Ana Katz: "No necesito ser protagonista, sí testigo de otras personas”
A diferencia de otros directores de cine, Ana Katz lleva una vida profesional sin "montañas rusas". Es decir, sin el sube y baja emocional que suele implicar el estreno de una película y su frenética rueda de prensa, reseñas, venta de entradas y posterior sensación de vacío cuando termina la promoción y el film ya sale de cartel. "Es cierto que es algo que pasa. Lo veo en varios de mis pares. Pero en mi caso, como estoy con varios proyectos a la vez, ya sea de dirección como de actuación, no vivo tanto esa diferencia de ritmo", cuenta una mañana temprano en un bar de Caballito.
"Si no estoy terminando un guion estoy arrancando otro. Muchas veces varios a las vez. Entonces mi ‘montaña rusa’ es más el rodaje. La exigencia física que implica. Y poder sostener el encanto hacia un proyecto. Eso es lo que más preocupa: que las preguntas que me llevaron a filmar una historia se mantengan. Se transformen, pero se mantengan", dice quien viene cumpliendo esa premisa desde que en 2002 estrenó El juego de la silla, su ópera prima, y se ganó un aprecio creciente de crítica y público que luego ratificó en sus películas siguientes: Una novia errante, de 2006, sobre una joven (la propia Katz) que queda "varada" en Mar de las Pampas y replantea su presente; Los Marziano, de 2011, sobre el reencuentro de dos hermanos (Arturo Puig y Guillermo Francella) enfrentados por años; Mi amiga del parque, de 2015, sobre cómo afronta una mujer (Julieta Zylberberg) sus primeros meses de maternidad; y Sueño Florianópolis, estrenada este último verano, sobre una familia tipo (encabezada por Mercedes Morán y Gustavo Garzón) que viaja al sur de Brasil en los noventa y redefine sus vínculos. Un cine, en todos los casos, que logra mirar con ojos distintos los vínculos y situaciones más mundanas, y extraer de allí cierta belleza o humor sutil.
"Sueño Florianópolis surge de la memoria transformada de los viajes que con mi familia hicimos durante varios años a esa zona de Brasil", cuenta Katz. "Una época que por alguna razón me quedó con una pregnancia muy particular. Tanto el viaje en sí como los objetos que lo acompañaban: el termo del jugo, el tipo de sombrilla, el olor del combustible, la ropa flúo. Todas cosas que por supuesto están presentes en la película. Y que marcaron mi adolescencia cuatro años seguidos".
–El film muestra cómo esas vacaciones de algún modo redefinen la vida de sus protagonistas. ¿Cómo fue en tu caso? ¿Tuviste viajes así de importantes?
–Sí. Y me sigue pasando. Por eso aparecen de manera reiterada en las cosas que escribo. Colocar el cuerpo fuera de tu hábitat es algo muy movilizante y produce reflejos nuevos.
–¿Algún viaje que te haya afectado de manera particular?
–Uno que hice hace poco a Estambul, Turquía. Fui como jurado de una competencia de cortos y al mismo tiempo como autora elegida para una retrospectiva. Entonces era todo muy relajado. Caminé mucho y me encantó. ¿Viste esos viajes que te sacan de un estado medio autómata? Eso. Cuando volví me di cuenta de que me había dejado una huella, algo encendido.
–¿Qué te impactó?
–La cultura árabe me atrae. Tal vez por mis raíces gitanas: si bien Katz es de origen judío alemán, por el lado de mi madre soy Rodríguez Espinosa, de la región de Andalucía.
–Ahora que lo decís, tenés un aire moro...
–¡Sí, re! (risas). En Estambul las caras que veía eran como la mía. Para entrar en las mezquitas pedían que te pongas pañuelos, yo lo hacía, y me hablaban directamente en turco. Era como ir hacia en lugar muy alejado de donde vivís pero decir: "Ah, estos son como yo, muy parecidos a mí". Muy loco.
–En esos momentos de gran identificación, ¿te pasa de fantasear con hacer algún cambio radical en tu vida y por ejemplo mudarte un tiempo a otro país?
–Muchas veces. Si hay algo en lo que ayudan los viajes es que permiten salir de la convención. Podés ampliar la mirada y romper esa sensación de encierro. En un punto es como una película: ves lo que otros hacen en lo cotidiano distinto a vos. En Estambul eso me pasaba con los cantos que ocurrían en cualquier momento y lugar de la ciudad: rompían la rutina y me generan un recreo. Casi como ver una película. Y no importa que en esos casos no fuera un recreo aplicado a mí. Me estimulaba igual. Creo que porque no necesito tanto ser protagonista como sí testigo de otras personas y otras situaciones. En ese sentido pienso que me adapto bien. Soy profundamente adaptada.
–¿Siempre fuiste así?
–Bueno, lo soy hasta que en un momento dejó de serlo. Tengo mis prejuicios también. Pero sí, soy de evitar las situaciones tensas.
–¿Una cualidad que también trasladás a tus rodajes?
–Sí. No busco "imponerme" en un set. Ni tampoco ejercer una autoridad especial. Soy tranquila. Pero me doy cuenta de que sé dirigir porque me dan bola. Tal vez porque voy más por el lado del humor. Me gusta conducir grupos. Pero no desde la total certeza, de siempre saber lo que querés. No me inspira esa forma de ser. Al que es así lo dejo pasar. Siempre. El que te putea en el auto, por ejemplo. No me le pongo a discutir. Lo saludo, le levanto el pulgar y que pase.
–Tenés dos hijos ingresando en la pubertad. ¿Cómo es la crianza en esa edad?
–Sí. Raymundo, de ocho. Y Helena, de once. Yo digo que están en la etapa de niños grandes. Una linda etapa.
–¿Por qué?
–Porque es una etapa muy aventurera, muy divertida. De hacer viajes. De leer. Ahora estamos terminando Huckleberry Finn. Ya leímos Tom Sawyer y Moby Dick.
–¿Te produce nostalgia que estén terminando la niñez?
–Sí. Mucha. Me parece que crecen a una velocidad ridícula, absurda. Me genera mucha nostalgia y pena que todo sea tan rápido pero no me imagino queriendo que no suceda porque así es la ley de la vida. Ser testigo de ese crecimiento es de lo más apasionante que me pasó. Me divierte muchísimo.
–¿Hubo algo de tu infancia o adolescencia que se pueda relacionar con tu interés por contar con imágenes?
–Creo que fue bastante directa la traslación mía a hacer cine o teatro. De hecho, empecé a hacer talleres a los seis. Aunque tampoco es que mis padres me llevaban todo el tiempo al cine. Sí había en mi casa películas, novelas, libros de pintura. Recuerdo un volumen de Picasso en la mesa ratona. Después... (piensa), a mí me encantan todos los elementos donde la existencia se vuelve una ficción, ya sea escuchar la conversación de otros en un bar. O incluso actuar.
–Dado que trabajás mucho por tu cuenta, ¿cómo hacés para organizarte el día y no distraerte?
–Soy de hacerme listas, anoto todo, incluidas las tareas domésticas porque son como un mantra en el que me ordeno. Las necesito para pensar y escribir mejor. Pongo un lavado y escribo una escena. Lavo los platos y escribo otra. Si me sentás directo en la computadora no sé qué hacer (risas). Necesito ir y volver entre ambas cosas.
–¿Qué sigue en tu vida?
–Buenas cosas. En la segunda mitad del año voy a actuar en una película de Gabriel Lichtmann (realizador de Judíos en el espacio y Cómo ganar enemigos) y a dirigir en Bogotá una miniserie de Movistar. Por otro lado, voy a filmar mi sexto largo. Una película experimental en blanco y negro que va a protagonizar mi hermano Daniel, que no es actor pero la rompe. Un proyecto que tenemos en mente hace tiempo.
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