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Quince años han pasado y ella, a veces, todavía lo espera en la esquina y la hora acordada. Algún que otro 4 de abril se para frente al espejo, observa las arrugas que aparecieron desde la última vez que se vieron, y busca embellecerse para el potencial encuentro. ¿Le gustaré después de tantos años?, se pregunta, sabiendo que su pensamiento no tiene el menor sentido, en definitiva, él, al igual que las anteriores veces, no se hará presente.
“Romantizás el amor”, le dijo varias veces su mejor amiga con un claro tono de reproche. “Te enamorás de lo imposible, porque en lo imposible uno puede idealizar”, “Le tenés miedo al amor cotidiano, a la rutina, a lo real”.
“Fui y, por supuesto, Alejandro no estaba. Y sé que mi amiga tiene razón”, reflexiona Sofía al respecto. “Quizás es cierto y le tengo miedo al amor, a espantarme y espantar con las lagañas de la mañana, la pelea de quién lava los platos hoy y al bostezo matutino con mal aliento”, continúa riendo. “Pero también sé lo que vivimos juntos, lo que sentimos. La nuestra fue una historia de amor potente y de reciprocidad. Decíamos que éramos almas gemelas y estoy convencida de que es así”.
Una feria, una mirada inolvidable y el nacimiento de un amor idílico
Se vieron por primera vez en una feria navideña. Alejandro, servicial como siempre, estaba allí para ayudar en el puesto de su hermana. A Sofía no le gustaban mucho los cuadritos vintage que tenían a la venta, pero sí le atrajo la sonrisa de él, amplia, constante, contagiosa. Creyó que lo conocía de algún lado y, en un arrebato inusual, le habló para sacarse la duda. Al “No lo creo, jamás me olvidaría de una mirada como la tuya” que brotó de los labios de Alejando, le siguió una conversación que duró toda la tarde, con mates de por medio y una cita programada para el día siguiente: “Así era con Ale”, asegura Sofia. “Todo fluía, todo era fácil y cómodo, y tal vez por eso creía que lo conocía de algún lado. Era como si hubiéramos estado juntos desde siempre”.
A partir de entonces, los encuentros se sucedieron con mayor frecuencia. Eran mágicos, con velas por las noches y paseos por la costanera del norte del conurbano bonaerense. Los dos conocían los paisajes de memoria, pero ahora todo parecía nuevo y estaba teñido con los colores de los enamorados: “Jamás sentí algo así, el barrio parecía otro, como florecido. ¡Es increíble cómo todo se transforma cuando uno está bajo el hechizo del amor!”, exclama Sofía.
Un pasado, no tan pasado: una expareja y el principio del fin del amor
Sin embargo, todo cambió casi imperceptiblemente cuando Alejandro comenzó a hablarle de su pasado, que no eran tan pasado. “Me contó que hacía poco más de dos meses había dejado una relación larga, muy importante, pero que había llegado a una crisis difícil de remontar”, rememora Sofía. “Con su apertura, yo revelé mi parte, y comenzamos a compartir desamores y otros recuerdos de la vida”.
Sofía no se había dado cuenta de que aquel sería el principio del fin. Traer el pasado al presente viró los colores del enamoramiento hacia tonos más reales. Los “te amo” ya habían surgido e incluso los “siento que sos el amor de mi vida”. Y, a pesar de que ya nada era tan idílico como antes, los encuentros seguían siendo románticos, con música, bailes suaves y largas conversaciones: “Éramos fanáticos de esas películas de amor donde se aborda la psicología humana, vimos varias veces `Antes del amanecer´ y bromeábamos con establecer una fecha y punto de encuentro si la vida alguna vez nos separaba. ¡Los dos siempre fuimos muy idealistas y románticos! Por eso, un 4 de abril a las 6 de la tarde, en una esquina de Olivos, establecimos que ese sería nuestro lugar de reencuentro si por algún motivo nos `perdíamos´”, revela.
Una noticia impactante y un mundo destruido
Pero el pasado cada día se hizo más presente. La expareja de Alejandro llamaba y le enviaba mensajes y le imploraba verse, ya que tenía algo muy importante para compartirle. “Las discusiones, que nunca antes teníamos, surgieron. Él me decía que, a pesar de que yo era el amor de su vida, no podía ignorar a alguien que en su momento había significado mucho. Lo entendí y se vieron”.
Fue entonces que el pasado dejó de serlo definitivamente, y un presente golpeó el corazón de Sofía de una forma que jamás hubiera esperado: la exnovia de Alejandro estaba embarazada.
“Se imaginarán que todo mi mundo se vino abajo. Seguimos juntos unos días, pero la culpa de no acompañar a su ex le ganó y Ale volvió con ella”, cuenta con tristeza. “Al comienzo nos seguimos escribiendo y él me contaba que no podía dejar de pensar en mí. Con el tiempo los mensajes se distanciaron. Cierta vez, él me dijo que creía en el destino y que esperaba que alguna vez la vida nos cruce para unirnos definitivamente. Finalmente, perdimos contacto”.
“Todavía espero a mi amor”
Cada 4 de abril, sin embargo, Sofía recuerda el punto de encuentro acordado. Muchas veces decide ignorarlo, pero algunas otras, camina hasta allí porque, en definitiva, le queda cerca: “Seguro se olvidó, aunque a veces fantaseo que simplemente no coincidimos y que el día que lo hagamos nada más nos va a separar. Sí, ya sé, romantizo el amor; también sé que no llegamos a estar cinco meses juntos, pero todavía lo espero; todavía siento que es el amor de mi vida”.
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