Una nueva experiencia, matrimonial en este caso, que lleva a una psicóloga experta en parejas a descubrir un método infalible para el entendimiento
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La hermana mayor de Carina, Juani, estaba internada, ya en condición terminal. Ya sin sus padres, Carina y sus otros hermanos, Inés y Ricky, se turnaban para estar con Juani en esa triste habitación de la clínica. Carina se levantó angustiada, se vistió casi sin mirar lo que se iba poniendo, se cepilló los dientes y el pelo como ausente. No quería ir a la clínica. No quería mirar a Juani, inconsciente. No quería ser ella la que estuviera a su lado en su último suspiro. Pero le tocaba ese día. Tenía que ir.
“No me va a acompañar”
Era feriado, día en que las rutinas semanales bajan un cambio y el desayuno habitual de un café bebido a las apuradas, era un largo recorrido por el diario con la taza al lado que se sorbía lentamente. Entró en la cocina y vio a Pachi, su marido, inmerso en la lectura con las diferentes secciones del diario desparramadas sobre la mesa. Los chicos dormían todavía. El silencio era envolvente, el calor de la cocina y la tenue luz que entraba por la ventana, un contexto acogedor, Pachi no levantó la vista cuando Carina entró. “¿Se acordará que hoy me toca a mí?” se preguntó mirándolo suspicaz, “seguro que no, seguro que está, como siempre, en su mundo, sin saber ni importarle lo que me pasa..” y se servía el café que la esperaba calentito en el termo que había preparado Pachi. No se sentó a tomarlo, no podía. La angustia la pinchaba, la revolvía, la hacía temblar. Terminó el café. Tomó la cartera y las llaves del coche, se puso la campera, le dirigió una última mirada, ya no angustiada sino irritada mientras se decía “no se acuerda, y si se acuerda no le importa, no va a venir, no me va a acompañar”.
Cerrando la campera y con un gesto airado dijo “chau” y dio media vuelta. La furia le estaba subiendo como la erupción de un volcán, imparable, caliente, explosiva. No escuchó si le contestó. Abrió la puerta, salió y la cerró con violencia. Fue al coche casi tambaleando, los ojos húmedos no le permitían ver donde pisaban sus pasos, entró al coche automáticamente, puso la llave en el contacto y estalló. El llanto era imparable, la rabia, la soledad, la pena, esa sensación de salir a la intemperie del dolor más fuerte sin tener a su marido al lado empatizando con su desgarro, estando ahí. Apretó los dientes junto con el embrague y vio pasar por la calle a una persona arrastrando un carrito de supermercado con sus pobres pertenencias. Esa imagen fue como un cachetazo que la despertó.
Bajó del coche. Entró en la casa. Fue a la cocina donde Pachi seguía en la misma posición en que lo había dejado, sosteniendo una parte del diario con una mano y la taza en la otra con los anteojos de leer cabalgando en la mitad de la nariz y llorando, gritando, sorbiendo los mocos que se le escapaban le gritó “¿es que no me vas a acompañar? mi hermana se está muriendo y vos te vas a quedar lo más pancho en casa mientras yo estoy en esa clínica desangelada esperando que llegue la muerte?”. Pachi levantó sus ojos grises, se quitó los lente y la miró, en su cara pintada la sorpresa, tras unos segundos de reubicación como si una nube se le hubiera corrido y produjo la siguiente pregunta: “¿Querías que te acompañara?” a lo cual Carina respondió “¡Sí! ¡Claro que quería! ¡Quiero y lo necesito! ¡No puedo estar ahí sola todo el día!”. Pachi juntó el diario, se lo puso bajo el brazo, tomó la campera que estaba sobre la silla y le dijo “Dale, vamos”. Estuvo con ella todo ese triste día. De buen grado. No solo sin protestar sino sintiéndose bien porque la estaba acompañando.
Un antes y un después en la vida de ambos: “la clave de las dos pes”
Ese día, los dos aprendieron algo y como era gente inteligente y se querían como se quiere la gente que vive junta hace mucho tiempo, y tiene ideas similares sobre lo que está bien y lo que está mal, decidieron poner en práctica eso que habían aprendido.
En este caso se trataba de la importancia de preguntar, pero ellos lo hicieron extensivo a la importancia de pedir. Lo llamaron “la clave de las dos pes”. Hablaron mucho sobre eso. Leyeron, consultaron con profesionales, conversaron con amigos y se les fue abriendo un nuevo panorama que les facilitó muchas cosas en la convivencia.
Se dieron cuenta de que no sale solo, que hay que entrenarse, aprenderlo y ejercitarlo para que se vaya incorporando y se transforme en natural.
A Pachi le gustaba jugar al fútbol y sabía que, como en cualquier deporte, hay movimientos que uno no trae espontáneamente, por ejemplo manejar, patear una pelota, el saque o cualquier golpe de tenis, el swing en el golf… entrenar la respiración y la colocación de la voz para cantar. Se acordaba que cuando Matías, su hijo mayor, era chiquito, pateaba la pelota con la punta del pie, como hacen todos los chicos. Resulta que para darle la dirección, efecto y la velocidad que uno quiere hay que patearla con la cara interior del empeine. Eso no sale naturalmente, hay que enseñarlo y practicarlo. Cada vez que Carina o Pachi no preguntaban o no pedían y asumían que el otro sabía, (¿cómo no va a saber?) y si no hacía lo que tenía que hacer o si no decía lo que tenía que decir, se enojaban y reclamaban…. el otro decía “no con la punta… pateála con el empeine” y el conflicto en ciernes se transformaba en una broma compartida.
En sus trayectos de investigación aprendieron que la adivinación es una expectativa muy común en la gente que cree que por el hecho de ser familiares o de vivir juntos el otro sabe lo que uno quiere y lo que uno no quiere y que si no lo hace es por maldad o locura.
Patear con el empeine
Advirtieron cómo esta expectativa de adivinación enturbia todas las relaciones porque nos hace creer que si pedimos nos estamos rebajando. Porque pedir tiene mala prensa mientras que esperar lo que el otro no tiene ni idea parece ser una prueba de amor. Su círculo de amigos escuchaba estas disquisiciones, primero divertidos pero pronto uno y otro comenzó a ponerlo en práctica en sus contextos de vida. Fue una revelación para todos eso de patear con el interior del empeine en lugar de darle una y otra vez con la punta del pie y mandar la pelota a cualquier parte.
Y lo de preguntar antes de opinar, antes de asumir que se sabe cuál era la intención, cuál el objetivo, fue otra conquista que se volvió grupal. Hasta lo volvieron un juego porque se preguntaban las cosas más obvias que, descubrieron que no eran superfluas, que muchas veces habían creído que sabían pero que en realidad no sabían. “¿Te gustó este café?”, “¿Dormiste bien?”, “¿Preferís sentarte de este lado o te gusta más el otro?”. No solo en sus parejas, también con sus hijos, con sus padres, con sus amigos, con sus compañeros de trabajo y Raúl, uno del grupo, contó que preguntar le había abierto una puerta inesperada en la reunión de equipo de su trabajo, que él siempre aportaba ideas y muchas veces eran resistidas, se las rebotaban y se quedaba frustrado porque creía que estaban buenas y que no estaban siendo atendidas. Y con esto de preguntar, formuló una idea nueva para el proyecto que tenían entre manos, no como afirmación sino como pregunta, y de pronto todos prestaron atención, todos escucharon, creía, y así se lo contó al grupo, que era la primera vez que sintió que no hubo resistencia alguna. “Tal vez lo que hacía antes era decirlo enfáticamente, casi como imponiéndome y parece que eso no le gusta a nadie” reflexionó.
Juani, la hermana de Carina, falleció un atardecer de otoño con ese cielo multicolor que a veces tiñe a Buenos Aires de nostalgia. Carina y Pachi, los descubridores y estimuladores de “patear con el empeine” y el uso de las “dos pes”, preguntar y pedir, la lloraron juntos, de la mano y en paz.
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