Acompañar a su madre en la enfermedad la llevó a descubrir un deseo postergado.
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Nacida y criada en el campo, siempre sintió un gran amor por la naturaleza y el contacto con el aire fresco. Sus abuelos paternos y maternos, vinculados a la actividad agropecuaria, le inculcaron el respeto por la tierra y las estaciones del año. Uno de sus abuelos, Luis H. Esain, había sido uno de los socios fundadores de La Suipachense, una cooperativa que formaron en ese entonces un grupo de hombres que tenían tambo en sus campos y que, aunque ya no pertenece a la familia, todavía produce leche y derivados que se distribuyen en otras ciudades.
“Uno de mis deseos de niña y adolescente era viajar, conocer el mundo, tener amigos por todos lados. No descartaba la posibilidad de casarme, pero no era un asunto prioritario para mí”, recuerda María Inés Esain, alias Mane. Fue quizás ese deseo profundo el que forjaría sus años venideros, aunque ella todavía no lo sabía.
En la época del colegio, tanto primario como secundario, le tocó vivir en una casa del pueblo que tenía mucho jardín y árboles frutales de pomelo, mandarinas, ciruelas y duraznos. “Mi abuela y mi mamá hacían dulces y mermeladas exquisitas. Era una tradición familiar tomar el jugo de pomelo por la mañana. En el sector de atrás de la casa también había huerta y a un rincón lo habían cercado para criar gallinas”.
Mane pasaba muchos de sus días de vacaciones en la chacra de sus abuelos maternos. “Recuerdo el amor que ponía mi abuelo al cuidado de la huerta, los exquisitos pucheros que cocinaba mi abuela, al igual que el pollo al horno con papas y batatas en la cocina de leña. Y las tortas que salían de esa cocina eran manjares dignos de un rey”. En cuestiones de campo, a pesar de que le sentía una profunda atracción por los caballos, nunca se reconoció como una buena amazona. Prefería y prefiere acariciarlos, darles de comer en la boca, pero no montarlos.
Adiós a un ¿“buen partido”?
Cuando finalizó sus estudios secundarios se mudó a Buenos Aires en busca de nuevos rumbos y para estudiar la carrera de maestra jardinera. “Fue una excusa para salir de mi casa, del pueblo. Digo excusa porque a 20 km de Suipacha se podía estudiar el magisterio. En ese entonces, yo tenía un novio que me amaba. Era el típico novio que adora cualquier familia para su hija. Buen mozo, educado, con varios campos. Todo eso lo hacía para esta sociedad un buen partido. En ese momento, año 1986 y en un pueblo, la mayoría de las chicas aspiraba a casarse. Pero yo quería viajar, conocer el mundo, tener amigos por todos lados. No descartaba la posibilidad de casarme, pero no era algo prioritario para mi”.
Con mucha sabiduría y desapego, ese novio la incitó a que viajara a Buenos Aires, a que conociera la vida de ciudad y que si luego de aquella experiencia, esa era su elección, él la recibiría con los abrazos abiertos para que se casara convencida pero no engañada. “En el contexto en el que yo me había criado, realmente él era lo mejor que me podía pasar. Yo pertenecía a una familia bien venida a menos. Mi mamá no quería que yo me fuera a Buenos Aires porque sabía que ya no volvería. Mi padre había fallecido cuando yo tenía nueve años. A esa pérdida se habían sumado muchas otras más tanto físicas (padre, mi abuela Esain y mi abuelo) como económicas. Con mi abuelo Esain éramos muy compinches, tal vez la hija que no tuvo”.
Siguió sus instintos y se mudó a Buenos Aires para hacer su propio camino. Aunque le gustaba mucho la ciudad, extrañaba los espacios verdes. Después de almorzar, frecuentemente se sentaba al sol a tomar un café. “En la ciudad sentía que mendigaba un rato sol. Ya fuera en un restaurante frente al río o cuando caminaba por los lagos de Palermo. Aunque tuve suerte de vivir en departamentos con mucha luz, el sol en la ciudad se esconde con facilidad”. Y eso era algo que no iba a olvidar nunca. Jamás volvió con aquel novio del pueblo ni sintió la necesidad de permanecer junto a otro hombre. se sentía una aventurera del mundo y quería disfrutar de esa decisión.
Pronto consiguió trabajo como secretaria ejecutiva. Llegó a trabajar en la apertura del Colegio de Cocina del Gato Dumas. Desde 1999 hasta 2008 se mantuvo en el mismo puesto con un empresario industrial. En ese lapso también trabajó en administraciones de campo de familias con apellidos aristocráticos, con los que pudo hacer algo de paisajismo, una de las carreras que había estudiado.
Durante ese tiempo también hizo muchos viajes, a diferentes países de Europa especialmente. Y allí se inspiró para escribir una novela de su autoría. La publicó en 2013 y se encontraba en Francia cuando supo que se madre tenía cáncer. Mane regresó a Suipacha para acompañarla en la operación y se quedó unos días con ella. Esa semana en el campo, pudo conocer unos terrenos que llamaron su atención. “En mi fantasía iba a vivir de los alquileres y escribir tranquila en pijama en mi casa que construiría al lado del complejo”.
“Tenía que enraizar”
Ya llevaba más de 27 años desde que había dejado la vida de campo para moverse de ciudad en ciudad alrededor del mundo y sintió un llamado que no pudo rechazar. En enero de 2014 compró dos terrenos 1000 m2 en Suipacha, la ciudad que la había visto nacer. Allí, dio forma a cuatro casitas, que tímidamente fueron tomando forma de complejo turístico (@complejoaquiyahora). Dos de ellas están equipadas con cama matrimoniales y una con camas individuales. En lo que era la estructura de la cuarta casa, hizo construir una galería y enfrente una piscina. Ese espacio se convirtió en un sector común a las tres casas.
Sin embargo, volver a las raíces no fue tarea sencilla. Durante los años de construcción del complejo, Mane pasó por varios estados de desesperación. Mientras la obra iba tomando forma, Mane todavía vivía en Buenos Aires. La obra construcción estaba a 120 km, más de una vez tenía que salir rápido de la oficina para controlar que todo funcionara como correspondía. “El gremio de la construcción, los albañiles, empresa constructora, etc, no eran fáciles de llevar y más a distancia. Surgían gastos extras. Para colmo de males, cuando las dos primeras casas estuvieron terminadas las alquilé de forma tradicional y tuve mala suerte con algunos inquilinos. Muchas veces pensé en vender todo”.
Buscó ayuda en terapias alternativas, coaching, eneagrama, talleres de espiritualidad tanto en Argentina como en Perú y en Uruguay. “En casi todas estás terapias me decían que mi cuerpo pedía a gritos el contacto con la naturaleza, que tenía que enraizar”.
Hasta que el comentario de una conocida le permitió abrir los ojos. “Si lo que querías era escribir tranquila en pijama, ¿por qué cuando salís de la oficina no te pones el pijama y te pones a escribir en lugar de haberte metido en todo este lío?”, le preguntó.
Desde abril 2020 se refugió en una de las casas de complejo y trabajó de forma remota. Y fue eso lo que la impulsó a dar el salto en 2021. En los mil metros linderos que quedaban de terreno Mane construyó su casa. “Así que hoy puedo decir tengo otro sueño cumplido. Dejé un sector en la parte de atrás de la casa para la huerta y los árboles frutales. Disfruto de cada salida del sol, lo tengo todo el día conmigo en cada rincón. Disfruto también de estar rodeada de verde, de caminar descalza por el césped, de ver en los campos de enfrente: vacas, caballos, ovejas y también de unos atardeceres soñados”.
Finalmente, en marzo de 2022, se desvinculó del trabajo de Buenos Aires y ahora le puede dedicar más tiempo al complejo. También está diseñando la huerta y planificando que árboles frutales poner en la parte de atrás de la casa. Empezó a tomar clases de cerámica. Pudo terminar su segunda novela y empezar a escribir otra. “Disfrutó de la naturaleza que me rodea. A veces desayuno o almuerzo en el jardín sola o con amigos. Alguno de mis amigos de la ciudad me sorprenden con sus visitas entre semanas. Siento que soy un alma libre y agradezco a la vida por ello”.
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