Allen v. Farrow, los directores de la miniserie echan más leña al fuego
Los realizadores responden a las críticas por las omisiones y el uso tendencioso de recursos narrativos que inclinan la toma de posición a favor de los denunciantes
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Casi 28 años atrás, la denuncia contra Woody Allen por el presunto abuso sexual de su hija adoptiva Dylan Farrow quedó cerrada a partir de dos investigaciones llevadas a cabo en Nueva York y Connecticut, que concluyeron que no había sustento suficiente para levantar cargos contra el cineasta. Pero entre 2014 y 2017 el caso resurgió al calor del movimiento #MeToo, cuando Dylan y luego su hermano Ronan decidieron volver a hablar del tema, esta vez no ante la ley, sino frente a la opinión pública. Así comenzó una suerte de enjuiciamiento social.
A eso mismo parece apuntar el documental Allen v. Farrow, de los directores Amy Ziering y Kirby Dick que, estrenado por HBO entre febrero y marzo (hoy disponible en HBO Go), generó mucha atención de medios de todo el mundo y tuvo una recepción positiva en Estados Unidos, donde las acciones de Woody Allen vienen en caída libre: como se sabe, hace un par de años tuvo problemas para publicar su autobiografía A propósito de nada (cuando su editorial original Hachette rompió el contrato) y sus últimas dos películas no fueron estrenadas comercialmente en los cines de su país. También, a la vez que algunos personajes de alto perfil que habían trabajado con él decidieron apoyarlo en público (Javier Bardem) o declararon que sus problemas pertenecían al ámbito privado (Cate Blanchett), algunas otras (notoriamente Kate Winslet) expresaron su arrepentimiento y su decisión de apoyar la denuncia de Dylan Farrow.
Ahora bien, el documental tiene sus detractores. Tras ver los cuatro capítulos que lo componen (cuatro horas en total), el espectador más o menos informado sobre el caso sentirá que no se enteró de prácticamente nada nuevo. Para empezar, nadie sabrá si Allen cometió efectivamente los graves abusos contra una menor por los que fue acusado. Pero como el caso está clausurado para la ley desde principios de los 90, lo que queda por examinar en el documental no es tanto su declarada búsqueda de la verdad o de justicia, sino cómo construye su verosímil, su sistema argumentativo, que está claramente inclinado en favor de los denunciantes.
Entre las muchas cosas que al menos cualquier espectador de más de 40 años sabía antes de ver la miniserie es que la denuncia por abuso estaba enturbiada por el otro gran escándalo de la pareja: más temprano en ese mismo 1992, Mia Farrow había descubierto que Allen tenía una relación romántica con otra de las hijas adoptivas de ella, Soon-Yi Previn. El documental vuelve a cruzar ambas cuestiones, pero lo cierto es que, si una –la verdaderamente grave, la denuncia de abuso– ya no puede ser probada, la otra ha cobrado una nueva perspectiva con el paso del tiempo: por más deshonesto que haya sido el origen de su relación, Allen y Soon-Yi llevan hoy casi treinta años juntos, y no hay una sola voz en la miniserie que parezca creer que esa estabilidad valide en forma alguna a la pareja.
Ziering y Dick tienen una reconocida trayectoria como documentalistas, que incluye dos premios Emmy y varios trabajos sobre abusos sexuales en distintos ámbitos: los campus universitarios (The Hunting Ground); el ejército (La guerra invisible), y la industria musical, que cruza el #MeToo con el movimiento Black Lives Matter. A pesar de estas credenciales, su nuevo documental fue cuestionado por varios de los métodos discursivos que emplea. Uno de los artículos más duros al respecto es el que publicó la periodista Hadley Freeman en el diario inglés The Guardian, que lista una serie de omisiones que resulta imposible pasar por alto en una miniserie cuyos autores definen como “una presentación exhaustiva y precisa de los hechos”.
Todos los detractores del documental señalan que solo se escuchan las voces favorables a Dylan, entre ellas la propia, la de Ronan y la de Mia Farrow (que habla en público del tema por primera vez en muchos años), y que faltan las voces “de la otra parte”, no solo de Allen (que se negó a participar), sino la de cualquier otro que apoye al cineasta (quien también cuestionó el trabajo, por “no buscar la verdad” y estar “plagado de falsedades”).
Consultada por el espacio central que, aunque dicen que no estaba planeado originalmente, tomaron los testimonios de Dylan, Mia y Ronan, Amy Ziering le dijo a LA NACION revista –en una entrevista exclusiva con ambos directores, vía Zoom–: “Fue nuestra sorprendente productora Amy Herdy quien se pasó casi tres años investigando, recién después de mucha investigación intentó llegar a los Farrow. En lo que respecta a Mia, durante un tiempo muy largo su respuesta fue simple y contundente: no. También de parte de Ronan, así que tendrías que preguntarle a ella, pero creo que fue cuando vio que nos estábamos aproximando al tema con un interés en los hechos y no con un plan, y que estábamos corroborando rigurosamente cada una de las cosas que nos decían, tal vez pensó que había una chance de que se le diera una plataforma de discusión justa. No teníamos una agenda ni un interés previo invertido en esto, ni en un sentido ni en otro”.
“Es interesante que Ronan inicialmente ni siquiera haya querido que Dylan hablara –agrega Kirby– y sin embargo, ella decidió hacerlo de todas maneras, lo cual es un testimonio de su valentía. Ronan pretendió disuadirla por todo el potencial rechazo que ella podría recibir y que de hecho recibió cuando habló por primera vez en 2014 [N de la R: en una carta abierta en el New York Times, después de ver cómo el mundo celebraba a Allen con un Globo de Oro a la trayectoria], y creo que al hacerlo tuvo una influencia significativa en el movimiento #MeToo, porque estaban todos estos actores y actrices que habían experimentado acosos, y que seguramente, cuando se decidieron a hablar, tuvieron en el fondo de sus mentes la voz de esta mujer joven y para nada poderosa”.
Entre otros motivos, Allen v. Farrow ha sido criticado por tratar de alinear el caso Allen con los de Michael Jackson, Bill Cosby o Harvey Weinstein, todos personajes con múltiples acusaciones por comportamientos seriales probados, y en algunos casos condenas. También por el uso artero que hace de las imágenes de archivo, principalmente videos hogareños provistos por Farrow, como uno en el que Allen aparece en la pileta con Dylan: desprovista del contexto en que está montada y de su molesta musicalización dramática tal vez no sería más que una escena familiar absolutamente normal.
La nota de The Guardian va un poco más allá en sus críticas, señalando que, para una producción que dice haber realizado una corroboración y exposición cabal, incurre en una serie de omisiones demasiado significativas. Entre ellas, las muertes tempranas de tres de los hijos adoptivos de Farrow, dos de ellos por suicidio, dato que por supuesto no la inculpan en absoluto, pero que no resulta transparente ocultar en el relato de una disputa donde su actuación como madre ha sido puesta en entredicho. También, testimonios de médicos (que dijeron tempranamente que Dylan vivía en un mundo de fantasía), retractaciones de una niñera que reconoció haber hablado bien de Farrow solo por miedo a perder su trabajo, o la voz de Moses, otro hijo adoptivo de Mia que en los últimos años defendió públicamente a Allen, y ha caracterizado a Farrow como una madre abusiva. Ninguno de estos datos son concluyentes en favor de Allen, pero su omisión ratifica lo que muchos críticos dijeron del documental: que es one sided, es decir, que solo muestra un costado.
Consultados por esa acusación de parcialidad, Ziering le dijo a LA NACION revista: “Nunca hicimos una película para alguien, o por alguien que viniera de afuera. Nosotros elegimos nuestros proyectos, nunca nos eligen a nosotros. Veníamos haciendo una investigación sobre el movimiento #MeToo, para la que hablamos con todo aquel que hubiera dado entrevistas en Estados Unidos, y entre ellos estaba Dylan Farrow. Mientras conversábamos con ella nos dijimos: un momento, pasaron tres décadas de esta historia, creíamos que la conocíamos, pero aprendimos tantas cosas nuevas de esta conversación que entendimos que hay mucho de lo que jamás habíamos escuchado. Así que quedamos intrigados: ¿por qué no empezamos a investigar a ver si lo que dice Dylan es verdad, y si tiene sustento? Y entonces empezamos a ver que sí, es una historia que fue contada, pero nunca de modo completo. Investigamos y encontramos informes policiales y todo tipo de evidencia que el público nunca había visto y que pintaba un cuadro totalmente distinto. Valía la pena indagar porque no solo nos habla de qué pasó con esta familia particular, sino de cómo nosotros como sociedad estábamos tan dispuestos a creer un único relato por encima de todo, y qué problemas engendró esto para que las víctimas de incesto pudieran salir adelante”.
“De hecho –completa Kirby—se nos plantea la pregunta de por qué este documental no fue hecho mucho antes. Y esto nos dirige a cuánto poder y cuánto control tenía Woody Allen de los medios en ese momento. Ciertamente, con el #MeToo muchos más sobrevivientes de abusos sexuales están hablando públicamente, pero el tema del abuso infantil aún se mantiene muy silenciado. Creo que no ha habido un movimiento #metoo por el incesto. Una de las cosas que esperamos que haga nuestro documental es abrir la discusión y generar conciencia. Tenemos que tener en mente que el caso de Woody Allen es el de más alto perfil que haya involucrado incesto en EE.UU. en los últimos 50 años, y que la manera en que los medios reaccionaron en su momento tuvo una fuerte influencia en cómo vieron el tema el público, los legisladores y el sistema judicial. Esperamos que se abra la discusión y esta produzca reformas”.
Finalmente, el documental aborda el tema eterno e irresoluble de si es posible separar a la obra del artista, y revisa la filmografia de Allen para detectar otra cosa que ya se sabía: que en sus películas, de por lo menos Manhattan –que contribuyó a cimentar su fama y prestigio hace más de cuarenta años—a la reciente Un día lluvioso en Nueva York, aparecen regularmente hombres mayores en relaciones amorosas u obsesivas con mujeres (a veces muy) jóvenes. Quien quiera sumergirse en una exploración profunda del tema obra-artista con muchos y diversos testimonios, puede remitirse a la nota de tapa que Fabiana Scherer publicó en esta revista el 6 de junio del año pasado. Ziering y Dick, por su parte, incluyen la declaración a cámara de un crítico de cine que dice que “ya no podrá ver más películas de Allen”. “No tenemos per se una posición personal sobre esta discusión –dice Kirby–. Queremos abrir esta discusion porque creemos que es incómoda pero muy valiosa”. Ziering es más tajante al respecto: “El arte es una cosa maravillosa. Pero si nos enteramos de que alguien hace algo no muy bueno en su vida privada, creo que debemos pensar si queremos ayudar económicamente a ese artista, porque al hacerlo lo empoderamos más, le garantizamos impunidad por sus crímenes, fortalecemos privilegios que tal vez le permitan victimizar a otros. A la vez, la civilización está llena de grandes obras, de tesoros sorprendentes hechos por gente cuyas vidas privadas uno podría haber objetado fuertemente (en su época). Yo trazo mi línea aquí: si me entero de esas acciones objetables del artista, no me siento cómoda apoyándolo económicamente, pero no es que necesariamente sienta que no hay algún otro valor en su obra. Como parte de mis estudios de filosofía, uno de los principales pensadores en mi formación fue Martin Heidegger. Mi padre es un sobreviviente del Holocausto, y yo creo que no me habría sentido bien comprando los libros de Heidegger si de ese modo hubiera estado apoyando a un estado fascista. Pero me siento cómoda leyéndolos hoy porque, por dios, ¡sería una persona diferente si no lo hiciera!, y a la vez sé que no estoy contribuyendo económicamente, de ninguna manera, al nazismo”.
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