Les dijeron “Un rosadito les puede salir” y les fue suficiente para empezar este proyecto de 8 años en el que lograron acertar con el vino en un lugar inesperado
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Se conocen desde los trece años. Iban a diferentes escuelas de Junín pero coincidían en el club al que iban a jugar al golf. Forjaron una amistad adolescente que se extendió para el resto de sus vidas. Juan Pablo Richelmini se fue a Buenos Aires a estudiar Administración de Empresas y Marketing, por su parte Mariano Tessone optó por Derecho también en capital. Los dos decidieron regresar a Junín, volver a jugar al golf a los 30 años e integrar la comisión del club. “Cuando cumplíamos 40 sentimos como una especie de crisis de edad y empezamos a averiguar donde podíamos plantar un viñedo en Junín, en la pampa húmeda que no hay antecedentes”, cuenta Mariano. Ninguno de los dos tenía conocimiento de enología, se definen como “curiosos consumidores de vino”.
“Lo arruinamos por completo”
El papá de Mariano tenía con un socio una fracción de una hectárea en las afueras de Junín que estaba en condominio con otras cinco que tenía un vecino. El socio se peleó con el cuidador, “Yo vine un par de veces y le dije Papi nos están destruyendo todo, esto hay que venderlo. Son dos hectáreas, hablé con mi viejo de hacer un viñedo y me dijo si me dan vinos se los doy. Tardamos un montón en pagarle”, se ríe Mariano. Pero si hay algo que caracteriza a los dos amigos es el no rendirse y darle para adelante.
Primero hablaron con Gerardo, un amigo de las épocas de rugby de Mariano que estaba muy familiarizado con el vino y los asesora al día de hoy: “Con un poco de cuidado debería andar”, los motivó. Luego se rodearon, por medio de contactos, con buenos asesores, comenzaron el estudio del suelo, del clima y les dijeron “aunque sea un buen rosadito van a poder hacer”, y con eso, a Mariano y Juan Pablo, ya les alcanzaba.
Prepararon todo y en noviembre del 2013 se largaron a la aventura del viñedo con una plantación de 1100 plantas de Malbec, Cabernet Franc y Petit Verdot.
A los dos años le compraron a los vecinos las otras cinco hectáreas. Al tercer año empezaron a tener las primeras uvas y en el cuarto año hicieron una fiesta con la primera vendimia: “ese primer vino lo arruinamos por completo”, recuerda. Entonces una de las asesoras les mandó uva de Mendoza para que aprendieran, ellos estaban empecinados en que si no lo hacían con su uva no querían hacerlo. Pero en marzo les llegaron 200 kilos de Malbec y contra lo esperado, la arruinaron también, pero les sirvió desde el aspecto creativo ya que de esa experiencia nació la etiqueta “Insistentes” que son los vinos que hacen con uvas que no son del viñedo o que “son parcialmente nuestras”, como aclara Mariano.
“No nos llevamos plata”
Ocho años después, en el 2021, lograron tener una buena cantidad de uva e hicieron un vino correcto. Por año hacen aproximadamente 2000 botellas que no las comercializan, para degustarlas hay que acercarse a la bodega donde se puede ir a pasar el día o quedarse a dormir en los containers equipados para tal uso. Un conocido que iba a empezar con el negocio de equipar containers y venderlos les ofreció poner unas unidades modelos en su finca a bajo costo, ellos la podían usar como hospedaje y a su vez servían como muestra para futuros clientes. Todos se beneficiaban. “La gente viene a la degustación de los sábados o a vivir la experiencia con el container. Se instalan acá, hacen una visita guiada a la bodega, participan de una charla sobre vino, pasan el día en el campo o en el verano aprovechan la pileta. Hay espacio para cocinar y hacer un asado, Junín está muy cerca. Siempre habíamos pensado que podía funcionar de este modo”, explica Juan Pablo.
Ya con la primera cosecha la situación los empezó a superar y sumaron dos socios más que eran amigos desde chicos: Matías y Juan. “Somos cuatro y nos asociamos porque está bueno asociarse y trabajar con amigos. En el día a día obvio que hay discusiones y diferencias, pero con un amigo vos sabes que nunca va a pasar nada grave, no va a haber una traición, hay otra paciencia y otra tolerancia. Se suman las familias, los hijos, los amigos, es un cambio de vida, todo gira alrededor del proyecto, por ejemplo los hijos de nuestros amigos festejan los cumpleaños acá”, cuenta Mariano. Hoy con 50 años disfrutan del esfuerzo y trabajo realizado y se reconfortan en cada copa de vino creada por ellos.
En paralelo cada uno sigue con su trabajo, uno tiene una distribuidora de pollos y el otro con su trabajo como abogado. “Pero más allá de eso esto ahora ya no es más un hobbie, es un trabajo 100%, lo que no nos llevamos es plata, lo que se gana es para ir creciendo de a poquito, lo invertimos todo”, explica Mariano.
Gracias a esas ganancias fueron agregando plantas, hoy cuentan con casi 3000 y van a plantar 1000 más.
Decidieron llamar a su bodega “Las Antípodas”, justamente porque están en las antípodas de la zona vitivinícola, “en lo opuesto al 100% en suelo, clima, ubicación, todo”, asegura Mariano con orgullo.
Apuestan a seguir mejorando con sus vinos, apuestan a crecer en cantidad y calidad. Están orgullosos de que ya han ganado premios con su Malbec en un concurso de vinos sub 30 donde el jurado es menor de 30 años. “Los vinos van por ahí, para ese gusto, son jóvenes, frescos, poco alcohol, frutales, para un público joven”, describe Mariano.
Se compraron algunas máquinas para salir de la producción manual y empezar de a poco una más automatizada. Creen en su proyecto, cuentan con el apoyo de la gente de Junín, y se definen como dos amigos que apostaron a ofrecer un vino de calidad, con un viñedo en una zona que jamás nadie imaginó. Así somos los argentinos.
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