Hace 50 años, un 21 de julio de 1969, el mundo vio por televisión cómo Neil Armstrong conquistaba la luna con un pequeño paso y una frase que, convertida en eslogan, quedaría en la memoria de la humanidad. Pero pocos recuerdan –algunos ni siquiera se iban a enterar– que un mes después, el 30 de agosto, Juan Carlos Luján, junto a un grupo de 21 hombres argentinos, conocidos como la Patrulla Soberanía, conquistaron la isla Marambio, ubicada sobre el mar de Weddell, muy cerca del extremo norte de la península Antártica.
Tras haber puesto un mástil con la Bandera argentina, los hombres tomaron sus picos y palas y empezaron a remover las rocas congeladas que se encontraban sobre la meseta de la isla. Querían construir la primera pista de aterrizaje de tierra en el continente blanco: la puerta de entrada a la Antártida.
En algún lugar de la provincia de Buenos Aires, María Moccia, una mujer ítalo-argentina, escribía cartas de amor que numeraba y enviaba a la Antártida sin estar segura de si llegarían a Juan Carlos, el hombre del cual estaba enamorada.
María es una mujer reluciente, pequeña y de unos ojos grises profundos. Camina con soltura por entre los pasillos de su casa mostrando cada una de sus pinturas. Empezó de grande, dice. "Pintar es una válvula de escape fantástica". Se detiene en su taller y muestra la figura de una mujer desnuda, de espaldas.
Mientras la Patrulla Soberanía construía la primera pista de aterrizaje de tierra en el continente blanco, en la isla Marambio, uno de sus hombres se enamoraba por carta en medio de esta aventura.
–Me aburre hacer siempre lo mismo... creo que el pintor, por lo general, se copia a sí mismo: o hace figuras humanas toda la vida o hace bosques toda la vida. Pero yo no, mi pintura es ecléctica, como dicen los maestros.
Nació en Bari, a orillas del Adriático, cuando su padre volvió de la Segunda Guerra ("una guerra maldita que arruinó a medio mundo y solo dejó pobreza"). El primero en subirse a un barco fue él, en 1947. Un año después, lo hicieron ella, su madre, y sus dos hermanas. Se instalaron en Villa Adelina, en la zona norte del Gran Buenos Aires.
Juan Carlos Luján, hijo de un ama de casa y de un ferroviario fascinado con los adelantos tecnológicos, conocía bien Villa Adelina: había nacido ahí y solía subirse a los árboles, terrazas y techos de las casas con su mejor amigo para jugar a ser pilotos de avión. "Creo que ahí nació mi vocación", dice Luján a sus 80 años. Fue por las calles de aquel barrio que a los 8 años Juan Carlos conoció a María, que tenía solo 5.
–Cuando yo era chica sufrí de bullying –cuenta María, mientras sirve una taza de café y ofrece masitas–. Me gritaban: "Tana, que te viniste a matar el hambre a la Argentina". No te podés imaginar lo triste que era eso, y bueno, él era el que me defendía –dice, refiriéndose a Juan Carlos.
El padre de Juan Carlos murió cuando él tenía solo 12 años, lo que lo obligó a salir a trabajar y, al poco tiempo, a mudarse con su familia a Villa Celina, en el partido de La Matanza. Desde ese momento, Juan Carlos y María dejarían de verse.
En 1956, con tan solo 16 años, Luján ingresó en la Fuerza Aérea. María luego pasaría por las mejores academias de estética y belleza, hasta ser reconocida por varias actrices de la época como Mirtha Legrand, Irma Roy o Doris del Valle, que la buscaban para que les hiciera sus peinados.
En Villa Adelina, en Cerrito al 4000, se encuentra el museo de la base Marambio que armó el propio Luján, en la sede de la fundación que también dirige. Allí reunió hélices y asientos de un avión Hércules, uniformes utilizados para el trabajo en la Antártida, fotos, afiches e historias de acontecimientos significativos. En una esquina reposa una frágil carpa naranja y una campera de lona, objetos que utilizó Luján durante los casi tres meses que estuvo en la isla Marambio.
Luján hoy es un hombre pequeño de 80 años. Viste traje y anteojos redondos. Y, mientras camina, cuenta la historia de cada uno de los objetos del museo.
–En el año 1901 fue la primera expedición. Este es el libro sobre la expedición que hizo el noruego Otto Nordenskjöld, en la que llevó al alférez Sobral, el primer argentino que estuvo en la Antártida.
Su oficina es otro tipo de museo, donde cuelgan de las paredes diferentes diplomas, fotografías y documentos. En una repisa de vidrio guarda sus medallas. Señala la más reciente con orgullo: la Medalla de la Nación Argentina al Valor en Combate, una condecoración que les dieron a 23 héroes de Malvinas luego de 36 años, tras haber cumplido misiones secretas durante la guerra.
Se sienta en el escritorio y recuerda qué pensó cuando le dijeron que iba a ir a la Antártida. "Me daba mucha intriga lo que contaban: los días sin noche y las noches sin día, que no hay árboles, que no hay plantas, los témpanos por todos lados… Y, al final, uno se enamora de la Antártida. Hay un cartel en la base que dice: «Cuando llegaste apenas me conocías, cuando te vayas me llevarás contigo»".
Al final uno se enamora de la Antártida. Hay un cartel en la base que dice: Cuando llegaste apenas me conocías, cuando te vayas me llevarás contigo.
En una fotografía que dice "picando hielo para hacer agua", se ve a nueve hombres de camperas gruesas y gorros de lana. Luján, en ese entonces suboficial, está sentado en un gran bloque de hielo con un pico entre sus piernas; usa unos lentes oscuros y tiene una barba poblada. Detrás de él, con una gran sonrisa blanca, está el cabo primero José Luis Cortelezzi, dueño de la fotografía y quien fue su compañero de carpa en Marambio.
–Hacíamos agua una vez a la semana. Solíamos ser cinco o seis personas que íbamos con un vehículo, arrastrado por un trineo. Elegíamos una zona y, con los picos, empezábamos a romper y sacar bloques de hielo, que posteriormente se llevaban a la licuadora –cuenta José Luis.
Sin conocerse, cada uno se había anotado, entre muchos postulantes, para estar una temporada en alguna de las bases argentinas antárticas. Antes de viajar, se sometieron a diferentes exámenes, pruebas y cursos que determinaron si tenían las condiciones aptas para llegar al desierto blanco. Juan Carlos tuvo que hacer cursos de observación de hielos, geografía y glaciología de la zona; luego fue trasladado a Bariloche para las prácticas de supervivencia en alta montaña invernal y zona fría. Cortelezzi, por sus conocimientos en meteorología, aprendió todo lo correspondiente al clima antártico.
–Después tuvieron que operarnos del apéndice. Nosotros éramos 18 para la base Matienzo. Fuimos los 18 al hospital aeronáutico, nos internaron a los 18 y nos cortaron el apéndice a los 18. Esas operaciones eran necesarias porque, si le daba a alguien un ataque de apéndice allá, se moría –asegura Luján.
A los dos los enviaron para la temporada 1967/68 a la base Esperanza, ubicada en punta Foca, al extremo de la península antártica. Su primera misión era abastecer la base Matienzo, una estación científica perteneciente a la Argentina, situada en el Nunatak Larsen, un pico montañoso rodeado de un campo de hielo. La base estaba en emergencia debido a los hielos que no permitían la llegada de los barcos. Pero por las malas condiciones climáticas, no pudieron llegar tampoco a ellos y debieron regresar. Excepto José Luis, que se quedó en Esperanza toda la invernada. Al año siguiente regresaría Luján para quedarse.
Ese mismo año, a 198 kilómetros de Matienzo, un grupo de expedicionarios encontró finalmente una meseta en la que era posible construir una pista de aterrizaje en la isla Marambio, bautizada así en 1956 en honor al vicecomodoro que había perdido su vida buscando un lugar en el que pudiera aterrizar un avión. En la parte sudoeste, había una superficie semiplana de barro congelado, lo que se conoce como permafrost, que permitía la primera pista de tierra en el lugar.
El 30 de agosto de 1969, los primeros hombres de la Expedición Soberanía viajaron en un avión Viper y anevizaron en la Bahía López de Bertodano, una superficie de mar congelado desprovista de escombros y grietas. Como en el avión solo entraban un piloto, un copiloto y un pasajero, debieron hacer varios vuelos entre Matienzo y Marambio.
Una vez en la meseta, armaron el campamento. Dormirían de a dos en pequeñas carpas. Había otra que hacía de radio-estación, otra de cocina-comedor y una que cumplía la función de baño.
–Las noches eran largas, largas –repite José Luis–, porque era pleno invierno; amanecía a las 8.30 o 9 de la mañana y a las 4 ya oscurecía, y no te quedaba otra que meterte en la carpa, que no estaba especialmente hecha para la Antártida. Era de tela de avión, sin ningún tipo de aislación térmica. Prendíamos el sol de noche y eso nos permitía tener luz y calefacción. Pero, una vez que lo apagabas, a los 10 minutos tenías la misma temperatura que afuera, 35 o 38 grados bajo cero.
–A la mañana lo primero que hacía era prender el calentador. Todo esto era hielo –sigue con el relato Luján, mientras se toca la barba candado–.Se nos pegaban los labios y de la nariz nos salían dos estalactitas como de dos centímetros que se hacían mientras dormíamos. Nos cargábamos diciéndonos: "Mirá, te están saliendo cuernitos".
Se nos pegaban los labios y de la nariz nos salían dos estalactitas como de dos centímetros que se hacían mientras dormíamos. Nos cargábamos diciéndonos: 'Mirá, te están saliendo cuernitos'.
Todos los días se levantaban muy temprano. Desayunaban, tomaban sus picos y empezaban. Golpeaban las piedras congeladas mientras otros paleaban. El lugar debía quedar despejado para que cualquier tipo de avión con ruedas pudiera aterrizar.
Para los primeros miembros de la Patrulla Soberanía, su misión concluyó el 29 de octubre de 1969, cuando un avión Fokker K-27 partió de Río Gallegos con un grupo de pasajeros, entre los que se encontraban miembros de la Fuerza Aérea y funcionarios del gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. La nave descendió en una pista de 900 metros de largo por 25 de ancho, señalizada y libre de piedras, hielos y rocas.
La base Marambio -hoy la principal estación científica argentina, pero en ese entonces todavía hecha de carpas naranjas- se convirtió en la "Puerta de entrada de la Antártida".
"A la Base Marambio la siento como un hijo más. Recuerdo que a mediados del mes de noviembre de 1969, cuando integrando la Patrulla Soberanía transferimos las duras tareas a la Primera Dotación anual de la Base Marambio (Invernada 1970), y regresamos en un avión Twin Otter, que utilizando su sistema de esquí-ruedas nos trasladó a nuestra base de origen, Matienzo; desde lo alto, veía el trazo en el barro congelado de la primera pista de tierra en el Continente Antártico, la hilera de carpitas anaranjadas y dos verdes, el mástil hecho con mis manos, de cañas coligües atadas entre sí con cuerdas de paracaídas, y al tope flameando la bandera argentina". (Relato de Juan Carlos Luján publicado en la página de la Fundación Marambio).
María Moccia recuerda haber visto de nuevo al joven Luján una tarde en la que su mamá le señaló la tele y le preguntó: "María, ¿este no es tu amiguito que decía ser tu novio?". Ella miró la pantalla y trató de reconocer, en el hombre que hablaba de una expedición de rescate a la base Matienzo en la Antártida, los rasgos de aquel nene que siempre la defendía en el barrio. Cuando le comentó a una amiga a quién había visto, ella le insistió para que lo contactara.
–Entonces le escribí una carta, contándole que yo era la chica de la vuelta, que me acordaba de su mamá y de sus hermanas, que lo había visto en la televisión y que esperaba que tuvieran suerte y que pudieran llegar. La carta se la llevó mi amiga y, después de un tiempo, esa carta volvió sin destinatario –cuenta María, que no se dio por vencida. Con la carta en el bolso, encaró al correo y la volvió a despachar.
Así comenzó todo, como en una novela de Migré. A los pocos días, Luján contactó a la chica de la que nunca se había olvidado. Pasaron citas, idas y venidas, llamadas por teléfono, cines, cafés; encuentros furtivos. Solo se hicieron novios un año después, justo antes de que él se embarcara en la Expedición Soberanía.
–Ahí fue cuando en realidad comenzamos a ennoviar. El romance siguió vía carta, vía correo y vía Radio Pacheco. Todas las noches, a las nueve de la noche, los muchachos de Radio Pacheco se tomaban el trabajo de llamar a todas las esposas, a las novias y decirles: esta noche hay buena propagación, ¿quiere hablar por radio?, pero la mayoría de las veces eran todos ruidos, sonaba como una fritanga, no se escuchaba absolutamente nada. Y, bueno, yo mientras le escribía y le enumeraba las cartas.
El amor entre los dos jóvenes se fraguó en la distancia. Luego de un año en la Antártida, el 4 de julio de 1970 Juan Carlos se casó con María. Hoy tienen tres hijos y cinco nietos.
Al regresar de la Antártida, Luján fue convocado para trabajar en la División Antártica y fue parte de operativos militares en la Guerra de las Malvinas. Ese tiempo le sirvió para darse cuenta de que pocos argentinos entendían el significado de aquel continente, sus bases y el trabajo que se realizaba allá. Así empezó su vocación por difundir la historia de la Antártida y de sus antárticos, especialmente de la base que hace 50 años empezó a construir con sus manos.
La base Marambio no solo permitió la llegada rápida de suministros y personal a las diferentes bases en cualquier época del año. Actualmente, funciona como base científica, está capacitada para brindar operaciones de búsqueda y rescate y facilitó nuevas rutas aéreas en sentido transpolar.
–Para mí es importante esta historia porque hoy la Antártida es un territorio de ciencia y de preservación del medio ambiente. Allí todo es virgen y uno camina por lugares que no caminó otra persona. Y, sobre todo, es donde realmente se vive la paz.
Daniel Santiago Rojas Castañeda
LA NACION