Hace 16 años, Alberto “El Negro” González se radicó en Estados Unidos y se convirtió en uno de los mayores distribuidores de alimentos orgánicos de Manhattan
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Cuando su padre, uno de los contrabajistas más importantes del jazz argentino, le decía que amaba el género musical nacido en los Estados Unidos, nunca imaginó que encontraría su destino en aquellas tierras lejanas. Durante cuatro décadas, Alberto González (58), apodado igual que su papá, “El negro”, vivió cómodamente en Buenos Aires, se codeó con personalidades del espectáculo y en los años 90 estuvo en pareja con algunas de las mujeres más deseadas de la Argentina. Pintaba para playboy... pero la visión de un negocio inusual lo cautivó y lo llevó a apostar todos sus ahorros para alcanzar el éxito. Y lo logró. Es dueño de Ace Natural, una de las distribuidoras de alimentos más importantes de Nueva York. “La más ecológica de los Estados Unidos”, agrega Alberto.
Su impronta disruptiva la trae consigo desde niño. “Era rebelde. Me echaban de todos los colegios. Aunque académicamente era bueno, no tenía buena conducta. Me echaron de un colegio de curas porque tiraba piedras en el patio o en un colegio industrial rompí una sierra con un caño de plomo”, cuenta.
Alberto vivía juntos a sus padres, y una hermana 10 años menor, en una casa de Belgrano R. “Éramos una familia de clase media, no nos faltaba nada pero tampoco nos sobraba nada”, explica.
Cuando finalmente terminó el secundario, comenzó la carrera de abogacía pero abandonó luego de un par de años. No era lo suyo. Le gustaban los negocios. Se recibió de Licenciado en Comercialización y, años más tarde, hizo master de negocios en el IAE.
En el medio, Alberto se relacionó con la farándula porteña. En las revistas de la época hay fotos suyas. Iba a los boliches de moda, donde conoció a algunas de las chicas de moda. Fue pareja de Raquel Mancini y Verónica Lozano. “Siempre me gustaron mucho las mujeres y, casi por casualidad, salí con varias modelos conocidas, a las que antes llamaban ‘chicas de tapa’”, dice entre risas.
-No era del ambiente del espectáculo, ¿cómo llegó a conocerlas?
-Soy una persona muy sociable y me llevo bien con la gente. Considero que soy bastante empático y así hice muchos amigos que conocían gente... Iba mucho a New York City y a El Cielo, la arquitecta que lo hizo fue novia mía. En todos los lugares entraba siempre, nunca tuve problemas para entrar en algún lugar, aunque soy un tipo común.
-Raquel Mancini y Verónica Lozano fueron sus parejas.
-Salí un tiempo con Raquel, éramos jóvenes y ella era muy linda, capaz que era era la cara más linda de la Argentina. Con Vero [Lozano] fuimos novios muchos años, ella es un ser humano extraordinario, con ella estuve en los 90. Lo que pasa es que las relaciones son como un yogurt, tienen fecha de vencimiento: durante un tiempo la cosa es bárbara y después se termina.
En la Argentina, Alberto se dedicaba de manera independiente a la consultoría de pequeñas y medianas empresas. Todo marchaba viento en popa hasta que en un seminario de la embajada del Reino Unido descubrió su nueva pasión y su vida dio un giro de 180 grados. “Fue un curso sobre productos y alimentación orgánica que me voló la cabeza. Entendí que la gente debería comer sin químicos, ni antibióticos, ni hormonas... Así que se me ocurrió poner un restaurante orgánico y certificado en Nueva York”, cuenta
Alberto armó un plan de negocios y, a principios de 2006, se mudó a Manhattan convencido del éxito de su emprendimiento: un restaurante ecológico.
-¿Por qué los Estados Unidos y no la Argentina?
-Para bien o para mal, Estados Unidos es un líder en la innovación. Y Nueva York es un lugar de mucha visibilidad: si tenés éxito ahí, entonces habrá mucha gente que lo imitará. Mi plan era armar un plan de negocios, buscar inversores y ver qué tal iba... Y lo hice.
-Montaste un restaurante 100 por ciento orgánico en Manhattan.
-”Gustorganics”, que fue el restaurante más ecológico de los Estados Unidos durante siete años consecutivos, y el primer restaurante orgánico certificado del mundo.
-¿Y cómo resultó?
-El negocio no resultó como lo esperaba. Podría escribir un libro con las equivocaciones que cometí... Primero, por ejemplo, la elección del lugar: estábamos en la sexta avenida y la 14, una zona muy concurrida, pero por ahí no era el público que buscaba los orgánicos.
-¿Cuánto cuesta poner un restaurante en Nueva York?
-Carísimo. Me costó más de un millón y medio de dólares llegar al punto de equilibrio. Uno abre un negocio y los primeros meses perdés dinero. Yo vine en el 2006, pero el negocio lo abrimos a comienzos de 2008 y ese año hubo una crisis financiera a nivel mundial muy grave y explotó todo acá en Nueva York. Fue un caos total. Esa crisis complicó al negocio. Aunque el restaurante duró nueve años, no fue lo exitoso que yo me imaginaba que iba a ser.
-¿Pudo recuperar la inversión?
-No recuperé lo que invertí, pero me permitió vivir y aprender mucho de la economía norteamericana y la industria alimenticia. En el último tiempo tuve que buscar otro trabajo porque el negocio no rendía para mantener a mi familia.
-Cerró el restaurante en 2015, ¿cómo siguió?
-Me ofrecieron un trabajo en una empresa distribuidora de alimentos orgánicos en Nueva York. Y hoy, hace casi 10 años que trabajo en esa compañía, y hace un año y medio que la compré.
La empresa está en el condado de Westchester, al norte de Nueva York y tiene 70 empleados. Alberto compró la compañía con otro socio local y se dedican a distribuir alimentos orgánicos de una forma completamente sustentable.
-¿Qué es un alimento orgánico?
-Significa que es un alimento que está producido sin químicos. Hoy es una industria muy desarrollada. Aunque nosotros somos una empresa de nicho, cada vez está creciendo más. Hay mucha demanda.
-¿Quiénes compran sus productos?
-Nosotros vendemos principalmente a restaurantes y universidades. Aunque ahora estoy planeando adquirir una compañía nueva, otra distribuidora, que vende mayoritariamente a supermercados.
-¿De dónde provienen los alimentos que distribuyen?
-Compramos a productores orgánicos de la zona, también en California y Pensilvania. No importamos directamente pero, por ejemplo, compramos manzanas argentinas. Somos una empresa chica, pero somos muy fuertes en plant based, que es la dieta basada en alimentos de origen vegetal y es la que siguen los veganos, y también en orgánicos, estamos certificados.
-Su empresa se presenta como “neutral en su huella de carbono”...
-Hay empresarios que en veinte años irían presos por las cosas que hoy le hacen al medio ambiente. Mucha gente con tal de ganar dinero puede llegar a hacer cualquier cosa y muchas de esas cosas contaminan el medio ambiente. Nosotros medimos el impacto que nuestra empresa genera en el medio ambiente.
-En la práctica, ¿qué significa ser “neutral en la huella de carbono”?
-Nosotros producimos nuestra propia energía con paneles solares, nuestros camiones son híbridos... Tratamos de que todo lo que hacemos contamine lo menos posible y eso, por supuesto, es más caro. Pero no nos importa, lo hacemos así porque es lo que corresponde y de esta manera le dejamos a nuestros hijos un mundo mejor que el que encontramos. A su vez, nos autoimponemos un impuesto, que es una auditoría que nos hace una empresa europea para resetear lo que contaminamos. Con el dinero que pagamos se compraron, por ejemplo, cocinas ecológicas en Uganda o plantan árboles en algún lugar del mundo.
A la par, Alberto da charlas a alumnos en diferentes universidades de los Estados Unidos para concientizar sobre la importancia de “hacer las cosas bien” cuidando el medioambiente.
-¿Cómo percibe a la Argentina en materia de cuidado del medioambiente?
-La Argentina me pone triste. Es un país tan lindo e interesante, pero la política es tan deficiente que hoy el argentino está preocupado por otras cosas. Si aplicamos la pirámide de Maslow, que analiza lo que impulsa la conducta humana, hoy el argentino claramente tiene otras prioridades.
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