Año Dali
Cuando Dalí llegó a la Residencia de Estudiantes, sólo sabía contar hasta diez y apenas hablaba unas palabras en castellano. Desde la ventana del segundo pabellón, Luis Buñuel y Federico García Lorca lo vieron atravesar por primera vez el jardín con la chalina y la melena de bohemio modernista y ambos quedaron enamorados de aquel ser que parecía un arcángel de color limón. A partir de ese momento, entre el poeta y el cineasta se estableció una competición sorda para arrebatarse mutuamente aquella presa, y esta rivalidad amorosa duró hasta la Guerra Civil.
Uno de los daños de esa tragedia consiste en haber acabado con este triángulo, el más excitante que ha dado nuestra cultura. El poeta fue fusilado, el cineasta fue aventado al exilio y el pintor corrió peor suerte aún, porque el destino le obligó de por vida a hacer el payaso.
Dejarse querer, yendo y viniendo del uno al otro, fue el primer juego surrealista que inició Dalí en la carne de los dos artistas encelados.
Agachado sobre el lienzo en el suelo y sin hablar nada, excepto algún vocablo balbucido en ampurdanés, Dalí se pasaba el día entero pintando en la habitación de la Residencia mientras Lorca y Buñuel hacían el ganso en torno de él, y de los tres, tal vez el aragonés, pese a dárselas de abrupto machista, era el que se sentía más atraído por su desnuda espalda de marfil.
Desde la Residencia, este ejemplar asexuado iba a la escuela de Bellas Artes y le daba una peseta a cualquiera de sus compañeros de clase que quisiera llevarle los libros.
El escultor Cristino Mallo fue uno de los porteadores de aquellos gruesos volúmenes que el padre de Dalí, notario de Figueras, le compraba a su hijo en Francia, donde venían las primeras reproducciones de Picasso, de Matisse o de Braque, y a través de aquellas estampas penetró la vanguardia en la Escuela de Madrid entre los calamares fritos de la calle de Echegaray. Lorca fue el primero en alcanzar la fama.
En una carta Dalí le decía: "Federico, si me citas en una de tus entrevistas, te daré dinero". Luego Buñuel le cortó un ojo con una navaja de afeitar y lo conquistó para el cine.
De forma turbia se enredaban y desenredaban, hasta que la Guerra Civil produjo entre ellos un silencio de plomo, que en Lorca fue de muerte y en Buñuel de desprecio. Liberado de los celos, Dalí rompió a hablar de forma paranoica e inconexa a lo largo del franquismo para erigirse a sí mismo en un muñeco surrealista, y ésa ha sido su mejor creación.
Por lo demás, su museo de Figueras es un horror.