Es viernes, temprano a la mañana, todavía las playas de Mar del Plata están vacías. En la costa, algunos aprovechan el fresco para salir a correr. Una señora de unos 60 años hace lo propio: camina rápido. Musculosa negra, bermudas, anteojos de sol. En la mano, una botellita con agua. Lleva buen ritmo, trata de coordinar con los semáforos para no detenerse en las bocacalles. Donde sí frena es frente a la Base Naval: acaricia una virgen de Luján que sobresale entre rosarios y flores secas. Se persigna. Hace unos pasos más y repite el gesto, esta vez lo que acaricia es una de las tantas banderas argentinas que cuelgan del alambrado perimetral. "Fuerza a los 44 submarinistas, Dios está con ustedes", dice la bandera que lleva la firma de "El pueblo argentino".
Poco después, Marcela Moyano atraviesa a pie el playón de cemento y pasto que la separa de la vereda. Recién le dieron el parte diario dentro de la Base y ahora sale acompañada por María Victoria Morales y Yolanda Susana Mendiola. A las tres las une el mismo sentimiento: incertidumbre y dolor. Las tres pasan gran parte de sus días, desde el 16 de noviembre, a la espera de una noticia que no llega. El viento les revuelve el pelo y las banderas que cargan. Las tres llevan en la cara cansancio, desazón: pasó un informe más –un día más– sin novedades relevantes. Sin embargo, ninguna de las tres baja los brazos: están en vigilia, exigen que el Gobierno siga buscando a sus familiares. Las tres saben que es difícil, pero creen, sienten, que ellos están con vida a la espera de un milagro.
El ARA San Juan zarpó el 25 de octubre desde la Base Naval de Mar del Plata. A bordo, 45 hombres y una sola mujer: Eliana María Krawczyk, la primera submarinista de la historia argentina. El destino: Ushuaia, Tierra del Fuego. La misión –de la que muchos familiares hoy desconocen detalles– duraría 46 días. El primer tramo del viaje pasó sin sobresaltos; 10 días después de haber salido, el San Juan tocó puerto y los tripulantes se comunicaron con sus familiares. Dos de ellos se quedaron en tierra, los otros 44 salieron el lunes 13 de noviembre. Soltaron amarras y continuaron viaje. La idea era volver a casa. A las 7.30 del miércoles 15, el contacto entre la nave y el continente se interrumpió. La última posición conocida fue en la zona del Golfo San Jorge, a 432 kilómetros de la costa, al sudoeste de la Península Valdés.
–Es una cuestión de fe… pero a mí tampoco me han traído un pedazo de submarino que diga pasó lo que pasó… no hay nada, nada, no hay pruebas –dice Marcela mientras niega con la cabeza. La voz cascada por la falta de sueño; el cansancio de tantos días sin saber–. Estoy aferrada a Dios y esperando el milagro, más allá de los días que pasen se puede llegar a dar. Siento que Hernán está ahí, esperando a ser rescatado y a mí no me han traído nada que demuestre lo contrario.
Hernán Rodríguez tiene 44 años, es el jefe de Máquinas del submarino ARA San Juan. Lleva más de 20 en la Armada, 13 como submarinista. Antes de sumarse a los pocos que eligen o son elegidos para ser parte de la profesión más riesgosa de la Marina, estuvo en la Base Científica de las Orcadas. Con el frío del sur como telón, en 2012, empezó a chatear con Marcela. Se conocían de chicos: eran de Real del Padre, un pueblo de la zona de San Rafael, Mendoza. Se cruzaron en la primaria; después, alguna que otra vez, pero fueron las redes sociales las que les dieron la chance de conocerse más. Tanto que terminaron enamorándose.
–Nuestra historia es un poco rara; comenzó hace seis años de manera virtual. El 22 de mayo de 2012 declaramos en las redes el amor que empezó en ese momento y que todavía continúa y permanece en nosotros. Cuando salió de la Base nos encontramos en Mendoza y no nos separamos nunca más.
Los dos venían de matrimonios anteriores. Ella con dos hijos y él con uno.
–Formamos una familia los cinco y somos nosotros los que estamos luchando, haciendo visible el amor, conteniéndonos para que esto termine pronto… estamos esperándolo a Hernán. Tenemos fe de que va a volver, lo necesitamos, lo amamos mucho y queremos que vuelva pronto.
El relato de Marcela lleva la marca de quien lo ha tenido que repetir decenas de veces. Habla de corrido y, entre las anécdotas de su historia de amor, se cuelan la indignación y el pedido de ayuda, que no los dejen solos, que necesitan del Estado para seguir buscando. Es necesario para ella –para todos los familiares– que se les dé un mensaje claro, que no se especule ni con ellos, ni con su dolor.
–Le pido a Dios que esto no se extienda más tiempo… es terrible la agonía que estamos viviendo los familiares, es mucho el dolor y la incertidumbre. Que esté el submarino desaparecido nos desespera… –dice y agrega que se sienten desamparados y que esa es la sensación que la acompaña desde que, hace más de tres meses, sonó el teléfono.
Desde que la noticia de la desaparición salió a la luz, por los medios de comunicación circularon innumerables expertos y opinólogos vaticinando las mil y una hipótesis basadas en especulaciones a partir de la escueta información que emergía de los comunicados de la Armada. Que la tormenta, que las baterías, que el snorkel, que las válvulas… llamadas satelitales que eran, que no eran, del submarino. Que cortocircuitos, que gas cloro, que tenían agua potable y oxígeno suficiente, que sí, que no. Que la plataforma continental, que el talud. Análisis. Especulaciones.
Después de una semana de incertidumbre, se informó que una hidroboya había detectado una "anomalía hidroacústica" el día de la desaparición de la nave a 30 millas al norte de su última posición. Al día siguiente, el embajador argentino en Austria, Rafael Grossi, sumó detalles: el miércoles 15 de noviembre a las 10.51 existió un "evento anómalo singular, corto, violento y no nuclear consistente con una explosión". La noticia golpeaba la esperanza de los familiares de los tripulantes: si lo que se informaba era cierto, no había más esperanzas. Lo peor había pasado. El dolor se apoderó de todo y de todos. Sin embargo, la mayoría de padres, madres, hermanos, esposas, parejas, amigos que aguardaban día tras día las novedades del operativo de búsqueda salieron del shock con la fuerza que da la prepotencia de una certeza: necesitamos ver para creer, no queremos que dejen de buscarlos, decían, y de esa manera, interpelaban al Gobierno nacional para que no los abandonara. El silencio y la falta de tacto oficial ahondaron la desazón.
Esta anomalía fue analizada por Inteligencia Naval de los Estados Unidos. En el informe que se conoció en enero –a través de una publicación en un diario francés–, el sonido detectado por la hidroboya equivale a seis toneladas de TNT, lo que les permitió estimar que el submarino sufrió una implosión en 40 milisegundos, es decir, la muerte instantánea de los tripulantes. La Armada expresó que no tenía nada que decir al respecto y que la información oficial se mantenía por los mismos canales de siempre.
Los días pasaron sin muchas novedades; al cumplirse dos meses de la desaparición, la Armada hizo un resumen en números de lo que se había hecho hasta el momento: más de 4.000 personas participaron de la búsqueda, también 25 buques (16 de la Armada argentina, dos de Prefectura, dos del Reino Unido, dos de Brasil, uno de Chile y uno de Rusia); a estos barcos se sumaban el Skandi Patagonia con cuatro vehículos no tripulados para inspeccionar bajo el mar y el Sophie Siem, que trasladó el minisubmarino de los Estados Unidos hacia la zona de búsqueda. El buque Yantar, ruso, también aportó sumergibles que podían descender a más de 6.000 metros de profundidad. Catorce aeronaves, pesqueros y otros medios completaron el operativo que, en esos dos meses, barrieron una superficie de 560.000 millas náuticas cuadradas, 3.650 en el fondo del mar.
La búsqueda siguió, cada vez con menor intensidad. De fondo, las internas entre la Armada y el Gobierno (el pase a retiro del almirante Marcelo Srur, jefe de la Fuerza, fue solo una muestra) y la búsqueda de responsabilidades políticas de la tragedia se asomaban por encima del dolor de los familiares.
–Esa noche estaba cenando con mi hija; a las 22.30 recibo un llamado de la Base diciéndome que habían perdido comunicación con el submarino –recuerda Marcela–. Me dijeron: «Queremos informarle esto para que no se guíe por los medios»… a los cinco minutos, la información estaba publicada. Fue un momento terrible, una pesadilla. Desde ahí mi vida se pausó, cambió, paré todas mis actividades, dejé mi trabajo como docente, dejé de dormir… el viernes mismo me instalé en la Base, hasta el jueves que fue la noticia de la explosión, de todo lo que salió a la luz… solo iba a mi casa a bañarme. Yo esa semana esperaba que Hernán llegara… el sentimiento de desesperación, incertidumbre, dónde está… Lo sigo esperando.
La posibilidad de que en alguno de los viajes la tragedia golpeara a Hernán no era un tabú para ellos. Ser familiar de un submarinista es saber que hay riesgos, posibilidades ciertas de que lo impredecible se convierta en el punto de llegada. Ellos lo hablaban. Hernán –siempre con humor– contaba las cosas que le habían pasado en otros viajes. Marcela dice que en la navegación de julio, que duró 19 días, Hernán le contó que habían sido perseguidos por dos buques británicos.
–Hablábamos de los riesgos; ellos tienen su secreto de la Armada, pero más allá de eso se hablaba. Hay miedos… más en una navegación tan larga como esta, dijo que no sabía cuál era la misión…
Detrás de las pantallas, Marcela encontró a Hernán. Detrás de las pantallas, Marcela sigue buscándolo. Cada vez que salía a navegar tenían una rutina: ella le escribía por whatsapp lo que pasaba en tierra mientras él no estaba. Apenas tocaba puerto los mensajes caían y él se enteraba de todo. Hoy, Marcela sigue escribiéndole:
–Le sigo escribiendo, le digo que va pasando el tiempo, que lo sigo esperando, que lo amo mucho, que quiero que vuelva, que lo necesito y que no voy a perder la fe en Dios… hoy por hoy miro al cielo y digo yo quiero que me lo devuelvas, miro al mar y digo quiero que me lo devuelvas… lo voy a seguir esperando más allá del dolor que tengo, no voy a bajar los brazos, quiero llegar a la verdad, que los encuentren. Una vez que eso pase se podrá empezar con lo demás…
Marcela suelta lo que le dice a su marido y a Dios como una oración de súplica. Lo dice sin que el nudo que se le planta en la garganta se lo impida. Lo dice y apenas termina suelta amarras y llora. Las lágrimas se deslizan detrás de los anteojos negros.
Son las diez y media de la mañana. El sol pega en el monumento que señaliza la Base Naval de Mar del Plata como uno de los centros clandestinos de detención durante la última dictadura cívico militar. Es en una zona muy transitada por turistas, el enlace entre el Puerto y Punta Mogotes con el paseo costero que desemboca en el Casino y la postal tradicional marplatense. Adentro ya están los familiares de los tripulantes del ARA San Juan a la espera de un nuevo parte de la Armada. Afuera, los autos bajan la velocidad: celular en mano sacan fotos y filman el altar que recuerda a los 44 tripulantes. Enfrente, el Golf Club sigue con su rutina. No hay cámaras, ni fotógrafos, ni periodistas. Un micro de larga distancia, de dos pisos, estaciona en la mano de enfrente. Son de Villa Mercedes, San Luis, están de vacaciones. El contingente baja con Paredes a la cabeza. Es el coordinador del tour que desde hace un par de viajes agregó como parada el santuario.
–La gente pregunta si vamos a pasar por lo del ARA San Juan. Algunos traen banderas, yo puse la mía a nombre de mi familia… todos queremos saber qué pasó de verdad.
La parada no dura mucho. Lo suficiente para que los visitantes puedan tomarse fotos con la tragedia de fondo y seguir con lo planeado.
Entre San Miguel de Tucumán y Mar del Plata hay 1.726 kilómetros. Poco menos es la distancia mínima que separa la provincia más chica de la Argentina del punto más cercano de la costa marítima. Igualmente, Luis Esteban García (31) decidió ser marino y submarinista.
María Victoria, su mamá, tiene una espina clavada en el corazón, esas cosas que solo se piensan con el diario del lunes. Que si todo hubiera sido como debería ser, hoy ni siquiera se pondría a pensarlo.
–Si sabía lo que le iba a pasar lo abrazaba, me lo quedaba… no lo dejaba venir –dice sentada en la puerta de la Base, la remera blanca con la cara de su hijo con la leyenda "Mamá te ama". La voz apenas se escucha por encima de los autos que pasan por la Costanera–. Sentí impotencia por no haber venido a la partida…
La mañana que Luis se fue, María Victoria se quedó en la casa de su hijo con sus nietos. Era muy temprano. Se despidieron con un abrazo interminable. Ella había llegado de Tucumán porque él se lo había pedido, quería despedirse de ella y de su papá antes de salir tantos días al mar.
–El 25 de octubre zarpaba, él se esmeró para que viniéramos con mi marido porque se embarcaba por mucho tiempo y quería que nos quedáramos con su mujer y sus hijos. Mi marido trabaja de lo que sea en Tucumán, pero no tenía trabajo por entonces. "Papá, venite que ya contraté un albañil para que haga unas cosas, así lo ayudás a él", le dijo y nos vinimos. Tuve la oportunidad de despedirlo ese 25 a la mañana… "Mamá, nos vemos al regreso", me dijo… lo estoy esperando, todavía.
A los 10 días de zarpar, volvieron a comunicarse. Desde Ushuaia hablaron y les contó que por fin se había podido bañar. Unos días después volvió a sonar el teléfono y las noticias no eran las mejores.
–Igual que a Marcela, la llamaron a mi nuera para decirle que se había perdido la comunicación con el submarino, pero que se decían cosas en los medios que no eran verdad. A la media hora llamaron de nuevo y le confirmaron que sí habían tenido un inconveniente, pero que se solucionaba y regresaban.
El 27 de noviembre, con la fe intacta, María Victoria se puso de cara al mar. La mirada fija en algún punto de eso que parece infinito. Lo único que esperaba era ver la mole negra saliendo entre las olas. Era la fecha de retorno, el escalón donde hacían pie entre tanta incertidumbre. Pero nada. Solo el mar y su murmullo. El mismo mar que, según ella, llamó a su hijo para que se alistara en la Marina.
–Nosotros no tenemos nada que ver con la Armada… el mar lo llamó. Él estudió mucho, somos muy pobres, se crio en un ambiente de amor, 36 años de casada llevo… –dice y es quizás ese tramo de la vida de su hijo lo que la enorgullece–: Todo fue con mucho sacrificio… en 2001 estábamos muy mal, mi hija estudiaba Enfermería y no podíamos seguir pagando. A él le dijimos: "Bueno, hijo, no podemos seguir". Entonces salió con su papá, con 42 grados, a la calle a vender helado, a la cancha, a los bailes, a todos lados… Incluso vendía láminas de dibujo técnico a sus compañeros para tener plata para el pasaje, para seguir estudiando.
El sacrificio, por lo que cuenta María Victoria, parece ser el sello que marca la vida de su hijo. Su paso por la Escuela de Suboficiales de la Armada en Punta Alta y la especialización como submarinista le permitieron afincarse con su esposa en Mar del Plata y tener casa propia, auto. Pero siempre compartiendo con sus padres.
–Para él era un orgullo su profesión, nos pagaba el boleto para que viniéramos y nos llevaba al museo para explicarnos todo sobre submarinos. Era muy detallista, amaba su profesión… –dice María Victoria y se queda muda de repente. Niega con la cabeza y pide perdón, se da cuenta de que usó el pasado para hablar de su hijo y no quiere eso, no quiere darle ni un segundo de lugar a la posibilidad de no volver a encontrarse–. El subconsciente me traiciona –dice y repite que, a pesar de que pasaron tantos días, lo sigue esperando.
–Tengo los pies sobre la tierra, pero también tengo mucha fe en Dios y sé que pueden ocurrir milagros y me pueden devolver a mi hijo.
Colchones inflables en el piso, mantas, almohadas improvisadas. Algunas botellas con jugo, mate, mucho mate. Dos velas azules en un altar: una virgen de Luján, estampitas de varios santos. Así se vive la vigilia que los familiares de los tripulantes llevan adelante en la Base. La fe es lo que los mantiene unidos. La fe incondicional. A tal punto que algunos decidieron pedir ayuda a videntes para tratar de dar con el submarino.
A poco de cumplirse los dos meses de la desaparición, el vocero de la Armada, Enrique Balbi, le confirmó al semanario Perfil que se hicieron exploraciones en puntos aportados por videntes. También la hermana de la submarinista Eliana Krawczyk, en el programa de Mirtha Legrand, dio a conocer que una vidente estaba por partir a bordo de un buque hacia la zona de búsqueda. Marcela confirmó que la mujer marcó tres puntos, pero que en ese momento no pudieron explorarse por falta de medios.
El ARA San Juan es una nave de guerra construida en Alemania que entró en servicio en la Armada argentina en 1985. Con 66 metros de largo puede alcanzar una velocidad de 25 nudos debajo del agua. Según la Armada, está configurado como "submarino de ataque". Su propulsión es diésel eléctrica y en superficie el motor impulsa un generador eléctrico que carga los distintos bancos de baterías con los que navega en la profundidad. A fines de 2008, la nave entró a su reparación de media vida. Además de la puesta a punto del casco y los motores, se hizo un replacado y la reparación integral de las 960 baterías. Ahí es donde generó la avería que reportó el ARA San Juan. El 20 de noviembre, el capitán de navío Gabriel Galeazzi, vocero de la Armada en Mar del Plata, explicó que después de comunicar el problema con las baterías, el capitán del submarino volvió a contactarse con la Base para informar que había ajustado el rumbo hacia Mar del Plata y que los 44 tripulantes a bordo estaban en buen estado. Con el avance de la investigación judicial, salió a la luz que el mismo 15 de noviembre, a las 14.18, en su puesto de supervisor de comunicaciones de la Base de Mar del Plata, el suboficial Rubén Espínola detectó tres frecuencias distintas que, por sus características, pudo asegurar que se emitían desde el San Juan. La calidad de la señal de radio era tan mala que le fue imposible escuchar con claridad lo que se decía. Espínola informó del suceso a la Base de Puerto Belgrano y desde ahí desestimaron la novedad, a tal punto que en el momento no se asentó en el libro de guardias, hasta que días después lo hicieron de forma "tardía". De haber sido efectivamente una comunicación del submarino, la última posición de la nave podría ser diferente de la que se toma como punto de partida para la búsqueda. También, perdería fuerza el vínculo entre la desaparición y el sonido captado por la hidroboya, horas antes.
—Cambiaría todo —dice Marcela en la puerta de la Base mientras con otros familiares acomodan las banderas en el altar dedicado a los 44.
Lo cierto es que el 30 de noviembre por la tarde, la Armada informó que se daba por finalizada la etapa de búsqueda y rescate de los 44 tripulantes. "No habrá salvamento de personas", dijo el vocero en una más de las habituales conferencias de prensa. Días después, el ministro de Defensa, Oscar Aguat, hizo su primera aparición pública para hablar del tema. "Nuestra promesa es buscar hasta que agotemos todos los recursos y lo estamos haciendo", decía en televisión y anunciaba la llegada de la ayuda internacional con los robots sumergibles. Después explicó que un informe de la Armada reportaba que "las condiciones del ambiente extremo donde se desarrolló el suceso y el tiempo transcurrido eran incompatibles con la existencia de vida humana" y que por eso se había finalizado la etapa de rescate.
–Es decir que están todos muertos –preguntó el periodista Joaquín Morales Solá en TN.
–Exactamente –respondió el ministro.
Fue por entonces que circuló el rumor de que el presidente Mauricio Macri –que había visitado a los familiares el 20 de noviembre, durante media hora– emitiría un mensaje grabado para decretar los días de duelo nacional en honor a los tripulantes desaparecidos. Los familiares rechazaron de plano eso y pidieron que siguiera la búsqueda.
Con el informe de la posible explosión como evidencia y la sentencia por parte del Gobierno de que ya no había sobrevivientes, la ayuda internacional empezó a mermar. Por eso, el 2 de enero pasado los familiares escribieron una carta pidiéndole encarecidamente al presidente de Rusia, Vladimir Putin, que no retirara la ayuda. En el texto, los familiares le agradecen todo el apoyo brindado y le dicen que ellos, "permaneciendo en la fe divina", tienen el convencimiento de que sus familiares continuaban con vida.
–Nos respondió en 48 horas, le pedíamos que no se llevara el Yantar… –cuenta María Victoria y enseguida pide que el presidente y el ministro se hagan presentes.
Ese pedido que era acompañado por las voces de la mayoría de los familiares tuvo eco primero en el ministro Aguat y después en el presidente. El 25 de enero, el ministro llegó a la Base de Mar del Plata y escuchó el ruego de que el Estado se hiciera cargo de la continuidad de la búsqueda. El pedido de los familiares era claro: ofrecer una recompensa a los buques privados que entregaran información. El OK de Aguat amainó las aguas, pero la falta de concreción volvió a generar rispideces. Un audio que daba cuenta de esa reunión llegó a los medios. Con la voz rota por los nervios y el enojo, se escuchaba a una mujer exigiéndole al ministro que se hicieran cargo con seriedad de la situación. "Hicieron un caldo de cultivo para que el submarino explote", decía la mujer y pedía el nombre del responsable que ordenó que el submarino siguiera navegando hacia Mar del Plata después de reportar la avería. Ese mismo día, Macri anunció que los recibiría en Casa Rosada. El encuentro se concretó el martes 6 de febrero. Se habló una vez más de la recompensa y de la ayuda económica a los familiares. Poco más de una semana después, el Boletín Oficial anunciaba el ofrecimiento de $98 millones a quien aporte datos que ayuden a localizar el submarino.
En paralelo al operativo, la jueza de Caleta Olivia Marta Yáñez empezó una investigación caratulada "Averiguación de delito". El 23 de enero se supo que un grupo de altos funcionarios de la Armada habían sido citados a declarar como testigos. También lo hicieron dos tripulantes del San Juan que quedaron en tierra. Las fallas en el submarino fueron el eje de los relatos. Un allanamiento realizado a la Base Naval permitió, además, sumar documentación importante para la investigación que busca establecer responsabilidades ante la tragedia y formular una explicación acabada para esclarecer las causas del siniestro. En este mismo camino está la decisión de crear una Comisión Bicameral para el seguimiento del tema.
A Yolanda Susana Mendiola, mamá del cabo primero Leandro Fabián Cisneros, de 28 años, no la llamó nadie. Aquel jueves de noviembre tomaba mate, tranquila, como un día más en su casa de San Salvador de Jujuy, cuando vio en la televisión la noticia de que se había "perdido" un submarino.
–Yo pensé que era otro… –dice y se acomoda los anteojos–. Cuando vi que era el ARA San Juan me di cuenta de que era donde estaba mi hijo. Busqué. Él me dejaba una libretita con números de la Base para que yo llamara por cualquier cosa, y llamé y me informaron que era solamente un problema de comunicación. Que me quedara tranquila, que me iban a avisar… a medida que avanzaron los días me llamaron dos veces más, y me decían que había que esperar. Entonces me vine. El padre se había venido antes, llegué el martes 21 y me instalé acá. En un primer momento, confié en la Armada, pero a medida que me fui enterando de comentarios de otros familiares, me di cuenta de que había cosas que no sabíamos. Como que las veces que salía el submarino no podía completar un viaje sin fallas, siempre tenían que regresar…
Yolanda también tiene a su hijo grabado en una remera y lleva una bandera argentina con su nombre. Ella duda de todo lo que le dicen, no cree porque sabe que le mintieron y, además, ahora, analizando el comportamiento de su hijo antes de la partida, siente que algo andaba mal antes de zarpar.
–Este era el viaje más largo, 42 días. Antes de zarpar mi hijo me rogaba que viniera, me decía que tenía pasaje para mí, se había comprado una casa y quería darme la llave y que me quedara este mes… ahora veo que él tenía miedo… en el ruego ese había miedo –cuenta y dice que, en las charlas que tienen entre los familiares, la mayoría nota que las despedidas no fueron como otras veces: abrazos, cartas, videos.
Yolanda no pudo viajar a Mar del Plata como le pidió su hijo. Problemas familiares se lo impidieron. Sí lo hizo cuando la Armada le confirmó que habían perdido contacto con la nave. Desde entonces, sus días son calcados: a la mañana atiende a todos los periodistas que la llaman, ella quiere que se hable del tema, que no quede oculto detrás de la vorágine de noticias que tapan todo. A las 9.30 se sube a la combi que la pasa a buscar por el hotel en el que se hospeda y la lleva a la Base. A las 10 espera el parte diario de la búsqueda…
–Yo me instalé acá y no me voy a ir hasta que se sepa qué pasó.
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