El 31 de diciembre de 2015, Tania, Matías y la pequeña Suray llegaron a Auckland dispuestos a dejarse sorprender por nuevas experiencias y aprender de ellas. A Nueva Zelanda habían arribado luego de años de fantasear con la idea de irse a vivir a otro destino y abrirle las puertas a una realidad que les permitiera un transcurrir menos ajustado y absorbido por las rutinas agotadoras.
Como bióloga especializada en microbiología y con algunos años de experiencia en un importante laboratorio en Argentina, Tania había quedado seleccionada para un puesto en su área, luego de realizar una búsqueda laboral por Internet casi a manera de juego. Especializarse en su profesión había rendido sus frutos y le permitió al matrimonio dar un salto de fe hacia un lugar en el mundo que desconocían.
Jamás olvidarán cuando la responsable de Recursos Humanos los recibió en ojotas en el aeropuerto, aquel domingo de vísperas de Año Nuevo. "¿Necesitan que les preste un auto?", les preguntó. Asombrados aceptaron la oferta y, previo a dirigirse a su departamento temporario, pasaron por la empresa para buscar un vehículo. "¿Y los papeles?", la interrogaron, "¿Qué papeles?". Habían llegado a un país con costumbres diferentes en donde todo se basa en la confianza y está sistematizado.
Matías, recibido en Comercio Exterior, encontró trabajo al poco tiempo y su hija, Suri, se adaptó sin dificultades a una comunidad en la que los niños juegan en pijama, después de cenar, en la plaza de su barrio, andan descalzos por las calles y disfrutan de un entorno colmado de una naturaleza imponente.
Pero para Tania, también fueron años de sacrificios personales, como levantarse a las 5 de la mañana para ir a trabajar cada día, y combinar la llegada de su segunda hija al mundo, con las aspiraciones profesionales y las inevitables demandas de la maternidad.
Hoy, sin embargo, su escenario ha cambiado. Ante la inesperada pandemia que dejó al mundo sumido en la incertidumbre, la bióloga argentina de 38 años admite que les toca atravesar la situación en una nación especial y, por varias razones, incomparable a otras, en donde la baja densidad poblacional, el verde por doquier y las costumbres culturales les permite sentirse afortunados por la elección de vida hecha años atrás.
Residente en un país con un total de 1486 contagios registrados hasta el 5 de mayo del 2020 - 20 fallecidos, 1302 recuperados y una tasa de mortalidad del 1,3%-, y en una entrevista para LA NACIÓN, Tania comparte sus impresiones acerca de vivir en Nueva Zelanda en tiempos de coronavirus.
-¿Qué opinás de las medidas específicas que se implementaron en Nueva Zelanda y cómo ha respondido el ciudadano?
Las noticias alarmantes provenientes de China y Europa generaron que las medidas fueran muy esperadas y bien recibidas por una comunidad que, personalmente, considero que no habita en un país comparable al resto. La primera decisión fue poner en cuarentena a todo aquel que llegaba del extranjero y, casi inmediatamente después, se ordenó el cierre de las fronteras. Cuando se detectaron más de diez casos en un día se pasó del nivel de alerta 2 al 3, otorgándoles a las diversas organizaciones unos días para readaptarse, antes de declarar el nivel 4, que implicó el cierre de colegios y empresas, permitiendo únicamente el funcionamiento de los servicios esenciales.
En cuanto al distanciamiento social, la Primera Ministra, Jacinda Ardern, lo denominó "la burbuja", que significa mantenerse en el marco de tu familia, tu hogar, e instó a no compartir "burbujas". Sin embargo, siempre se pudo salir a caminar, pasear, andar en bicicleta por la zona, sin subirse al auto. En nuestro caso, al vivir a pocas cuadras de la playa tuvimos la fortuna de poder salir los días de buen clima desde el comienzo. Esta sociedad está muy acostumbrada a trasladarse en auto para todo, por lo que observar a tanta gente al aire libre fue algo inaudito y hermoso.
A pesar de lo permisivo de la cuarentena, hay que tener en cuenta que Nueva Zelanda tiene una densidad poblacional muy baja, aun en Auckland, ciudad en la que vivo junto a mi familia. Acá la "burbuja" es sencilla de mantener porque, aun por fuera de este tiempo extraordinario, normalmente no se producen aglomeraciones. Por otro lado, incluso en las mayores urbes hay mucha naturaleza, aire puro, algo que ayuda a que todo sea psicológicamente más sencillo de sobrellevar. Son factores relevantes que dificultan las comparaciones con otras ciudades del mundo, en donde hay poca vegetación, una alta densidad poblacional y, por ende, mayores probabilidades de contagio.
Actualmente ya bajamos a nivel 3, hay una sola persona en terapia intensiva, la mayoría de los enfermos se han recuperado y el sistema de salud nunca colapsó. Se abrieron nuevos servicios, aunque se debe mantener la distancia social. Algo muy bienvenido en esta tierra fue la comunicación clara entre los gobernantes y los ciudadanos: cada día Jacinda, junto al Ministro de Salud, transmiten todas las novedades sin confusiones. Si bien algunos no están de acuerdo con sus políticas, la mayoría está conforme con las decisiones que tomaron.
Por otro lado, se testea mucho y hay puestos en donde uno puede realizarse la prueba sin problemas. Pero repito, Nueva Zelanda no es comparable: tenemos el beneficio de vivir en una isla que pudo cerrar sus fronteras rápido y evitar filtros; asimismo la cultura acá, en general, es más "para adentro", menos de abrazarse y besarse. En Buenos Aires, considero que las mismas medidas no hubieran funcionado de la misma forma.
-En relación a la actividad laboral, ¿cómo han impactado las medidas en la atmósfera cotidiana de tu comunidad?
Ante todo, acá estamos muy agradecidos de atravesar esto en un ambiente sano y natural, como es esta isla y, a su vez, de residir en un país sin grandes problemas económicos. Considero que este último factor no es menor y afecta mucho la salud y el estado de ánimo de cualquier ser humano. Y cabe destacar que acá se preocuparon por no subir ningún precio en los supermercados, y se puede denunciar si uno llegara a observar lo contrario.
Dicho esto, el gobierno otorgó subsidios a todas las emprensas, pymes y emprendedores, incluso a la mía, que pertenece a los servicios esenciales (produce medicamentos) porque, aun a pesar de que jamás discontinuó su actividad laboral, bajó su productividad como consecuencia de la carencia de materias primas. Y a todos los trabajadores imposibilitados a seguir en modalidad home office y que tuvieron que parar, el Estado les pagó un porcentaje de sus sueldos.
Algo importante, y tal vez aplicable en cualquier lugar del mundo, fue la correcta organización de manera segmentada de las actividades laborales, así como la trazabilidad. En mi empresa se sumaron turnos y, desde un comienzo, se dividió en grupos a los que sí o sí debían concurrir, sin permiso para cruzarse; a su vez, se implementó un seguimiento de sus actividades dentro y fuera del establecimiento. Esta trazabilidad la aplicó Nueva Zelanda a nivel general: en cada caso de contagio se realizó una minuciosa investigación para saber en dónde había estado en las últimas semanas y con quién.
-¿Cómo describirías el estado emocional que se vive allí?
Al hablar con gente de mi comunidad - como ser los padres del colegio o vecinos-, en un comienzo pude observar que todos estábamos en estado de shock y que no sabíamos bien qué hacer. En nuestro caso, al estar cada día en contacto con Argentina - un país que había anunciado la cuarentena cinco días antes- teníamos ese libreto y creímos que para nosotros también significaría un aislamiento con prohibiciones casi totales. Esto nos angustió un poco, en especial pensando en nuestras hijas. Después, cuando entendimos que podíamos salir a dar paseos en bici o caminar por la playa, me di cuenta de que íbamos a estar bien. Pasar tiempo al aire libre es esencial para la salud, que es lo que en definitiva estamos queriendo cuidar.
Muchos padres, igualmente, atravesamos dificultades para acomodarnos con el home office y los chicos. Una particularidad fue que, dos semanas después de que se decretara el lockdown, acá iban a empezar unas vacaciones escolares, que se adelantaron para que coincidieran con los inicios del confinamiento. De esta manera los maestros pudieron organizarse en la nueva modalidad. En lo personal, no le prestamos demasiada atención al tema de las tareas, nuestras hijas son chicas aún, están atravesando otro tipo de aprendizaje de vida y, aparte, con los dos trabajando acá en casa se complica. ¡Todo no se puede!
En nuestro círculo vemos que la mayoría ahora están más o menos en la misma sintonía, tratando de verle la parte positiva a todo esto. Las personas comenzaron a compartir más en familia, a practicar actividades al aire libre - algo que no se veía con el ritmo de trabajo convencional – y el paisaje se liberó de autos, un hecho lindísimo; también se puso de "moda" que, tipo 17, la gente del barrio salga a la puerta de sus casas a tomar vino o cerveza y a compartir el momento con los vecinos, siempre manteniendo distancia. En las conversaciones cotidianas coincidimos con que vemos el agua más limpia debido al cese de actividades de las empresas, que normalmente descartan los desechos en el vertedero que termina en el mar.
Otro aspecto positivo vino de la mano de dejar de comprar por demás y sin sentido: a la gente se la empezó a ver contenta por el simple hecho de no estar consumiendo tanto. Y, por supuesto, todos estamos muy optimistas porque la curva bajó y se espera que no vuelva a subir, algo posible mientras se mantengan los cuidados y las fronteras cerradas. Ahora que volvimos al nivel 3 hubo mucho entusiasmo y una excitación que llevó a la gente a compartir sus "burbujas" en exceso. Por ejemplo, las cadenas de comida rápida volvieron a abrir y las personas se agolparon un poco, lo que despertó un llamado de atención de la Primera Ministra: debemos ser más cautelosos.
-En tu caso, ¿qué sentimientos te atraviesan en esta situación como argentina, lejos de tu tierra y tus seres queridos?
El mayor impacto para nosotros pasa por el hecho de que iba a venir mi mamá para el nacimiento de nuestro tercer hijo, que sucederá en unas pocas semanas. Hubiera aterrizado el 3 de mayo y fue duro ver la evolución de los acontecimientos, dejar ir la ilusión. Las situaciones inesperadas nos obligan a reinventarnos y, aunque a veces no es fácil, mientras haya salud todo encuentra su camino y debemos estar agradecidos.
En relación a mi país es complejo y preocupante observar la situación a la distancia, algo que provoca bastante impotencia e incertidumbre. No tanto por el coronavirus, sinceramente... también por el dengue y tantas otras enfermedades y padecimientos, todos alarmantes e invisibilizados detrás de este virus. Inquietan las "movidas" políticas que genera todo esto; pasa en todos los países, claro, pero de alguna manera pareciera que Argentina no puede evitar lograr que todo sea más intenso.
Y, tanto a nivel cercano como a nivel universal, prima el deseo de que todo mejore, que tengamos salud, que el impacto en la economía no sea tan trágico como se predice, que seamos capaces de aprender lo que esta pandemia vino a señalarnos, y que los niños puedan volver a explorar la vida con todos los sentidos y regresar sin miedo al colegio pronto, para crecer junto a sus amigos, abrazarlos, y que todos podamos retornar a una nueva normalidad.
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