Mejores amigos.

Amaba en secreto a su mejor amiga, se distanciaron y tras 15 años la halló con su hijo en un lugar impensado: ¿Querés tomar un café?

Mejores amigos.

Sucedió aquella tarde de 1986, cuando salió a vagar por los techos de las casas y desde las alturas divisó a la niña sentada en un árbol...

PARA LA NACIONSeñorita Heart

Dicen por ahí que para estar enamorado para siempre hay que tener un amor platónico. Esta es la historia de Pablo, un hombre común, que de chico vacacionaba en Chapadmalal, asistía a un colegio bilingüe y le gustaba salir solo a explorar su barrio en la provincia de Buenos Aires. Es la historia de un hombre familiero, que cuando apenas cumplió los 25 le pidió matrimonio a su novia de la universidad, tuvo dos hijos, sigue yendo de vacaciones al lugar de siempre, y hoy trabaja en el sector informático de una multinacional, mientras vive en capital.

Tal vez, a simple vista, la vida de Pablo surge sucesiva, sin luces ante la mirada ajena, pero desde chico se caracterizó por ser un aventurero en su pequeño gran mundo. Fue así que, muchos años atrás, en una de sus exploraciones infantiles, conoció a Rocío, una nena hermosa, que siempre llevaba su cabello un poco despeinado.

Sucedió aquella tarde de 1986, cuando salió a vagar por los techos de las casas del barrio sintiéndose el héroe de alguna novela de aventuras. Desde las alturas, divisó a la niña sentada en un árbol: “Me llamó la atención que había escalado bastante alto”, recuerda con una sonrisa. “Me atrajo enseguida, sentí que le gustaba explorar como a mí”.

“Me atrajo enseguida, sentí que le gustaba explorar como a mí”.
“Me atrajo enseguida, sentí que le gustaba explorar como a mí”.

Pablo se acercó, Rocío le sonrió y, a partir de entonces, se hicieron inseparables. Desde el primer instante, Pablo supo que se había enamorado de ella.

Un tonto enamorado y las meriendas en casa

Cuando 1988 había arribado, a Pablo y Rocío se les sumaron Martín, Rodrigo y Diego. Más tarde, se unió Cecilia, la hermana de Diego y con ella, el grupo sumó un poco más de aire femenino. Incluso, a veces, ellas invitaban amigas y la cuestión se balanceaba aún más.

Pablo adoraba el suelo que Rocío pisaba, aunque intentaba disimularlo. Pasaban mucho tiempo con sus amigos, pero también solos, ella le contaba todo acerca de sus sinsabores familiares: “sus padres discutían mucho, finalmente se terminaron divorciando”. Él la escuchaba con amor y la invitaba a merendar a la casa casi todos los días.

Fue en el primer asalto, cuando tenían unos 12, que Pablo notó que Rocío miraba extraño a Diego. A pesar de que siempre estaban juntos, de que ella le confiaba cada secreto y que se reían de todo a carcajadas, ella no sentía lo mismo por él. En cambio, a Diego... a Diego lo miraba distinto: “No me olvido más, sonaba un lento que se había puesto de moda, Ship of fools, de Erasure y me quise morir cuando los vi bailando”.

Rocío y Pablo se contaban todo.
Rocío y Pablo se contaban todo.

Durante los siguientes dos años, Pablo continuó siendo el amigo incondicional de Rocío, mientras ella iba y venía como noviecita de Diego.

Una pelirroja y un beso inesperado: “Me pidió perdón y me dijo que no sabía qué le había pasado”

Fue en la fiesta de 15 de Cecilia, que Pablo tuvo por primera vez ojos para otra chica, una pelirroja llena de pecas con una risa contagiosa, que también prefería el rock británico y los libros de aventuras. Su corazón, por supuesto, le pertenecía a Rocío, pero la chica en cuestión lo embelesó a grandes escalas.

Para Rocío, que justo estaba en medio de una de sus peleas con Diego, la situación no pasó desapercibida y, con euforia, se acercó a su amigo y le dijo que tenía que contarle algo con urgencia: “Fuimos a un lugar apartado, le pregunté qué era tan urgente, y de la nada, me dio un beso. Un beso inocente, impulsivo, inesperado. Apenas rozó mis labios, pero para mí fue tocar el cielo con las manos. Después me pidió perdón y me dijo que no sabía qué le había pasado, que lo olvide y que por favor no cambie nada entre nosotros”, recuerda.

La joven pelirroja desapareció de los pensamientos de Pablo, que vivió los siguientes dos años ilusionado de que, tal vez, aquello había significado más que un pequeño arrebato de celos, mientras fingía, como siempre, ser el mejor amigo de Rocío sin ninguna otra intención. No hubo más besos impulsivos y él, a pesar de pensar en ella en sus días y en sus sueños, jamás le declaró su amor.

Un beso inolvidable.
Un beso inolvidable.

Ella dejó el barrio primero para irse a estudiar a Bahía Blanca, él se fue más tarde para capital. Tal vez, a fin de dejar de pensar en ella a cada instante, Pablo fomentó una distancia creciente, un contacto cada vez más esporádico, hasta que conoció a su novia en la universidad, una mujer a la que pronto aprendió a amar: “Surgió otro amor, uno concreto, con los desafíos que requiere, y más cuando llega la adultez, vienen los hijos, las rutinas y los problemas”.

Un reencuentro en el lugar menos pensado, un café y una revelación

Cierto día, quince años después, la mujer de Pablo le preguntó si podía llevar a su hijo de 8 años al turno de un médico cardiólogo que había agendado (por una preocupación menor), ya que ella tenía un compromiso inamovible. “Ella se solía ocupar de aquellos asuntos”.

Llegaron al consultorio ubicado en la zona del Botánico, tomaron asiento y conversaron acerca del colegio y las actividades del día. A Pablo le gustaba compartir un momento distinto con su hijo.

Los llamaron a los 20 minutos, Pablo ingresó al consultorio con una mano apoyada en el hombro de su hijo, una mano que comenzó a temblar y cayó a un costado cuando delante de él vio a Rocío. Bella, vivaz, Rocío. Médica, vestida de blanco y un poco más peinada, Rocío. Su amor platónico. Aquella mujer que, en el fondo, siempre había acompañado sus pensamientos.

“Se puso contentísima, nos abrazamos fuerte, charlamos un poco (más ella que yo, estaba muy nervioso), y nos pusimos al tanto de nuestras vidas”, cuenta Pablo. “Más tarde me envió un mensaje preguntando si quería tomar un café y recordar los maravillosos años de amistad, las viejas épocas de la infancia y adolescencia”.

Unos trece años pasaron desde aquel encuentro en el consultorio. Pablo y Rocío jamás concretaron ir a tomar un café. Ella está felizmente casada y él también, él prefiere no corromper las emociones pasadas y recordar por siempre la intensidad de lo que sentía; prefiere mantener su amor platónico intacto, seguir siendo el adolescente enamorado de Rocío, y amar a su mujer.

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Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar con todos los datos que te pedimos aquí.

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