Alicia Penalba, la artista que transformó raíces en alas
Son las 15.34 del 4 de noviembre de 1982. Un auto se prende fuego en un paso a nivel en la estación de Saint-Geours-de Maremne, en el sur de Francia. Mueren al instante Alicia Penalba, de 69 años, y Miguel Chilo, de 52. Ambos serán enterrados horas después en Barcus, junto al padre de Chilo, a cuyo sepelio se dirigían cuando chocaron contra un tren.
Sin hijos, la artista argentina deja un importante legado de esculturas que guardaba en sus casas-taller del Marais, en París, y de Pietrasanta, en Italia, mientras proyectaba construir una fundación para exhibirlas. Y un archivo que documenta su exitosa carrera internacional desde que llegó a París en 1948, a los 35 años. Incluye participaciones en la Documenta de Kassel, el Gran Premio de la Bienal de San Pablo y esculturas en espacios públicos de Francia, Suiza, Japón y Estados Unidos.
Su testamento dice que, tras su muerte, sus bienes pasarán a nombre de su pareja. Lo mismo dice el de Chilo. "La muerte simultánea de ambos hizo que esos testamentos se anularan", explicaría años más tarde el escribano Mario Kier Joffé, eslabón clave de esta intrincada historia. A él acudió Amadeo Binci, exmarido de Penalba, para acreditar su condición de viudo, ya que entonces los divorciados no podían volver a casarse.
"No daba crédito a lo que escuchaba", escribió Joffé, que días antes de recibir esa visita se había enterado en otro contexto, por casualidad, de la muerte de Penalba y de las dificultades para proteger su legado. Lo que siguió fue una odisea de trámites que terminaron con la designación de Binci como único heredero, ya que Penalba nunca declaró su divorcio en Francia.
El valioso archivo se envió a la Argentina y quedó bajo custodia de Joffé hasta su muerte, en marzo último. Antes de pasar a manos de la Fundación Espigas fue la base del exhaustivo catálogo de la primera muestra antológica dedicada a Penalba en la Argentina, curada por Victoria Giraudo en el Malba en 2016, y de un documental que puede verse en YouTube. El mismo museo se encuentra ahora restaurando la escultura Formas voladoras, repatriada desde Italia tras haberla recibido en donación.
"Debido a los altos costos de los fletes internacionales, en vida no logró realizar ninguna exposición en Buenos Aires", recuerda la historiadora del arte Mercedes Casanegra, curadora de la muestra actual dedicada a la artista en el Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson de San Juan.
En esa ciudad vivió Penalba hasta los 16 años, después de haber pasado su primera infancia en Chile. "La naturaleza fue la fuente de descubrimiento de mí misma y del arte", aseguró la artista, que trasladó a sus obras aquellas formas abstractas vinculadas con las rocas, el viento y el agua. La monumentalidad de las montañas impactó en sus esculturas de la misma forma que lo hizo en las instalaciones de Marta Minujín, criada en San Martín de los Andes.
El destino quiso que ambas se hicieran amigas en París, donde Penalba ayudó mucho a su colega, según el reciente libro autobiográfico de Minujín . Cuando esta última llegó a la capital francesa, en 1962, Penalba ya era considerada local. Formada con el escultor ruso Ossip Zadkine, de la Académie de la Grande Chaumière, era entrevistada a menudo en programas televisivos –siempre trabajando y con un cigarrillo en mano– y frecuentó a grandes artistas como Henri Matisse –quien llegó a retratarla–, Constantin Brâncusi y Alberto Giacometti.
Como Pablo Picasso, estudió el arte africano. Pero estaba decidida a no dejarse influir en su búsqueda constante de un estilo propio, que encontró en sus tótems y esculturas aladas. "Imágenes arquetípicas concebidas en gran escala –según Casanegra– a partir de las magnitudes naturales y sublimes del sur del continente americano".
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