Un estudio de la Universidad de Sussex, en Inglaterra, reveló hace algunos años que una derrota de nuestro equipo de fútbol (o de nuestro deportista favorito) nos produce el doble de tristeza de lo que nos alegra una victoria. Si River pierde, según esos datos, quedaré un 7,8 % más triste de lo que estaba antes del partido, mientras que un triunfo me hará un 3,2 % más feliz.
Afín a los datos científicos que reflejan que las derrotas nos marcan mucho más que las victorias, el documental "Losers" recupera historias de antihéroes y reivindica la épica de los que no ganaron.
Sin haber leído ese "paper", el escritor español Enric González, corresponsal de El País de España en Argentina, también se refirió a esa verdad tan evidente, pero difícil de mensurar, en el artículo que publicó el día previo a la primera final entre River y Boca por la Copa Libertadores de 2018.
"Los futbolistas saltarán al campo boqueando por la responsabilidad y es posible que no ofrezcan su mejor juego, porque lo que está en juego no es la gran victoria, sino la derrota definitiva. Y, como se sabe, las derrotas duran más que las victorias", afirmó González, quien en varios de sus textos anteriores ya había demostrado especial interés por los perdedores.
Los vencidos
"Los vencidos. Que me perdonen: creo que son más hermosas las victorias de los vencidos", había contado González en Historias del calcio, una antología de artículos periodísticos sobre el fútbol italiano cuando trabajaba como corresponsal en Roma. Aunque sin relación con el deporte, algo parecido escribió su compatriota Manuel Vilas en su fabuloso libro Ordesa: "Dios, cómo me gustan los desesperados. Son los mejores".
¿Qué te hace feliz? Ganar. Tener un día de felicidad, de ganas de vivir. Si pierdes más de la mitad de las veces, el deporte no te hará nunca feliz.
Salvo excepciones, los libros, las películas y los documentales deportivos son unidireccionales: giran alrededor de los ganadores. Reconstrucciones de campeones, secretos de vencedores y biografías de estrellas. Lo normal es lo que el año pasado declaró Paul Breitner, un formidable defensor alemán de la década del 70 –campeón del mundo en 1974–: "Los griegos (Breitner siempre fue lector de Platón, Cicerón y otros clásicos) me enseñaron que intentara vivir una vida feliz haciendo un deporte. ¿Qué te hace feliz? Ganar. Tener un día de felicidad, de ganas de vivir. Si pierdes más de la mitad de las veces, el deporte no te hará nunca feliz".
Entre la oferta deportiva de Netflix, que lógicamente prioriza a los triunfadores, sobresale una serie contracultural, Losers, que durante ocho capítulos aborda a grandes antihéroes, algunos en competencias amateurs y otras en superprofesionales. En el comienzo de la proliferación de las maratones para runners aficionados, la edición 1994 de la "Maratón des sables" (un delirio en el que los competidores deben recorrer 250 kilómetros por el desierto del Sahara durante siete días), reunió a dos amigos italianos.
Uno de ellos, Pietro, se lanzó a la aventura con el único objetivo de encontrarse a sí mismo ("quiero saber quién soy", dice), mientras que Mauro Prosperi viajó a Marruecos para intentar ganar la carrera. En medio del día más duro de competencia, Mauro quiso cortar camino para ganar posiciones, pero una tormenta de dunas le hizo una pésima jugada. El hombre se perdió en el Sahara y, literalmente, desapareció del mundo. Tuvo que tomar su propia orina, se alimentó de los 20 murciélagos que cazó en un puesto militar abandonado y se acostó una noche pensando en que no volvería a despertarse. Lo encontró de milagro una patrulla argelina, del otro lado de la frontera, y Mauro igual volvió seis veces a competir en la maratón: su mejor puesto fue undécimo, todo un "loser".
Mauro Prosperi quiso cortar camino pero se perdió en el Sahara. Tuvo que tomar su propia orina y se alimentó de los 20 murciélagos que cazó. Lo encontró una patrulla argelina.
Otro de los "perdedores" es Jean van de Velde, un golfista francés que en el Abierto Británico de 1999 estuvo a punto de convertirse en uno de los ganadores más insospechados: llegó en silencio al torneo, el Wimbledon del golf, en el puesto 142 del mundo, y cuando faltaba un hoyo para completar el recorrido (el 72), llevaba tres golpes de ventaja sobre sus rivales. Pero a Van de Velde le ocurrió entonces todo lo malo que podía ocurrirle: un golpe fue a la tribuna; otro, al arroyo; otro, a los pastizales; otro, lejos del green; otro, más lejos y, de repente, terminó perdiendo lo imposible. Su cuento de hadas no volvería a repetirse y continuó su carrera –y la terminó– sin haber ganado ningún Major. Lo acusaron de perdedor (ya sabemos que en el deporte no hay hechos, hay culpables) y hoy, sin embargo, es un hombre que se desternilla de la risa de aquella mala jugada en el hoyo 72.
"Se dice que las derrotas enseñan más que las victorias, pero nunca escuchamos a los que pierden, solo a los que ganan", cierra un psicólogo deportivo.