Antes de ser reina: el romance desconocido de Máxima en Nueva York
Una nueva edición de su biografía traducida al holandés revela secretos de su pasado más díscolo: entre ellos, un amorío con un argentino en Manhattan
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Dentro de unas semanas, a finales de septiembre, saldrá a la venta en Holanda la biografía Máxima, la construcción de una reina. La publicación, traducida al neerlandés y a cargo de la editorial Prometheus, ofrece una imagen diferente de la esposa del rey Guillermo, más cruda y realista que la reflejada hasta el momento en obras similares editadas en los Países Bajos. Así lo explican sus autores, Rodolfo Vera Calderón y Paula Galloni, a LA NACIÓN: “Compararon nuestra investigación con las biografías escritas en Holanda y se dieron cuenta de que todas narran el cuento de la niña bien que se casó con el príncipe. Nadie rescata su pasado más díscolo como lo hicimos nosotros”.
En la nueva versión, se revelan varios secretos y descubrimientos sobre la vida de Máxima Zorreguieta que se dieron a conocer luego del lanzamiento en nuestro país. “Cuando salió el libro, aparecieron un montón de testimonios nuevos”, cuenta Vera Calderón. Entre ellos, quedó al descubierto una vieja aventura de la reina cuando aún estaba en búsqueda del amor. Uno que sucedió ni bien la argentina pisó Estados Unidos y que la marcó durante los meses en los que estuvo desocupada.
Máxima en la gran ciudad
Cuando Máxima llegó a Nueva York en el verano de 1995, se instaló directamente en los Hamptons y, cuando terminó el período estival, fue recibida en la casa de Robert Augspach y Fátima Gobbi, que estaban en Manhattan porque él estudiaba una maestría en Columbia. Zorreguieta conocía a Fátima de la época en la que trabajaban juntas en el Banco de Boston y además, un tío suyo, hermano de María del Carmen, había trabajado como gerente de producción ganadera en el campo de los Augspach ubicado en Pergamino.
Allí, en medio del esplendor de la Gran Manzana, dormía en un sillón y buscaba empleo mientras salía por las noches. La intención era quedarse en lo de los Augspach el menor tiempo posible, conseguir trabajo y mudarse a un piso sola. En una de esas veladas, coincidió con quien iba a convertirse en su primer novio en suelo norteamericano: Pablo Jendretzki, un arquitecto argentino que había hecho un máster en Nueva York. “Pablo era un tipo al que, si llegabas a través de cierto círculo social, lo terminabas conociendo. Era lo que se dice un social butterfly: él siempre estaba en todos los eventos sociales importantes, no se perdía ni uno”, revela Vera Calderón, uno de los autores de la biografía.
Claro, como Máxima tenía todas las credenciales para pertenecer a ese círculo, se lo terminó encontrando. Y fueron más allá. Empezaron a salir juntos en una relación de doble suma positiva: a él “le servía” llevar una chica como Máxima a los eventos, carismática y habladora, que terminaba siendo siempre el centro de atención. Y a la argentina le venían muy bien las salidas para hacer networking y establecer otros contactos que la ayudaran a progresar en el exterior.
Sin embargo, a pesar de su flamante vínculo y de su destreza para desenvolverse, nada estaba resultando como ella esperaba, sobre todo respecto al trabajo. La casa de Jendretzki, entonces, se convirtió en un refugio las 24 horas. Tanto es así que, en la biografía, se cuenta que el compañero de piso del arquitecto, Matías Bullrich, cada vez que la veía llegar decía: “Ahí viene la pesada”.
Finalmente, todo cambió cuando, en 1996, Máxima consiguió trabajo en HSBC James Capel Inc, donde terminaría siendo vicepresidenta de ventas institucionales para América Latina. Su romance con Pablo no prosperó y dejó de ser la huésped indeseada de su roommate. Muchos años después, según trascendió, ella lo habría ofendido al no incluirlo en la lista de invitados de su casamiento.
Una serie de romances desafortunados
Máxima intuía que iba a casarse con un príncipe. Se lo dijo a una compañera de colegio en la entrega de diplomas de quinto año: “Yo me voy a casar con un noble”. La convicción, el destino o el azar se unieron para convertir su deseo en realidad, pero antes de Guillermo hubo otros en los que también depositó la esperanza de encontrar su compañero definitivo.
Entre ellos, Tiziano Iachetti, uno de sus últimos amores de la secundaria con el que, después de separados, mantuvo una buena relación: fue el único exnovio invitado a la boda junto con su mujer de aquel momento, Mía Frers. Luego, en la facultad, se encontró con Max Casá, un cocinero reconocido por su participación en el programa Todo dulce de Maru Botana en Utilísima Satelital, allá por sus comienzos. Sucedió en el 89, durante su primer año en la Universidad Católica Argentina, donde Zorreguieta estudió Economía.
Casá quedó atrás cuando avanzó en su carrera y empezó a frecuentar a otros grupos sociales, entre los que apareció Federico de Alzaga, uno de los descendientes de Martín de Alzaga, tal como relata la biografía: “Máxima descubrió de cerca lo que era la verdadera clase alta argentina, sus códigos y costumbres. Y aunque el vínculo empezó como una amistad, al cabo de unos años iniciaron una relación amorosa”.
Federico no fue uno más para ella. Significó la primera posibilidad de haber encontrado al indicado: la combinación exacta de atractivo y linaje. De acuerdo con Vera Calderón, “siempre le gustaron los hombres buen mozos, pero, a la vez, que fuera alguien importante era una prioridad”. De ahí que Alzaga pareciera la variable perfecta para su ecuación de futuro.
Sin embargo, a pocos meses de estar de novios oficialmente, Máxima le dijo que tenía la intención de irse a trabajar afuera cuando se recibiera. La reacción de él no fue la deseada. “Ella esperaba que él la retuviera, que le dijera que no se fuera y que se quedara con él. Pero nada de eso sucedió. Y como Máxima es una mujer inteligente entendió que, aunque se quedara en Buenos Aires, esa relación no daba para más”, revela una amiga de Federico en el libro. Incluso, los autores mencionan el ultimátum que le planteó Máxima y fue la estocada final a su romance: “O nos casamos o me voy”. El destino no era con él.
Soltera y fabulosa, Máxima viajó a Nueva York. Allí le presentaron a Orlando Muyshondt, un banquero exitoso, que además de ser atractivo, hacía surf y pertenecía a una familia de abolengo de El Salvador. Otro buen candidato que se desvaneció de a poco.
Según recogen Vera Calderón y Galloni, a la argentina “le gustaba tener affaires” y disfrutaba de las fiestas con sus nuevas amistades. Pertenecía a un divertido grupo de latinos apodados los “latin trash” en Manhattan, pero Orlando era distinto: “Era pensativo, calmado y amante de la naturaleza”. Esa fue la grieta que comenzó a separarlos. Después de un verano en los Hamptons, Máxima se dio cuenta de que lo suyo no iba a funcionar.
En principio, descubrió que no estaba demasiado entusiasmada con él. “Era perfecto, tal vez demasiado”, les confió una amiga de esa época a los autores de su última biografía. De todas maneras, el corte definitivo no fue orquestado por Máxima, ni siquiera por Orlando. La catástrofe sucedió cuando él canceló un viaje que tenían previsto a El Salvador para conocer a su familia. ¿Y por qué lo canceló? “Porque los Muyshondt no creyeron que la argentina fuera una candidata que estuviera a la altura de su hijo”, dice el libro. “Desde ese momento, siendo una mujer de carácter, Máxima le dio la espalda a Orlando y dejaron de frecuentarse”.
Pasados los meses, Zorreguieta tuvo un romance fugaz con un piloto de United Airlines antes de conocer a Christopher, un noble inglés, muy allegado a la familia real británica con quien, una vez más, se ilusionó. “Estaba en llamas. Christopher era atractivo y pertenecía a la nobleza. No lo quería dejar escapar”, asegura Calderón.
Máxima “creyó que era el indicado, que sucedería lo que había decretado a los 17 años, que su futuro sería con alguien de renombre, poderoso y que la unión no pasaría inadvertida”. Sin embargo, a las pocas semanas de empezar a salir, ella misma determinó que su vínculo con aquel hombre espléndido no iba a prosperar porque “la aristocracia británica era muy elitista”.
Fue el último novio que tuvo antes de conocer a Guillermo en Sevilla. La plebeya argentina y el príncipe holandés oficializaron su unión poco tiempo después, el 2 de febrero de 2002, en la catedral medieval de Ámsterdam, en una histórica boda que vieron 900 millones de personas en todo el mundo.
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