Apresúrate lentamente
La velocidad, propia del mundo de los mercados, ha invadido nuestra realidad de manera casi subrepticia: nada que no sea rápido pareciera tener sentido
Sobre el recoleto claustro interior de la Universidad de Salamanca se abren siete ventanas de su legendaria biblioteca. En el antepecho de piedra de cada una están esculpidos, desde el primer tercio del siglo XVI, los siete emblemas de esa universidad española, sobre cuyo significado no cesa el debate. El sexto emblema consiste en dos sectores simétricos, separados por un candelabro. Cada uno muestra un ancla alrededor de cuya caña se desliza sinuoso un delfín. Sobre el ancla hay una inscripción que reza, en griego a la izquierda y en latín a la derecha, "Apresúrate lentamente". El ancla simboliza lo sólido y estable mientras que el delfín evoca lo rápido, lo que cambia velozmente, una alegoría ya presente en monedas romanas del siglo I.
Según Suetonio y otros historiadores, "Festina lente" era el lema preferido por el emperador César Augusto y su significado fue extensamente analizado por Erasmo. Desde hace siglos, la idea que evoca el "apresúrate lentamente" atrae el interés de artistas de la imagen y de la palabra. Italo Calvino, quien adoptó el lema como propio, describe en su escrito sobre la rapidez la alegoría del delfín y el ancla utilizada por el editor veneciano Aldo Manuzio, fundador de la imprenta Aldina a fines del siglo XV. Calvino se muestra fascinado por el inquietante recurso que, también por ese entonces, utilizó el médico e historiador italiano Paolo Giovio para ilustrar el dicho: un cangrejo y una mariposa.
En un reciente artículo, el escritor colombiano Andrés Hoyos, responsable de la revista El Malpensante, regresa sobre el antiguo oxímoron latino señalando que representa a la sociedad actual, en la que "la vida es cada vez más rápida, pese a que casi nada derivado de la rapidez tiene valor perdurable". "Festina lente" alude así a nuestras vidas, que hoy se despliegan en esa dimensión de aceleración permanente: nada que no sea rápido parecería tener sentido. ¿Quién responde con lentitud a una pregunta periodística, quién come despacio, quién se anima a leer un libro largo? La velocidad, que caracteriza al mundo de los mercados, ha invadido nuestra realidad de manera casi subrepticia, como señala Hoyos, sin resistencia. Vertiginosamente, al ritmo del videoclip en que se han convertido nuestras existencias, perdemos la dimensión del tiempo lento que es esencial al ser humano.
"Festina lente" nos recuerda, pues, desde épocas remotas, que lo rápido está unido de manera inseparable a lo lento y metódico. Sólo comprendiendo esta relación, podremos advertir el daño causado a las nuevas generaciones cuando, como ahora, se las priva de la posibilidad de frecuentar la dimensión de lentitud vinculada con la reflexión y la imaginación, en fin, con la capacidad de pensar el mundo y de pensarse. Precisamente, la revalorización de la lectura se basa en la convicción de que representa una puerta de entrada al ámbito intrínsecamente humano de lo lento. Es más, a menudo olvidamos que es en ese tiempo lento en el que se han generado, y lo continuarán haciendo, las prolongaciones de nuestros sentidos que nos permiten vivir a toda velocidad. De allí que nuestros jóvenes deban ser introducidos a esa dimensión temporal, pues merecen ser creadores, además de disciplinados consumidores. Porque crear supone adquirir el hábito de ingresar al sosegado tiempo lento, así como la capacidad de instalarse en él con comodidad antes de actuar.
En el futuro "nada tomará tiempo. Bueno, apenas la vida toma tiempo", dice Hoyos, quien concluye su artículo señalando que "la velocidad a la que estamos sometidos no es inocua. No sólo es fuente de estrés sino que la acumulación de opciones hace que caigamos en lo intrascendente, en lo repetitivo. La suma de dos velocidades no da una lentitud". En síntesis, apresurémonos pero hagámoslo lentamente ya que, como lo expresa una frase cuya autoría se discute, "lo que importa no es la velocidad sino la dirección".
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