El instante en que una flor se despliega y regala, por caso, un exquisito perfume o una forma extravagante, no es un momento cualquiera en la vida de una planta: biológicamente, la floración en los vegetales representa un "cambio de fase", un momento en el cual las plantas pasan de la fase de crecimiento vegetativo a la fase reproductiva. Las señales que reciben las plantas para realizar este cambio, están dadas por ciclos de luz y oscuridad (y así se clasifican en plantas de días cortos, de días largos o plantas neutras) y por la suma de temperaturas por debajo de un mínimo (vernalización), entre otros factores.
Desde hace muchos años se sabe que las plantas "perciben" la estación del año a través de proteínas que sintetizan en las hojas; de este modo "se fijan" en la duración de los días y en la temperatura para saber cuándo se aproxima la primavera, por ejemplo. Tienen su propio reloj biológico, una maquinaria que le permite a las células, de alguna manera, medir el tiempo y regular distintos procesos biológicos de modo que ocurran preferentemente en los momentos más apropiados del día, del mes o del año.
De norte a sur nuestra geografía registra calendarios de floraciones que son motivo de interés para quien disfruta del paisaje y también como fuente de alimento para polinizadores. Así, a lo largo de las estaciones y a través de la latitud, los arboles presentan su "primavera biológica", el momento preparado para dar lugar a la floración y por lo tanto, la consecuente producción de frutos y semillas que le permitirán perpetuarse.
Invierno
Si bien en nuestro imaginario el paisaje invernal aparece con la monotonía de ramas desnudas y árboles en pausa, no todo es así. En pleno invierno, durante julio, son "atrapa miradas" en los jardines y parques las camelias: Camellia sasanqua primero, con delicadas flores perfumadas, luego C. japonica. Sobre las ramas desnudas y antes de la foliación, algunas especies de Magnolia son otro atractivo y fuente de alimento para abejas en épocas difíciles: M. stellata (de flores blancas en forma de estrella), M. liliiflora y el hibrido Magnolia × soulangeana, con flores rosado purpureo, similares a tulipanes.
En esta época, compiten por belleza y atractivo hacia polinizadores con los Prunus, en sus varias especies usadas en el paisaje: Prunus serrulata, los famoso Sakura o cerezo de flor; P. mume o albaricoque japonés; Prunus ceracifera o ciruelo de adorno, con floraciones espectaculares que forman parte de ceremonias milenarias en Oriente todos ellos. Junto con Chaenomeles, brindan los tintes rosados, violáceos, rojos o blancos al jardín durante el invierno. Su mejor expresión es en climas templado frío.
Pero hacia fines de julio y durante agosto, aparecen otras especies que traen el amarillo vibrante al paisaje: son varios taxones del género Acacia, algunas nativas del país (hoy rebautizadas dentro del género Vachellia), otras llegadas desde Australia. Vachellia caven, con varios nombres según la región: espinillo o churqui en la zona central y aromito en la Mesopotamia, su copa se cubre densamente de inflorescencias globosas amarillas, muy perfumadas, antes que se produzca la foliación. Venidas de otras regiones, Acacia dealbata (mimosa o aromo francés) y Acacia baileyana (aromo) de hojas más azuladas, perfuman el entorno con sus inflorescencias amarillas en pleno agosto.
Como anuncio de la próxima primavera, hacia fines de agosto y sobre las ramas desnudas los cercis se cubren de pequeños ramilletes de flores amariposadas rosado violáceo: Cercis siliquastrum (árbol de Judas o árbol del amor) y Cercis canadensis, puntos focales espectaculares en el jardín en esta época, siempre visitados por abejas y otros polinizadores.
Septiembre en la región pampeana, algunas semanas antes a menor latitud (Santa Fe, Chaco, Corrientes, Formosa, Salta) es el tiempo de los lapachos (Handroanthus, en sus varias especies, impetiginosus, heptaphyllus, lapacho, entre otras) cuya floración estalla en ramilletes rosados, a veces blancos en individuos albinos, pintando los paisajes con sus copas increíbles, faltas de hojas aun. Son indígenas del norte de nuestro país, de las yungas y la selva paranaense.
También entre fines de invierno y comienzos de primavera, otra especie nativa del centro del país hace las delicias de abejas y polinizadores: el chañar o Geoffroea decorticans se cubre de ramilletes con flores amariposadas amarillas, perfumadas, sobre ramas desnudas aun. De corteza caduca, su tronco es verde brillante en ejemplares jóvenes; como dice el poeta, de "espíritu gregario", ya que a partir de raíces gemíferas, desarrolla otros individuos en vecindad.
Primavera
Instalada ya la primavera, es tiempo de floración de otras dos especies emblemáticas de nuestro país. La elegida como flor nacional, el ceibo (Erythrina crista-galli) que tiñe su copa de rojo en octubre en la región pampeana y Mesopotamia. Frecuente en áreas naturales a la vera de arroyos y lagunas, suele florecer sucesivamente durante el verano. Y unas semanas más tarde, durante noviembre, es el tiempo de los jacarandás (Jacaranda mimosifolia), nombrado "emblemático" de la ciudad de Buenos Aires hace pocos años por su llamativa floración y ser el árbol nativo de Argentina más frecuente en el conjunto arbóreo de la ciudad. Las copas se pintan de celeste liliáceo sobre las ramas sin hojas de manera espectacular. Hacia mediados de verano, durante febrero, el jacaranda tendrá una segunda floración, no tan llamativa por aparecer sobre la copa foliada.
En primavera también nos llega la floración de un pequeño arbolito indígena de la zona templado cálida de nuestro país, con nombres vernáculos singulares: ñangapirí, pitanga, arrayán según la zona, la Eugenia uniflora, una de las más bellas mirtáceas nativas que además deleita con sus frutos a aves y humanos. Sus parientes cercanos, la anacahuita, ubajay, guabiyú, arazá, también florecen en estos tiempos.
De las especies venidas de otros continentes, más temprano la catalpa (Catalpa bignonioides) con sus ramilletes blanco- rosáceos y hojas grandes acorazonadas; más adelante en octubre, el perfume de los paraísos (Melia azedarach) nos recuerdan que se acerca el verano: sus ramilletes violáceos impregnan el barrio con un aroma cálido y dulzón.
Verano
Diciembre despierta con el aroma de los tilos en flor: su floración en general a comienzos de mes señala el verano en el ambiente: Tilia viridis subsp. x moltkei con sus hojas cordadas, sus amplias copas frescas en verano, creando túneles verdes allí donde crece sin límites.
Simultáneamente, entre noviembre y diciembre según la latitud, las aceras se tiñen de amarillo con las flores de las tipas (Tipuana tipu), el árbol que trajo Charles Thays desde las yungas y embelleció las calles y parques de tantas ciudades del interior templado cálido.
Hacia fines de diciembre, otro árbol majestuoso llegado de la selva en galería aporta un brillante amarillo al paisaje urbano: el ibirá pita o árbol de Artigas en Uruguay, Peltophorum dubium, de rápido crecimiento y espectacular floración. Quizá no tan difundido en el paisaje urbano, también es tiempo de avistaje de unas flores con aires de orquídea (de allí su nombre vulgar orchid tree en otros países); suelen verse en algunas aceras y parques: Bauhinia forficata subsp. Pruinosa, la pata de vaca, falsa caoba o pezuña de buey, nativa de la zona central y norte del país, con flores blancas de una gran delicadeza, a las que siguen chauchas colgantes también atractivas.
Otra especie poco frecuente pero digna de mayor difusión en el paisaje urbano, el tulipanero (Liriodendron tulipifera) brinda en esta época sus flores solitarias en forma de tulipán, con los sépalos de color blanco o amarillo verdoso y los pétalos de igual color, con una franja anaranjada en la base.
Apreciados también por su corteza color canela, la temporada cálida trae la belleza de un arbusto conducido a veces como árbol, el crespón, espumilla o árbol de Júpiter (Lagerstroemia indica) con hermosos ramilletes de floración blanca, rosada, lila o purpúrea que cubren densamente su copa durante el verano; suele elegirse para el arbolado lineal en aceras angostas.
Asentado plenamente el verano, es momento de esplendor de los palos borrachos: Ceiba speciosa o palo borracho de flor rosada, samohú en su zona de origen (noreste de Argentina), llamativos con su tronco abultado y sus flores grandes, en diferentes tonos de rosa, libadas a veces por picaflores.
Desde el noroeste, los palos borrachos de flor blanca o yuchán (Ceiba chodatii), algo más petisos y más rechonchos, de flores amplias, blanco amarillento, continúan su floración hasta marzo/ abril en zona pampeana. De ambas especies, luego penden de las ramas los frutos: cápsulas verdes amarronado que al abrirse liberan las semillas rodeadas de unas fibras muy finas, similares al algodón, llamada paina y con usos ancestrales.
En áreas subtropicales de nuestro país, libres de heladas (Formosa, Corrientes, Chaco, Misiones), sorprende durante la estación cálida un árbol espectacular, cuya copa aparasolada se cubre de llamativas flores rojo vibrante: el flamboyán o chivato (Delonix regia) llegado a América del sur desde Madagascar en tiempo de esclavitud.
Entre febrero y marzo, dependiendo de la latitud, y haciendo uso de su nombre común, florece el carnaval, la Senna spectabilis, nativa del NO argentino. Sus grandes racimos de flores amariposadas amarillas pueden aparecer en varias tandas hasta mayo en latitud templada.
Durante el verano también varias especies leñosas llegadas de otras regiones florecen en la región chaqueña y pampeana: Albizia julibrissin o acacia de Constantinopla, pequeño árbol con pompones rosados fragantes; la espectacular Magnolia grandiflora con sus enormes flores blancas y perfumadas, visitadas por abejas y abejorros; las acacias blancas o Robinia pseudoacacia, con sus racimos péndulos de flores blancas, muy perfumadas, ya en desuso en el bosque urbano por sus múltiples inconvenientes sanitarios.
Por Ing. Agr. Gabriela Benito
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