Amor y fuego: el diario íntimo de Marta Minujín en París
El amor jamás fue conveniencia y sé perfectamente que en todo el mundo, de los millones de hombres que hubiese podido querer, hay uno solo al que realmente necesito, y es Bebe. Si tuviera que buscar la felicidad por el mundo entero, sé que la única posibilidad que tengo es la de estar junto a él. Pero desgraciadamente no es eso solo, sino esta maldita vocación tan fuerte que es imposible torcer, esconder, matar; pide, exige, demanda siempre, y me lleva para donde quiere. Por eso estoy en París".
Marta Minujín tenía apenas 18 años cuando escribió estas palabras, que muestran su costado más vulnerable. Bebe es el economista Juan Carlos Gómez Sabaini, su compañero durante seis décadas, el padre de Facundo y Gala. Es la persona con la que se casó en secreto a los 16 años, tras falsificar su documento, para poder viajar a la capital francesa. Y es, también, quien le enviaba desde Buenos Aires encomiendas con pinturas, alimento y abrigo para que ella pudiera iniciar la carrera que tanto soñaba.
Aquella adolescente estaba muy lejos aún de convertirse en la reina argentina del pop, la que llegaría a realizar una performance con Andy Warhol y a levantar su Partenón de libros en la prestigiosa Documenta de Kassel, el año pasado.
“Por esa época me iba siempre de casa. Desaparecía. Mi hermano estaba enfermo de leucemia y mis padres estaban completamente dedicados a él. No sabían lo que yo hacía ni les importaba”, recuerda sobre sus inicios en Tres inviernos en París. Diarios íntimos 1962-1964 (Reservoir), el primer volumen de una serie de memorias que acaba de presentar en la Feria del Libro, a cincuenta años del Mayo Francés. “Todos en mi familia decían que estaba loca –agrega–. Y yo me vestía de negro, veía todo mal, me angustiaba. Solía irme al puerto a dibujar los barcos rodeada por los marineros. Otras veces traía vagabundos de la calle a casa para dibujarlos”.
A fines de la década de 1950 conoció a Alberto Greco, comenzó a frecuentar el Bar Moderno y abandonó la carrera de Bellas Artes. "Fue gracias a Greco que me di cuenta de que ya había aprendido todo lo que necesitaba saber y que tenía que desaprenderlo –confiesa–. Tenía que romper con todo para sacar mi propio yo".
París se encargó de destruir el antiguo molde. "En ese viaje descubrí el color –recuerda–. Fue cuando volvía de la Bienal de Venecia, en 1962. De casualidad, pasé por una vidriera y quedé encandilada por una pollera rosa y turquesa. Ahí, viendo eso, algo se rompió en mí. ¡Era el pop! Empecé a inventar colchones y a pintarlos de colores vivos. Mi vida cambió por completo. Había descubierto la alegría, el humor, la diversión. Cambié mi forma de vestirme de un día para el otro".
Al año siguiente realizó su primer happening, La destrucción, en el que quemó todas las obras realizadas hasta el momento. Tenía apenas veinte años, y la imaginación comenzaba a tomar de a poco las calles de la capital francesa. "Esa época, sin nada que comer ni abrigo para el frío, fue una de las más felices de mi vida –asegura Minujín–. Si hoy pudiera viajar en el tiempo iría a ese París de comienzos de los sesenta que me vio renacer".
La "Brigitte Bardot argentina", como la llamaban, recibió algunos consejos: que se ubicara, que no le contara a nadie que pensaba volver a Buenos Aires y que se hiciera ver, hasta que algún crítico la conociera y le sirviera como puente para firmar un contrato en una galería. Muy rápido aprendió un truco que sería clave en la formación de su identidad artística: "Al mismo tiempo hay que exponer y hacer publicidad de una misma, mostrar la obra y la persona".
"Sé que algún día daré algo como pocos seres lo dan –escribió entonces–, siento una voz interior que me dice que tengo que seguir de cualquier forma, siempre buscando, tratando de crear algo que trascienda el tiempo"
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