ALVARO VARGAS LLOSA UN LIBERAL CON CARNET
Primero se hizo notar cuando condujo la campaña presidencial de su padre, en el Perú. Después, publicó el Manual del perfecto idiota latinoamericano y sacó licencia de pensador polémico, que ahonda ahora con su nuevo libro
Don Leandro es el rey de la casa de Alvaro y Susana Vargas Llosa. Con sus dos años, su sillita de bebe preside la mesa familiar de la nueva casa del matrimonio Vargas Llosa en la isla de Key Biscayne.
No es una gran mansión a la manera de los ricos y famosos. Es tan agradable como sus anfitriones, y tan sencilla como la manera en que Alvaro Vargas Llosa habla de los problemas latinoamericanos. Esta temática está presente en el Manual del perfecto idiota latinoamericano , un libro realizado en colaboración con el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza y el escritor cubano Carlos Alberto Montaner.
El llamado trío Los Panchos del liberalismo americano presentó en la última Feria del Libro en Miami un nuevo análisis de la realidad latinoamericana, Fabricantes de miseria. Allí se echan culpas a políticos, militares, guerrilleros, a la iglesia, sindicatos, empresarios, universidades y al Estado. No queda títere con cabeza.
-¿Qué reacción tuvo el Manual del perfecto idiota latinoamericano? ¿Los criticaron por usar la palabra idiota?
-Sí, muchísimo. La gente creía que estábamos llamando idiotas a todos los latinoamericanos. No era el caso. Ademas, nos incluimos. Al final del libro hay una lista de idioteces que decimos nosotros también.
-La parte que le corresponde no es para tanto. Dice en 1984: Estados Unidos debe sacar inmediatamente las manos de El Salvador y dejar respirar libremente a ese país. En cambio, la frase que le sigue, de su padre en 1967, es más contundente: Dentro de diez, veinte o cincuenta años habrá llegado a todos nuestros países, como ahora a Cuba, la hora de la justicia social .
-Yo tengo una ventaja, y es que soy más joven. Cuando yo era adolescente, ya habían pasado tantas cosas en América latina que ya mi generación nació consciente de los errores que habían cometido nuestros mayores. Creo que era fácil en mi caso no equivocarse demasiado.
-¿Cómo llegaron a pensar en la problemática de América latina?
-Mendoza, Montaner y yo estábamos en un congreso en Bogotá. Se suponía que se iba a analizar cómo había repercutido la caída del muro de Berlín en América latina. Y entonces escuchamos una cantidad de burradas impresionantes. Estaba claro que no habíamos aprendido nada. De regreso al hotel, en un taxi medio destartalado, nos burlábamos de lo que habíamos escuchado. Y a alguien se le ocurrió decir, bueno, por qué no reunimos en un libro todas estas tonterías que se dicen en los congresos. Hubo otro detonante. Un año después, en un congreso en España donde nos reunimos para hablar sobre ideas liberales, estábamos haciendo un pequeño recreo, y de pronto apareció la imagen de Maradona en un televisor encendido en el bar. Le estaban haciendo una entrevista. Maradona se declaró partidario de Fidel Castro. Yo siempre he sentido una gran admiración por Maradona. Además lo he defendido por todos lados, pero hay que admitir que en políica es un gran idiota.
-Hay notas que se refieren a usted como autoexiliado en Miami. ¿Es así?
-Tú sabes que en nuestros países, cuando te involucras en la política y sobre todo en una campaña electoral para la presidencia, si ganas, lo ganas todo, y si pierdes, lo pierdes todo. Aunque nadie me expulsó del Perú tras la derrota de Mario Vargas Llosa, las circunstancias me empujaban a eso. No podía seguir ejerciendo como periodista porque tenía un perfil político muy público. Podría haber seguido allí, dedicándome a la política, pero no quería meterme en política. Yo no era político, y mi familia tampoco. Teníamos una pasajera relación con la política en razón de una emergencia nacional. Luego, viviendo afuera, se produjo el golpe de Estado en el Perú que cambió la naturaleza del régimen, y pasó de ser una democracia a ser una dictadura. Allí sí ya era imposible hacer nada en el Perú de manera pública que no estuviera vinculado al gobierno, y sobre todo en mi caso, porque yo critiqué mucho el golpe. Mi padre tambien.
-¿Se refiere a la época en que Fujimori eliminó el congreso?
-Sí. Eliminó el congreso, el poder judicial, sacó los tanques a la calle, metió presos a varios parlamentarios, a varios periodistas... Yo salí a oponerme a esto, que hizo invivible para mí el Perú. Técnicamente nadie me había forzado a estar en el exterior, pero en la práctica sí. Me convertí en un autoexiliado, que tenía más de exiliado que de auto.
-Los peruanos no se identificaron con los valores que su padre y usted proponían. ¿Quizá por verlos como intelectuales?
-Puede ser. Ese fue un factor, probablemente. Otro factor que creo que nos hizo mucho daño fue la alianza con los partidos políticos tradicionales. Nosotros creíamos que era importante incorporar a los políticos a este cambio, porque una sociedad que los aparta, abre las puertas al fascismo. Pero la gente no quería saber más de los políticos y había perdido toda sintonía con los partidos. Pero sí, también puede que nos hayan visto casi como extranjeros a su mundo.
-Si tuviera otra oportunidad, ¿qué cosas modificaría en la campaña?
-No volvería nunca más a una elección. Nunca más.
-¿Y si su padre quisiera volver, y le pidiera su apoyo?
-No volveríamos jamás. Descubrí una cosa muy importante, y es que en política tienes que hacer concesiones muy grandes. Y quiero hacer el menor número de concesiones posibles. Pero en política no se puede ser absolutamente principista porque no llegas a ninguna parte.
-¿Y en el periodismo?
-En periodismo se puede ser principista. Cuando escribo soy principista. A la hora de opinar de asuntos públicos, yo prefiero situarme del lado del periodismo porque puedo hablar de manera auténtica. Y sin pagar el precio que hay que pagar cuando se hace política, que es el precio de la derrota. Además, nadie en política aprecia que tengas la razón si no tienes también los votos. La derrota resulta ser la derrota de tus ideas. La historia no reconoce a los perdedores. En cambio, desde el mundo de las comunicaciones tienes más capacidad de hacer prevalecer a tus ideas, y si no prevalecen, por lo menos de tener tu espacio propio.
-Pasando a los temas de Fabricantes de miseria, ¿tomamos conciencia los latinoamericanos de que tenemos muchas cosas en común?
-Hay una incomunicación, una falta de información enorme. Si nosotros tuviéramos mayor conciencia de lo que ocurre en el nivel continental, hubiéramos aprovechado mejor ciertas oportunidades y evitado experiencias nefastas que se habían producido en otros países. Por ejemplo, en lo económico, si Alfonsín, que tuvo méritos, pero que disparó la inflación en la Argentina, hubiera tenido presente lo que fue la experiencia de Siles Zuazo en Bolivia, hubiera evitado una hiperinflación. Si Alan García hubiera tenido más información sobre lo que pasó con Daniel Ortega en Nicaragua, también se habría evitado una hiperinflación. Y no es que la información no esté al alcance de la mano, sino que no se quiere ver.
-Un ejemplo claro que se da en el libro es la manera similar en que se privatizaron las telefónicas.
-Hemos privatizado casi todo de la misma forma: entregando monopolios que no son otra cosa que secuestros. Secuestran a los usuarios de ese servicio o a los consumidores de ese bien. Son personas cautivas que tienen que comprar ese producto porque no hay otra alternativa. Eso ocurre en toda América latina. Por ejemplo, si en el Perú, donde se privatizaron las telefónicas un poco más tarde, hubiéramos sabido que en la Argentina la gente se estaba quejando, quiza nos hubiéramos dado cuenta de que cuando uno privatiza una empresa no puede entregarla en calidad de monopolio, porque el objetivo fundamental de la privatización es abrir la competencia.
-Siendo un latinoamericano que vive en los Estados Unidos, ¿tiene alguna crítica al sistema?
-Muchas. Por ejemplo, que la justicia está demasiado vinculada con el poder adquisitivo de los ciudadanos. Si uno tiene los recursos económicos suficientes, puede torcer la justicia de una manera muy clara. La justicia es un negocio, y los abogados son de los negociantes más exitosos que hay. La actividad del lobby ha desnaturalizado el sistema ecónomico y democrático.
-¿Podría dar un ejemplo de cómo es que sucede esto?
-Las empresas dedican mucho dinero a comprar las conciencias de políticos, financiando sus campañas electorales para luego cobrárselas cuando llegan al poder. Se trata de que ellos legislen favoreciendo a ciertas empresas. Y en una economía de mercado no hay nada más nocivo que eso. Bill Gates, que está en juicio con el gobierno, dijo en su revista que a partir de ahora va a empezar a visitar Washington con más frecuencia. Se dio cuenta de que si no influía en Washington, se vería perjudicado desde el punto de vista económico. Se da entonces una competencia entre empresas no para ver a quién le va mejor, sino quien influye más en el Congreso, y eso es muy malo.
-¿Eso se llama corrupción?
-Es una de las formas de la corrupción. Aunque no hay nada ilegal allí, porque el sistema lo permite, es altamente antidemocrático y antieconomía de mercado. De todas formas, creo que aquí hay una economía de mercado suficientemente libre para que esas sombras no la perjudiquen. En América latina ese proceso es infinitamente peor.
-¿Es remediable la corrupción?
-Corromperse es una falla humana. No hay nada más peligroso que dar poder a los seres humanos. Por eso es tan importante limitar el poder, logrando que la capacidad de los gobernantes para invadir la vida privada de la gente sea la menor posible.
-¿Hay algún país en donde esto funcione bien?
-En los sondeos de Transparencia Internacional, Nueva Zelanda aparece encabezando siempre la lista de países menos corruptos. Las reformas fueron realizadas por la izquierda, por el Partido Laborista. Hay una relación inversamente proporcional entre el nivel de corrupción y el nivel de libertad que hay en la sociedad. A mayor libertad, menor corrupción, si esa libertad es real. La corrupción en los países totalitarios es infinitamente peor, lo que pasa es que como son totalitarios, la corrupción es el sistema mismo.
-¿Estamos de lleno en la era del liberalismo económico?
-Yo creo que no. Estamos más cerca que antes. Pero lo peligroso es que estamos en una forma de liberalismo que no es verdaderamente liberalismo. Es un liberalismo de monopolios, de pequeños grupos oligárquicos muy poderosos en los que quedan afuera las clases media y baja. Es un liberalismo de corrupción y relación entre los grupos económicos y el poder político.
-En el libro, ustedes tratan a los empresarios de una manera muy dura.
-Bueno, sí, porque los empresarios son, aunque no todos, mercantilistas. Es decir, su obsesión en América latina es pensar a qué funcionarios pueden corromper, o de qué manera logran un monopolio, un mercado cautivo o algun reglamento -que le dicen, en mal castellano, regulación- que dificulte el acceso de ese mercado a los competidores.
-Dicen que muchos partidos de golf no son por mero deporte.
-La cantidad de negocios que se pueden hacer durante un partido de golf es infinita. Obviamente jugar un partido de golf no hace mal a nadie, pero si uno está tramitando licencias con el presidente, pues evidentemente... es un golf muy mercantilista.
-¿Qué pasará con la gente de menos recursos, que está más desprotegida?
-Para que la gente esté protegida tiene que haber una sociedad próspera. La sociedad pobre con un Estado fuerte es una sociedad que protege en teoría. En Cuba, la gente teóricamente tiene acceso a hospitales, pero no hay gasas, no hay suero. En teoría, la educación en Cuba también está al alcance de todo el mundo, pero por un lado no hay pupitres, y por otro se dedican a adoctrinar a la población. La única sociedad rica y próspera que existe es la sociedad libre. En esa sociedad, los propios ciudadanos se ocupan de su propia cobertura.
-Si se tuviera que postular para presidente de toda América latina, ¿qué le diría a la gente más pobre?
-Que mire a las sociedades más ricas del mundo. Son sociedades que en algún momento fueron más pobres que las latinoamericanas: Europa, el sudeste asiático, Corea del Sur, Hong Kong. En una o dos generaciones esas sociedades dejaron atrás el subdesarrollo de manera meteórica. Yo diría que miren a esas sociedades y vean qué se ha hecho allí de diferente. Sobre todo es diferente la función del Estado. El gobierno se ha dedicado en América latina a todo menos a ser gobierno. Ser gobierno significa proteger los derechos de los ciudadanos, dar justicia, dar seguridad. América latina es insegura, inestable, y sin justicia. Por lo tanto el gobierno no ha cumplido sus funciones importantes. En cambio ha sido empresario, distribuidor, importador, exportador, creador de empleos, y todo aquello que tenían que ser las empresas privadas. En América latina hemos tenido estados muy fuertes y sociedades civiles muy débiles.
-¿Hay una tendencia a querer que alguien de afuera resuelva los problemas?
-Cuando publicamos el Manual del perfecto idiota latinoamericano , alguien me pregunto quién es el idiota. Yo respondí que el idiota es aquel que cree que el gobierno existe para resolverle sus problemas. Pero hay indicios positivos y esperanzadores. El más grande es la economía informal. Son ciudadanos que han establecido pequeñas industrias y comercios al margen de la legalidad porque el costo de la legalidad es muy grande. Para inscribir una empresa tenía que pasar un año, cuando acá lo haces en cuatro horas.
-Hoy en día, ¿cuál es la función de los militares?
-Idealmente no deberían existir, como en Costa Rica. Pero tú no puedes decirles a los colombianos, inmersos en la guerrilla, y a merced de esa alianza siniestra entre narcotraficantes y guerrilleros, que no tengan milicias. Ahora, si vamos a contar con los militares, hay que entender que la función militar está totalmente subordinada al poder civil y dedicada a velar por la protección de los ciudadanos. El ejercito no es otra cosa que un acto de confianza de los ciudadanos que delegan en ese ejército la función de protegerlos. Nuestros militares en America latina no funcionaron para proteger a los individuos, sino al contrario, para invadir el terreno de la sociedad.
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