Anastasia Romanov: la princesa que se negó a morir y resucitó en cientos de impostoras
Tras su ejecución en 1918, se mantuvo viva a través de los relatos de quienes reclamaron su identidad; su triste historia y la leyenda que se construyó alrededor de su figura
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En julio de 2018 se cumplieron cien años del asesinato de Anastasia Romanov. Era la gran duquesa más joven de Rusia, pero, como bien le corresponde a alguien cuyo nombre significa “resurrección”, su vida se volvió más interesante después de su muerte, que inspiró mitos, leyendas, libros, películas, series, musicales, obras de teatro y también una multitud de demandas de mujeres que aseguraban ser la princesa desaparecida.
Durante más de tres siglos, los Romanov gobernaron el país asiático. En 1894, llegó al trono el zar Nicolás II, quien resultó ser bastante inadecuado para el puesto. Era un tímido caballero rural, mientras que su esposa, emperatriz en Alemania, Alexandra Fedorovna, era famosa por la antipatía que provocaba en el pueblo ruso.
La gran desilusión
Con tres hijas mujeres, la única preocupación de los Romanov era engendrar un heredero varón. Sin embargo, su cuarta hija también fue mujer. Según recoge el sitio Vice, así tituló el nacimiento el New York Times: “El zar tiene otra hija: el pueblo ruso nuevamente decepcionado en su esperanza de que nazca un heredero al trono”. La decepción se llamaba Anastasia.
Según el libro Las hermanas Romanov, de Helen Rappaport, su llegada al mundo fue recibida con tristeza en la corte rusa y en su familia. Cuenta la escritora que su tía, hermana de Nicolás, cuando se le comunicó la noticia dijo: “¡Dios mío! ¡Qué desilusión! Una cuarta niña”.
El siguiente hijo de la emperatriz fue, de hecho, un varón, pero uno con hemofilia, lo que a principios del siglo XX significaba que no era probable que el niño viviera hasta la edad adulta. Los padres del zarevich Alexei estaban consumidos por el miedo por él y decididos a mantener su condición en secreto para todos. La zarina Alexandra, ella misma enfermiza, era reacia a mezclarse con la sociedad rusa. Después del nacimiento del príncipe, la familia vivió casi como reclusa, a pesar de que el Imperio Romanov cubría una sexta parte del mundo.
Más allá de la atmósfera tensa dentro del palacio y la violencia latente en el exterior (Rusia vivió una fuerte agitación en 1905, antes de la revolución de 1917), la gran duquesa Anastasia se convirtió en una niña enérgica. Era la más pequeña de las hijas y la menos etérea, con cabello rubio oscuro y ojos azules. Se destacaba por su rapidez mental y por su marcado sentido del humor. Le encantaban las travesuras y los trucos, no todos agradables. Como escribe Rappaport, se sabía que Anastasia hacía tropezar a la gente; sus primos se quejaban de que jugaba demasiado duro. Trepaba árboles, adoraba a los animales y hasta alguna vez comió chocolates con los guantes puestos.
La revolución
Cuando Vladimir Lenin derrocó definitivamente al débil gobierno de Nicolás II en 1917, la familia fue puesta bajo arresto y trasladada a lugares cada vez más sombríos y distantes. Su última residencia fue Ekaterimburgo, en los montes Urales.
Anastasia, el resto de los Romanov y cuatro de sus asistentes fueron ejecutados el 16 de julio de 1918 (dos días antes de su cumpleaños número 17). Con la revolución marxista, el país entró en una sangrienta guerra civil entre los rojos -los bolcheviques- y los blancos -los contrarrevolucionarios-. Cuando quedó claro que Ekaterimburgo iba a caer en manos de los blancos, Lenin ordenó a un pelotón de fusilamiento bolchevique que disparara a los Romanov para evitar su rescate.
Las mujeres Romanov habían cosido piedras preciosas en su ropa para guardarlas en caso de que lograran escapar. Los collares de diamantes y las pulseras de rubí convirtieron sus corsés en armaduras donde las balas rebotaban hasta que los soldados se tuvieron que acercar para rematarlas. Luego, los cuerpos de la familia real fueron quemados y enterrados en los bosques cercanos.
El hecho de que el nuevo régimen comunista fuera confuso a la hora de comunicar el destino de los Romanov alimentó los rumores acerca de que algunos miembros habían escapado. Es aquí donde ingresa en el escenario el mito de Anastasia que durante décadas generó una sinfín de intrigas.
Las impostoras
Es como si, de alguna manera, Anastasia se hubiera negado a estar muerta. Con las tumbas sin marcar y sin el desarrollo de la tecnología del ADN, durante casi todo el siglo XX hubo una duda real acerca del destino de la princesa rusa. De hecho, a lo largo de las décadas, aparecieron más de cien mujeres reclamando la identidad de la última Romanov.
En 1920, una mujer fue rescatada de un canal en Berlín luego de un intento de suicidio. Durante meses, se negó a dar su nombre ni a decir nada. Cuando fue trasladada a un psiquiátrico, los demás pacientes comenzaron a decir que se trataba de Anastasia. Entusiasmada con el supuesto parecido, la misteriosa joven no desanimó las suposiciones.
Si bien ahora esto puede parecer ridículo, en 1920 era verosímil. En los años inmediatamente posteriores a la revolución comunista, no habría sido inusual que una mujer rusa se encontrara en la capital de Alemania. Las llamadas comunidades rusas blancas, refugiados nobles y de la clase alta que habían sido despojados de su riqueza y posición, se multiplicaban en Berlín y en París.
Aunque parece imposible que alguien pudiera haber escapado de un pelotón de fusilamiento bolchevique, persistió durante años la incertidumbre sobre quién murió precisamente. Así volaron los rumores: desde guardias que rescataron a dos hijas hasta que el zarevich Alexei fue el que escapó. Pero de todos los que se presentaron diciendo ser parte de los Romanov, ninguno pudo competir con la joven de Berlín que con el tiempo sumó cada vez más fama y renombre. Anna Anderson, tal como se hizo llamar, explicó la supervivencia de Anastasia diciendo que uno de los guardias se dio cuenta de que estaba inconsciente y no muerta mientras la sacaba del sótano. El guardia supuestamente se la llevó para convertirla en su amante solo para morir más tarde en una pelea callejera.
A medida que se difundieron las noticias sobre las afirmaciones de Anderson, la familia extensa de los Romanov y antiguos sirvientes se dirigieron al hospital alemán. Algunos decían que se parecía a Anastasia, que la forma de sus orejas y los pies era la misma, que sus ojos eran tan azules como los de la gran duquesa y que sus gestos les recordaban a la princesa. Otros, en cambio, la declararon un fraude.
Se escribieron libros a favor y en contra de su causa y se presentaron demandas, ninguna de las que resultó concluyente, pero, de alguna manera, Anna se convirtió en una parte permanente de la historia de Anastasia.
Finalmente, el mito de principios de 1900 chocó con la ciencia de finales de siglo. Cuando cayó la Unión Soviética, en 1991, se reveló que se había descubierto la fosa común de la familia real y los restos se enviaron a un laboratorio. Se confirmó que los esqueletos eran los de los Romanov y sus criados. Cuando se le realizó la prueba de ADN a la fallecida Anna Anderson –murió en 1984, todavía sosteniendo que era la princesa-, los resultados fueron evidentes: no había ninguna coincidencia entre las pruebas.
Entre la infinidad de datos curiosos que generó la historia de Anastasia después de su muerte, se encuentra el uso del ADN de Felipe de Edimburgo en 2007 para terminar de confirmar las identidades de los esqueletos hallados. ¿Y por qué Felipe de Edimburgo? Porque estaba emparentado con la familia real alemana: el duque era sobrino nieto de la zarina Alexandra.
Aunque Anderson fue la impostora más famosa, la historia registra otros casos de mujeres que intentaron apropiarse del nombre de la mítica princesa.
Una tal Eugenia Smith apareció en Chicago, Estados Unidos, en 1963 y escribió una autobiografía asegurando ser Anastasia. Otra mujer llamada Eleonora Kruger también reclamó la identidad desde Bulgaria, donde vivía con un hombre que se rumoreaba que era el hermano menor enfermo de la princesa perdida, Alexei.
En la misma época en la que apareció Anderson, otra joven rusa, Nadezhda Vasilyeva, le escribió desde un manicomio al rey Jorge V del Reino Unido pidiéndole que ayudara a “su primo”. En 1995, resonó el caso de Natalya Bilikhodze, quien se fue a Rusia a “reclamar la fortuna Romanov”.
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