Amores contrariados
La película Red social narra con minucioso detalle el origen de Facebook, el fenómeno comunicacional más asombroso de la era tecnológica, que ya es bastante asombrosa de por sí. Los que nacimos con anterioridad tuvimos que aprender a usar la computadora como segundo idioma, pero hoy ya viene incorporada al genoma humano: los niños la manejan quizás antes de caminar. Alguien señaló una vez que la computación terminó con la batalla del hombre contra la máquina, ese mudo diálogo que vemos a veces al costado de la carretera, ante un auto detenido con el capó abierto. Acá se trata del hombre contra sí mismo, porque todas las respuestas están en la computadora. En este territorio, como en cualquier otro, aparece esa forma peculiar de la inteligencia humana que desde el origen de los tiempos ha podido ver más allá, cualquiera sea el idioma que maneje. Y en este caso, ese poder casi sobrenatural puede esconder también la más exquisita revancha de los seres muy inteligentes, que tan a menudo son desdichados.
La película muestra a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, como un joven que habla con formidable rapidez, y aun así no alcanza, se nota, la velocidad de su pensamiento. Su estilo, filoso y mental, aplasta como un camión todo resto de talento para el contacto humano. Y en una universidad como Harvard -o cualquier otra, si vamos al caso- las reglas sociales tienen fuerza de ley; los grupos funcionan como castas y el acceso a las zonas de privilegio se convierte en un tema crucial. Este es el relato oculto de la película, que en principio describe las batallas legales iniciadas contra Zuckerberg, sobre un libro -no autorizado- de Ben Mezrich, otro egresado suma cum laude de Harvard. El guión cinematográfico es de Aaron Sorkin, el creador e inspirado guionista de la notable serie de televisión The West Wing, que a lo largo de ocho temporadas narró la vida y obra de un presidente y su equipo en un gobierno demócrata de los Estados Unidos.
Entre los que demandan a Zuckerberg por sus derechos de autoría están los hermanos Winklevoss, dos gemelos rubios y bellos, de estatura colosal y dinero antiguo, que naturalmente son remeros, el deporte más prestigioso de esa universidad. Dice Zuckerberg en una de las audiencias: “Ellos no me están demandando por el robo de la propiedad intelectual. Me demandan porque por primera vez en su vida las cosas no les salieron como ellos esperaban”. El otro demandante es Eduardo Saverin, el mejor amigo de Zuckerberg y cofundador de Facebook, que se somete a las más humillantes torturas para ser aceptado por uno de los clubes del Parnaso estudiantil.
Zuckerberg no respeta a nadie y se ríe en la cara de profesores y abogados. El navega en una dimensión diferente, con otros códigos y otras reglas. La única persona que despierta su interés es Sean Parker, el creador de Napster. Parker cursó apenas unos años en la escuela primaria, y poco después jaqueó entera a la industria discográfica con un sistema que permitía el acceso gratuito a cualquier archivo musical y su libre intercambio entre los aficionados.
Facebook tiene hoy cientos de millones de adeptos en todo el mundo. Por lo que se puede inferir, es la herramienta del día para ejercitar una vida social activa y multitudinaria, una interrogación del pasado, una versión digital del paseo por la plaza del pueblo, hoy planetaria, y hasta el uso de un “muro” que podría evocar aquel donde se colgaban los exvotos. Detrás del relato oficial de la película, que muchos resienten como antisocial y despectiva, hay una bella historia de amores contrariados. Un amor contrariado, como se ve, puede generar la desgarrada letra de un tango, o un invento que hoy se cotiza en muchos millones de dólares.
La autora es periodista
lanacionar