Fue “la Bristol porteña” pero, a mediados de los setenta, tras años de abandono y contaminación, su balneario fue clausurado y la costa, rellenada con escombros
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Buenos Aires no siempre le dio la espalda al río. Hubo un tiempo, durante la primera mitad del siglo XX, en que la Costanera Sur se destacaba entre los puntos de encuentro más importantes de la ciudad, especialmente en verano, cuando miles de porteños pasaban la temporada de verano paseando por la ribera, refrescándose en el río y descansando sobre las escalinatas de cemento que terminaban en el agua.
Las imágenes aéreas de antaño lo evidencian. Según se puede ver en los registros fotográficos en blanco y negro de la zona, que datan de entre 1920 y 1940, la actividad que mantenía este antiguo balneario puede compararse con la que conserva la playa Bristol, de Mar del Plata, cada verano, aunque sin sombrillas.
Por encima de las cafeterías, los paseos y el parque de diversiones -el Parque Genovés-, la principal atracción del lugar era el espigón, creado en 1918, al que 10 años después se lo llamó Espigón Plus Ultra en honor a la travesía del hidroavión Plus Ultra, que en 1926 realizó el primer vuelo entre España y Buenos Aires.
Hoy, esta península de cemento, que en sus inicios se adentraba en el Río de la Plata, sigue existiendo, pero ya no está rodeada por agua, sino por tierra rellenada. A la izquierda, el espigón bordea la vegetación silvestre, los humedales y los senderos internos de la Reserva Ecológica Costanera Sur. A la derecha, linda con las casillas y las viviendas sociales de la villa Rodrigo Bueno, desde donde se puede ver de cerca las torres de Puerto Madero.
Cualquier día de la semana, desde temprano, en Costanera Sur se respira el olor a choripán y a asado que emanan los puestos ambulantes colocados en fila a lo largo del malecón.
En las zonas de la costa que no fueron rellenadas, todos los accesos directos al río están bajo rejas. La única edificación que parece mantenerse igual desde hace poco más de 100 años es la Fuente de las Nereidas, esculpida por Lola Mora. Sin embargo, desde hace años este monumento está rodeado por paños de vidrio, con carteles que aclaran: “prohibido bañarse”. Hoy, sobre estos paños cuelga, además, una pancarta de la agrupación Red Ecosocialista MST, que obstaculiza la visión de una parte de la escultura.
En los cincuenta años, no solo se modificó toda la zona: la ciudad dejó de mirar el río y pasó a darle la espalda. ¿Por qué sucedió eso? ¿Qué pasó entre “ayer y hoy”? La respuesta incluye obras que nunca se terminaron, promesas incumplidas y la contaminación del agua, que parece irreversible.
De balneario municipal a depósito de escombros
“La costanera sur era el oasis para los porteños, al igual que la costa de Vicente López y Olivos. Por eso había una multitud de gente que iba a caminar, a bañarse y a ver a otros bañarse” destaca el historiador y periodista Daniel Balmaceda. Según afirma, la época de apogeo del balneario fue en la década del 20. “En el verano, el espigón era un mundo de chicos. Muchas de las colonias de vacaciones de los chicos de los barrios de buenos aires que no tenían posibilidades de tomarse vacaciones iban ahí, a esa zona, donde podían bañarse y refrescarse”, señala.
Las multitudes que frecuentaban la zona aumentaron en 1936, cuando debido a los problemas generados por los carnavales en la urbe, el gobierno municipal porteño decretó que los juegos de agua tuvieran lugar únicamente en la Costanera Sur, afirma Balmaceda.
El declive del balneario empezó a partir de la década del 50, debido al creciente deterioro de la calidad del agua, y se afianzó en 1975, cuando la Ordenanza Municipal N° 32.716 decretó, por motivos de contaminación, la prohibición del ingreso al río.
Al poco tiempo, este balneario clausurado pasó a convertirse en un depósito de escombros. Los restos de las casas y los edificios demolidos para construir las nuevas autopistas de la ciudad, impulsadas por el brigadier Osvaldo Cacciatore, se utilizaron como relleno de la Costanera Sur con un claro propósito: agrandar la costa y utilizar el terreno ganado para inaugurar nuevas obras. Allí se planeaba edificar el Centro Administrativo de la Ciudad, pero el proyecto caducó en 1984.
La vegetación silvestre pronto comenzó a avanzar sobre los escombros. Las constantes inundaciones y el arribo de camalotales ayudaron a conformar distintos ambientes naturales.
Al mismo tiempo comenzaron a asentarse, entre la maleza, las primeras familias de la Villa Rodrigo Bueno, que con los años fue creciendo hasta llegar, según los últimos datos oficiales, a tener 996 familias, ubicadas en 563 viviendas.
Sobre la avenida Tristán Achával Rodríguez, desde temprano, varios vecinos baldean la carrocería de sus taxis antes de salir a hacer sus recorridos diarios.
Hoy, el asentamiento está dividido en dos. El sector norte, a pocos metros del antiguo espigón, ya fue urbanizado, mientras que el sector sur todavía no. La obra, a cargo del Instituto de la Vivienda (IVC), comenzó en 2017. Los habitantes que ya se mudaron todavía pagan, en cuotas sociales, el valor de sus nuevos departamentos.
La recomposición de la zona, aún en proceso, también implicó la creación de la Reserva Ecológica, en 1986, y la restauración del Espigón Plus Ultra, en 2014. Antes de las últimas reformas, esta plataforma de cemento permaneció bajo rejas, permanentemente cerradas, y abandonada por 12 años. Hoy, funciona como la entrada principal de la reserva.
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