Larguía -que es un anagrama de Aguilar- fue creado para mantener oculta una relación ilícita
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El sacerdote cordobés don Bernabé Antonio de Aguilar y Pizarro guardó toda su vida un secreto que de haber sido revelado podría haberle costado su cargo dentro de la Iglesia: pese a sus votos de celibato, el presbítero era un padre de familia. Entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, tuvo, en total, cuatro hijos, todos con la misma mujer.
Don Bernabé, nacido en la ciudad de Córdoba, en 1757, provenía de una familia respetada: era hijo de un renombrado poeta, dramaturgo y funcionario público, don Cristóbal de Aguilar y Moynos, que emigró joven de Sevilla, y de Josefa Rosa Pizarro, hija del sargento mayor Don Tomás Pizarro. Como presbítero, fue cura de Río Seco (1797) y cura y vicario de Catamarca (1809 a 1812). LA NACION no ha logrado obtener información sobre en qué momento de su profesión religiosa inició su relación con doña Petrona Verea, su amante y la madre de sus hijos.
En los documentos de la época, Verea figura como soltera, detalla Prudencio Bustos Argañaráz, presidente de la Academia Argentina de Genealogía y Heráldica. “Su relación con Aguilar debe haberse comentado por la ciudad, pero no hay datos que lo comprueben. En esa época, estos temas se manejaban con bastante discreción”, afirma. Según el especialista, este tipo de “deslices” de los clérigos eran socialmente más aceptados a principios del 1800 de lo que son ahora. “Por supuesto que algunas personas eran más estrictas y seguramente emitían juicios severos, pero eso se agotaba en corrillos y chimentos y no trascendía a documentos que permitan verificarlo”, suma.
Lo que sí se puede comprobar es que los Aguilar sabían del amorío entre el sacerdote y Verea. “Claramente había relación entre las familias. Hay un dato que lo comprueba: la hermana de Aguilar estaba casada con un hombre de apellido Maldonado. Y en el testamento de Verea, ella marca como uno de sus herederos a Maldonado”, señala el historiador consultado.
“Larguía”, el anagrama
Cuando nació el primer hijo de la pareja extramatrimonial, el padre no pudo brindarle su propio apellido, por lo que creó un anagrama: convirtió Aguilar en Larguía. El nuevo sobrenombre, destaca el experto en genealogía, surgió “para disimular una filiación que se quería encubrir”.
Los cuatro hijos fueron apellidados Larguía: Francisca Antonia Larguía y Verea; Francisco Solano Larguía y Vera; Fortunata Larguía y Verea, y Josefa Benita Larguía y Verea.
“En esa época, a principios del 1800, en Córdoba hubo numerosos casos conocidos de curas con hijos”, afirma Bustos Argañaráz. Algunos religiosos lo escondían más que otros, pero, en general, el tema se mantenía con bastante secretismo. Y es que el juicio social sobre su descendencia era duro. “Eran considerados con calificativos espantosos. No eran hijos bastardos, sino peor: sacrílegos”, afirma el especialista.
Él no ha encontrado ningún documento que de cuenta de conflictos entre Aguilar y la jerarquía eclesiástica por el incumplimiento del celibato.
Un caso único
El apellido Larguía es la única transliteración dentro de la lengua castellana que puede evidenciarse entre los apellidos hispanoamericanos, de acuerdo a los registros de Bustos Argañaraz, autor del texto, “Orígenes de los apellidos hispanoamericanos”.
Su artículo menciona decenas de ejemplos de apellidos surgidos en el territorio argentino durante las olas de inmigración europea, que, en la mayoría de los casos, son transliteraciones -modificaciones- de un apellido de origen no hispano (inglés, portugués, árabe, etc). El texto incluye el caso de un inglés de apellido Janson que luego de radicarse en San Juan de Cuyo pasó a ser Yanzón, y del irlandés James Butler que al instalarse en el Valle de Calamuchita se convirtió en Diego Buteler.
Pese a la cantidad de transliteraciones que se registran en la historia argentina, Bustos Argañaraz opina que el caso del apellido Larguía es especial, debido a que es el único caso de transliteración dentro de la lengua castellana del que tiene conocimiento.
“Cuando uno estudia genealogía, aprende que no hay linajes reales, que todos venimos de los más encumbrados y de los menos encumbrados a la vez”, afirma.
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