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Los pobladores del fracasado asentamiento de Buenos Aires, a cargo de don Pedro de Mendoza, se mudaron a la próspera Asunción. A diferencia del primer intento en las costas del Plata, en la ciudad paraguaya lograron relacionarse con los nativos, los guaraníes. En ese intenso intercambio social, que sentó las bases del mestizaje en la región y el nacimiento de la raza criolla, se toparon con una infusión que haría historia. La llamaban caá.
La caá de los españoles y su “pernicioso” uso
Algunos españoles se acostumbraron a consumirla todo el día. En un principio se la conoció como “hierba de mate” porque era la que se usaba para tomar en el mati, el recipiente que empleaban los quechuas del norte del territorio, tan consumidores como los guaraníes. Con el tiempo se eliminó la preposición y pasó a ser simplemente “yerba mate”.
El primer gobernador criollo de Buenos Aires, Hernando Arias de Saavedra —o Hernandarias—, la descubrió cierta vez en Asunción al revisar las pertenencias de unos indios. Estos hombres portaban guayacas —es decir, bolsitas de cuero— con raciones de yerba.
Hernandarias fue enemigo declarado del consumo de la popular bebida. En 1592, en una carta, se quejó del “pernicioso uso de la yerba mate”. Consideró que la ceremonia —colocación de la yerba en el recipiente, calentamiento del agua, más el cebado— demandaba mucho tiempo y fomentaba la desatención en las tareas y, más aún, la vagancia. En 1610, y en consonancia con su antecesor, Diego Marín Negrón, también expresó su rechazo al mate. En una misiva al rey le comentó acerca del “vicio abominable y sucio que es tomar algunas veces al día la yerba con cantidad de agua caliente”. Muchos españoles, y criollos también, no terminaban de aceptar que un grupo heterogéneo compartiera la misma bombilla.
La hierba considerada vicio en crecimiento
Dos años después, Hernandarias retomó las riendas del gobierno y volvió a sentar posición. Calificó de “vicio” a la hierba y prohibió su comercio en la ciudad rioplatense, cuya población no superaba los mil habitantes. Los castigos a los contrabandistas: multas de cien pesos a los españoles consumidores y cien azotes a los indios introductores.
En 1618, el enemigo público de los materos mandó quemar una bolsa de yerba en la actual Plaza de Mayo. Por esos años, la producción había crecido debido a las plantaciones instaladas por los jesuitas casi junto a las misiones. La injerencia de los religiosos fue determinante: optimizaron la producción, mejorando la técnica de la cosecha, y modificaron el hábito de los nativos, que pasaron a tomarlo como si fuera un té, evitando los posibles contagios por el uso de una bombilla común. Esto les permitió mejorar el ritmo de trabajo, ya que nadie se distraía cebando. En definitiva, lo que hicieron los jesuitas fue inventar el mate cocido.
Debido a la buena producción yerbatera de las misiones, la oferta era mayor que la demanda y varias ciudades del actual territorio argentino fueron provistas de suficientes sacos de yerba, de la misma manera que España: gracias a la abundancia, el reino recibió las primeras remesas de lo que llamaban oficialmente, “té de los jesuitas”.
Ni té ni café: el vicio que favorece a los enamorados
En nuestra región, ni el café ni el té lograron imponerse de la manera que lo hizo el mate. La ley seca decretada por Hernandarias generó un mercado negro de la yerba. Si bien para el gobernador criollo era la bebida de los haraganes, existía otro importante motivo para censurarlo. “El mate es un vicio que favorece a los enamorados”, había sentenciado el gobernador. ¿Se refería a las propiedades afrodisíacas que siempre se relacionaron con la yerba mate? No. Se trataba de algo más sencillo: el escandaloso juego sensual de los labios en su interacción con la bombilla. Parece que algunas señoritas despertaban suspiros durante la acción de absorber con el canuto.
Pasada la época del enemigo Hernandarias, el brebaje salió de la clandestinidad y comenzaron a gestarse varias historias alrededor del mate. Por ejemplo, la del andaluz Pedro de Cevallos.
Un éxito gracias a la adicción del virrey
Asumió la gobernación de Buenos Aires en 1756 y realizó un viaje oficial a las misiones jesuíticas, donde tuvo la oportunidad de probar la infusión. Fue amor a primer sorbo. Regresó a Buenos Aires con varios sacos de hierba y, con ese aval que provenía nada menos que de la máxima autoridad de la región, el consumo abarcó sin pudores a las familias más acomodadas de la ciudad.
La adicción del virrey a la bebida paraguaya fue tal que cuando, luego de diez años mateando, le tocó regresar a España, la nostalgia lo invadió. Entonces, hizo que le enviaran yerba a Cádiz, donde continuó con la costumbre adquirida en las misiones.
La partida de Cevallos coincidió con la expulsión de los jesuitas. Esto repercutió entre los consumidores porque no solo puso fin a la producción de mate cocido, sino también, dejó de conseguirse la yerba con la facilidad que se hacía en tiempos de las plantaciones misioneras. Subió el precio del producto y surgieron nuevos centros yerbateros. Brasil fue el principal proveedor durante décadas.
En 1777, Cevallos regresó a Buenos Aires. Esta vez, para convertirse en el primer virrey del Río de la Plata. ¿Cuáles fueron las primeras medidas que tomó? Podríamos hablar del censo a los 24.205 habitantes de Buenos Aires, la división de la ciudad en seis cuarteles, la simplificación de impuestos o el trascendental decreto que establecía la libertad de comercio. Las medidas que tomó fueron muchas. Entre las bebidas que tomó, sin duda estaban sus apreciados cimarrones.
En cuanto al mate cocido que se había perdido con la partida de los jesuitas, reapareció luego de cien años. Más precisamente, en 1884, cuando en Buenos Aires la botica “La Estrella”, de los hermanos Antonio, Marcos y Demetrio Demarchi, y Domingo Parody, se embarcó en el proyecto de relanzar el “café-yerba”. Este fue el primer intento comercial con el fin de imponer la taza por sobre el mate y la bombilla.
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