Ana María Bovo
En Hasta que me llames, la obra que brinda en el Club del Progreso, con dirección de Enrique Federman, la actriz enhebra relatos sobre las travesías y esperas del amor
1. Sé escuchar. Es algo que aprendí muy pronto, quizá porque en esa época los chicos oían mucho más de lo que hablaban. Gracias a eso, almacené dichos y experiencias que afloran en lo que transmito.
2. Me gané a mi público de a poco. Creo que el trabajo constante produce una música muy suave, que se termina imponiendo sobre los bombos y platillos.
3. Vi que casarse grande no es una garantía, en contra de lo que pensaba cuando lo hice, a los 34 años. Después me separé, construí una pareja feliz y seguí aprendiendo: que una mujer con actividades propias resulta más interesante; que tener cada uno su casa e intimidad con sus hijos, a mí me va mejor que intentar una familia ensamblada.
4. Los hijos te valoran más cuando te pueden admirar como persona, no sólo como mamá. La mía tiene 14 años, y como cualquier adolescente es reacia a dejarse mimar; pero después de ver mi espectáculo vino emocionada a abrazarme y volví a sentir sus costillitas.
5. La muerte siempre tiene una excusa. Esto me lo dijo mi tía, cuando mi abuela –una mujer de salud perfecta, que se pinchó con la espina de una rosa en su jardín– murió de tétanos, porque en el pueblo no supieron tratarla. Esa frase me hizo ver algo de la muerte que recordé más de una vez. Siempre tiene una excusa. A veces, absurda.
6. Mi mamá se enoja cuando digo que lo más importante lo aprendí de chica, en vez de contar que soy docente, que hice Ciencias de la Información… No desprecio esos saberes, al contrario. Pero creo que la infancia, si te han amado, te da una reserva de agua fresca a la que acudir toda la vida.
7. Coincido con Unamuno que dice que las cosas más sabrosas son las más baratas: el sexo, el color del cielo al amanecer, una comida preparada en casa… Aunque admito que esto no es aplicable a los vinos.
8. Renuncié a muchas cosas, pero no a ir al Mercado de las Flores… Y coloco las más frescas junto a las que se están secando; me gusta ese aparente desorden, que es el de la naturaleza. En cualquier departamento se puede recrear la luz de un jardín, que para mí es imprescindible.
9. Ahora sé que la docencia es enseñar y aprender al mismo tiempo. En la Escuela del Relato, donde trabajo con adultos, dejo que mi energía y la de los demás fluya y se combine. Nada que ver con la maestra jardinera que fui de jovencita, siempre preocupada por tener todo bajo control.
10. La vida es tan corta que pienso: “Si no hago lo que de verdad me expresa, ¿de qué me sirve ser actriz?” A veces, viendo el canal Volver, me alegro de no haberme presentado para algunas películas: hubiese sido una pérdida de tiempo total.