Emocionada, atendió el teléfono. Eran las 17 h del 31 de diciembre y quedaba poco tiempo antes de que el vuelo partiera hacia su destino. "Seguro me llama para saludarme antes de subir al avión", pensó Josefina Franci (29). Hacía poco menos de un mes se había instalado en la casa de sus padres, en Buenos Aires, Argentina, para poner en marcha los preparativos para su boda. Pero en cuanto vio la cara de su prometido por videollamada, enseguida supo que algo andaba mal. Del otro lado de la línea, la cara, desfigurada por el llanto, solo anunciaba malas noticias.
- No puedo, perdón, no voy a ir, le dijo con la voz entrecortada. Josefina dejó caer el teléfono y se desplomó en el piso.
Se habían conocido en Londres, Inglaterra, en la agencia publicitaria donde ambos trabajaban. Desde chica, Josefina había soñado con conocer el mundo y trabajar en otro país. Y así lo hizo. Al día siguiente de haber recibido su título, juntó todos sus ahorros y sacó un pasaje a Inglaterra. ¡Estaba feliz! Llegó literalmente sin un peso en el bolsillo, por lo que se alojó en la casa de un tío lejano que ni siquiera conocía. Trabajó de niñera, cosió botones y etiquetas para una marca de ropa y vivió al día, hasta que, finalmente, consiguió trabajo en una agencia de marketing. Esa agencia fue donde todo empezó.
"Yo me había ido para allá en busca de nuevas oportunidades laborales. Él es director de cine y yo redactora creativa y trabajábamos en dupla. La relación empezó como una muy linda amistad, siempre fuimos y nos tratamos como lo que fuimos al principio: íntimos amigos. Salíamos juntos, nunca ni un celo de nada, todo bastante sano y lindo".
Para Josefina, la química había sido inmediata. La noche que los presentaron, en un típico bar londinense, hubo conexión. A los pocos días él la invitó a salir, pasaron toda la tarde juntos y se dieron el primer beso. "Yo estaba fascinada. Eso sí, desde el primer momento fui súper clara con él. Yo venía de pasar momentos durísimos en Argentina, se habían muerto cuatro amigas en un accidente de auto y eso había marcado un punto de inflexión en mi vida, tanto anímica como emocionalmente. Se lo conté y le dije que todavía estaba rota por dentro, que me cuidara y que por favor, sobre todo, nunca me lastimara ni me hiciera sufrir".
No tenía bien en claro qué era lo que la atraía de aquel muchacho inglés. Sin dudas, era una persona muy divertida, querido por la gente y con bondad. Además, juntos, hacían un excelente equipo. Pasaron los meses, la relación se afianzó y llegó el momento de la propuesta.
"Me llevó a un hotel en la campiña inglesa al que ya habíamos ido para un aniversario. Intentó recrear ese fin de semana y al final de la noche se arrodilló y me pidió casamiento. Nos íbamos a casar en Buenos Aires, en el Rowing de Tigre. Nuestro plan era hacer una versión adaptada a las costumbres de cada país, como por ejemplo, tener banda en vivo en vez de DJ, un dress code más relajado para todos, etc. Sus mejores amigos y familia iban a venir para esa fecha".
El alma en pedazos
Pero esa tarde de diciembre, cuando todos se preparaban para celebrar Fin de Año, Josefina estaba viviendo la peor de sus pesadillas. "En cuanto escuché que no iba a venir, la memoria me jugó una mala pasada y ya no me acuerdo tanto cómo siguieron las cosas. Alguno de los dos cortó la llamada. Me desplomé en el piso de mi cuarto en lo de mis padres y empecé a gritar y llorar desconsoladamente. Obviamente, frente a este ataque de histeria, mi familia vino corriendo al cuarto asustados preguntando qué pasaba y yo lo único que decía era NO VIENE, NO VIENE".
El resto de ese 31 de diciembre Josefina se dedicó a llamar a los amigos y familiares de su novio para que alguien le explicara qué pasaba. Él había dejado de responder sus llamados. Alrededor de las 21 se quedó dormida por todo el agotamiento emocional y se despertó recién al día siguiente. En ese lapso de tiempo, uno de los amigos del novio había conseguido llevarlo al aeropuerto y subirlo al avión. Era necesario que se hiciera cargo de la situación.
¿Apostar al amor?
A pesar de los planes suspendidos, igualmente Josefina decidió apostar. Estaba dispuesta a todo. Quería cuidarlo, curarle los miedos, ayudarlo con sus inseguridades, acompañarlo y entenderlo. Quería demostrarle que iba a estar siempre para él. Apenas aterrizado, entonces, le dio espacio para que hiciera su proceso en el departamento que habían alquilado para la previa del frustrado casamiento. Ella se quedó en la casa de sus padres.
"Intenté seguir adelante, organicé salidas y planes como si nada hubiera pasado. Demasiada consideración, otro error. A la semana y sin muchas explicaciones decidió que estar en Buenos Aires no era lo mejor para ese momento y partió. La despedida fue desgarradora y, a pesar de que durante un tiempo largo conservé la esperanza de despertarme de la pesadilla, creo que cuando lo vi cruzar esa puerta, en el fondo, bien adentro, supe que era la última vez".
Él volvió a Londres y ella se quedó en Buenos Aires. Fueron tiempos de terapia, introspección, reflexión y de darle muchas vueltas al asunto. Por fuera aparentaba estar bien. Pero la realidad era que Josefina se había hecho una armadura. "Me descuidé en mucho sentidos, bajé mucho de peso, me llené de banalidades para tapar el dolor, me hice la capa diciendo que estaba bien y cuando estaba sin gente me desplomaba a llorar como una chiquita de seis años".
De modo que pronto aceptó la propuesta de una amiga para pasar unos días en Madrid y, quizás, olvidar todo lo vivido. Aunque había dejado una vida completa y armada en Londres, le daba terror volver a pisar aquel suelo donde sus sueños se habían hecho pedazos. "Me daba mucho miedo volver. No me creía lo suficientemente fuerte como para reencontrarme con lo que solía ser mi vida y mucho menos con él, ya que aunque yo hubiese querido tener una conversación cara a cara, sabía que no iba a conseguir la sinceridad que merecía. Algunas cosas me las devolvió mientras yo estaba en Madrid (escapándome de mi realidad, pobre boluda, como si eso hubiese solucionado algo), pero la mayoría lo di por perdido".
Jugar al Monopoly
Jamás volvió a tener contacto con quien había sido su pareja. Josefina regresó a Buenos Aires, sigue trabajando en publicidad y publicó un libro sobre toda la historia que se llama Querido ex futuro marido. Allí recopila todos los mensajes de Whatsapp, cartas y mails que le fue escribiendo a su prometido durante todo un año pero que jamás se animó a enviar.
¿Cómo atravesó la situación? "Creo que uno va avanzando de a casilleros cual Monopoly, a veces hacia adelante, otras veces hacia atrás. Aprendí a priorizarme y cuidarme en todos los sentidos. Aprendí a tenerme paciencia y a entender que todo pasa por algo, pero quizás ese algo lo terminás descubriendo años después. Hoy, a modo de broma, digo que soy la Carrie Bradshaw argentina. Eso sí: sin el glam ni mucho menos un Big"
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