Aniversario privado: cinco años en Twitter
"Cinco años en Twitter. Los cinco mejores años de mi vida", tuiteé el otro día, un poco en serio y un poco en broma -como casi todos mis tuits y los de casi todo el mundo-, alertado por el aniversario. Cinco años, pensé: los mismos que duró mi secundario, que en su momento pareció eterno; más que la distancia entre dos Mundiales, asumida, en nuestra mente argentina, como una era geológica; más que un matrimonio moderadamente exitoso (aunque el mío ya lleva casi el doble).
En todo ese tiempo, dediqué buena parte de mis horas despierto a leer y pergeñar y responder y borrar (no muchos) tuits. No pude evitar preguntarme, siguiendo el clima de la época: ¿he estado perdiendo el tiempo?
Mi primera respuesta intuitiva fue que sí, que en estos cinco años he dedicado demasiado tiempo y combustible mental a miles de tuits irrelevantes, olvidados instantáneamente, tuits de peleas entre personas que no conozco, sobre figuras del espectáculo que no me interesan, o pretendidamente poéticos, o pretendidamente punzantes, pero transparentemente agresivos. Varias veces me senté en bares con libros en la mano que después he dejado sin abrir, hipnotizado por el feed eterno de Twitter en el teléfono. Y en todas esas veces me sentí culpable, como si estuviera enterrando un viejo yo capaz de leer libros y pariendo un nuevo yo sólo capaz de leer cápsulas de 140 caracteres.
Después, sin embargo, empecé a pensar en otras cosas. Me acordé, por ejemplo, de que soy, casi desde que tengo memoria, un experto perdedor de tiempo. Fui un gran consumidor catatónico de televisión, horizontal sobre el sofá, zappeando por aquellos 64 canales predigitales sin parar casi nunca en ninguno. "Agarro los goles de la Champions y me voy a dormir", me prometía a la madrugada de cualquier día, y después tardaba dos horas en pescar los goles y otra hora más en finalmente irme a dormir.
Otro libro, destinado a ser leído en cualquiera de esas noches, quedaba también intocado en la penumbra azulada del living.
Es posible entonces que Twitter me esté secuestrando de asuntos más importantes de mi vida, pero lo cierto es que siempre me las he ingeniado, pre-Twitter y pos-Twitter, para que los asuntos irrelevantes me distrajeran de los (así llamados) asuntos fundamentales.
Pero Twitter, al revés que la televisión, es una manera mucho más divertida e interesante de perder el tiempo. Me gusta sentirme parte de una gran conversación, una neurona en un gran cerebro colectivo loco y brillante. Además, y esto va a sonar insólito para quienes creen que representa el fin de la cultura, Twitter me mantiene la cabeza en "modo escritor" durante todo el día: muchos tuits son, a pesar de su aparente desaliño, gemas esculpidas cuidadosamente para lograr el mayor efecto posible y la respuesta emotiva deseada.
Y me mantiene atento a los modos de hablar y escribir contemporáneos: verlos cambiar sutilmente a lo largo de los meses (y, ahora, los años) me parece realmente fascinante. Si pudiera, insertaría ahora un emoticón, quizás el de la mano con el pulgar para arriba, o el de la cara sonriente con anteojos negros, para darle un poco de ironía a un párrafo que se me estaba poniendo demasiado serio.
Twitter es tan resistente a la solemnidad que incluso se burlaría de una columna que hablara a su favor. Como ésta.