza. "En parte los entendemos, les habíamos dado algunos dolores de cabeza con tanto terremotos y tsunamis en los lugares que habíamos estado. Por ejemplo cuando nos agarró el tsunami de Japón y estuvimos incomunicados dos días en un barco chino y nuestras familias y amigos pensaban lo peor, fue bastante duro para ellos".
Grandes maestros
Convertirse en padres no les impidió seguir viajando. Quizás optaron por alejarse un tiempo más breve de Barcelona, pero nunca pararon. Y con cada viaje que hacían entendían que viajar con hijos tenía mala publicidad. Por lo menos para ellos. Sus hijos Tomy y Pau siempre se adaptaron a todo. "Entonces decidimos regalarles tiempo a nuestros hijos (y a nosotros) , tiempo de diversión, de disfrute, de ese bueno que les va a quedar para siempre en sus memorias. Agarramos la computadora, el mate, otra vez en una charla de domingo, y empezamos nuevamente a diseñar la ruta de nuestra vuelta al mundo, pero con hijos". (Se puede seguir su recorrido en su cuenta de Instagram @aroundtheplanet2020).
Ahorraron, dejaron algunos gustos de lado, pero siempre con la meta fija. Ambos trabajan en hoteles, además tienen un emprendimiento familiar de alquiler de bicicletas en Barcelona y hacen pequeñas inversiones en la bolsa que ya han dado sus frutos. También hablaron en el colegio de los chicos, era lo que más los preocupaba. "Ojalá todos los niños tuvieran la posibilidad de hacer un viaje así", les dijo la directora de la institución a la que concurrían los chicos. Pusieron fecha, sacaron pasaje y no hubo vuelta atrás. Comprar esos pasajes hizo que se materializara todo y se hiciera real. Iban a dar la vuelta al mundo.
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Eligieron Filipinas, Bali, Australia, Hawaii, la costa Oeste de los Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelanda. "Hemos dormido en aeropuertos, coches, estuvimos sin comer por un día entero, varados en ciudades. Y los chicos como si nada. Muchas veces Tomy (7), el mayor, nos dice: tranqui mami, si no sale eso, saldrá otra cosa o mami vos andá averiguá todo, yo me quedo tranquilito acá cuidando a Pau (su hermanito de 4). Crecen tanto".
Volver al inicio
Completaron la primera parte del viaje. Y llegaron a Nueva Zelanda con la pandemia del coronavirus creciendo tras sus pasos. "Veníamos siguiendo el tema del virus de cerca desde que se empezó a complicar en Italia. Sabíamos que se iba a modificar el viaje. ¿Cómo volvemos a casa? No había forma. Pensándolo fríamente creímos conveniente quedarnos acá. Hace 14 años habíamos venido con una visa de trabajo y vacaciones y trabajamos un tiempo en una granja con una familia hermosa. Hacía muchos que no teníamos contacto con ellos, pero decidimos tantear si había alguna posibilidad de que nos ayudaran. Ellos eran nuestro plan A, B, C y D".
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La familia local no dudó un instante en alojarlos. Entonces llegaron a la granja en la que habían vacunado ovejas, trabajado en el huerto y aprendido las tareas de campo. "Fue hermoso mostrarle a los chicos el lugar donde trabajaron sus padres y ver cómo ellos están disfrutando de la naturaleza y de una vida a la que no están acostumbrados. Al final creemos que no podríamos haber terminado de mejor forma el viaje. Todos los días es una aventura distinta dentro del campo. Aquí vivimos solo con los dueños del campo, creemos que estamos en el mejor lugar del mundo para pasar una cuarentena".
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