
Apuntes a orillas del San Roque
Cosquín Rock 2005 dejó buena música, pero también un listado increíble de anécdotas, declaraciones y alucinaciones de carácter futurista. Pasen, vean y saquen conclusiones
SAN ROQUE, Córdoba.- Tomás parece tener todo controlado en el camping Los Loteros. Las cabañas, algunas a estrenar, esperan a la prensa que viajó desde Buenos Aires para cubrir Cosquín Rock 2005, un festival que debió dejar la Plaza Próspero Molina por la "Plaza Próspero Montaña", tal como rebautizó en escena Fernando, de Catupecu Machu, al predio que se erigió en el Paraje de San Roque, con 600 habitantes, un lago y la belleza infinita de las sierras cordobesas.
La mujer de Tomás no nos conocía, pero ya nos estaba esperando con una sonrisa y un desayuno reparador. Casi doce horas de micro valieron la pena para saborear esa masa grasosa que en Córdoba denominan criollos, en San Luis tortitas y en Buenos Aires libritos. Antes de inaugurar con los colegas una nueva versión del juego "¿A qué hora creés que toca Charly?", es buena idea salir a caminar. Ya hay un cordel improvisado con remeras de Callejeros, La 25, Las Pelotas, bandas que, como auspiciantes silenciosos, tienen difusión en los pechos de los chicos.
No pienso engañarlos. Esta nota se escribió en un micro de la empresa Gral. Urquiza, que sorteó de milagro una inspección en la terminal de ómnibus de la capital cordobesa. Todos volvemos del festival y tenemos aún latente el recuerdo de una última noche perfecta, con un concierto insuperable de Las Pelotas y el abrazo cómplice de la lluvia. Pero fueron ellos y no yo los que estuvieron en el camping oficial. "No había ni luz ni agua caliente y estaba aún tan fresco todo que mientras te bañabas se caía el revoque", se escucha repetidamente. ¿Ese será el famoso aguante del que, con insistencia, hablan algunos músicos?
Volvamos al miércoles. En el perímetro del predio donde se desarrolla el festival, a metros de la ruta provincial 55, todos se alistan, toman posición y se preparan para la fiesta. De espaldas al lago San Roque, el escenario principal; con las sierras como telón de fondo, el segundo en importancia, definido como temático y dedicado, de a una por día, a las tribus de reggae, heavy metal, rock valvular y blues y punk rock. Entre ambos hay más de trescientos metros de distancia y varias atracciones a ambos lados. Baños químicos, puestos donde se despacha algo para tomar y otro algo para comer, un stand de venta de remeras y artículos de merchandising y unos puntos suspensivos que incluyen perforaciones y tatuajes al instante. Y un camión vestido con los colores de un chicle para que las bandas nuevas muestren lo suyo y empiecen a pegarse en el paladar de un público que hoy llega a ellos por curiosidad y mañana tal vez lo haga siguiendo una pasión.
Las salidas de emergencia, estratégicamente ubicadas a ambos lados, son tan grandes como las enormes letras rojas que indican su ubicación. Ya nada será igual después del 30 de diciembre último, eso está claro, pero, por las dudas, los músicos se ponen de acuerdo en algo: si se enciende una bengala dejan de tocar. Y Las Pelotas tiene que llevarlo a la práctica apenas comienza su set. "Apagala bo...", exclamó Alejandro Sokol.
Dos empresarios se pelean por una plaza, la folklórica Próspero Molina. El que estaba en el lugar se muda y se lleva el nombre, Cosquín Rock, pero la ciudad ya no tiene nada que ver con el festival. El nuevo quiere llamarse Cosquín Siempre Rock, pero no puede usar el nombre de la localidad. Y un músico, Fernando, de Catupecu Machu, preguntará con sorna. "¿Por qué Siempre Rock si es la primera vez que se hace?" Sí, los músicos del encuentro de San Roque tirarán agua para el molino de los productores. Las Pelotas invitará a Palazzo a subir al escenario, Las Manos de Filippi gritará: "¡Aguante la organización!", y el resto apoyará más formalmente. ¿Adivinen qué en el otro festival?"
Ya es lunes, de vuelta en el micro. El balance musical deja para el recuerdo los shows de Divididos, Las Pelotas, Vicentico, León Gieco, Pappo (estos dos últimos contaron con Charly como invitado), los veteranos españoles de Barón Rojo y los brasileños de Sepultura. Hay más: Estelares, Spinetta, Catupecu, Carajo... ¿Para olvidar? Babasónicos en primer lugar, seguido por Charly y Molotov, que apenas cumplió el jueves y que pasó sin pena ni gloria el viernes. Para su descargo cuentan con un Tito destruido, que se dio un palo andando en skate y que subió a escena adormecido por los medicamentos.
El primer Woodstock cordobés dejó la sensación de que cumplió, de que hay mucho para hacer en San Roque de cara al 2006, como mejorar la vigilancia en los campings (muy concurridos por los amigos de lo ajeno) y la infraestructura en general (en cinco días, los 600 habitantes de la zona recibieron a 120.000 personas y los servicios básicos colapsaron). Ya comprobé que algunas cosas se suplen con buena predisposición, como la de Tomás y su mujer que durante cinco días nos cocinaron comida casera.
Un volante, depositado en mi mano y no en la vía pública, me aviva: "Tattoo, Costanera San Roque, ex ruta 55..." ¿Cómo? "El gobernador De la Sota va a buscar la reelección", arranca un jubilado, ex empleado del correo, taxista por 30 años y actual remisero. ¿Cómo es eso? "La Legislatura provincial ya aprobó el proyecto para que se haga acá un Puerto Madero -continúa el hombre-. Van a construir restaurantes, bares, y hasta un hotel cinco estrellas." Les juro que sólo pensaba hablar de música, pero, ya ven, hay cosas más interesantes.
Callejeros y su presencia silenciosa
- En el centro de la Argentina post Cromañón, Córdoba tuvo su primer capítulo de manifestaciones en Cosquín Rock 2005. Una vez más las remeras y las banderas de los chicos nos contaron en silencio qué opina el rockero. Hoy todos son Callejeros. Las remeras y los "trapos" reflejan las tapas de los discos, el recuerdo de un concierto del grupo o las caras de sus integrantes; desde los autos, los improvisados bares montados al costado de la ruta y los campings, la música de la banda de Villa Celina alcanza su pico de popularidad. Hay un local que vende hamburguesas y bebidas, y en el que todos sus empleados llevan la remera roja con el nombre del grupo en letras blancas. "Somos amigos de los chicos, somos del barrio de San Vicente (Córdoba) y estuvimos con ellos después de Cromañón. Y ésta es la manera de mostrarles nuestro apoyo." Pero hubo otra, más estridente, sobre el escenario y en las conferencias de prensa. Allí los músicos se descargaron, pidieron justicia y se comprometieron a trabajar para que la historia no se repita.