Anitta: quién es la Beyoncé brasileña
Son las cinco de la tarde y solo hay una mesa servida en el piso 24 de un cinco estrellas de Retiro, donde una chica almuerza con sus taco-aguja blancos y un tapado rosa. Media docena de asistentes revolotean y miran de reojo, pero ninguno se atreve a molestarla. Es el cliché perfecto de la estrella pop del momento en la soledad del éxito, como ver a Katy Perry devorando un pollo deshuesado con puré en sus 15 minutos de no-fama del día. Pero la que come a toda velocidad para no demorar las fotos y la entrevista no es Katy sino Anitta, la artista pop más escuchada de Brasil. Embajadora de la música que suena en la favela, capaz de llenar un estadio sin despeinarse, fue la primera de su país en lograr que una canción en portugués figurara entre las 20 más escuchadas de Spotify en todo el mundo; y es, quizá, la única hasta ahora que se posicionó como empresaria antes que cantante para convertir su perreo en una máquina de facturar.
Bajo un cielo plomizo, con el fondo de la Torre de los ingleses y la villa 31 congeladas desde la cima del hotel, Anitta se apoya en una baranda que da al vacío y posa para el fotógrafo. Tira miradas sensuales y pucheritos para la cámara mientras su asistenta personal, que parece estar atajándola día y noche, le pide que por favor tenga cuidado de no resbalar.
La estrella bosteza porque está casi sin dormir y porque, a sus 25 años, va en un tren que no para: llegó hace un día de Brasil y se está yendo, en pocas horas, otra vez de gira promocional a Chile, Colombia, Estados Unidos y México. Cada segundo es un nuevo like en alguna de sus plataformas digitales: tiene 10 millones de inscriptos en su canal de YouTube y sus videos acumulan 3000 millones de vistas. En Instagram, supera los 32 millones de seguidores y roza los 8 millones en Twitter.
Así de huracanada es la vida de esta mujer y en ese ímpetu forjó su carrera de self made woman del funk carioca, que no tiene nada que ver con el funk que se conoce fuera de Brasil (o al menos, el que se escucha acá). El funk carioca nació en las favelas de Río y tiene influencia del hip hop y la música electrónica de los 80 y 90. Muchos lo comparan con el reggaeton por su veta de baile hasta abajo o perreo; o, para ser más precisos, el paso del quadradinho, que consiste en dibujar un cuadrado moviendo las caderas y la cola hacia el piso.
"Anitta es como una atleta de alto rendimiento de la música", dice un productor en el documental que Netflix produjo sobre la vida de la cantante. Su proyecto más reciente, llamado Jaque mate, registrado en la serie, consistió en lanzar una nueva canción y video cada mes. "La estrategia de hacer singles en otras lenguas además del portugués cambió la forma en que se escucha música en Brasil y disparó su carrera internacional", analiza uno de sus agentes de prensa.
Ya a los cinco años, Larissa de Macedo Machado (su nombre verdadero) imitaba a Britney frente al espejo y se paseaba por la calle haciendo que cantaba con un micrófono de plástico. Su papá, un vendedor de baterías para autos de Honório Gurgel, un barrio de clase media-baja ubicado en la periferia norte de Río, quería que estudiara la carrera de Administración. "Tenés que conformarte con el título de pobre, uno que te asegure un trabajo", le insistía.
–En la serie sobre tu vida queda claro que tu papá no quería que fueras cantante. ¿Te costó mucho escapar de ese mandato?
–No. Mi voz es fuerte y nunca necesité ayuda de nadie para hacer mis cosas. Si la gente no me apoya, yo me apoyo. Entiendo la preocupación de un padre, que quiere que su hija tenga para comer y vestirse. Quizás algo lo escuché porque hice un curso técnico de Administración durante tres años que me ayudó mucho en mi rol actual de empresaria. Pero en ese momento mi sueño era otro, era cantar.
–Se te conoce como la Beyoncé brasileña, por seguir ese modelo de artista-empresaria. ¿Te identificás con ella?
–Claro que me identifico. Me veo más como una empresaria que canta y no al revés. Cuando no tenga más energía para hacer esto, para bailar, seré muy feliz en el mundo de los negocios. Ya estoy produciendo algunos artistas y doy charlas motivacionales para empresas, en las que hablo de marketing y recursos humanos.
–Entonces te gusta más ser empresaria que cantar…
–(Risas) Me gusta muchísimo ser empresaria. El ritmo de vida de una cantante de funk es muy fuerte y no sé si voy a aguantar demasiado. Tengo 25, pero no me veo haciendo esto a los 40.
–¿Te imaginás qué hubiese sido de tu vida si en vez de ser Anitta terminabas como Larissa, la que estudió Administración como quería su viejo?
–Creo que hubiera llegado lejos en cualquier profesión porque soy muy determinada y enfocada en todo lo que hago. Me gusta sentirme orgullosa de mi trabajo.
De mendiga a millonaria
En términos de crecimiento patrimonial, la biopic de Netflix narra un cuento de hadas o, en todo caso, un business plan memorable: el ascenso meteórico desde aquellos años en Honório Gurvel –"vivíamos todos amontonados en una casa que se caía a pedazos", recuerda en la serie– hasta la actual mansión de Anitta en Barra da Tijuca. En uno de los episodios se muestra cómo la cantante le regala a su papá dos relojes de oro macizo y una camioneta 4x4, en la que toda la familia sale a pasear después de una tarde de espeto corrido y piscina (en donde flota un gigantesco unicornio inflable).
Anitta no nació precisamente en la favela, pero se apropió de ese imaginario (hay que obviar el asunto del unicornio; algunos dirán que se nota cierto trabajo de marketing para asociar su imagen a la de una heroína favelada: uno de sus apodos es La sensación de la favela), con ganchito motivacional incluido: "Podrías ser yo si realmente te lo proponés".
Mientras el fenómeno se agiganta, Anitta jura ser "su propia marca" y destaca que ya tiene oficinas en varias ciudades del mundo. "Aquí en la Argentina tengo un equipo y también en Estados Unidos y México", enumera. Hasta hace poco, ella y su hermano se ocupaban de todo, desde cerrar un contrato hasta pensar la estética de un video; recién ahora acaba de contratar un nuevo CEO para que le dé una mano con su imperio en construcción. Mientras tanto, Forbes ya la cuenta entre las artistas mejor pagas de Brasil. "Da unos 20 shows por mes y cobra 50.000 dólares cada uno", informa la revista. "Por hacer una campaña publicitaria a nivel nacional, embolsa 4,5 millones de reales (más de US$ 1,1 millones)", consigna el sitio web de la emisora TV Foco.
Autogestión, cabeza empresarial y la suerte de estar en el momento y lugar justos la llevaron a ser descubierta en 2009 por un productor de funk carioca que encontró sus videos en YouTube. Su primer hit, que posteriormente la llevó a firmar con Warner en 2013, fue Meiga e Abusada, que hoy tiene unas 100 millones de vistas. Desde entonces lleva cuatro discos editados, cuatro singles en inglés –en colaboración con consagrados como el DJ sueco Alesso y el productor de Los Ángeles Poo Bear, viejo ladero de Justin Bieber–, que le abrieron las puertas del mercado norteamericano, y una veintena de hits en español. Cantó con el reggaetonero colombiano J. Balvin el tema "Downtown"y con Maluma la canción "Sí o No", y se hizo conocida en toda Sudamérica. "A Balvin y Maluma les hablé por Instagram", cuenta la artista, así de mandada, que también tiene el récord de ser la única artista brasileña en el Top 50 de Billboard Digital.
–¿Cómo manejás el ego sabiendo que sos la artista que más convoca en Brasil en este momento?
–Mi ego es muy fácil. Soy muy tranquila. El problema es el ego de los que trabajan conmigo. Siempre tengo un montón de personas cerca de mí elogiando lo que hago, diciéndome "qué linda sos", "qué lindo lo que hacés". Yo no los escucho realmente. Lo agradezco, pero sé medir las cosas. El ego de la gente que me rodea es lo más cansador de todo este trabajo, más que los conciertos o escribir canciones. Por suerte, cuando estoy con mi familia, ellos me ven como una persona normal y ahí sé quién soy.
–Filmás tus videos en el Amazonas y en la favela. Son escenarios muy distintos a los que elegiría el típico artista de reggaetón, que se muestra rodeado de mansiones y autos de lujo. ¿Cuál es el mensaje que querés transmitir?
–A mí no me gusta hacer canciones solo para bailar y disfrutar. Claro que quiero que disfruten, pero también que reflexionen y debatan sobre un tema. El entretenimiento es la forma más rápida de pasar un mensaje mientras la gente se está divirtiendo. Por ejemplo, el video que grabé con Alesso en el Amazonas (de la canción "Is That For Me") fue para concientizar a la gente sobre cómo el gobierno está liberando la deforestación; y mostrarle al turismo la belleza del lugar, para que se valore nuestra floresta. Cuando invité a la drag queen Pabllo Vittar a cantar conmigo también fue para mostrar que es posible que una transformista sea respetada y tenga una profesión. El video con Pabllo lo filmamos en Marruecos, un país de mentalidad muy cerrada, en el que era fuerte tener a una drag queen bailando con poca ropa… Son maneras indirectas de bajar línea.
El video que más revuelo causó fue el de "Vai Malandra", en el que Anitta muestra su cola en primerísimo primer plano, rodeada de una docena de mujeres en microbikinis al borde una pelopincho. El detalle es que las bikinis están hechas de cinta adhesiva, una técnica que utilizan las chicas de la favela para realzar el bronceado. El clip se rodó en una azotea de la favela de Vidigal, junto a MC Zaac, uno de los principales referentes del funk carioca, y cuentan que el rodaje tuvo un operativo de seguridad similar al de Michael Jackson cuando filmó "They Don't Care About Us", en la favela de Santa Marta.
Por su video, Anitta fue tildada de machista y racista. Tampoco le perdonaron que mostrara sin complejos la celulitis de su bum bum. Además, se criticó la participación del fotógrafo norteamericano Terry Richardson, acusado de abuso sexual y vetado hace unos meses en publicaciones como Vanity Fair y Vogue.
–En "Vai Malandra" te acusaron de poner a la mujer en un lugar de objeto, en un país con altísimos niveles de violencia contra las mujeres.
–Sí, pero la mujer soy yo y a mí me gusta ser esto. Nadie puede dictar la manera correcta de ser mujer. Me gusta ser sensual y mostrar mi cuerpo, ¿por qué no hacerlo? Nosotras decidimos lo que hacemos de nuestra vida y nuestro cuerpo. Y si mostré mi celulitis con zoom, sin Photoshop, fue para que las mujeres entendieran que no debemos avergonzarnos de lo que tenemos.
–En la serie contás que la depresión era tu gran fantasma. ¿Cómo la estás manejando?
–Estoy en tratamiento hace casi un año. Encontré un medicamento que me ayudó mucho y también tengo un acompañamiento profesional. Estoy muy bien ahora, pero tuve un momento de tristeza muy grande. Supongo que fui acumulando todas esas cosas feas que la gente decía de mí (en la serie cuenta que la acusaban de "burra, favelada, funkera"). Cuando me relajé, después de "Vai Malandra", todo salió para afuera.
–Habiendo una tradición musical tan rica en Brasil, ¿cómo es que creciste idolatrando a Britney Spears y no a Jobim o Caetano?
–Crecí escuchando a Marisa Monte, mi cantante favorita. Pero lo que pasa conmigo es que soy dos cosas muy distintas al mismo tiempo: me encanta lo romántico, pero también el baile y la fiesta. Para mí no existe esto de ser una sola cosa; crecí escuchando a Marisa Monte y Luis Miguel y también me gustaba Xuxa. Y hoy lo que trato de hacer es mostrar las dos facetas.
–¿Qué te genera Bolsonaro?
–Es un momento muy delicado. Yo estoy a favor de la democracia y si la gente lo eligió, hay que respetarlo. Pero es verdad que tener un representante que tiene declaraciones machistas, racistas y contra la comunidad LGBT puede estimular a la gente a pensar de ese modo. Y eso no está bien. Yo no puedo estar a favor de un discurso que divide a las personas.
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